24 de agosto de 2015

Joel Horowitz: "En su uso de la caridad personal y el intento de aparecer como una personalidad piadosa, Yrigoyen fue un claro antecedente del papel que desempeñó Eva Perón por medio de su fundación"

Durante el primer cuarto del siglo XIX el filósofo idealista objetivo alemán Karl Christian Krause (1781-1832) escribió las que serían sus dos obras fundamentales: "Urbild der Menschheit" (Ideal de la Humanidad) y "Vorlesungen über das system der Philosophie" (Lecciones acerca del sistema de la Filosofía). Ambas contribuirían años después en la formación e ideología política de Leandro N. Alem (1842-1896) e Hipólito Yrigoyen (1852-1933), fundador, el primero, y la figura más relevante, el segundo, del partido político argentino Unión Cívica Radical. Las ideas de Krause, formadas a partir de retazos de las diversas escuelas de la filosofía clásica alemana, proponían una mística nacional, una espiritualización de la política y el inmanentismo del Estado en pos de lograr una alianza universal de la humanidad en una comunidad pacífica de naciones. Para Yrigoyen, el krausismo constituyó tanto una posición filosófica como una posición política, un punto de referencia teórico que le permitió fijar su posición crítica frente al positivismo en auge. Cuando alcanzó la jefatura del partido en 1904, Yrigoyen propuso la intransigencia, negando legitimidad a los gobiernos elegidos a través del fraude electoral, e impuso la línea abstencionista y revolucionaria, una opción que venía madurando desde los episodios insurreccionales de 1890. Se propuso de esa manera representar a una clase social, la pequeña burguesía, que carecía de fuerza propia como para imponer el curso político de sus intereses ante el paternalismo ilustrado de la oligarquía dominante desde 1862. Pero existía, además, una fuerza no aprovechada ni organizada hasta ese momento, el descontento popular contra el régimen dominante, aristocratizado, desdeñoso, al tiempo que urbano y culto. Yrigoyen interpretó ese descontento, difuso pero latente, e inició una política popular aunque sin clausurar completamente la etapa precedente, dejando abiertas las puertas a las viejas y nuevas corrientes liberales. Esta identificación de la política con un movimiento nacional y popular concebía el sufragio universal como el único medio legítimo para poner de manifiesto esa manifestación de manera orgánica, el instrumento que daría a luz el verdadero regeneracionismo argentino. Tras años de revueltas y discusiones se consiguió promulgar la ley 8.871, sancionada por el Congreso de la Nación Argentina el 10 de febrero de 1912, la que estableció el voto universal, secreto y obligatorio para los ciudadanos argentinos varones, nativos o naturalizados, mayores de dieciocho años de edad, habitantes de la Nación y que estuvieran inscriptos en el padrón electoral. Cuatro años más tarde, Yrigoyen llegó al gobierno tras vencer en las primeras elecciones presidenciales bajo el imperio de la nueva ley. A partir de entonces es que puede decirse que se inició la participación en el poder de los sectores medios, sin que ello significase la total exclusión de elementos vinculados a los sectores oligárquicos. Su política, considerada reformista, proponía terminar con la inmoralidad administrativa y distribuir de modo más equitativo la riqueza proveniente del exitoso modelo agroexportador, cuyas bases no fueron cuestionadas. Impulsor de una política de corte nacionalista, fomentó la creación de YPF y defendió los intereses del país en el plano internacional. Se negó a integrar la flamante Liga de Naciones y retiró la delegación argentina cuando consideró que la institución se convertía en un instrumento funcional a las potencias que triunfaron en la Primera Guerra Mundial. Su política obrera fue conciliadora. Permitió la realización de huelgas e intervino a favor de los trabajadores en conflictos con la patronal. También intentó poner en marcha medidas tendientes a mejorar las condiciones de vida de los trabajadores. Pese a todo, no logró evitar páginas oscuras durante su gestión, como las feroces represiones llevadas a cabo durante Semana Trágica, las huelgas de la Patagonia y el conflicto de La Forestal. En 1922 volvió a triunfar en las elecciones la Unión Cívica Radical, esta vez de la mano de Marcelo T. de Alvear (1868-1942) quien, a pesar de ser un exponente cercano al conservadorismo, estrechó las relaciones con los sindicatos y trató de fortalecer el rol del radicalismo como vehículo de las causas populares. En ese sentido, logró algunos éxitos en la legislación laboral como la creación de una caja de jubilaciones para los empleados bancarios, una ley que obligaba a pagar los salarios en dinero y no en bienes, otra destinada a proteger a las mujeres y los niños que trabajaban en fábricas y una más que ponía fin al trabajo nocturno de los panaderos. Al término de su mandato se produjo el retorno de Yrigoyen al poder, quien alcanzó a reglamentar la jornada laboral de ocho horas antes de que la Gran Depresión de 
1929 afectara dramáticamente la economía, no sólo de Argentina sino de buena parte del mundo occidental. 1930 fue un año crucial: en las elecciones parlamentarias la Unión Cívica Radical perdió estrepitosamente en la ciudad de Buenos Aires frente al Partido Socialista Independiente y al Partido Socialista original, Yrigoyen firmó el indulto al militante anarquista Simón Radowitzky (1891-1956) y lo deportó al Uruguay, e intentó implementar una política de nacionalización de los hidrocarburos. Fue demasiado. El 6 de septiembre de 1930 se produjo el primer golpe de Estado de la época constitucional encabezado por el ejército y respaldado por las oligarquías feudales que gobernaban algunas provincias, por las élites conservadoras y, como no podía ser de otra manera, por la siempre fluctuante clase media, la misma que había sido clave para su llegada al poder. Como quiera que fuese, la Unión Cívica Radical fue el primer partido que representó a la población que había estado excluida del juego político y social desde la Organización Nacional: los criollos, los inmigrantes y sus hijos, las clases media y baja; en definitiva, el radicalismo fue el primer partido de masas de América Latina, un lugar que conservaría hasta la llegada del peronismo. Justamente sobre la política obrera de los gobiernos radicales de Yrigoyen y Alvear se ocupa el historiador estadounidense Joel Horowitz (1949 en su obra "Argentina’s Radical Party and popular mobilization. 1916-1930" (El radicalismo y el movimiento popular. 1916-1930). Graduado en Historia en la University of California, Berkeley, y doctorado en la University of Pennsylvania, Horowitz es autor de varios ensayos sobre la historia de Argentina en la primera mitad del siglo XX. Entre ellos pueden mencionarse "Bosses and clients: municipal employment in the Buenos Aires of the radicals. 1916-1930" (Patrones y clientes: el empleo municipal en el Buenos Aires de los primeros gobiernos radicales. 1916-1930) y "Argentine Unions, the State and the rise of Perón. 1930-1945" (Los sindicatos, el Estado y el surgimiento de Perón. 1930-1946). También escribió numerosos artículos que han sido publicados en revistas académicas como "Desarrollo Económico", "Journal of Latin American Studies" e "Hispanic American Historical Review", entre otras. Su interés por el radicalismo, el peronismo y la vinculación de ambos partidos con el sindicalismo y la clase obrera surgió tras haber vivido en la Argentina en los convulsionados años '70, antes del golpe militar. Señala, con firmeza, que "es apasionante tratar de entender al peronismo; sigue siendo un misterio. No sólo los dirigentes gremiales no reconocen la influencia de los radicales en el modelo sindical -dice-. En parte es porque los peronistas creen que ellos son algo diferente. Perón siempre afirmó haber recogido las banderas de Yrigoyen que los radicales habían abandonado. Estos habían comprendido el papel de los sindicatos como un puente hacia los trabajadores. Perón llevó esas tácticas mucho más lejos que Yrigoyen y creía en la eficacia de insertar al sindicalismo en las estructuras estatales. Así, sólo con Perón la clase obrera se incorporó plenamente a la sociedad". Horowitz, quien desde 1989 es profesor de Historia en la St. Bonaventure University de Nueva York, habló sobre estos temas en la entrevista que le realizó Inés Hayes. La misma fue publicada en la revista "Ñ" nº 619 del 8 de agosto de 2015.


