26 de junio de 2014

Eduardo Grüner: "El ensayo es el testimonio de un proceso de búsqueda que se hace en la escritura misma y su rigor tiene que ver con afrontar el riesgo del error permanente" (2)

Eduardo Grüner es Doctor en Ciencias Sociales por la UBA. Fue Vicedecano de la Facultad de Ciencias Sociales, Profesor titular de Antropología del Arte en la Facultad de Filosofía y Letras y de Teoría Política en la Facultad de Ciencias Sociales en dicha Universidad. Es autor, entre otros, de los libros "Las formas de la espada. Miserias de la teoría política de la violencia", "El sitio de la mirada", "El fin de las pequeñas historias" y "La cosa política o el acecho de lo real". Durante los años '80 dirigió "Cinégrafo", una revista de crítica de cine y a lo largo de los años, además de ser coautor de catorce libros en colaboración, ha publicado numerosos artículos en distintos medios periodísticos y revistas especializadas, y realizado los estudios introductorios de obras Foucault, Marx, Jameson, Zizek, Balandier y Scavino, entre otros. La lectura de la reedición de "Un género culpable" evidencia que los textos que lo conforman vuelven y reviven escenas de los '80 y '90 que se tornan contemporáneas. Hablan de transiciones políticas y culturales, tensiones sociales a través de un género que hoy persiste en crisis y que ha sido absorbido, fagocitado por variaciones como la "columna de opinión" o la provocación efímera de la luz intermitente que es la textualidad virtual de las redes o páginas desconocidas e infinitas que conviven en la web. De esos trazos que persistieron y que magnificaron firmas como las de Alberdi, Sarmiento, Borges, generaciones y grupos como los de las revistas "Contorno", "Punto de Vista" o "Sitio" que a su vez discutieron con otros grupos. Entre la melancolía y el análisis permanente, Grüner dice en la entrevista que sigue -realizada por Juan Ciucci para la entrada del 29 de abril de 2014 del "Suplemento Cultura Popular" de la página web de la Agencia Paco Urondo- que para los intelectuales éste es un momento "muy interesante".


¿Cómo lo encuentra la reedición del libro, qué le pasa con eso?

Es raro, siempre, reeditar un libro. Fue el primer libro que publiqué en formato libro digamos, ya que había publicado un montón de ensayos en publicaciones y revistas antes. En su momento, ante un ofrecimiento de la editorial Homo Sapiens de Rosario, junté una selección de esos artículos que, en aquel momento, la mayoría venían de la revista "Sitio". "Un género culpable" se publicó, tuvo su circulación y de pronto desapareció; quiero decir se agotó la primera edición y era una época de transición en la cual todavía no existía la costumbre de trabajar sistemáticamente con la computadora, estamos hablando de principios de los '90. La cuestión es que el libro hace muchísimo que está como inhallable, casi dieciocho de esos veinte años. Y pasó una cosa rara que es que a través de todos estos años muchos amigos, conocidos, colegas, incluso estudiantes, me venían insistiendo, habían escuchado o habían visto citas y se había transformado en una especie de pequeño mito circulante que mucha gente citaba sin haberlo leído, cosas así. Me empezaron a insistir y finalmente apareció. El libro no está corregido pero sí un poco aumentado, porque le agregué al menos media docena de ensayos; en un par de casos, que habían quedado afuera la primera selección para que no se alargara tanto. Y cuatro o cinco más que son posteriores pero que yo juzgué que estaban más o menos en la línea. Decía que es una cosa rara porque veinte años es un montón de tiempo y siempre existe el temor de que algunos de esos ensayos puedan estar fechados en el sentido de cuáles eran los debates, las preguntas, las peleas incluso, en que uno estaba. Sin embargo, leyendo para hacer la nueva selección, juzgué que si, en su momento, yo los había escrito y los había publicado, seguramente era porque pensaba que, incluso podría decirse que algunas de las cosas que yo decía entonces ahora no sé si estoy de acuerdo, pero digo: se recurre al viejo truco de fecharlo y que el lector sea el que juzgue. Los últimos que incorporé, sí, son cosas que yo defendería. Las ideas básicas, e incluso los sentimientos básicos, con los que yo escribí esos ensayos, los puedo defender hoy con cierta consistencia.

Es un libro de ensayos que pone en el centro del debate el lugar del ensayo.

