7 de marzo de 2016

Entremeses literarios (CLXXXVII)

LAS DOS RANAS
Dino Segre, Pitigrilli
Italia (1893-1975)

Dos ranas que iban de paseo cayeron en un recipiente lleno de leche. Después de llevar a cabo algunas tentativas para salir, una de ellas dijo:
- Las paredes son demasiado lisas; tienen una inclinación de 45 grados; la fuerza de propulsión de mis patas forman un paralelogramo en el cual A más B, multiplicado por C... divi­diendo luego el producto por el logaritmo de... Sin contar con que Arquímedes ha dicho: "Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo" y no tenemos punto de apoyo en esta materia fluida...
Como su compañera no daba muestras de creer en sus pala­bras, sacó la regla de cálculo y realizó operaciones complicadísi­mas, que demostraban que toda tentativa de salir estaba matemá­ticamente destinada al fracaso. Después se metió en el bolsillo la regla de cálculo y, con la pasividad de un estoico, se dejó morir. La otra rana no escuchó sus explicaciones científicas y eru­ditas e hizo los movimientos más absurdos, más irracionales, violando todo lo que la matemática, la física y la mecánica han establecido. A fuerza de realizar toda suerte de movimientos desordenados, la leche se condensó bajo sus patas y el animal se encontró apoyado sobre una pella de manteca, desde la cual le fue fácil dar un salto.
La primera rana era una rana macho; la segunda, una rana hembra.


MOSCAS
José María Méndez
El Salvador (1916-2006)

Yo siempre había odiado las moscas; el cosquilleo que hacen al posarse sobre la frente o sobre la calva (transcurridos los años da lo mismo); el ruido como de pequeños aviones que hacen al zumbar por las orejas. Pero lo verdaderamente horrible es cómo se posan en nuestros ojos abiertos que ya no podemos cerrar, cómo se meten en el hueco de nuestras narices, cómo entran en gru­po en nuestra boca abierta que quisiéramos mantener cerra­da, sobre todo cuando hemos quedado tendidos cara al sol, con un rifle bajo el hombro, antes sobre el hombro, pues no tuvimos tiempo de usarlo.


NO SE EXPLICA
Miguel Ángel de Rus
España (1963)

¿Cómo se lo podría decir? Son dos hombres de cultura, sí, pero el fútbol es sagrado. La vida es importante, pero el fútbol lo es más. Incluso dos intelectuales pueden cagarse a trompadas por veintidós tipos en calzoncillos correteando como potros sobre el pasto. Y eso fue lo que les pasó.
Estaban en la mesa más escondida del boliche: Fontanarrosa, el Negro, el escritor argentino más grande de la época, y Mayr, el Guille, sí, el del Jinete Insomne. Jugaba Rosario Central en la cancha de River, se puede figurar el ambiente, cada cual con los colores de su club. El Negro se quejaba de no aparecer nunca en el blog del otro. "¿Y qué querés? No sos conciso, sólo publico relatos muy breves y vos no bajás de ocho páginas para contar cómo se patea un penal", se defendía el agraviado. Pero el Negro no aflojaba. "Y bien que decís que te gusta el cuentito del que se lleva a la chica al sur, allá donde sólo hay ballenas, viento y arena, y acaba harto". "Y bueno, resumilo en dos páginas y lo pongo en el blog; no me rompás las pelotas".
Así de tranquilas siguieron las cosas hasta que comenzaron a hablar de fútbol. Las pasiones lo embarullan todo. De sus bocas salían apodos de futbolistas: el búfalo, la pepona, el burrito, la saeta, el matador… como si nadie tuviera derecho a un nombre propio. "En el 71 les metimos tres y salimos campeones, gil", recordó uno. "En el 75 les ganamos sobre la hora y les dimos la vuelta en la cara, pelotudo", refutó el otro. "Hoy les llenamos la canasta, gallinas", dijo uno. "Les vamos a romper el orto, canallas putos", contestó el otro. Lo típico entre dos hombres machos que hablan de fútbol.
Y entonces entró ella en el boliche y se fue directa, como si no se diera cuenta, a la mesa de ambos. Silencio sepulcral ante la bravísima hembra, rotunda, morocha, con dos ojos como soles que se contemplaban con fascinación un buen rato después de haberle mirado ese pecho como para fundar colonias en él. Ambos le ofrecieron sentarse a pesar de que en su ropa llevaba -inconsciente- los colores de Boca Juniors. Hasta la brevísima pollera era de Boca. Le digo más: hasta el corpiño que se clareaba a través de la blusa... Nadie es perfecto.
Como ambos eran caballeros galantes, le ofrecieron una silla y una bebida. Ella pidió un jugo que bebió con cañita, sorbiendo con los morritos puestos así, así como le muestro, que daban ganas de comérselos. Ellos resoplaron como los machos que eran, no le digo más. No, ella no sabía que jugaban River y Central, era muy despistada. Aquello se caldeaba. Dejé de oír bien porque el local se llenó con los barras que bajaron de un micro y cantaban y gritaban como las sanas bestias que eran. Ella se echó adelante con ese inmenso escote que apenas velaba las maravillas que la naturaleza le había dado, delimitadito así el pecho, en dos partes de perfecta simetría, con sus sombras, y ambos se asomaron. Mire si se asomaron que chocaron sus cabezas. Ella bamboleaba sus ojos al hablarles, y claro… eran dos hombres maduros, con mundo, un imán para las minas. Si yo lo sabré...
La chica rió enseñando hasta el último milímetro del paladar y pasó un brazo por detrás de los hombros de cada uno. Los estrechó contra ella y dijo algo que no entendí del todo: "lo bien que lo podríamos pasar los tres". Les pidió permiso para irse al ñoba y se alejó taconeando y moviendo la preciosa cola redondeadita y dura bajo el trapito mínimo y ceñido. Ellos miraban como bisontes en celo, quizá ofendidos por los colores de la chica, ya le digo, los colores del Boca. ¡Qué provocadora! "Bellísima mina". "Lástima los colores". "No sabía yo que saldríamos de levante".
Al volver, la chica, imprudente, puso un pie en la silla que había justo enfrente de ambos, se quitó el zapato y se ajustó la media. Las bombachas fue lo mínimo que le vieron (si llevaba, ahora que lo pienso) porque debieron llegar a ver el origen del universo. Ellos jadearon como animales viejos, sin duda por la emoción del partido que iba a comenzar. Sí, seguro que fue por eso. Ella volvió a sentarse entre ambos y a pasar los brazos por sus cuellos. No había quien escuchara, aquello era todo gritos. Pero, de repente, vi que uno le tocaba la barba al otro, el otro la calva al uno… Creo que se putearon en un modo lamentable entre cultos y admirables hombres de letras y, seguramente por diferencias deportivas, acabaron a los manotazos y las trompadas. Le costará creerlo, lo sé, pero así fue. Dos hombres tan serios… La pasión del fútbol, claro. Oí expresiones como "la concha de tu madre" y otras delicadezas impensables entre caballeros. Triste, triste… La chica les pidió que pararan, cogió su bolsa y se fue contrita gritándoles "con lo bien que lo hubiéramos pasado los tres juntos". Ya, seguro que hablaban de fútbol. A mí me van a decir… Una charla futbolística entre hombres y mujeres, y además siendo ella de Boca… Nada que hacer.
Afortunadamente vino el mozo con dos jarras frías, recién sacadas de la heladera, llenas de cerveza. "Caballero -le dijo a uno- si lo llega a saber su jermu…". "Si se enteran en la Academia de la Lengua" le reprochó al otro. Parecieron recapacitar. "Y bueno… no es para tanto". "Cierto, cierto… Dale que ya empieza el partido". Bebieron las cervezas, se levantaron como pudieron (el Negro comenzaba a tener problemas musculares por la esclerosis que acabaría con él pasado tan poco, en gloria esté), y el Guille tampoco estaba para tirar cohetes; dicen que el corazón ya se quejaba. Esto que le cuento fue hace unos años. Lo vi con estos ojos que le miran. Al Negro Fontanarrosa no lo encontré más. Tengo todos sus tebeos, al Inodoro Pereyra, al Boggie el aceitoso, todos sus libros de relatos. Luego murió, una desgracia, hasta lloré. El Guille viene a veces. Con la chica sólo coincidí una vez más: salía abrazada a dos tipos simpáticos con fama de gateros; llevaba una pollera que apenas le tapaba las ingles y una camiseta de tirante mínima con los colores de Boca. A veces recuerdo la bronca y me pregunto qué tuvo que opinar ella sobre fútbol para que acabaran a las trompadas dos hombres tan rectos. Porque tuvo que ser algo de fútbol. Si no, no se explica.