¿Cuáles fueron las herramientas teóricas y prácticas que utilizó el radicalismo para crear su estilo político, novedoso en toda América Latina?

Los radicales eran más pragmáticos que teóricos aunque sí tenían ideales, como el del nacionalismo o un determinado concepto de democracia y la construcción de que ellos la representaban. Lo novedoso fue lo que se denominó "obrerismo": la táctica de incluir a la clase trabajadora en la sociedad usando los sindicatos como un puente a la clase obrera y también creando una imagen de Yrigoyen casi como un santo, que quería a todos los argentinos y al mismo tiempo era ascética.

¿Cómo construía la UCR poder popular más allá del otorgamiento de puestos de trabajo que "se usaban como herramienta política"?

A despecho de los mitos que sostienen lo contrario, la empleomanía y las sinecuras no comenzaron ni terminaron con los radicales. El otorgamiento de puestos de trabajo contribuía a abastecer de trabajadores el aparato electoral del radicalismo, pero es difícil atribuirle mucho más que eso. Tanto personalistas como antipersonalistas usaban el patronazgo, pero solamente los personalistas tenían popularidad, por qué: Yrigoyen contribuyó a producir una imagen de sí mismo como una figura solícita y casi santa. Su preocupación por la gente común era auténtica y la estrategia denominada "obrerismo" tuvo efectos concretos. Su mensaje era que el partido e Yrigoyen se preocupaban por las clases populares y también, suyo fue gran parte del mérito de haber establecido elecciones limpias en la Argentina.

