15 de agosto de 2014

Eric Hobsbawm: "El marxismo es una forma de interpretar el mundo que ha probado y continúa probando su extrema utilidad" (3)

Hobsbawm, escribió extensamente sobre una gran variedad de temas, pero se centró especialmente en el análisis de lo que denominó la "revolución dual", donde incluía los cambios llevados por las simultáneas Revolución Francesa y Revolución Industrial. Jamás renegó del Partido Comunista, y aunque esquivó y demoró sus críticas al estalinismo, no obstante criticó duramente las intervenciones de la Unión Soviética en Hungría (1956) y en Checoslovaquia (1968). Inevitablemente, su filiación política produjo una incomodidad constante en el mundo académico anglosajón, lo que no impidió sus trabajos se convirtiesen tempranamente en manuales universitarios. Atacado durante la Guerra Fría por el macartismo, en 1948 publicó su primer libro, "Labour's turning point" (Trabajadores, un punto de inflexión), al que seguirían "Primitive rebels. Studies in archaic forms of social movement in the 19th and 20th centuries" (Rebeldes primitivos. Estudio sobre las formas arcaicas de los movimientos sociales en los siglos XIX y XX), "Labouring men" 
(Trabajadores) y "Bandits" (Bandidos), cuyos títulos revelan su interés por los sectores marginados y las clases subalternas. Pero los libros más conocidos por el público en general fueron "The age of revolution. Europe. 1789-1848" (La era de la revolución. Europa. 1798-1848), "The age of capital. 1848-1875" (La era del capital. 1848-1875), "The age of empire. 1875-1914" (La era del imperio. 1875-1914) y "The age of extremes. The short twentieth century. 1914-1991" (La era de los extremos. El corto siglo XX. 1914-1991). Lo que sigue es la tercera parte del compilado de entrevistas a Hobsbawm, "uno de los historiadores más influyentes del siglo XX" tal como lo definió el diario británico "The Guardian" en el 
obituario publicado el 1 de octubre de 2012.


¿Cómo podría uno convencer a los económicamente fuertes para que ayudasen a los económicamente débiles? ¿Cómo podría arreglárselas para que los primeros pusiesen sus propios intereses en segundo término? La motivación no puede continuar debiéndose principalmente a intereses ma­teriales; debemos cambiar la conciencia de la gente.

Que hoy no se puede reconstruir a partir de los intereses materiales. Verdaderamente, no creo que nadie pu­diese hacerlo.

Esto parece probar que usted no es un marxista suficientemente ortodoxo, pero creo que tiene razón.

Naturalmente, cualquier ideal sin una base mate­rial es irrelevante. Pero el hombre es un ser consciente y por tanto todas las cosas, incluso los intereses materiales, se ex­presan a través de la conciencia humana, mediante las ideas. No pienso que se pueda analizar a la gente de una manera puramente conductista, como si reaccionase "automáticamen­te", dependiendo de si su renta real sube o baja. La gente no es así, gracias a Dios, aunque hay un intento de convertirla en esa clase de ente. Actualmente los materialistas determi­nistas se dedican a la publicidad.

Los estilos de vida ya no dependen simplemente de los ingresos. La gente puede tener ingresos relativamente similares y al mismo tiempo estilos de vida totalmente dife­rentes. Por esta razón se necesita una estrategia diferenciada, una estrategia capaz de dirigirse a gentes con diferentes esti­los de vida y, al propio tiempo, de ganarlas para algún tipo de acción política. Muchas veces los partidos fracasan en esto. Estas enormes "cocinas" políticas encuentran que su capa­cidad de integración se debilita cada vez más.

Me temo que debo discrepar de usted en este pun­to. Usted dice que se opone al sentimentalismo de la tradi­ción y a mirar el pasado. Muy bien. Sin embargo, pienso que hoy en día uno de los puntos más importantes es que en Gran Bretaña la gente está buscando una cierta seguridad moral, y parte de esta seguridad moral es la idea de que el mundo no está compuesto simplemente por individuos que sólo se preocupan por el "número uno" y están inmersos en una lu­cha constante unos contra otros. Pienso que uno de los pro­blemas de la izquierda es que ha dejado de buscar los anti­guos buenos tiempos, que en cierta forma es la búsqueda de una sociedad buena, de lo correcto. Uno de los rasgos más acusados del movimiento comunista en Italia, por ejemplo, es que ha aprendido a habérselas con la transición de un an­tiguo proletariado a una nueva sociedad. Uno de los grandes logros del PCI es que todos los italianos lo ven como el úni­co partido honesto y honorable.

Porque combatió contra el fascismo...

