21 de febrero de 2013

Margo Glantz. Sobre Monterroso, el mambo, las moscas y los dinosaurios

La académica mexicana Margo Glantz (1930) es una reconocida narradora, ensayista y crítica literaria. Autora de una frondosa producción impresa que discurre con fluidez por la prosa de ficción y por el género ensayístico, está considerada como una de las grandes voces femeninas de la literatura mexicana de la segunda mitad del siglo XX. Luego de comenzar su carrera literaria en 1964, los mayores logros los ha conseguido a través de sus ensayos, vía por la cual ha indagado en los temas más variados, aunque con especial atención en la creación literaria. Entre los más destacados figuran "Repeticiones. Ensayos sobre literatura mexicana", "Tennessee Williams y el teatro norteamericano", "Intervención y pretexto. Ensayos de literatura comparada e iberoamericana", "Erosiones", "Borrones y borradores. Ensayos sobre literatura colonial" y "Sor Juana Inés de la Cruz. Saberes y placeres". En cuanto a su faceta como narradora, Glantz se dio a conocer en 1978 cuando publicó su novela "Las mil y una calorías", pero pronto se destacó por su maestría en el dominio de la narrativa breve, un género al que ha aportado algunas colecciones de cuentos tan relevantes como "Doscientas ballenas azules", "Síndrome de naufragios" e "Historia de una mujer que caminó por la vida con zapatos de diseñador". 
Augusto Monterroso (1921-2003), a quien Glantz califica de "transmisor de nuestra torpe cultura universal" (parafraseando la definición de aquél sobre las moscas), fue uno de los escritores latinoamericanos más reconocidos a nivel internacional. Su obra narrativa se centró básicamente en la producción de textos breves que transitan por la frontera entre el relato y la fábula, el ensayo y el aforismo, generando con su fantasía exuberante y su singular brevedad una importante innovación y renovación de la literatura guatemalteca del siglo XX. Monterroso fue un escritor de escritores. Difícil es olvidar su dinosaurio, sus ovejas negras, sus buscadores de oro, sus moscas. Traducida a múltiples idiomas, la obra de Monterroso incluye títulos como "El concierto y el eclipse", "Uno de cada tres", "El centenario", "Obras completas y otros cuentos", "Movimiento perpetuo", "Animales y hombres", "Lo demás es silencio", "Las ilusiones perdidas", "La vaca" y "La letra e", libros todos ellos que lo llevaron a ser considerado uno de los grandes maestros del relato corto de la época contemporánea.
Admiradora y profunda conocedora de la obra del escritor guatemalteco, Glantz escribió sobre el autor de "La oveja negra y demás fábulas" ensayos como "Tito Monterroso o el exilio interminable" y "Monterroso y el pacto autobiográfico". La escritora y catedrática mexicana lo recuerda también en "La mosca y el dinosaurio: Augusto Monterroso", un texto que leyó en oportunidad de un homenaje que la Universidad Veracruzana le realizara a Monterroso en noviembre de 2000 y que fuera publicado en la revista "La Palabra y el Hombre" nº 120 aparecida en octubre de 2001, y en "Mambo con Monterroso", un texto que escribió a pedido de la revista "Gatopardo" para conmemorar los dos años de la muerte del autor de "El dinosaurio" y que apareció en su nº 56 en abril de 2005. Sendos artículos se reproducen a continuación.


