21 de agosto de 2021

La sempiterna leyenda del encuentro con la Muerte

La palabra "apólogo" proviene del latín "apolŏgus" cuyo significado es "cuento". Según el diccionario de la Real Academia Española se trata de una "composición literaria de carácter narrativo, relativamente breve, de la que se extrae una enseñanza práctica o moral". Una de esas composiciones que, con un mínimo de narración y un predominio del diálogo, es la que expone la eterna lucha entre la vida y la muerte, aquella que el escritor francés Jean Cocteau (1889-1963) intercaló sin título a modo de pasaje en su novela "Le grand écart" (La gran separación) en 1923. La versión más difundida y conocida en español llegó a la Argentina de la mano de Jorge Luis Borges (1899-1986), Silvina Ocampo (1903-1993) y Adolfo Bioy Casares  (1914-1999), quienes lo titularon "El gesto de la muerte" y lo incluyeron, primero en la célebre "Antología de la literatura fantástica" en 1940, y luego en "Cuentos breves y extraordinarios" en 1953.
La versión de Cocteau dice así: "Un joven jardinero persa dice a su príncipe:
- ¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahán.
El bondadoso príncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el príncipe encuentra a la Muerte y le pregunta:
- Esta mañana, ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?
- No fue un gesto de amenaza -le responde- sino un gesto de sorpresa. Pues lo veía lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán".
El origen de este apólogo se remonta, según algunos historiadores, al "Talmud Bávli" (Talmud de Babilonia) del siglo VI y, para otros, a la tradición sufí de Oriente Medio recogida en la obra "Hikayat-i-Naqshia" (Historias con moraleja) a principios del siglo IX. Pero, lo cierto es que la vieja historia de la lucha entre la vida y la muerte sirvió de germen, a lo largo de los años, a múltiples recreaciones literarias -ya sean cuentos, novelas, obras de teatro, ensayos o poemas- con algunas variantes en la trama y distintos títulos y finales.
En el siglo XIII, por ejemplo, el poeta y filósofo persa Yalal ad-Din Muhammad Rumi (1207-1273) incluyó en su "Masnavi-ye Manavi" (Coplas espirituales) -un vastísimo tratado sobre el sufismo- el apólogo llamado "Sulaiman wa Azriel" (Salomón y Azrael): "Un hombre vino muy temprano a presentarse en el palacio del profeta Salomón, con el rostro pálido y los labios descoloridos. Salomón le preguntó:
      ¿Por qué estás en ese estado?
Y el hombre le respondió:
- Azrael, el ángel de la muerte, me ha dirigido una mirada impresionante, llena de cólera. ¡Manda al viento, por favor te lo suplico, que me lleve a la India para poner a salvo mi cuerpo y mi alma!
Salomón mandó, pues, al viento que hiciera lo que pedía el hombre. Y, al día siguiente, el profeta preguntó a Azrael:
- ¿Por qué has echado una mirada tan inquietante a ese hombre, que es un fiel? Le has causado tanto miedo que ha abandonado su patria.
Azrael respondió:
- Ha interpretado mal esa mirada. No lo miré con cólera, sino con asombro. Dios, en efecto, me había ordenado que fuese a tomar su vida en la India, y me dije: ¿cómo podría, a menos que tuviese alas, trasladarse a la India?".