En parte por eso, y en parte porque no se ha co­rrompido. La gente habla de él como del único partido incorruptible, y a este respecto de alguna manera ha comprendido la necesidad de ejercer un atractivo moral. No se trata de un atractivo puramente individual. Con escasas excepciones, hemos dejado esto a los demás; hemos dejado el patriotismo a los demás. La izquierda teme excederse de alguna manera. Tiene miedo. Pienso que debemos encontrar nuevas ba­ses para la solidaridad sin por ello abandonar las antiguas.

Tengo la impresión de que la gente cada vez es más consciente de que la izquierda no puede representar adecuadamente sus intereses, y no pue­de satisfacerlos. Es ilusorio pensar que la clásica política de pleno empleo keynesiana, que durante décadas ha sido la base de la políti­ca económica socialista, sea capaz de combatir la actual tasa de desempleo, teniendo que vérselas con los altos tipos de in­terés estadounidenses, el mercado del eurodólar y lo que está sucediendo en el mercado internacional de capital. Hay tan­tos factores determinantes de ámbito internacional que la po­lítica nacional pierde toda efectividad. Mi conclusión ante todo ello es que si no se llega a una europeización de la política, sino que se continúa alimentando la ilusión de que es posi­ble superar los problemas dentro del antiguo Estado-Nación, la credibilidad disminuirá cada vez más porque la gente em­pezará a sentir que la izquierda sólo se limita a hablar y que en rea­lidad no está adecuadamente preparada para influir en política.

Me temo que no estoy de acuerdo con lo que dice. Personalmente, no siento un gran entusiasmo por Europa en sí misma. Pero lo que usted dice se apoya en que actualmen­te ningún país, a excepción de Estados Unidos, puede definir su política económica de manera autónoma. Para muchos paí­ses europeos, y también para muchos países del mundo es imposible cualquier política nacional. Y en ausencia de una política mundial la única posibilidad es combinar a nivel supranacional. Dada la actual situación, esto debe hacerse a nivel europeo. Una moneda estandarizada sería una cosa útil. Eco­nómicamente, por tanto, es ciertamente algo útil y necesario, y en términos políticos podría también facilitar un extremadamente deseable sentido de entendimiento recíproco entre los diversos movimientos nacionales de la izquierda. Por otra parte, naturalmente la derecha europea también saldría for­talecida.

Para la izquierda británica parece ser especialmente difícil emprender una senda europeizante. ¿Podemos acha­carlo a la generalizada tradición anticontinental en el Reino Unido, o se debe a alguna otra razón?

A mi entender esto se debe a la tradición históri­ca. Con ello quiero decir que históricamente nuestra grande­za dependió de nuestra separación de Europa. Los vínculos europeos sólo han sido importantes para nosotros, en térmi­nos económicos, a mediados del siglo XIX aproximadamente, época en la que exportábamos maquinaria, tecnología, etc. al continente europeo en la primera fase de su industrializa­ción, hasta que a su vez éste empezó a competir con nosotros. La base de la economía británica tenía su centro en el mercado de ultramar, y sigue siendo así, y esto tuvo un enor­me peso en la tradición. Por otra parte, también es cierto que la CEE no parece ser especialmente beneficiosa para el Rei­no Unido. Sólo si uno reconoce cuan débil es la auténtica si­tuación económica del país, se pueden entender los verdade­ros argumentos en favor de la integración en la Comunidad. Y hasta la década de los sesenta, quizás la de los setenta, se negaba -o cuando menos se subestimaba- la debilidad fun­damental de la economía británica.

Pero, después de todo, la victoria de los britá­nicos -y también del movimiento obrero- sobre Hitler al final fue posible solamente porque no estaban muy orienta­dos hacia el continente europeo.

Ciertamente no quisiera subestimar la fuerza de esta actitud estrecha y ofuscada del movimiento obrero bri­tánico. Puedo recordar mi época en el ejército británico, en 1940, cuando yo, el intelectual, me dije: "Muchacho, las co­sas se ponen feas". Cada compañía tenía, no sé, pongamos unas cuatro ametralladoras, y eso era todo. Y de alguna ma­nera se suponía que defendíamos las costas británicas. Yo dije: "¿Cómo podremos hacerlo?", pero los otros soldados no veían problema alguno. Su actitud era "simplemente vamos a ha­cerlo". A ninguno se le pasaba por la cabeza la idea de que todo aquello pudiese acabar en una derrota, y eso me causó una gran impresión.

No podían concebir la idea de que Hitler pudiese cruzar el canal.

Era perfectamente obvio que era capaz de cru­zarlo, pero simplemente no se les ocurrió que el equilibrio del poder en Europa era tal que una victoria británica, en la práctica, parecía completamente indiscutible.