¿Sobre qué pilares se conformaron los planes económicos de los gobiernos radicales, signados por la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa y la antesala de la crisis del '30?

Los radicales no tenían mucha suerte con la economía. Al mismo tiempo, no me parece que tuvieran ideas muy desarrolladas sobre lo que querían hacer con ella. Su idea era la de profundizar el modelo exportador que existía. Durante la segunda presidencia de Yrigoyen trataban de estrechar las relaciones con Inglaterra, al mismo tiempo que la economía estaba cambiando con la entrada de multinacionales, muchos de ellas estadounidenses. Su respuesta a la inflación de la Primera Guerra no fue sistemática sino una serie de tácticas para sobrevivir a la crisis.

Al referirse al ocaso de la UCR usted afirma que una de las razones fue que los radicales descuidaron la construcción de "burocracias eficientes", algo que sí pudo lograr el peronismo, ¿a qué se debió esa situación?

Los radicales tenían un estilo muy personalista, especialmente durante la presidencia de Yrigoyen: él quería todo en sus propias manos. Por ejemplo, nunca quiso una relación formal con los sindicatos y ellos tenían que hablar con él o con alguno de sus seguidores más cercanos. El Departamento Nacional del Trabajo nunca tuvo los empleados necesarios. En su segunda presidencia, Yrigoyen no era el mismo que antes, estaba demasiado viejo para hacer todo por sí mismo; los problemas eran mayores. Y Perón quería una relación legal con los sindicatos, en parte para controlarlos y en parte para ayudarlos, entonces necesitaba una burocracia mucho más grande. Detrás de su personalismo, había un Estado bastante fuerte.

Si bien la relación de los radicales con el movimiento obrero fue un gran paso adelante porque "permitía a muchos trabajadores sentir que formaban parte de la sociedad", durante el radicalismo tuvieron hechos como la Patagonia Rebelde y la Semana trágica. ¿Cómo se reconfiguró la relación entre la UCR y el movimiento obrero luego de estos acontecimientos?

La relación con el movimiento obrero seguía más o menos en la misma pista después de 1919 (el año de la Semana trágica) hasta mediados de 1921 cuando la presión política de las fuerzas más conservadoras sobre Yrigoyen era demasiada. Había una ola de huelgas, especialmente un paro en el puerto de Buenos Aires. Después, los radicales abandonaron el apoyo para las huelgas y comenzaron a buscar ayudar a sindicatos que usaban otras formas de conseguir mejoras para sus afiliados como la Unión Ferroviaria. Trataron de mostrar que todos los argentinos eran iguales, cosa muy importante y en algunos sentidos revolucionaria.

Usted escribe: "Perón siempre afirmó haber recogido las banderas de Yrigoyen que los radicales abandonaron. Aunque esta afirmación podría considerarse una muestra de retórica política vacía, hay bastante de cierto en ella", ¿qué hay de cierto?

Muchas de las tácticas de Perón reflejaban las de los radicales quienes habían comprendido la importancia de la clase obrera y el papel posible de los sindicatos, como un puente hacia los trabajadores. La ayuda que se les prestara podía redundar en apoyo popular, y los vínculos con los sindicatos, legitimar esa popularidad. Perón llevó esas tácticas mucho más lejos que Yrigoyen. El escenario que se le presentaba era muy diferente, porque el país había cambiado. La industrialización estaba en una etapa más avanzada que en la década de 1920 y muchos más obreros podían votar. En su uso de la caridad personal y el intento de aparecer como una personalidad piadosa, Yrigoyen era un claro antecedente del papel que desempeñó Eva Perón por medio de su fundación. Además, el personalismo de Yrigoyen, su habilidad de crear una vinculación personal con un gran sector de la población, fue un modelo para Perón.

El estilo de Yrigoyen, que negaba legitimidad a la oposición, continuó o se profundizó durante los dos primeros gobiernos de Perón, ¿cómo puede caracterizarse esta forma de hacer política en la actualidad argentina y qué perjuicios conlleva para construir una verdadera democracia?

Creo que este estilo de Yrigoyen puede llamarse ahora el estilo argentino. Existía con mucha fuerza hasta por lo menos 1983. Y ahora vuelve otra vez. Hay bastante gente de ambos lados del mundo político que dice que a los otros les falta legitimidad. Es un estilo malísimo porque la democracia necesita partidos de oposición fuertes con verdaderas posibilidades de cambio. Si no existe, hay demasiada posibilidad de soberbia y corrupción y grandes grupos de la población se sienten excluidos de la sociedad.