Sí, sobre todo esos primeros ensayos eran ya en ese entonces, y cuando digo "ya en ese entonces" quiero decir que este eje que voy a mencionar que, paradójicamente, ahora está mucho más presente que en esa época, era la defensa de la forma ensayística como un modo de producción -si puedo hacer esa paráfrasis- de pensamiento crítico, de conocimiento crítico. Que salta por encima de las barreras disciplinarias, de los corralitos (no existía el término corralito en ese entonces), de la burocracia universitaria, cosas que se han vuelto mucho más oprimentes, más cerradas y más disciplinarias en el mal sentido del término de lo que eran en el '81, '83, '85, cuando los primeros de esos ensayos se escribieron. Del '81 no hablemos porque era la dictadura, pero quiero decir: hoy es mucho más difícil, en esa época todavía se podía realizar este trabajo intersticial a caballo de la enseñanza universitaria, de la academia, o como se quiera llamar, y la asociación libre del escritor que escribe sus ensayos sin necesidad de tener a ningún método científico prescripto. El riesgo creativo que supone el género ensayístico como tal, la estructura misma, la gramática, la lógica misma de ese género, dentro de la universidad, se ha vuelto prácticamente imposible. Entonces, en ese sentido, sí me pareció muy bien reeditar esa pelea que en el contexto actual creo que está más vigente que en ese entonces.

Me interesaba el planteo del ensayo como el espacio de las lecturas propias volcadas en la realidad. También en contraposición con la academia: no lecturas para apropiarse y que queden en un lugar, sino lecturas que se vuelquen a lo social.

Es curiosa la referencia que hace a las lecturas. Hay, en algunos de los ensayos, no me acuerdo en cual, yo recuerdo algo que leí alguna vez, creo que en Roland Barthes, cuando él dice que si mientras uno está leyendo algo que le interesa mucho levanta la vista y se deja ir en una serie de asociaciones sobre eso que está leyendo, y después escribe eso que estuvo pensando medio distraídamente, eso es un ensayo. Entonces sí, se trata de lecturas, de dar cuenta de lo que le pasa a uno con esas lecturas, no de acertar con la interpretación correcta. Sería preferible si uno hace eso también, no estar condicionado superyoicamente por acertar con la interpretación correcta o con decir algo tremendamente original, sino simplemente con este dar cuenta no solo del texto o de los textos, o de las lecturas que a uno le interesaron, sino de lo que uno es capaz de hacer con ellos más bien. Por supuesto, sin desprenderse de esas lecturas, porque es imposible. Qué es capaz de producir uno, para decirlo con esa metáfora económica, con esa materia prima. Eso implica tomar esos riesgos de los que hablábamos, pero sobre todo un enorme placer. O debería notarse en un ensayo por más que el estilo sea farragoso, o a veces difícil, debería notarse el placer que le dio a uno escribirlo. Yo no soy uno de esos escritores que sufre por esa especie de mito que hay de la condena de la página en blanco, nunca lo entendí; si uno está delante de una página en blanco y no puede llenarla de palabras, será que no tenía qué decir en ese momento. El mundo no está esperando lo que uno le quiera decir; es al revés, uno tiene que proponérselo.

Al hablar de la decadencia del ensayo allá por el '85, decía que falta la convicción y la pasión para escribir. Sacando de lado a toda esta parte más académica, ¿encuentra que después del 2001, si se quiere, ha reaparecido un ensayo distinto?

