16 de febrero de 2015

Luisa Valenzuela: "En la Argentina el libro sobrevive, muchas veces gracias a los pequeños editores, y los jóvenes escritores tienen la posibilidad de publicar"

La gran narradora argentina Luisa Valenzuela (1938) se sintió atraída por la escritura desde muy joven y empezó a publicar textos en la adolescencia en diversas revistas como "Atlántida", "El Hogar", "Esto Es" y "Ficción". Los avatares de su vida personal la llevaron a vivir en diversas ciudades del mundo (París, México, Barcelona, Nueva York), hasta que, en 1989, volvió definitivamente a Buenos Aires, donde suele ejercer el periodismo en calidad de columnista. Su extensa obra literaria comprende, entre otros títulos, "Cola de lagartija", "Realidad nacional desde la cama", "Novela negra con argentinos", "Cuidado con el tigre" y "La máscara sarda, el profundo secreto de Perón" (novelas); "Los heréticos", "Aquí pasan cosas raras", "Simetrías" y "Tres por cinco" (cuentos); "Juego de villanos", "ABC de las microfábulas" y "Brevs. Microrrelatos completos hasta hoy" (microrrelatos); y "Peligrosas palabras. Reflexiones de una escritora", "Escritura y secreto", "Los deseos oscuros y los otros (cuadernos de New York)", "Acerca de Dios (o aleja)" y "Taller de escritura breve" (ensayos). Su obra ha sido extensamente traducida y estudiada; ensayos al respecto y cuentos suyos figuran en innumerables antologías y libros de texto del mundo entero. A mediados del año pasado, Valenzuela fue nombrada Ciudadana Ilustre de Buenos Aires y, por esos mismos días, ofició de anfitriona activa de las reuniones de la Asociación Mundial de Escritores, PEN, entidad que la nombró su presidenta en Buenos Aires. Su última obra publicada es "Entrecruzamientos", un ensayo en el que la autora establece sincronías, convergencias, motivaciones, intereses y obsesiones en las trayectorias literarias y de vida de dos grandes de la literatura iberoamericana: Julio Cortázar (1914-1984) y Carlos Fuentes (1928-2012). Concebida como un homenaje y al mismo tiempo una muestra de cariño y admiración, esta obra es producto de una seria indagatoria sobre la obra literaria y parte de la vida personal de estos escritores, a partir de explorar veredas ignotas para la crítica y la historiografía. Más que un trabajo de análisis del discurso o de textos literarios, Valenzuela define este ensayo como un fisgoneo por las cavernas de la imaginación de esos dos grandes escritores, tan dispares y a la vez con tantos puntos de encuentro. Lo que sigue es un compendio de las entrevistas realizadas por Ángel Vargas para la edición del 27 de octubre de 2014 del periódico "La Jornada", y por Silvana Boschi para el nº 556 de la revista "Ñ" aparecida el 24 de mayo de 2014. En ellas, la escritora habla, entre otros temas, sobre las actividades del Pen Club Internacional, la vitalidad del mundo editorial argentino y los entrelazamientos entre el mexicano Fuentes y el argentino Cortázar, dos grandes referentes del "boom" de la literatura latinoamericana.


¿Para qué fueron las reuniones del PEN en Buenos Aires?

Lo que quiere hacer este centro acá es revivir. Porque hay un importante reconocimiento de los argentinos en el ámbito de la literatura. No se trata de un sindicato para apoyar a los escritores individualmente, sino que una de las grandes misiones del PEN es defender la libertad de prensa, la libertad de escribir, la libertad de la palabra, los derechos humanos en los escritores. El presidente actual, John Ralston Saul, es sumamente activo. Es un politólogo canadiense que también es novelista, muy buen novelista. Entonces aúna las dos cosas y trabaja en la defensa los derechos humanos de los escritores, en países donde hay escritores y periodistas muertos, perseguidos. Es una herramienta global para defenderlos, porque aisladamente no podés hacer nada.

¿Cree que la literatura está en crisis?

Justamente en estos días, con la gente del PEN, reconocíamos que acá anda mucho mejor el libro publicado en papel que en otras partes del mundo. Porque acá hay un respeto a las pequeñas editoriales, que tienen el mismo nivel que las grandes, en la difusión, en la librería. En los Estados Unidos no reseñan un libro en "paper". Acá hay algo mucho más democrático y el libro sobrevive, muchas veces gracias a los pequeños editores. Y los jóvenes escritores tienen la posibilidad de publicar.

¿Cómo era la relación literaria con su mamá, la escritora Luisa Mercedes Levinson?