En un estudio sobre la clase obrera británica us­ted escribió que la experiencia directa de la vida de los traba­jadores en Gran Bretaña es más local que nacional. Esto nos lleva a un problema muy importante como lo es el rápido declive de los socialdemócratas en las grandes ciudades donde hay una enorme proliferación de la industria de servicios y donde los antiguos distritos de la clase obrera han sido casi totalmente destrui­dos. Para usted, como historiador de las formaciones de clase, ¿hay que culpar a las organizaciones regionales del partido? ¿El cam­bio sociológico ha desempeñado un papel importante? ¿Es una mezcla de ambas cosas? ¿Podemos discernir una tenden­cia general? ¿Qué sentido le encuentra usted a esto ante la experiencia británica?

No pienso que sea un fenómeno exclusivamente alemán, sino que es bastante general. Las ciudades se han des­industrializado y sigue aumentando el número de empleos ter­ciarios, bien remunerados, en la "sociedad de los dos tercios". En Nueva York y en Londres más que en ningún otro lugar. Mi esposa es maestra de una escuela primaria en una comunidad lumpen. Estas dos clases opuestas viven a una distancia de medio kilómetro, y apenas saben nada una de la otra.

Usted siempre ha concedido un importante papel en el escenario socialista al concepto de libertad. En 1956, cuando las tropas soviéticas entraron en Hungría, usted elevó su pro­testa. Ahora ha adoptado una postura muy pragmática en favor del voto táctico. Si a estos dos factores añadimos el de su continuada militancia en el Partido Comunista, uno no puede dejar de preguntarse por qué sigue usted en el partido.

Su pregunta tiene dos mitades. La respuesta a la primera parte, el porqué he propugnado un giro hacia el "voto táctico", es bien simple: creo que cuando un gobierno es reaccionario y verdaderamente exis­te el peligro de un poderoso radicalismo de derechas capaz de debilitar al movimiento obrero en su conjunto y a todos los movimientos progresistas, me parece que la tarea política más importante de­be ser la de derrotar a ese gobierno. La segunda parte, por qué sigo militando en el Partido Comunista, es algo que yo también me pregunto algunas veces. Sobre todo durante un tiempo después de 1956 no fue nada fácil. El partido bri­tánico es pequeño, y no es tan dogmático como otros, pues de otra manera me habrían expulsado. Pero se ha debilitado tanto que no pueden, o quizá no quieren, aunque esto no es muy importante. En fin, su pregunta me devuelve a Alema­nia. Mi despertar político se produjo mientras estudiaba en la escuela secundaria en Berlín, entre 1931 y 1933. La primera organización en la que ingresé fue un pequeño grupo, que en aquella época se llamaba Sozialistischer Schülerbund y que era una sección del KPD. Esto ocurría en las peores épocas del sectarismo. Pero cuando siempre se ha estado compro­metido, desde los quince años, y se ha pasado por la escuela del antifascismo en los años treinta y cuarenta, uno se siente reacio a renunciar a su pasado. Yo no quiero renegar de mis camaradas que decidieron dedicar sus vidas a una gran causa aun cuando actuasen de manera errónea. Mucha gente que ha abandonado los partidos comunistas, por ejemplo en Fran­cia, ha cambiado su postura y se ha convertido en anticomu­nista. Yo no deseo frecuentar tales compañías. Políticamente quizá no sea muy importante hoy en día pertenecer al Parti­do Comunista británico, aunque como partido haya contri­buido mucho al movimiento obrero del país. Es un partido pequeño, pero no una secta: un partido pequeño que fue si­nónimo de lo mejor del movimiento obrero británico. Quizá ahora esto tampoco sea particularmente importante. El tipo de actividades políticas que llevo a cabo actualmente no de­penden de si milito o no en el Partido Comunista. Sin em­bargo, no deseo renegar de mi generación y de la generación anterior, que dedicaron su vida a la emancipación de la humanidad y que fueron asesinados por ello, a veces incluso por sus propios correligionarios. Pienso que es importante acep­tar que esta era -y sigue siendo- una gran causa. Quizá aho­ra esta causa no se lleve a cabo tal como lo imaginábamos entonces, cuando todavía creíamos en la revolución mundial. Pero de nosotros no se podrá decir que ya no creemos en la emancipación de la humanidad.

Quisiera pasar a otro punto de esta conversación. En una entrevista usted señala que la motivación principal para convertirse en historiador fue su curiosidad por saber cómo se forma "el espíritu de los tiempos". Revisando su enorme producción intelectual, es indudable que el marxismo tiene un rol central en su entendimiento de los tiempos históricos. Sin embargo, con el derrumbe de las experiencias socialistas también se cuestiona al marxismo como método de análisis. ¿Qué piensa usted de este cuestionamiento?

Me parece que tenemos que repensar el marxismo que nosotros conocimos; incluso algunas cosas que el propio Marx escribió. Por ejemplo, las tesis sobre Feuerbach es algo que tenemos que repensar seriamente, y modificar.