Bueno, sí. En ese momento, la pelea era con el alfonsinismo, si hubiera que ponerle una etiqueta, podemos discutir ahora qué significa el alfonsinismo. Quiero decir que había como un renovado espíritu "progre", institucionalista, democratista, comprensible en muchos sentidos frente a lo que había sucedido y al entusiasmo con la recuperación, al menos formal, de la democracia, pero que fue bastante perjudicial para la creación libre en el sentido de un género como el ensayo. Eso, después, con el menemismo… por supuesto hay que ser cuidadoso con lo que uno dice en estos casos para que se entienda bien y no se malinterprete. Una vez Sartre, para escandalizar, provocativo como era, dijo: "nunca fuimos tan libres como bajo la ocupación alemana"; en el sentido -quería decir él- de que no había que rendirle cuentas a nadie, sobre todo no había que rendirle cuentas a los amigos, sino que lo que se podía o no podía decir en ese momento era realmente la verdad llevada a sus últimas consecuencias, en un sentido de lo que uno creyera que fuera la verdad. Con el menemismo, sin por supuesto cometer el disparate de compararlo con la ocupación alemana nazi, sucedió algo parecido: había una paradójica y engañosa libertad que tenía que ver con que bastaba con estar en contra del menemismo para que, más o menos, a uno se le perdonara casi todo y no tuviera que especificar ni entrar en grandes o detalladas honduras sobre una posición política, teórica, estética, o lo que fuera. Eso se terminaba en el 2001, donde el estallido fue tan grande, no porque no se estuviera preparando desde antes, yo no soy de los que piensan que la política volvió en el 2003, ni siquiera en el 2001. Por supuesto que se hizo política, yo escribí muchísimas cosas, hice revistas, estuve en mesas redondas, fui uno de tantos, pero claro que era en otras condiciones. A partir del 2001, se reeditó, no cabe ninguna duda, esta pasión, a veces mal orientada, mal entendida, según mi criterio, pero no importa, hubo una especie de resurgimiento de esta pasión que se expresó también a veces para bien, otras veces para mal, pero como síntoma bien interesante en la aparición de lo que había desaparecido, lo que era una tradición argentina de la libertad, que eran los agrupamientos de intelectuales, en términos generales. Carta Abierta, la Asamblea del Frente de Izquierda, Plataforma, etc, que desde distintas posiciones volvían a lo que había sido una gran tradición, como lo es la gran tradición del ensayo; la tradición argentina a partir de Sarmiento, también con las muy diferentes tradiciones o corrientes, la gran tradición de un ensayo combativo, un ensayo político en el sentido fuerte de sentar posiciones frente a todo, más allá de que se hablara específicamente de la política en el sentido estrecho o no. También una política literaria, una política estética, una política del lenguaje, de la palabra, de la letra, eso yo creo que fue algo estimulante que pasó en todo este último período. También eso es una razón; temo que con todo este despelote que estamos viviendo haya un cierto apagamiento de eso, o desconcierto o desorientación, vaya a saber. Digo: hablo también de mí, no es que se lo atribuyo a los demás. Bueno, esto también es una buena razón para reeditar este libro; con la modestia del caso, editar esa pequeña peleíta también.

También sería un momento en el cual se intenta desde el texto dar cuenta del momento, y que esos textos tienen una relación muy directa con el pasado, con la creación de palabras incluso como el caso de Carta Abierta y el famoso concepto destituyente...

Sí, pareciera que hay una necesidad, a veces bien usada y a veces abusada, como pasa siempre de cierta refundación del lenguaje político, del lenguaje literario también. La vez pasada leía una entrevista, no me acuerdo dónde, a Martín Kohan donde él decía, bueno, también un poco lo que pasa con la literatura en este momento es que por buena, y también por malas razones, no estamos sometidos a cierta tiranía de la teoría literaria. Estos ensayos están escritos en una época, la mayoría de ellos -algunos de fines de los '70, pero seguro principios de los '80- en la que todavía la teoría literaria, todo lo que venía del estructuralismo, tenía un peso muy grande y no solamente en la academia. No quiero decir a nivel general por supuesto, pero sí entre los escritores, los ensayistas y demás, que era muy difícil sustraerse a lo que habían dicho Barthes, Foucault, Levi Strauss, fue en su momento Sartre o Merleau Ponty; tenía, en ese otro sentido, una fuerza muy grande. Pero esto ya no pasa, la cosa está mucho más dispersa ahora, existe la teoría pero muy debilitada y mucho más dispersa y pluralizada o diseminada y eso que Martín Kohan decía para la ficción, por ejemplo para la narrativa o la poesía, vale también para el ensayo. Uno no está ya pendiente de lo último que dijeron los franceses, a ver si uno no está diciendo un disparate. Con toda la libertad que ese género tenía también algún oscuro, subterráneo condicionamiento de todo eso existía, aunque uno trataba reactivamente de compartirlo, entonces uno decía no me importa lo que dijo Bajtín y entonces citaba a Bajtín porque era inevitable. Bueno, ahora hay un poco más de libertad.

Siguiendo con este contexto, ¿cómo analiza que sus textos tienen que ver mucho con los '80 y con el alfonsinismo, la revalorización que se está haciendo ahora de Alfonsín, incluso desde el Gobierno?

Si tengo que dar la versión corta, es un giro a la derecha, desde el punto de vista político-cultural porque me parece que frente a los impases, los inconvenientes, los problemas que han venido surgiendo últimamente se trata de revalorizar, digo con ese efecto objetivo, no me meto con las intenciones de cada uno, de revalorizar una democracia más bien jurídica, que realmente social de contenido radical profundo. Quiero decir, es una manera desde el discurso de ponerle corralito nuevo a una serie de cosas: a la movilización popular más radicalizada. Y entonces decir: bueno, vamos a volver a una situación que me parece medio utópica, porque pasaron treinta años, la situación es bien diferente. Si bien se pueden encontrar semejanzas frente a los limites económicos, financieros, todo eso, que también son muy diferentes, no estamos por la vía de la hiperinflación o los golpes del mercado salvaje a Alfonsín, ni muchísimo menos los carapintadas.