Era unilateral. Yo estaba muy entusiasmada con las cosas de ella, ella era más reservada con las mías. Pero a mí me encantó cuando empezó a publicar, le hice un álbum enorme de recortes. Mi madre decía que éramos Alejandro Dumas padre e hijo, y a mí me ofendía porque yo quería ser Alejandro Dumas padre.

Su hija también es artista, la pintora Ana Lisa Marjak. ¿O sea que ustedes el ADN artístico lo transmiten de madres a hijas?

Hay una línea matrilineal muy fuerte. Mi abuela, creo que mi bisabuela también, era hija única. A mí me interesaba mucho el ambiente que se vivía en mi casa, a mi hija no le interesó tanto. Yo espiaba eso y después me iba de aventuras. Me casé a los veinte años, muy joven, creo que para escaparme de mi casa. Yo no quería ser escritora, me parecía interesante lo que decían pero eran muy pasivos. Había tenido mucho contacto con Borges, quien escribió un cuento en colaboración con mi madre, y conocí a otros grandes escritores de la época: Sabato, Bioy Casares, Mallea.

¿Cómo se fue dando en sus textos la narración de los temas políticos?

Son cosas que se te cuelan, que no podés evitar. Estás viviendo aquí todos esos años tan violentos, y el tema se te impone. Porque aunque yo crecí al lado de estos escritores que creían que era un anatema hablar de política en la literatura, uno también es un animal político, y no podés vivir en la torre de marfil. Entonces me invadió de a poco y escribí algunas cosas. Sobre todo ese libro que se llama "Cuidado con el tigre". Pero cuando aprendí realmente fue cuando volví al país, después de haber estado viajando un tiempo, en el '73-'74. Me encontré con la Argentina de la Triple A que no era la que yo había dejado. Entonces ahí entendí que escribía o no podía pertenecer. Y para mí, el entender, el escribir, hace que pueda integrarme a lo que está sucediendo, aunque sea pésimo.

¿Qué está escribiendo ahora?

Ah, nunca lo había hecho, pero ahora me metí en libros por encargo. Yo escribía novelas tranquila, alguna vez me dijeron, "bueno, la queremos rápido". Con "La máscara sarda", por ejemplo, me apuré muchísimo, porque pensé que el tema iba a saltar y me lo iban a robar, pero nadie se interesó tanto, nadie quiso enterarse de esta leyenda de que Perón había nacido en Cerdeña. Pero me apuré y en cinco meses el libro estaba impreso. Ahí aprendí a escribir muy rápido. Entonces se me ocurrió decirle a la gente de Alfaguara que tenía un libro sobre Cortázar y Fuentes, y me lo pidieron. Mientras tanto tengo en la hornalla de atrás, como dicen los ingleses, un libro sobre máscaras que es lo que más me apasiona en la tierra.

¿De qué trata el libro de Fuentes y Cortázar?

Se llama "Entrecruzamientos". Yo ya había presentado muchos libros de Fuentes, y también trabajé con textos de Cortázar, a quien conocí, y pensé que iba a encontrar tres o cuatro entrecruzamientos, entre otros que Fuentes hizo la Cátedra Cortázar en Guadalajara. Entonces propuse eso, Fuentes de un lado, Cortázar del otro. Y cuando empecé a escribir, encontré millones de momentos en los que se cruzan, de una manera u otra. Se convirtió en una cosa exploratoria de la relación entre ellos y de los temas que tocaron separadamente, y de sus encuentros, que eran muchos más de lo que yo pensaba.

¿Por qué considera necesaria una reflexión de esta naturaleza, la de confrontar o entrecruzar a estos dos escritores?

Entre otras cosas, por la unión entre el norte y el sur que ellos representan. Ambos son los dos extremos de la América hispánica que se abrazan de manera muy particular. Eso me parece muy interesante: tener una mirada del sur, así un poco más fría, aunque Cortázar no lo fuera; la mirada del norte más barroca, desde la parte más tropical de ese mundo de Fuentes en el que las abuelas le contaban historias. Son muchos los puntos de coincidencia en su vida. Los dos son profundamente latinoamericanos y nacidos fuera de sus respectivos países: Cortázar, en Bruselas, mientras Fuentes, en Panamá. Ambos pasaron su adolescencia en Buenos Aires, buscaron como sitio de descanso Londres, hicieron su último viaje a la capital argentina antes de morir y se encuentran enterrados en el cementerio de Montparnesse.

El acercamiento que usted hace a Fuentes y Cortázar y la relación entre ellos, ¿es más afectivo que académico?