EL SUICIDA
Enrique Anderson Imbert
Argentina (1910-2000)

Al pie de la Biblia abierta -donde estaba señalado en rojo el versículo que lo explicaría todo- alineó las cartas: a su mujer, al juez, a los amigos. Después bebió el veneno y se acostó. Nada. A la hora se levantó y miró el frasco. Sí, era el veneno.
¡Estaba tan seguro! Recargó la dosis y bebió otro vaso. Se acostó de nuevo. Otra hora. No moría. Entonces disparó su revólver contra la sien. ¿Qué broma era ésa? Alguien -¿pero quién, cuándo?- alguien le había cambiado el veneno por agua, las balas por cartuchos de fogueo. Disparó contra la sien las otras cuatro balas. Inútil. Cerró la Biblia, recogió las cartas y salió del cuarto en momentos en que el dueño del hotel, mucamos y curiosos acudían alarmados por el estruendo de los cinco estampidos.
Al llegar a su casa se encontró con su mujer envenenada y con sus cinco hijos en el suelo, cada uno con un balazo en la sien. Tomó el cuchillo de la cocina, se desnudó el vientre y se fue dando cuchilladas. La hoja se hundía en las carnes blandas y luego salía limpia como del agua. Las carnes recobraban su lisitud como el agua después que le pescan el pez. Se derramó nafta en la ropa y los fósforos se apagaban chirriando. Corrió hacia el balcón y antes de tirarse pudo ver en la calle el tendal de hombres y mujeres desangrándose por los vientres acuchillados, entre las llamas de la ciudad incendiada.


LA SEÑAL LEJANA DEL SIETE
Pedro Antonio Valdez
República Dominicana (1968)

El ángel se le apareció en el sueño y le entregó un libro cuya única señal era un siete. En el desayuno miró servidas siete tazas de café. Haciendo un leve ejercicio de memoria reparó en que había nacido día siete, mes siete, hora siete. Abrió el periódico casualmente en la página siete y encontró la foto de un caballo con el número siete que competiría en la carrera siete. Era hoy su cumpleaños y todo daba siete. Entonces recordó la señal del ángel y se persignó con gratitud. Entró al banco a retirar todos sus ahorros. Empeñó sus pertenencias, hipotecó la casa y consiguió préstamo. Luego llegó al hipódromo y apostó todo el dinero al caballo del periódico en la ventanilla siete. Sentóse -sin darse cuenta- en la butaca siete de la fila siete. Esperó. Cuando arrancó la carrera, la grada se puso de pie uniformemente y estalló en un desorden desproporcionado, pero él se mantuvo con serenidad. El caballo siete cogió la delantera entre el tamborileo de los cascos y la vorágine de polvo. La carrera finalizó precisamente a las siete y el caballo siete, de la carrera siete, llegó en el lugar número siete.


NARCISA
Luisa Valenzuela
Argentina (1938)

Como quien mira por la ventana del bar, miro la ventana. El tipo que me ve desde afuera entra para interpelarme.
- Me gustás.
- Lo mismo digo.
- ¿Yo también te gusto?
- Nada de eso, me gusto yo. Me estaba mirando en el reflejo.


FUEGO PURIFICADOR
Anna Jorba Ricart
España (1952)

Vencí al miedo y se acabaron tus amenazas. Esta mañana de inclemente invierno, incrédula ante mi estrenada libertad, contemplo el cielo que lagrimea calando la tierra. Huele a mojado. La mirada, tras el cristal empañado, me sigue mostrando el paisaje plúmbeo que compartíamos. El humo de la chimenea de mi vecino se confunde con la niebla, su grácil ondulación me entretiene tanto como saber de quién es la ceniza de su lumbre. Con ella abonaré la tierra del olmo que preside la entrada de esta casa.