LA MOSCA Y EL DINOSAURIO

Siempre me ha fascinado la dependencia que puede existir entre una mosca y un dinosaurio. Y claro, la mosca y el dinosaurio son los animales preferidos de Tito Monterroso, o mejor los cuentos que prefiero de Tito Monterroso son los que hablan de la mosca y del dinosaurio. Y los prefiero porque en uno se habla de un animal gigantesco, ya desaparecido y que sin embargo todavía está allí y sólo ocupa una línea, y el otro habla de una mosca que al contrario del dinosaurio, y aunque sea más pequeña que él, nunca se queda en su sitio. La proporción es lo que me gusta. Hacer que algo inmenso quepa en un espacio muy pequeño. Hacer que algo pequeño no ocupe ningún espacio, o por lo menos no parezca ocuparlo porque su movimiento es perpetuo.
Para asistir a la ceremonia en Oviedo donde se le otorgó el premio Príncipe de Asturias en octubre del año 2000, Tito preparó un discurso y en él confesó su predilección por el cuento, por esa forma breve, casi perfecta, que aparentemente ha perdido su prestigio. Es más, en su discurso exaltó la importancia de ese género literario y añadió algo que cito de memoria (una memoria muy imperfecta). Creo, me parece, que Tito dijo que empezó a escribir cuentos y sobre todo cuentos excesivamente breves -como muestra está el del dinosaurio- al leer a Proust. Además de elogiar el género breve, Tito se refirió de manera muy especial a las moscas.
He escrito varias veces sobre Tito Monterroso. He dado varios cursos sobre su obra, conferencias, entrevistas. He leído, entonces, varias veces, algunas de las obras que escribió. Como las moscas que revolotean alrededor de nuestro helado de fresa en las calurosas tardes de mi niñez, yo siempre regreso a las moscas y siempre releo "El dinosaurio", porque aunque parezca mentira, aunque el texto sea tan corto y tan exacto, yo siempre lo recuerdo mal, coloco el adverbio donde no debe de ir, le agrego una coma inexplicable, o una palabra inútil y por eso me siento como mosca, una mosca que nunca puedo ahuyentar aunque me rasque la nariz.
Sí, estoy de acuerdo con Tito: hay tres temas: el amor, la muerte y las moscas. El vuelo de la mosca es infinito, pero es difícil observarlo. Por eso persisto en estar de acuerdo con Tito cuando dice que las moscas son las que nos vigilan, nos observan, nos persiguen. Creo, como él, que más aún que los otros dos temas indispensables, los temas del amor y de la muerte, el tema de las moscas es el único verdaderamente épico. Creo, además -y como Tito-, que ellas, las moscas, son los verdaderos, los únicos, los más extraordinarios personajes trágicos. Y de verdad cada vez que lo leo, cada vez que leo que las moscas son Euménides, Erinias, que son castigadoras, me regocijo y creo haber descubierto la piedra filosofal, aunque en realidad, no he sido yo la que la he descubierto sino Tito Monterroso quien me ha ayudado a pensar que quizá yo también he podido descubrirla.
Sí, estoy de acuerdo con Tito: las moscas son mejores que los hombres pero no que las mujeres. Me declaro feminista como él, aunque no de manera tan entusiasta. Antes de leer a Tito no lo había entendido. No había entendido que la mosca invade todas las literaturas, que sin ellas es imposible hacer poemas, y que ninguna novela (aunque él nunca las escriba; quizá nunca vaya a escribir ninguna) puede prescindir de las moscas. Estoy convencida: la literatura no podría existir si no existieran las moscas. Por eso es posible, cuando de moscas se habla, hacer literatura. También caer en las alusiones retóricas prefabricadas que todo el mundo ha hecho antes. Pero creo que Tito hace más bien literatura, literatura con "frases mosca".
Las moscas nos vigilan, ya lo he dicho y antes lo ha dicho Tito, las moscas pueden ser nuestro ángel de la guarda o, como él mismo asegura, son las vicarias de alguien innombrable, buenísimo o maligno. Me parece razonable que en lugar de ángeles tengamos moscas de la guarda, pero coincido con Tito en que algunas moscas de la guarda se han equivocado y se vuelven de repente cómplices de gente como Hitler y, en la época en que escribió su cuento, en cómplices de Johnson, aunque quizá ahora preferirían ser ángeles de la guarda de Gore o también, ¿por qué no?, de Bush.
La transmigración de las almas es una de las misiones que Dios ha encomendado a las moscas. Las moscas inscriben en su vuelo el eterno retorno. ¿Acaso no dice textualmente Tito que las moscas transportan, heredándose infinitamente la carga, las almas de nuestros antepasados que así continúan cerca de nosotros, acompañándonos, empeñados en protegernos? Acabo de pasar en Pátzcuaro el Día de Muertos y he podido verificarlo. Sí, la mosca es el más perfecto vestigio arqueológico, "el último transmisor de nuestra torpe cultura occidental".
No hay nada como el lugar común o como la conversación plana. Tito dice que nadie ha visto nunca a una mosca a primera vista y a ese tipo de frases les llama las "frases mosca". Nunca antes lo había pensado, pero me parece totalmente lógico: es más fácil que una mosca se pare en la nariz del Papa que el Papa se pare en la nariz de una mosca. Quizá no sea conveniente repetirlo, ahora que de nuevo hemos vuelto a ser religiosos. Nadie puede con las moscas, las moscas son los seres más poderosos del mundo. Por eso Tito asegura que ningún mandatario, sea papa, general, dictador o financiero es capaz de llamar a su guardia suiza o a sus guardias presidenciales para exterminar una mosca.
Por si las dudas, vuelvo a pensar en los dinosaurios (que ahora están de moda) y, como dijo un amigo común en otro de los homenajes que le hicimos a Tito, o que le hicieron instituciones muy prestigiadas y a los que nos invitaron a participar a ese amigo y a mí, pues bien, como dijo ese amigo común (él si se parece a un dinosaurio), después de que Tito los puso a circular Spielberg filmó su película "El parque jurásico". Hago una observación cualquiera y mi nieto de cuatro años me dice que lo que digo es perfectamente lógico. Le pregunto si sabe qué significa la palabra lógico. Claro, contesta, un animal carnívoro, como los dinosaurios.
Tito piensa que la mosca es un símbolo más poderoso que la ballena blanca. De ser así, Melville se habría equivocado cuando escogió a Moby Dick como personaje de su famosa novela o quizá Tito sea quien se equivoca cuando hace personaje de su más breve cuento a un dinosaurio, aunque no tenga nombre. También Poe se equivocó usando en sus poemas a un cuervo. Ridículo. Tú mira la mosca. Observa. Piensa. Por más que he tratado, me ha sido imposible pensar algo distinto para hacer una semblanza de la obra de Augusto Monterroso. Pero no importa, cuando despierte, el dinosaurio estará todavía allí.