Muchos años más tarde, en 1926, el filósofo, poeta y ensayista holandés Pieter Nicolaas van Eyck (1887-1954) publicó "De tuinman en de dood" (El jardinero y la muerte), un poema con el que obtuvo una inmensa fama. En él reprodujo casi sin variaciones la vieja historia sin mencionar su origen, por lo que sería muchos años después acusado de plagio. El poema dice así: 
"Habla un noble persa:/ Esta mañana, el jardinero entró en mi casa, pálido de miedo/ diciéndome: "¡Señor, señor, escuche!/ Allí, en la rosaleda, estaba podando retoño tras retoño/ y entonces miré tras de mí. Allí estaba la Muerte./ Me asusté y corrí hacia el otro lado,/ pero aún así vi de nuevo la amenaza de su mano./ Maestro, solicito su caballo y su permiso para partir a toda velocidad./¡Antes de que caiga la noche llegaré a Ispahán!"./ Esta tarde (mucho después de su apresurada partida)/ me topé con la Muerte en el parque de los cedros./ "¿Por qué -le pregunto, al notar que espera y calla-/ has amenazado esta mañana temprano a mi sirviente?". /Sonriente, me responde: "No fue de mi amenaza/ de lo que huía tu jardinero. Fue de mi sorpresa/ al ver esta mañana que trabajaba aquí, en silencio,/ aquél a quien yo debía encontrar por la noche en Ispahán".
Luego, en 1933, el novelista, dramaturgo y ensayista inglés William Somerset Maugham (1874-1965) estrenó en el Wyndham's Theatre de Londres la que sería su última obra teatral: "Sheppey". En el tercer y último acto de la pieza, el protagonista, un laborioso peluquero llamado precisamente Sheppey, mantiene un diálogo con la Muerte. A diferencia de Van Eyck, el escritor británico aclaró desde un principio que él no había inventado la leyenda incluida en la obra. Su versión pone en boca de la Muerte lo siguiente: "Había en Bagdad un mercader que envió a su criado al mercado a comprar provisiones. Al poco tiempo el criado regresó pálido y tembloroso y dijo: 'Señor, hace un momento, mientras estaba en la plaza del mercado, he sido empujado por una mujer que se hallaba entre la multitud y, cuando me volví, vi que era la Muerte. Me miró e hizo un gesto de amenaza. Préstame tu caballo para alejarme de la ciudad y escapar a mi destino. Iré a Samarra y allí la Muerte no me encontrará'. El mercader le prestó su caballo y el sirviente montó en él, picó espuelas y huyó a galope tendido. Después el mercader bajó a la plaza del mercado y, descubriéndome entre la multitud, se acercó y me dijo: '¿Por qué esta mañana le has hecho un gesto de amenaza a mi criado?'. 'No fue un gesto de amenaza -respondí-, sino de sorpresa. Me ha extrañado verlo aquí, en Bagdad, porque esta noche tengo una cita con él en Samarra'".
Algo más de medio siglo después, en 1988, la escritora estadounidense Katherine Neville 
(1945) colocó el texto "Legend of the appointment in Samarra" (Leyenda de la cita en Samarra) como cita introductoria al capítulo 2 de su novela "The eight" (El ocho): "Un criado oyó en la plaza del mercado que la Muerte lo estaba buscando. Volvió a casa corriendo y le dijo a su amo que debía huir a la vecina población de Samarra para que la Muerte no lo encontrara. Esa noche, después de la cena, llamaron a la puerta. El amo abrió y vio a la Muerte, con su larga túnica y su capucha negras. La Muerte preguntó por el criado.
- Está enfermo y en cama -se apresuró a mentir el amo-. Está tan enfermo que nadie debe molestarlo.
- ¡Qué raro! -comentó la Muerte-. Seguramente se ha equivocado de sitio, pues hoy, a medianoche, tenía una cita con él en Samarra".


Ese mismo año, en España, el escritor vasco Bernardo Atxaga (1951) incluyó en su libro de cuentos "Obabakoak" su versión del antiguo apólogo bajo el título de "Dayoub, el criado del rico mercader": 
"Érase una vez, en la ciudad de Bagdad, un criado que servía a un rico mercader. Un día, muy de mañana, el criado se dirigió al mercado para hacer la compra. Pero esa mañana no fue como todas las demás, porque esa mañana vio allí a la Muerte y porque la Muerte le hizo un gesto. Aterrado, el criado volvió a la casa del mercader,
- Amo -le dijo-, déjame el caballo más veloz de la casa. Esta noche quiero estar muy lejos de Bagdad. Esta noche quiero estar en la remota ciudad de Ispahán.
- Pero, ¿por qué quieres huir? -le preguntó el mercader.
- Porque he visto a la Muerte en el mercado y me ha hecho un gesto de amenaza.
El mercader se compadeció de él y le dejó el caballo, y el criado partió con la esperanza de estar esa noche en Ispahán. El caballo era fuerte y rápido, y, como esperaba, el criado llegó a Ispahán con las primeras estrellas. Comenzó a llamar de casa en casa, pidiendo amparo.
- Estoy escapando de la Muerte y os pido asilo -decía a los que le escuchaban.
Pero aquella gente se atemorizaba al oír mencionar a la Muerte y le cerraban las puertas. El criado recorrió durante tres, cuatro, cinco horas las calles de Ispahán, llamando a las puertas y fatigándose en vano. Poco antes del amanecer llegó a la casa de un hombre que se llamaba Kalbum Dahabin.
- La Muerte me ha hecho un gesto de amenaza esta mañana, en el mercado de Bagdad, y vengo huyendo de allí. Te lo ruego, dame refugio.
- Si la Muerte te ha amenazado en Bagdad -le dijo Kalbum Dahabin-, no se habrá quedado allí. Te ha seguido a Ispahán, tenlo por seguro. Estará ya dentro de nuestras murallas, porque la noche toca a su fin.
- Entonces, ¡estoy perdido! -exclamó el criado.
- No desesperes todavía -contestó Kalbum-. Si puedes seguir vivo hasta que salga el sol, te habrás salvado. Si la Muerte ha decidido llevarte esta noche y no consigue su propósito, nunca más podrá arrebatarte. Esa es la ley.
- Pero ¿qué debo hacer? -preguntó el criado.
- Vamos cuanto antes a la tienda que tengo en la plaza -le ordenó Kalbum, cerrando tras de sí la puerta de la casa.
Mientras tanto, la Muerte se acercaba a las puertas de la muralla de Ispahán. El cielo de la ciudad comenzaba a clarear. 'La aurora llegará de un momento a otro -pensó-. Tengo que darme prisa. De lo contrario, perderé al criado'. Entró por fin a Ispahán, y husmeó entre los miles de olores de la ciudad buscando el del criado que había huido de Bagdad. Enseguida descubrió su escondite: se hallaba en la tienda de Kalbum Dahabin. Un instante después, ya corría hacia el lugar. En el horizonte empezó a levantarse una débil neblina. El sol comenzaba a adueñarse del mundo. La Muerte llegó a la tienda de Kalbum. Abrió la puerta de golpe y... sus ojos se llenaron de desconcierto. Porque en aquella tienda no vio a un solo criado, sino a cinco, siete, diez criados iguales al que buscaba. Miró de soslayo hacia la ventana. Los primeros rayos del sol brillaban ya en la cortina blanca. ¿Qué sucedía allí? ¿Por qué había tantos criados en la tienda? No le quedaba tiempo para averiguaciones. Agarró a uno de los criados que estaba en la sala y salió a la calle. La luz inundaba todo el cielo. Aquel día, el vecino que vivía frente a la tienda de la plaza anduvo furioso y maldiciendo.
- Esta mañana -decía- cuando me he levantado de la cama y he mirado por la ventana, he visto a un ladrón que huía con un espejo bajo el brazo. ¡Maldito sea mil veces! ¡Debía haber dejado en paz a un hombre tan bueno como Kalbum Dahabin, el fabricante de espejos!".