MEJOR QUE ARDER
Clarice Lispector
Brasil (1920-1977)

Era alta, fuerte, con mucho cabello. La madre Clara tenía bozo oscuro y ojos profundos, negros. Había entrado en el convento por imposición de la familia: querían verla amparada en el seno de Dios. Obedeció. Cumplía sus obligaciones sin reclamar. Las obligaciones eran muchas. Y estaban los rezos. Rezaba con fervor. Y se confesaba todos los días. Todos los días recibía la hostia blanca que se deshacía en la boca. Pero empezó a cansarse de vivir sólo entre mujeres. Mujeres, mujeres, mujeres. Escogió a una amiga como confidente. Le dijo que no aguantaba más. La amiga le aconsejó:
- Mortifica el cuerpo.
Comenzó a dormir en la losa fría. Y se fustigaba con el cilicio. De nada servía. Le daban fuertes gripas, quedaba toda arañada. Se confesó con el padre. Él le mandó que siguiera mortificándose. Ella continuó. Pero a la hora en que el padre le tocaba la boca para darle la hostia se tenía que controlar para no morder la mano del padre. Éste percibía, pero nada decía. Había entre ambos un pacto mudo. Ambos se mortificaban. No podía ver más el cuerpo casi desnudo de Cristo. La madre Clara era hija de portugueses y, secretamente, se rasuraba las piernas velludas. Si supieran, ay de ella. Le contó al padre. Se quedó pálido. Imaginó que sus piernas debían ser fuertes, bien torneadas. Un día, a la hora de almuerzo, empezó a llorar. No le explicó la razón a nadie. Ni ella sabía por qué lloraba. Y de ahí en adelante vivía llorando. A pesar de comer poco, engordaba. Y tenía ojeras moradas. Su voz, cuando cantaba en la iglesia, era de contralto. Hasta que le dijo al padre en el confesionario:
- ¡No aguanto más, juro que ya no aguanto más!
Él le dijo meditativo:
- Es mejor no casarse. Pero es mejor casarse que arder.
Pidió una audiencia con la superiora. La superiora la reprendió ferozmente. Pero la madre Clara se mantuvo firme: quería salirse del convento, quería encontrar a un hombre, quería casarse. La superiora le pidió que esperara un año más. Respondió que no podía, que tenía que ser ya. Arregló su pequeño equipaje y salió. Se fue a vivir a un internado para señoritas. Sus cabellos negros crecían en abundancia. Y parecía etérea, soñadora. Pagaba la pensión con el dinero que su familia le mandaba. La familia no se hacía el ánimo. Pero no podían dejarla morir de hambre. Ella misma se hacía sus vestiditos de tela barata en una máquina de coser que una joven del internado le prestaba. Los vestidos los usaba de manga larga, sin escote, debajo de la rodilla. Y nada sucedía. Rezaba mucho para que algo bueno le sucediera. En forma de hombre. Y sucedió realmente.
Fue a un bar a comprar una botella de agua. El dueño era un guapo portugués a quien le encantaron los modales discretos de Clara. No quiso que ella pagara el agua. Ella se sonrojó. Pero volvió al día siguiente para comprar cocada. Tampoco pagó. El portugués, cuyo nombre era Antonio, se armó de valor y la invitó a ir al cine con él. Ella se rehusó. Al día siguiente volvió para tomar un cafecito. Antonio le prometió que no la tocaría si iban al cine juntos. Aceptó. Fueron a ver una película y no pusieron la más mínima atención. Durante la película estaban tomados de la mano. Empezaron a encontrarse para dar largos paseos. Ella con sus cabellos negros. Él, de traje y corbata. Entonces una noche él le dijo:
- Soy rico, el bar deja bastante dinero para podernos casar. ¿Quieres?
- Sí -le respondió grave.
Se casaron por la iglesia y por lo civil. En la iglesia el que los casó fue el padre, quien le había dicho que era mejor casarse que arder. Pasaron la luna de miel en Lisboa. Antonio dejó el bar en manos del hermano. Ella regresó embarazada, satisfecha y alegre. Tuvieron cuatro hijos, todos hombres, todos con mucho cabello.


LOS ESCLAVOS
Jacques Sternberg
Bélgica (1923-2006)

En el comienzo, Dios creó al gato a su imagen y semejanza. Y, desde luego, pensó que eso estaba bien. Porque, de hecho, estaba bien. Salvo que el gato era holgazán y no deseaba hacer nada. Entonces, más adelante, después de algunos milenios, Dios creó al hombre, únicamente con el objeto de servir al gato, de darle al gato un esclavo para siempre. Al gato, Dios le había dado la indolencia y la lucidez; al hombre, le dio la neurosis, la habilidad manual y el amor por el trabajo. El hombre se dedicó de lleno a eso. Durante siglos construyó toda una civilización basada en la inventiva, la producción y el consumo intenso. Una civilización que, en suma, escondía un único propósito secreto: darle al gato cobijo y bienestar. Es decir que el hombre inventó millones de objetos inútiles, y por lo general absurdos, sólo para producir los contados objetos indispensables para la comodidad del gato: la estufa, el almohadón, el tazón para la leche, el tacho con aserrín, el tapiz, la alfombra, la cesta para dormir y puede que incluso la radio, porque a los gatos les gusta mucho la música. Sin embargo, los hombres ignoran esto. Porque lo desean así. Porque creen ser los bendecidos, los privilegiados. Tan perfectas son las cosas en el mundo de los gatos.


LA IMPACIENTE
Beatriz Alonso Aranzábal
España (1963)

Hasta pasado un tiempo, aquella frase de la enfermera que oyó en la sala de espera quedó olvidada. Los acontecimientos posteriores hicieron olvidar los minutos previos. Los minutos banales e insignificantes de una pareja esperando a ser atendida. En una consulta llena de gente, llena de obstetras, con puertas abriéndose y cerrándose. Una tarde de invierno convertida en noche. La mujer observa a su alrededor, preocupada porque se está agotando el tiempo de aparcamiento del coche (habría que renovar el ticket), y porque a continuación tienen otra cita. Aquí están porque la mujer tiene un pólipo. Hace mucho calor, por la calefacción. Algunas mujeres se quitan el jersey, o la chaqueta. De repente irrumpe en la sala de espera otra pareja, que se muestra impaciente. Tanto es así que vuelven donde la recepcionista para preguntar si el doctor X (sí, el mismo al que están esperando) va a tardar mucho, que tienen prisa, que van a llegar tarde a otra cita. Qué cara, piensa ella, intentan colarse. Y espera que no lo hagan, aunque ha visto que la enfermera ha entrado a la consulta de su doctor. Sería el colmo, piensa, y siente su rabia crecer. La calefacción no ayuda. Entonces sale la enfermera y discretamente se acerca a los recién llegados y les dice en voz muy baja: "El doctor tiene una paciente por delante y va a tardar un buen rato". La mujer que espera y observa no cae en la cuenta de que ha sido mencionada, de que es ella quien pasará en un par de minutos y se quedará más tiempo del previsto, quien se sentará ante el ginecólogo y éste le mostrará el resultado del análisis y le dirá que es cáncer, y a continuación le transmitirá un mensaje de calma y confianza y ella sabrá que todo irá bien, y que ha tenido mucha, mucha suerte.