No me interesó hacer algo muy formal, porque no es algo que tenga que ver conmigo. No soy académica, no tengo el rigor universitario, soy una escritora de ficción de mucha experiencia, y lo que entró en juego también es mi experiencia periodística, algo que agradezco mucho. Esto me permitió manejar un material diverso, encontrar las conjunciones, armar la historia brevemente, no expandirme en explicaciones tediosas. Además, en última instancia, uno escribe el libro que le gustaría leer. Entonces este es un libro con el tipo de tono de voz que yo disfrutaría. No sabría hacerlo de otra manera aunque quisiera. Por eso no soy crítica literaria, tampoco estoy dando una opinión. Me gusta indagar, la exploración, la aventura del conocimiento. Son temas que a ellos dos también les interesaba, esa aventura del conocimiento, esa sed y curiosidad de saber, que lleva a grandes escritores a profundizar en muchos campos.

¿Hay mucho trabajo detrás de este ensayo?

Tuve que adentrarme profundamente tanto a su literatura como lo que se ha escrito sobre ellos. Por suerte tenía material, muchos libros marcados, porque yo también leo y hago anotaciones. Además, he presentado muchos libros sobre Fuentes y escribí cosas sobre Cortázar. Entonces, eso me permitió tener material trabajado, aunque debí volver a profundizar y encontrarme con asombros. No habría podido hacer este libro, ni ningún otro, si eso no implicaba aventurarme en un terreno para mí desconocido, donde he ido haciendo descubrimientos a cada paso. Estuve atenta, a la caza de la información, viendo cómo Cortázar y Fuentes trabajan y tienen tan profundamente arraigados temas como, por ejemplo, el tiempo, de maneras diferentes pero equivalentes. Cortázar piensa en el tiempo tipo la cinta de Moebius, que se repliega sobre sí misma, mientras Fuentes tiene tiempos simultáneos, a partir de una frase de Platón que dice que cuando la eternidad se mueve es el tiempo. Y él va buscando esas referencias. Ambos tienen obsesiones parecidas, aunque las ven cada uno desde miradas muy distintas. Pero la indagatoria es similar, así como la obsesión por la escritura. Son grafómanos los dos. Escribieron siempre.

¿Qué fue lo que más le sorprendió y le conmovió al hacer este trabajo?

Me conmovía mucho, por el lado de Cortázar, todo lo que él trata de decir, lo inefable, porque él trata de decir aquello que no puede ser dicho; de Fuentes, cuando sigue esas fantásticas recomendaciones nietszcheanas de crear las nuevas ceremonias porque Dios ha muerto. Eso me resultó muy estimulante. Me sorprendí a cada paso. No sabía, por ejemplo, de la hermana de Fuentes, Berta, y que tuviera un par de libros publicados. La hermana de Julio también queda muy relegada al olvido; la niega un poco, porque tenía la idea de incesto, cosa que él va confesando. Muy raro que este hombre vaya confesando estos sueños que tiene. Fue una especie de juego, también, irme encontrado con esas asociaciones del deseo como un caballo, que aparece tanto en Fuentes como en Cortázar en distintos momentos de su literatura. Sin embargo, lo que más me encantó fue releer y encontrarme con esos dos autores tan prodigiosos y humanos, tan brillantes, lúdicos y excepcionales. Fue muy lindo, como conversar con ellos otra vez, al lado.

¿Cómo influyeron en su carrera los diez años que vivió en Estados Unidos, cuando muchos escritores argentinos se iban a Europa? ¿Tuvo que ver con que su obra se conociera menos acá?

Sí, posiblemente. A mí me invitaron a Estados Unidos como escritora residente, a Nueva York. Pero yo ya tenía un grado de amor, de fascinación con ese país cuando escribí "El gato eficaz", y conocí por primera vez Nueva York, una ciudad a la que le tenía mucho miedo. Yo no quería ir, extrañaba Europa, pero Nueva York me fascinó, en su violencia, en su locura, en los aspectos más oscuros, que son tan literarios. También creo que soy una escritora un poco incómoda. No toco los temas de las mujeres, en general, y el ir y venir al país también incomodó. Igual siento que hay un reconocimiento inesperado al ser nombrada Ciudadana Ilustre de la Ciudad.

¿Cómo ve el mundo literario argentino?

Lo que me da lástima es que esté atomizado, porque es riquísimo, pero tenemos poco contacto los unos con los otros. Y después empiezan estas grescas de si alguien es K o no es K, y eso me parece atroz y muy poco conducente. Pero la riqueza es fantástica. Hay un fervor literario extraordinario en este país, por eso me interesa también lo de rearmar el PEN, porque podríamos reagruparnos, hacer un poco una cierta hermandad, apolítica, donde no haya intereses personales.