Más recientemente, el escritor británico Jeffrey Archer (1940) inició su libro de cuentos "To cut a long story short" (En pocas palabras), publicado en 2000, con una versión puesta también en boca de la propia Muerte titulada "Death speaks" (La Muerte habla): 
"Érase una vez un mercader de Bagdad que envió a su criado al mercado para comprar provisiones, y el criado regresó al poco rato, pálido y tembloroso, y dijo: "Amo, cuando estaba en el mercado, una mujer me empujó en medio de la multitud, y cuando me volví, vi que era la muerte quien me había empujado. Me miró e hizo un gesto amenazador. Prestadme vuestro caballo, huiré de esta ciudad y burlaré a mi destino. Iré a Samarra, y allí la muerte no me encontrará". El mercader le prestó el caballo, el criado lo montó, hundió las espuelas en sus flancos y el caballo partió a galope tendido. Después, el mercader fue al mercado, me vio entre la multitud, se acercó a mí y dijo: "¿Por qué hiciste un gesto amenazador a mi criado cuando te vio esta mañana?". "No fue un gesto amenazador, dije, sólo de sorpresa. Me sorprendió verlo aquí en Bagdad, porque tenía una cita con él esta noche en Samarra".
He aquí sólo una pequeña muestra de las diferentes versiones de una leyenda que ha perdurado a lo largo de los siglos. Ha habido más, muchas más. Algunas de ellas: la del dramaturgo francés Jacques Deval (1895-1972), que la incluyó en su drama "Ce soir a Samarcande" (Esta noche en Samarcanda); la del escritor español Juan Benet (1927-1993) que hizo lo propio en su libro de cuentos cortos "Trece fábulas y media"; la del escritor estadounidense Paul Theroux (1941), que hizo otro tanto en su colección de tres novelas breves "The elephanta suite" (Elefanta suite); y hasta el mismísimo Gabriel García Márquez (1927-2014) introdujo una adaptación en su libro "Cómo se cuenta un cuento" bajo el nombre de "La muerte en Samarra".
Hay también versiones en formato de historieta como la del dibujante estadounidense Tim Sale (1959), quien la publicó con el título "Appointment in Samarra" (Cita en Samarra), y la de la guionista y dibujante iraní Marjane Satrapi (1969), quien la incluyó en su comic "Poulet aux prunes" (Pollo con ciruelas). Incluso hay referencias a ella en el cine. Un ya anciano Boris Karloff (1887-1969) cuenta la vieja fábula persa sobre la Muerte en "Targets" (Blancos móviles), la película que Peter Bogdanovich (1939) rodó en 1968, y, más recientemente, en el film "Redacted" (Guerra sin fin) dirigido en 2007 por Brian de Palma (1940), basado en un hecho real (el asesinato de toda una familia iraquí por un grupo de soldados norteamericanos), se alude también a la historia de la Muerte.


El tema de la inexorabilidad de la muerte es el eje sobre el que gira esta historia y, sin dudas, ha dejado una grieta en las conciencias coherentes. Para el multifacético escritor francés Albert Camus (1913-1960) la muerte es la razón sin razón. En "Le mythe de Sisyphe" (El mito de Sísifo) se preguntaba: "¿Qué es más absurdo, la vida o la muerte?". Y respondía: "En un universo absurdo, la muerte es una contingencia tan irrazonable como la vida". Para el filósofo francés Jean Paul Sartre (1905-1980), la muerte es ruptura, quiebra, límite, caída en el vacío. Lejos de dar un sentido a la vida, le quita toda significación. En "La mort dans l'âme" (La muerte en el alma), decía con amargura que "se muere demasiado pronto o demasiado tarde". En cambio el actor y director cinematográfico estadounidense Woody Allen (1935), como no podía ser de otra manera, se lo toma con más humor: "No le temo a la muerte, sólo que no me gustaría estar allí cuando suceda".