6 de marzo de 2016

Ezequiel Adamovsky: "La clase media no es una clase social propiamente dicha sino una identidad" (2)

Para la socióloga argentina Maristella Svampa (1961) hay muchas clases medias. Están las clases medias retrógradas, que apuntan a la derecha, y las clases medias progresistas, que apuntan a un bien común amplio e inclusivo. Esa tensión está presente todo el tiempo. En su ensayo “Clases medias, cuestión social y nuevos marcos de sociabilidad” menciona cinco rasgos distintivos de las clases medias argentinas: debilidad estructural, heterogeneidad social y ocupacional, movilidad social ascendente, capacidad de consumo e importancia como actor político y social. Ezequiel Adamovsky estuvo investigando durante diez años a ese sector. Su trabajo abarca la parábola de la clase media en términos materiales, así como su desarrollo en tanto identidad social esbozada, primero, en la Argentina del Centenario (cuando se identificaba a la clase media con el “ser nacional” blanco, europeo e inmigrante), luego promovida con mayor insistencia entre 1919 y 1943 (cuando las migraciones internas del campo pobre a las ciudades duplicaron el número de integrantes de la clase obrera en quince años, agrandando las urbes y, con ello también, los canales de ascenso social) y, finalmente, asumida por los destinatarios de esa identidad, y ahora receptores de ella, es decir, por buena parte de los estratos medios y sus alrededores que accederían a reconocerse plenamente como de clase media (particularmente con la llegada del peronismo). Adamovsky es Doctor en Historia por el University College of London y Licenciado en Historia por la Universidad de Buenos Aires. Además de profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de esta última, es investigador independiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Ha trabajado en el Centre National de la Recherche Scientifique en Francia y publicado numerosos artículos en revistas especializadas y varios libros, entre ellos “Más allá de la vieja izquierda. Seis ensayos para un nuevo anticapitalismo” e “Historia de las clases populares en Argentina. Desde 1880 hasta 2003”. Lo que sigue es la segunda y última parte del compendio de entrevistas que Adamovsky concedió a diversos medios para hablar sobre su último trabajo: “Historia de la clase media argentina. Apogeo y decadencia de una ilusión 1919-2003”.


¿Cómo nació su interés por estudiar la clase media?

De la inconsistencia que notaba entre los marcos interpretativos de los que disponía y las cosas que veía en la realidad. Comencé en 1999, en un momento de repolitización. La resistencia al neoliberalismo mostraba un fuerte protagonismo de jóvenes de clase media que sin embargo se embarcaban en luchas de gran radicalidad, lo que contradecía la imagen de una clase media baluarte de moderación. Por entonces comenzó también una importante renovación de los estudios sobre la clase media a nivel internacional que planteaba preguntas muy diferentes a las que acá había instalado, por ejemplo, Gino Germani.

En ese sentido, ¿de qué definición partió para el análisis? ¿Cuál es la diferencia respecto de la visión de Germani?

Germani consideraba que ciertas categorías (empleados, comerciantes, profesionales, pequeños productores) conformaban un grupo de existencia “objetiva”. Mostró que a fines del siglo XIX crecieron esas categorías, de lo que concluyó que por entonces apareció una clase media. Las perspectivas más recientes cambiaron la pregunta. No va de suyo que un empleado inevitablemente se perciba de la misma clase que el dueño del comercio en el que trabaja, ni que actúen políticamente en sintonía, ni que tengan condiciones de vida comparables. La pregunta entonces es bajo qué circunstancias sucede esa confluencia, que no se explica por el mero crecimiento demográfico de los sectores medios. En mi trabajo estudio a la clase media como identidad, preguntándome en qué momento comenzó realmente a existir un grupo que se asumiera como tal.

También se refiere al mito de la visión “modernizante” de Gino Germani y su idea de que gracias al proyecto de país impulsado por las clases altas en el siglo XIX, la sociedad se había vuelto más “esencialmente igualitaria”. ¿Podría explicarlo?

En Germani hay una idea implícita de que el capitalismo trae modernización y mayor igualitarismo. El surgimiento de la clase media sería a la vez motor e indicio de ese proceso virtuoso. Pero “modernización” es un concepto engañoso que habría que abandonar. En la Argentina no hubo una tendencia unívoca al igualitarismo. En varios rubros la tendencia fue la contraria, por ejemplo en la distribución del ingreso, que empeoró dramáticamente. Más bien lo que hubo fue una reconfiguración de las formas de desigualdad.

¿Por qué pone en cuestión la existencia de la clase media como tal?

Los diferentes grupos sociales a los que se suele llamar “clase media” son objetivamente muy distintos: hay gente independiente y otra con relación salarial, gente con ingresos altos y otra con ingresos más bajos que los de un obrero manual, gente con y sin formación superior... Es un conglomerado muy diverso y, de hecho, históricamente, no ha actuado de manera homogénea ni a través del tiempo ni internamente. Por eso, me pareció importante analizar el proceso por el cual un grupo muy heterogéneo llegó a adquirir una identidad compartida.

¿Cómo caracteriza a esa identidad?