MAMBO CON MONTERROSO

Hubo una vez en que bailé mambo con Tito Monterroso, hace muchos años (obviamente). Un jardín muy grande (¿inmenso?), con árboles rodeando un enorme terreno cubierto de pasto. Y sobre el pasto bailábamos, una tarde del mes de junio, "in illo tempore". Me imagino las consecuencias: el terreno era desigual y había llovido mucho la noche anterior, yo llevaba tacones altos que se hundían en el lodo. Debo confesar, antes de seguir adelante con esta historia, que Tito bai­laba mucho mejor que yo. Nos habían invita­do, por separado, a casa de Paco Amado, un guatemalteco casado con una prima de Luis Echeverría, de cuyo nombre no puedo acor­darme. Unos años o meses después de esa fiesta, tanto Paco como su mujer se fueron a Guatemala para unirse a un grupo de la gue­rrilla que encabezaba Rodrigo Asturias, el hi­jo de Miguel Angel, premio Nobel (que por esas estúpidas jugarretas del destino -o de los jurados- nunca le dieron a Monterroso). Allí desaparecieron. Tampoco supimos nunca más de Alaide Foppa, seguramente torturada. Cuando relato esto, no puedo evitar caer en el lugar común, evoco -sin ninguna transi­ción- a la mosca y al dinosaurio, los persona­jes favoritos de Monterroso, junto con las ovejas, sobre todo las negras.


Otra vez, hace muchísimos más años, íba­mos Paco López Cámara y yo a casa de Tito cuando vivía en la colonia Cuauhtémoc (en Ciudad de México), como cualquier persona que en la década de los cincuenta se preciara de intelectual. El Colegio de México se alojaba en una casona alquilada, una de las muchas que aún quedaban de nuestro pasado porfiriano en la colonia Juárez, separada de la Cuauhté­moc solamente por el Paseo de la Reforma. Lo dirigía entonces don Alfonso Reyes, bona­chón, inteligente, genial: en su escritorio os­tentaba, debajo del vidrio que protegía la me­sa, un retrato de Silvana Mangano con las piernas al aire. Acababa de estrenarse "Arroz amargo". No sé a ciencia cierta si Tito era miembro del Colegio, pero sí lo eran muchos de los que frecuentaban su casa: el escritor peruano Ma­nolo Durand, autor de un libro maravilloso de zoología fantástica (como Tito); Henrique González Casanova, vestido siempre de ma­nera ceremoniosa, con un chaleco perfecta­mente cortado, ya fuera en el invierno o en el verano; Raimundo Lida, gran filólogo, que en­señó más tarde en Yale y en México fue maes­tro de Margit Frenk, Antonio Alatorre y del poeta centroamericano Ernesto Mejía Sán­chez, huésped asiduo de Monterroso.
Si no me equivoco, entre los invitados estaba así­mismo el gran economista y luego director del Colegio, don Daniel Cossio Villegas, con chaleco y muchos más años que nosotros, o por lo menos eso nos parecía. En la pequeña y cómo­da biblioteca del Colegio atendida por Surya Peniche, solían sentarse a leer varios de los españoles refugiados: don Pedro Urbano de la Calle o don Agustín Millares Carlos, ilustres polígrafos, y al lado suyo, unos bellos jovencitos que nunca se quitaban el sombrero, los venezolanos Alejandro Rossi y Pedro Duno. Fuera, nos hechizaba con su conversación Juan José Arreola, también vecino de la Cuauhtémoc, y quizá también invitado de Monterroso. En sus cenas se cantaba y se to­caba: Durand, el cajón, y Lida y Tito lo acompañaban haciendo ruidos con la boca y con las manos. Al pie de uno de sus retratos donde aparece con Durand y Cortázar, ambos gigan­tes, Tito escribió una de sus frases más cita­das (no me queda más remedio que repetirla): "Tito Monterroso retratado entre dos perso­nas de estatura normal".



En una de esas noches a Tito se le apareció el dinosaurio. En otra, alguien dejó caer un cerillo o una ve­la; nadie lo advirtió. Varios de los valiosos teji­dos que Tito había traído de Guatemala se destruyeron en el incendio, junto con algunos de sus cuadros; sobrevivió uno que lo representa, es de un pintor guatemalteco apellida­do Franco, en ese tiempo esposo de nuestra querida Jean, ahora profesora emérita de la Universidad de Columbia, quien, para sobrevivir, decidió organizar un servicio de com­pras a domicilio junto con Ulalume González de León. En otra cena memorable, varias décadas después, la del ochenta, aparecemos sentados en la cocina de Lya y Luis Cardoza y Aragón con Sergio Pitol, Carlos Monsiváis, Luis Prie­to, Tito, Barbarita Jacobs y yo. Lya prepara con eficiencia su tradicional cena. Tito explica que no hay nada como el lugar común o la con­versación plana, inmortalizada por él en "Lo demás es silencio", y agrega como prueba: "... nadie ha visto a una mosca a primera vista -y concluye-, ese tipo de frases se llaman las frases mosca".