Algo que también está conectado es la relación con las revistas, muchos de los artículos parten de esa tradición y de la importancia de esos espacios para difundir esos debates.

Claro, yo mencioné la revista "Sitio" pero hay artículos que se publicaron en "Confines" o en otras revistas que ya no existen muchas de ellas, entonces también es un cierto homenaje a esa proliferación, sobre todo en los '60 y '70, y también en los '80. Obviamente en el medio, con la dictadura no, de revistas combativas, revistas que sentaban posición en la esfera de la cultura. También se ha perdido un poco, ahora las revistas son un poco menos querellantes, en el buen sentido digamos. Bueno, está todo esto de los blogs… pero también una tecnología supongo que termina imponiendo otras lógicas, otras vías de circulación.

Si se quiere hay algún tipo de recuperación, con revistas como "Ideas de Izquierda", en la que participa, que también intenta recuperar eso.

Sí, claro. Hay muchísima gente que publica revistas; pero hay menos, me parece, entrecruzamientos, menos polémica de revista a revista como en aquella época. Estaba "Punto de Vista", entonces salió "La Vizca" y después "El Ojo Mocho"… que tenía que ver con otras situaciones de la mirada.

Otra de las partes que me interesaba que marca es cómo piensa en el ensayo el error, la falla.

Claro, esto es un chiste con la famosa cosa que dicen los científicos que la investigación es ensayo y error permanentemente. Es este componente del riesgo; si uno se decide a escribir ensayos en el sentido fuerte del término tiene que estar siempre preparado para meter la pata hasta el caracú, para decirlo coloquialmente. Y hay otro sentido que también creo recordar que es el de metafóricamente localizar el error en el texto que uno está leyendo y sobre el cual le gustaría escribir. El error en el sentido de aquellos detalles o cosas que parecen inadvertidas, que es lo que excede en el texto de toda clasificación o puesta en interpretación más segura o más certera, que finalmente es lo que hace interesante el texto, digamos. Siempre, cuando yo digo esta cosa de Adorno que dice si una obra de arte vale para un texto, si pudiera reducir a los conceptos con los que uno puede dar cuenta de él, para qué quiero yo el texto si ya tengo los conceptos. Lo que importa es lo que se escapa de todo eso y que parece lo marginal pero que sin embargo hacen al espíritu o a la esencia central de un estilo o de una textualidad interesante. En ese sentido va el error porque aparece como error, también jugando a las palabras, en el sentido de una errancia, algo que se escapa del camino prescripto.

Y ahí le da mucha importancia al lector que escribe, es el lector el que focaliza eso.

Sí, un lector que escribe me parece más interesante que un escritor que lee. Son figuras ideales. Por supuesto que todos somos una mezcla de todas esas cosas, pero un lector que escribe es alguien que se deja ir en esos pensamientos un poco erráticos, como decía la cita de Roland Barthes. Como decíamos, simplemente quiere expresar, dar cuenta de alguna manera, escribir si fuera posible qué le pasó a él con su lectura. A él en el sentido ficcional, no una subjetividad singular de Eduardo Gruner, de Juan, o de nadie, sino al que está escribiendo. Uno siempre piensa a partir de identificaciones fuertes y hasta, a lo mejor, de frases casuales que vaya a saber por qué razón, son materia del psicoanálisis, que a uno le dispararon algo, como se dice. Yo siempre me acuerdo: uno de mis grandes amigos y maestros vinculados a la revista "Sitio" fue Ramón Alcalde. Él alguna vez me dijo algo que me mostró lo que es un verdadero intelectual, porque él me dijo: "mirá Eduardo, vos sos alguien que no puede vivir sin escribir, yo en cambio soy alguien que no puede vivir sin leer". Ramón escribía extraordinariamente bien pero muy poco. Todos lo intentábamos convencer -incluso en la revista "Sitio", donde escribió varios textos maravillosos- de que escribiera; pero no podía escribir sin leer. Sin dudas, es uno de los grandes ejemplos de esos intelectuales, de esos ensayistas, que escribía a partir de lo que leía; lo que le importaba era lo que leía. Está esa famosa frase de Borges que siempre uno puede citar para lo bueno y para lo malo, y que él decía: "estoy más orgulloso de lo que he leído que de lo que he escrito".