Tiene, por un lado, una serie de características que hacen a la propia idea de clase media y que aparecen en otros países: la idea de que la clase media es algo que está entre ricos y pobres, que encarna la moderación, la racionalidad y la movilidad social. Pero además hay características propias del caso argentino. Una es que la identidad de clase media nació con una marca política muy fuerte, surgió como reacción al peronismo, como una separación respecto de esa plebe insubordinada que había aparecido. La identidad de clase media nació con la marca antiperonista. En Argentina se presupone que alguien de clase media no es peronista, así como se presupone que alguien del bajo pueblo es peronista. Ninguna de las dos cosas es necesariamente cierta. La identidad surgió con otras dos marcas asociadas. Una es étnico-racial: la forma en que se despreciaba al bajo pueblo por sus rasgos, por “cabecita negra”. En contraste, la clase media apareció entonces asociada a lo blanco y europeo, como descendiente de la inmigración y baluarte del progreso: los que vinieron a trabajar por oposición a los que estaban acá y eran un obstáculo. Otra marca es regional: cuando se habla de clase media se presupone no sólo alguien no peronista y blanco, sino también alguien de la región pampeana, sobre todo de la ciudad de Buenos Aires.

¿Cómo se configura la idea de que la Argentina es un país de clase media?

La identidad de clase media entronca con mensajes previos que venían desde el siglo XIX. Desde Sarmiento y Mitre en adelante, en los grupos de élite había un fuerte discurso que asociaba al país con lo europeo, a lo criollo con un rasgo de inferioridad, y vinculaba a la Argentina con el relato de la modernización. Ya desde entonces la modernidad aparecía asociada con el espacio urbano, sobre todo Buenos Aires, mientras lo rural y lo criollo eran los obstáculos al progreso que la inmigración venía a superar. La identidad de clase media hace propia toda esta narrativa y aparece como encarnación de la argentinidad, como la clase que trae la modernidad para superar el atraso previo, un atraso que -para ese relato- reaparece con el peronismo. Toda la historia nacional está marcada por esa tensión entre el proyecto que asocia al país con lo blanco, europeo, racional y moderno, y su contracara, los sectores plebeyos.

Todo eso tiene también un correlato a nivel latinoamericano: Argentina se postula diferente de los demás países.

Es una idea que también viene desde el siglo XIX, Argentina como una excepción en América Latina porque su población está más relacionada con Europa, porque en teoría tuvo una burguesía pujante que trajo progreso y, sobre todo, por el peso relativamente menor del componente indígena.

Las apelaciones a la clase media surgieron desde sectores de la élite y antes de que se constituyera la identidad, según describe en el libro.

Sí, es algo muy parecido a lo que pasó en otros países pero bastante antes. La expresión “clase media” fue introducida por políticos e intelectuales ubicados a la derecha del arco ideológico, que intentaron incentivar un orgullo de clase media para contrarrestar los lazos de solidaridad entre los sectores más bajos del pueblo y el escalón superior. Esto empezó después de la Semana Trágica, en 1919. Ahí un grupo de liberales, nacionalistas, católicos, radicales, empezaron por primera vez a convocar a una clase media –que no existía como tal– para tratar de convencerla de que no debía mezclarse con esos obreros revoltosos. Estos llamamientos fueron muy intensos a mediados de los ’30, por la preocupación que generaba el comunismo. Pero el momento cuando todo esto se convierte en una identidad y es adoptado por un amplio sector de la población es 1946. Después de la derrota de la Unión Democrática ante Perón, se hace carne la identidad de clase media, con sus marcas políticas, culturales y étnicas.

Enfatizar el carácter “contrainsurgente” con que se configura la clase media, ¿no supone un poder puramente negativo que deja a los sujetos encerrados en una situación pasiva, como si no tuvieran nada que hacer ante la ideología de las élites?

Por eso insisto en analizar la clase media como identidad y no como clase. De hecho, esa identidad tiene características tan antiplebeyas precisamente porque las personas concretas de sectores medios no actúan como la identidad espera. En Argentina hubo varios momentos históricos en que parte de los sectores medios actuaron políticamente junto con las clases bajas y con proyectos populares, incluso revolucionarios. En el ’19, cuando surgió este discurso, había un gran activismo obrero acompañado por empleados de comercio, bancarios, maestras, chacareros, estudiantes. Además, había una ideología revolucionaria con fuerte predicamento en sectores medios. Es en ese contexto que se estimula una identidad para contrarrestar esos vínculos. Pero la tensión entre una identidad antiplebeya y el hecho de que las personas concretas de sectores medios muchas veces actúan junto a las clases populares es una constante de la historia nacional, y sigue presente hoy. La clase media como tal no es un sujeto político.

¿Cómo atraviesa esta identidad los ideales revolucionarios de los ’60 y ’70, luego la represión y el neoliberalismo? ¿Qué cambia y qué perdura?

Cuando cae Perón ya hay una identidad de clase media instalada, por primera vez hay gente que se considera de clase media y no parte del pueblo. Después se abre un largo período de disputa entre dos proyectos que proponen a diferentes figuras como centro de la nación: la clase media o los trabajadores. En esa época surge un elemento que no está en otros países: el desprecio enorme que personas de la clase media tienen contra la propia clase media. Esto aparece con Jauretche, Ramos, Sebreli y otros ensayistas que acusan a la clase media de racismo, de no entender los problemas nacionales y aliarse con la élite. No es una cuestión sólo de intelectuales o militantes, sino que se difunde en toda la sociedad como parte de esa disputa entre dos imágenes contrapuestas de nación. La disputa se salda, provisoriamente, con el Proceso. Ahí hay una derrota del proyecto que trataba de situar al trabajador como eje de la nación. La imagen de la Argentina como país de clase media queda entonces indisputada. De algún modo, eso encarna en el alfonsinismo, que aparece como superación del peronismo y vuelta a la “normalidad”, con fuerte protagonismo de la clase media. La identidad penetra muy hacia abajo, generando ese fenómeno que vemos todavía hoy: gente incluso muy pobre que cree ser de clase media. Durante los ’80 y ’90 esta identidad continúa sin disputa, hasta que el país colapsa.

Otro aspecto interesante del libro es cómo se fue componiendo la identidad de la clase media. ¿En qué ideas, valores y concepciones se basó? ¿Cómo cambió durante el peronismo?

Luego de 1920 lentamente se fue expandiendo la idea de que había una “clase media” y algunas personas comenzaron a hacerla propia. Pero esa identidad terminó de asentarse luego de 1945. Fue la experiencia del peronismo lo que, por oposición, produjo la unificación de sectores que hasta entonces no creían pertenecer a una misma clase. La identidad de clase media adquirió por eso algunos rasgos específicos. Como en todas partes, suponía un sentido de superioridad que pasaba por poseer determinado nivel económico, cultura y “moralidad”. Pero a eso se agregaron elementos más locales. La identidad de clase media se entrelazó con relatos acerca de la historia nacional que venían de antes. Por caso, la idea de que nuestra historia se contaba como una lucha de la civilización contra la barbarie, y que en esa lucha la clase baja criolla y el interior representaban el atraso, mientras que la región pampeana y los inmigrantes representaban el progreso. La visión de Germani actualizó ese relato, incorporando a la clase media como un agente central. Esta noción agonística se imbricó así con la identidad de clase media, que la imaginó como heredera de los abuelos inmigrantes y por ello portadora de la modernidad en lucha contra sus rezagos. Y ese relato encarnó como una noción de superioridad sobre los pobres con visos raciales, de lo blanco contra los “cabecitas negras” que apoyaban la barbarie peronista.

¿Qué papel cumplió la clase media en la imposición del neoliberalismo de los ‘70 y ‘90?

Sin dudas la identidad de clase media colaboró con la erosión de los lazos de solidaridad entre los sectores medios y los trabajadores, algo que facilitó el avance de las políticas neoliberales. Pero dicho esto, es un estereotipo prejuicioso que las personas de sectores medios apoyaran a los militares o luego al menemismo. Muchas de ellas participaron en la resistencia a la dictadura y debe decirse que a Menem lo apoyaron todas las clases pero del que primero perdió el apoyo fue del votante de clase media.

Se ha afirmado que la clase media siempre ha sido “furgón de cola” de los intereses de otras clases, ¿cuál es su visión al respecto?

Me parece un prejuicio. Si algo caracteriza a la historia argentina es la presencia de poderosos movimientos políticos en los que buena parte de los sectores medios marcharon junto con los más humildes. El yrigoyenismo, el peronismo, las organizaciones revolucionarias en los años ‘70, la resistencia a Menem en los ‘90, el estallido de 2001: nada de eso se entiende pensando a los sectores medios desde ese prejuicio.

¿Qué relación se puede establecer entre capitalismo y clase media?

El capitalismo multiplica los escalones de la escalera social, crea muchas categorías nuevas. Pero eso no crea en sí mismo una clase media. Su nacimiento hay que buscarlo en el plano de lo ideológico, antes que en el de la estructura social.

Señala que la división entre clase alta, media y baja nació con la Revolución Francesa y que luego fue retomada en Argentina. ¿Qué características tuvo esa definición entonces?

Fue similar a lo de Francia. Allí hablaron por primera vez de “clase media” ciertos políticos que intentaban dividir el frente revolucionario, despegando de los más revoltosos a una parte del pueblo, para tratar de que ella apoyara un programa moderado. En la Argentina comienza a hablarse de la clase media en 1919. Y lo hacen liberales como Joaquín V. González, preocupados por la confluencia que había en el movimiento huelguístico entre obreros y empleados. Buscaban quebrar esos lazos de solidaridad e impedir la difusión de ideas radicalizadas. En décadas siguientes, intelectuales y políticos de derecha machacaron esa distinción.

5 de marzo de 2016

Ezequiel Adamovsky: "La clase media no es una clase social propiamente dicha sino una identidad" (1)

El ensayista argentino Arturo Jauretche (1901-1974) decía en su obra “El medio pelo en la sociedad argentina (Apuntes para una sociología nacional)” que, en principio, “decir que un individuo o un grupo es de medio pelo implica señalar una posición equívoca en la sociedad; la situación forzada de quien trata de aparentar un status superior al que en realidad posee”. Ese “medio pelo de la sociedad”, la llamada clase media, parece ser resultado de un proceso de identificación bastante conflictivo. Los diferentes gobiernos han interpelado a ese sector en el que se cruzan intereses, orígenes, estilos de consumo, valores y nociones morales. El historiador argentino Ezequiel Adamovsky (1971) sostiene en “Historia de la clase media argentina. Apogeo y decadencia de una ilusión 1919-2003” que, en Argentina, los sectores medios de la sociedad no conforman una clase social ni un grupo política o económicamente homogéneo, pero casi toda la sociedad está atravesada por una identidad de clase media, caracterizada por rasgos antipopulares y clasistas. ¿Cuándo y por qué se configuró esa identidad? ¿Cómo se manifiesta hoy? Adamovsky analiza estos temas en la siguiente edición de las entrevistas que concediera a Javier Lorca (diario “Página/12”, 7 de diciembre de 2009), a Inés Hayes (revista “Ñ” nº 648, 27 de febrero de 2016) y a Patricia Fernández Mainardi (página web DEF on line”, 28 de febrero de 2016).


¿Qué es la clase media?

Casi todo el mundo piensa que la clase media es un grupo social concreto de la población que comparte determinadas pautas “objetivas” de vida, como ser un nivel de ingresos o un tipo de ocupación, que a su vez se traducen en rasgos “subjetivos” también compartidos, por caso una determinada mentalidad, actitudes políticas, estilos de consumo, nociones morales, etc. Yo creo que esto es una ilusión. Mi libro sostiene que la clase media no es una clase social propiamente dicha, sino una identidad. Tener una identidad específica suele ser uno de los atributos que dan cuerpo a las clases sociales. Pero eso no significa que toda identidad necesariamente indique la presencia de una clase. “Clase media” es una identidad que, a pesar de su nombre, no se apoya en una verdadera clase social. En otras palabras, no se trata de un grupo concreto de la población, distinguible de otros por criterios objetivos, sino de una identidad específica que fue haciéndose carne de diversas maneras en diferentes grupos de personas. Pero cuando digo “identidad” no me refiero tampoco a que sea un grupo concreto de la población dotado de alguna característica “subjetiva” en común, una especie de mentalidad o forma de ver el mundo que sea idéntica para todos los que se sienten de clase media. No hay nada de eso. En mi trabajo, “clase media” no designa a ningún grupo concreto, a ninguna entidad, como quiera que sea definida.

Si no es un grupo concreto, entonces ¿no existe realmente una clase media?

No, claro que existe. Pero existe como identidad. Se trata de un conjunto de representaciones que se fueron entrelazando a través del tiempo, que es el que se pone en juego cuando las personas se identifican como pertenecientes a la “clase media”. Ese conjunto incluye diversos elementos, algunos económicos y otros más culturales. Entre los económicos, por supuesto, cuando uno dice “clase media” supone, como mínimo, que se trata de personas que no son pobres. Para otras personas (pero no para todas), definirse de ese modo también trae supuesto que el tipo de trabajo que uno tiene no es un trabajo manual y además que ser de clase media involucra saber consumir con determinado estilo. También hay pautas culturales que suelen ponerse en juego cuando alguien dice “soy de clase media”. Para empezar, poseer un mínimo de educación formal, modales apropiados, nociones de “decencia” básicas. Junto con esas representaciones de lo que significa ser de clase media, en Argentina se agregan otras, que no son comunes en otros países. Por un lado, hay una cierta jerarquía “racial” que se combina con la de clase. En nuestro país se presupone que alguien de clase media es “blanco” o, lo que es lo mismo, no es “un negro”. Esto a su vez se relaciona con toda una narrativa sobre la historia argentina, según la cual lo blanco/europeo es lo que trae el progreso y lo nativo/mestizo/negro es lo que lo obstaculiza. En las nociones de ser de clase media en Argentina está muy presente la idea de que esa clase es fruto de los abuelos inmigrantes. Y a su vez todo eso se combina con ciertas valoraciones sobre el pasado y sus diversos períodos. Se supone que los inmigrantes y la clase media trajeron la democratización y el progreso, y alimentaron el surgimiento de la Unión Cívica Radical, mientras que el peronismo sería representativo de la irracionalidad propia del mundo criollo. Por eso en nuestro país las nociones de clase se superponen hasta cierto punto con las identidades políticas: si uno dice “clase media”, entonces se presupone que esa persona no será peronista, y si uno dice “clase baja” es lo contrario.

Pareciera que la gente de clase media sí comparte una mentalidad…

A simple vista parece eso, pero si uno lo analiza más a fondo es más complicado. Todos estos elementos que acabo de comentar funcionan ciertamente como lo que los académicos llaman una formación discursiva: tienden a aparecer todos juntos. Cuando uno dice “clase media” enseguida se representa mentalmente alguien no pobre, culto, blanco y no peronista. Pero no hay coincidencia entre esa imagen mental que nos hacemos y las personas concretas que se sienten de clase media. Porque no se trata de un discurso homogéneo o perfectamente reglado: para un empleado de comercio, su modesto sueldo será suficiente como carta de ingreso a la clase media, pero un mediano empresario muy probablemente lo considerará pobre; para algunas personas el peronismo será una actualización de la barbarie, para otras una continuidad en la historia de la modernización; un porteño de Barrio Norte acaso sea más quisquilloso con los matices del color de la piel, pero lo será menos otro porteño menos discriminador, o alguien que nació en Catamarca, donde incluso personas de clase alta pueden tener la tez más oscura. Asumirse “de clase media” no significa necesariamente incorporar en bloque todos y cada uno de los elementos descritos. Tampoco se trata de un conjunto de elementos totalmente sólido, coherente e inalterable. Es cierto que algunos han sufrido profundos cambios en pocos años y que otros pueden activarse de manera distinta según la situación. En fin, no se trata de una identidad en un sentido fuerte del término: no es un conjunto de ideas sobre sí que haga casi idénticas a las personas en determinado momento y a través del tiempo. Pero sí tiene la suficiente consistencia como para incidir decisivamente en el modo en que una buena porción de la población se percibe a sí misma en relación con los demás.

¿Qué lleva a una persona a asumirse dentro (o fuera) de la clase media?

Es una pregunta interesante y difícil de responder. Lo que sí sabemos es que es una identidad muy poderosa y atractiva. Todo el mundo prefiere considerar que está “en el medio”. Primero, porque ser pobre es inmediatamente estigmatizante, hay una carga de vergüenza en verse o ser visto como pobre. Sobre todo si además está el estigma racista, según el cual si uno es pobre además es un “negro” o vive “como los negros”. Pero también, si uno es rico, es más cómodo considerarse de “clase media-alta”, porque en nuestra sociedad hay una visión negativa del mundo de los ricos o sencillamente porque el rico a veces prefiere no dar cuentas de su riqueza.

¿Qué es más importante a la hora de definirse como clase media, el consumo o la educación?

En Argentina históricamente la educación fue un ítem central en la formación de la identidad de clase media. Diría que incluso más que el dinero o el consumo: tener plata o gastarla a lo loco no fueron garantía de aceptación en el mundo de la clase media. Para ser de clase media, antes que nada, era preciso ser una persona “culta”, quizás no necesariamente en el sentido libresco, de manejar conocimientos eruditos, pero al menos sí de tener modales adecuados, “civilizados”, hablar correctamente, manejar el buen tono en el vestir. Con tener todo eso uno ya podía reclamar ingreso a la clase media, incluso si el sueldo que ganaba era igual que el de un obrero. En una de las primeras encuestas sobre los estilos de vida de la clase media, en los años ‘40, el sociólogo Gino Germani encontró que la gente de sectores medios porteños afirmaba que leía una gran cantidad de libros por año, una cantidad tan alta que lo llevó a pensar que estaban exagerando para “darse corte”.

Y en la actualidad, ¿cómo se identifica?

Diría que todavía hoy la cultura es fundamental en la definición de la clase media, aunque posiblemente tenga una importancia relativa cada vez menor. En algunas encuestas recientes se ve un corte por edad del entrevistado que es interesante. Cuando preguntan cómo tiene que ser una persona de clase media, los más viejos mencionan sobre todo la educación, la familia ordenada, en general pautas culturales. Los más jóvenes, en cambio, tienden a responder con mayor énfasis que se trata de una cuestión puramente de dinero que uno posea o de estilo de vida (entendido como modos de consumo). De cualquier manera, lo que hay que destacar es que en la actualidad algunos estudios marcan que más del 70% de la población argentina cree de sí misma que es de clase media. Eso quiere decir que hay una porción muy grande de personas que son trabajadores, que un sociólogo ubicaría en la clase baja sin dudarlo, que sin embargo prefieren imaginar que son de clase media. Hoy alcanza con no vivir en una villa, con tener un sueldo un poco por encima del mínimo, para autodefinirse como clase media. Y eso significa que esa identidad ya no tiene la consistencia que supo tener en tiempos pasados. Creo que nunca la identidad de clase media coincidió con un grupo concreto de la población, por eso que decía antes que no es una clase. Pero hoy, menos que nunca.

Hablemos del pasado entonces. La oligarquía marcó un rumbo histórico en el país, ¿lo hizo la clase media? ¿Cómo caracteriza el recorrido de la “clase media” en los diferentes períodos históricos del país?

Se suele pensar que la clase media trajo el fin del dominio oligárquico de la mano de Yrigoyen, abriendo el camino de la democratización. Mis trabajos y los de otros historiadores muestran que eso es un mito. Para empezar, porque no existía una clase media (ni como sector social ni como identidad) en tiempos del surgimiento de la UCR. Pero además porque el radicalismo no fue representante de los sectores medios en ningún sentido. El partido fue fundado por grupos desplazados de la oligarquía. Su base votante fue policlasista, con un fuerte apoyo de los obreros (que la UCR sólo perdió cuando surgió el peronismo). Además ni Yrigoyen ni los principales líderes del partido se dirigieron públicamente a la clase media, ni impulsaron medidas que beneficiaran a los sectores medios especialmente, en desmedro de otros sectores. En verdad el radicalismo fue un movimiento popular, no específicamente de clase media. Por supuesto incluía a sectores medios pero también a otros. La democratización del país no la debemos entonces a esa clase, sino al movimiento popular que acompañó a los radicales. En mi trabajo muestro que los sectores medios (empleados, docentes, profesionales, comerciantes, etc.) no actuaron como un sujeto político unificado hasta que hubo un hecho que sí los agrupó, que fue la irrupción del peronismo. Recién luego de 1945 se ven síntomas de que los diversos sectores que los componen comenzaban a aglutinarse y a adoptar una identidad, ahora sí, de “clase media”, en oposición al fenómeno peronista. Fue un poco como reacción ante el protagonismo plebeyo que tuvo desde el comienzo el peronismo, pero también al hecho de que Perón afirmaba que sólo la “oligarquía antipatria” estaba en su contra, mientras que el verdadero pueblo argentino estaba con él. En ese contexto, adoptar la identidad de clase media (que en realidad lentamente ya venía formándose desde los años '20), era como decir “aquí estamos, no somos la oligarquía, somos una parte legítima del pueblo, pero no estamos con usted ni con ese populacho que lo apoya”. En ese sentido, es cierto que la identidad de clase media nació con una fuerte marca antiplebeya y antiperonista. Creo que el único contexto en el que la identidad de clase media cuajó en la formación de un sujeto político propiamente hablando fue en el marco del derrocamiento de Perón en 1955, cuando casi en bloque la mayor parte de las personas de sectores medios apoyó el golpe.

¿Y en las décadas siguientes?

Luego de ese contexto, es difícil hablar del papel político de la clase media, como si hubiera tenido un papel único. Es cierto que buena parte de los sectores medios, acaso mayoritaria, se mantuvo antiperonista en los años ’60 y ’70. Pero también es cierto que otra parte de ellos, especialmente los jóvenes, se reencontraron entonces con el peronismo o incluso con el marxismo revolucionario. Es verdad que parte de los sectores medios apoyó al Proceso (aunque siempre se deja de lado que también apoyó el golpe una parte de los sectores bajos). Pero también es cierto que otra porción participó de la resistencia a la dictadura. Y lo mismo vale para el menemismo: suele acusarse a la clase media de haberlo apoyado, pero la verdad es que lo apoyaron todos los sectores sociales y los sectores medios fueron los que más temprano le retiraron el voto y los que alimentaron buena parte de la resistencia al neoliberalismo en los años ’90. En los últimos años el gobierno kirchnerista atacó a la clase media, parte de la cual sin dudas es antikirchnerista, pero no es menos cierto que uno de cada tres votos que recibió Cristina Kirchner en las elecciones presidenciales fue de sectores medios. En síntesis, en general, salvo en momentos puntuales, no ha habido un sujeto político “clase media” del que podamos decir que actuó o dejó de actuar de tal o cual manera a lo largo de la historia.

¿Por qué interpreta que las posibilidades abiertas por los sucesos de 2001 son clausuradas por el conflicto con “el campo” en 2008?

En 2001 hubo un encuentro muy poderoso de sectores bajos y medios, incluso en la calle, con voluntad de confundirse en un mismo sujeto social. Es muy interesante que, en 2002, los sectores dirigentes que intentaron “encauzar” el país advirtieron que el peligro más grande que enfrentaban era esa combinación de reclamos. El proyecto de Duhalde pasaba por ahí, por evitar que la clase media se juntara con la baja. Y el proyecto del primer Kirchner pasaba no por volver a una clase media antiplebeya, pero sí por mantener claro el límite entre una clase y otra. Casi no hubo político argentino que insistiera más en el orgullo de clase media que Kirchner. Con la normalización económica y política que trajo su gobierno, se volvió a una separación más clara entre quiénes eran clase baja y quiénes no. Y el conflicto de 2008 con las entidades del campo fue una especie de cierre de época. Hubo una puesta en escena en la que los sectores que apoyaban al campo se apropiaron del lenguaje de 2001 con un sentido opuesto. Salieron a cortar rutas y a cacerolear, pero con un proyecto excluyente. En lugar de una vocación de confundirse en un mismo pueblo, había una actitud racista y clasista. Fue una farsa que marcó el cierre de 2001. Volvió a aparecer en boca de gente de izquierda o identificada con el Gobierno el escarnio a la clase media. También había en eso algo de farsesco: se volvió a hablar con las palabras de Jauretche, cuando claramente no estábamos ya en aquel país. Hay una sociología muy rápida entre sectores progresistas que considera a la clase media como un grupo social homogéneo. Y esto es un obstáculo para pensar políticamente, porque hay cantidad de personas que no actúan a favor de la derecha ni con prejuicios clasistas. Es necesario volver a pensar el modo de construir vínculos políticos entre las clases bajas y al menos una porción de los sectores medios. El prejuicio que descalifica a la clase media es cómodo pero inmoviliza, confirma lo que ya sabemos: si la clase media es así y todo el país es clase media, entonces no hay nada que hacer.