2 de febrero de 2013

Almudena Grandes: "Sólo hay una cosa en la vida que me gusta más que escribir: leer"

Almudena Grandes (1960) nació en Madrid y estudió Geografía e Historia en la Universidad Complutense de esa ciudad. Tras una etapa vinculada al mundo editorial como escritora de encargo (cuenta la autora que se dedicó a la escritura gracias al fútbol y porque no sabía dibujar: "Cuando íbamos a visitar a mi abuelo, mi padre y él veían el fútbol y no se podía hablar. A los niños nos daban lápices de colores, pero como a mí no me gustaba dibujar, me aburría. Y me dijeron que escribiera algo. Aún conservo algunos cuentecitos de regalo de los que obtuve rentabilidad económica. Fue mi primer trabajo profesional") y alguna incursión en el cine -en 1982 tuvo un pequeño papel en el filme "A contratiempo" de Oscar Ladoire (1954)- comenzó su carrera literaria en 1989 después de obtener el premio de narrativa erótica La Sonrisa Vertical por "Las edades de Lulú", una insólita historia de iniciación y aprendizaje que obtuvo gran éxito comercial y cuya versión cinematográfica fue dirigida por el director cinematográfico barcelonés Bigas Luna (1946). Un año después publicó "Te llamaré Viernes" y, en 1994, "Malena es un nombre de tango", novela de gran aceptación entre los lectores y elogiada por los críticos, seleccionada entre los títulos finalistas para el Premio de la Crítica y el Premio Nacional de Literatura. Ambientada en la España de la transición, narra a lo largo de tres décadas la adolescencia y la madurez de una joven de la alta burguesía madrileña, cuya trayectoria vital y sentimental estará marcada por la relación con su hermana melliza. Además de participar en varios jurados de premios literarios, Almudena Grandes ha colaborado con asiduidad en los medios de comunicación. En 1996 publicó el volumen "Modelos de mujer", donde recopiló cuentos publicados en la prensa desde 1989. Su novela "Atlas de geografía humana" llegó a los lectores en 1998. En ella, la escritora española demostró un absoluto control del lenguaje y de la estructura novelesca narrando las vidas de cuatro mujeres que cuentan en primera persona su propia historia en un tiempo de confusión ideológica y crisis generacional. En 2002 publicó "Los aires difíciles", una novela ambientada en la bahía de Cádiz en la que la autora teje la historia de un hombre y una mujer que intentan rehacer sus vidas, y que tiene también como protagonistas a los vientos que azotan las costas gaditanas. Al año siguiente apareció "Mercado de Barceló", una recopilación de sus artículos para el diario "El País" y, en 2004, "Castillos de cartón". Como sus novelas anteriores, transcurre en la España del último cuarto del siglo XX o principios del XXI, y muestra con gran realismo e introspección psicológica la vida cotidiana de personajes de esta época. En 2005 continuó su narrativa breve con "Estaciones de paso", un libro de relatos en el que se recogen cinco historias cortas de adolescentes abocados a vivir circunstancias que les sobrepasan, pero que, sin sospecharlo, acabarán formándolos como adultos y, en 2007, le tocaría el turno a "El corazón helado", considerada por la propia autora como su novela más ambiciosa hasta la fecha. La obra retrata con maestría una de las épocas más oscuras de la historia española a través de la vida de dos familias españolas desde la posguerra civil española hasta nuestros días. Sus últimas novelas publicadas son "Inés y la alegría" y "El lector de Julio Verne", aparecidas en 2010 y 2012 respectivamente. En la obra literaria de Almudena Grandes están presentes la ciudad de Madrid y la vida familiar de la burguesía. Cabría relacionar los ambientes y las circunstancias que refleja con los de la novela social española de la década de 1960. No obstante, evita discursos morales o partidistas optando por el análisis interior de los personajes. Grandes, que confiesa "escribir a partir de imágenes", ha sido definida como "la novelista de los sentimientos", una simplificación que ella prefiere zanjar afirmando: "soy escritora y, como tal, mi obligación es, con más o con menos carga emocional, escribir buenos libros". Lo siguiente es un resumen de las entrevistas que concedió a las revistas digitales "El coloquio de los perros" nº 15 (Invierno 2007, a cargo de Alejandro Hermosilla Sánchez) y "Hoy es arte" (2 de septiembre de 2012, a cargo de Javier López Iglesias).


¿Es usted una novelista vocacional?

De muy pequeña quería ser azafata o enfermera, que es lo que queríamos ser la mayoría de las niñas de mi generación. Pero enseguida quise ser lo que hoy soy. Sólo hay una cosa en la vida que me gusta más que escribir: leer. La puerta a través de la que mordí el veneno de la escritura fue la lectura. Me recuerdo desde muy niña leyendo y siendo feliz al hacerlo.

Estudiante de Historia, pero nunca ha escrito novela histórica. ¿Cómo se entiende esto?

Mi carrera universitaria siempre ha tenido que ver poco con mi actividad como novelista. Yo quería ser escritora desde pequeña, pero tenía que ir a la universidad y elegir una carrera. En realidad yo quería estudiar latín, pero al final le hice caso a mi madre e hice Historia para tener la ocasión de escribir, porque, como el latín me gustaba más, no me hubiera dejado tiempo para la escritura. Mi formación como historiadora, que tiene poco que ver con lo que soy como persona, ha tenido verdaderamente poco que ver con mi obra hasta "El corazón helado", un libro que no es una novela histórica de las que están de moda últimamente -no es de templarios ni nada parecido-, pero intenta reconstruir la memoria histórica de la España del siglo XX y en ese sentido sí tiene un gran trabajo de documentación detrás.

Los toros, el fútbol, el consumismo, el trabajo o el sexo son lugares comunes donde los personajes de sus novelas parecen más que encontrarse, esconderse. Explíquenos esto.

Bueno. Esto que afirma tiene más que ver con mi libro "Estaciones de paso" que con el resto, y además es intencionado. Yo, cuando escribí esos cuentos, ubiqué a varios adolescentes que tenían delante de ellos distintas situaciones que no son capaces de entender ni de comprender, pero que no les quedan más remedio que vivir, porque es su vida. Es un libro de cuentos inéditos escrito ex profeso para ser libro de cuentos. No es recopilación. Por ello, yo elegí una especie de pasión dominante distinta para cada personaje que me permitiera establecer un marco argumental en el cual pareciera una cosa y resultara otra distinta. En todos los casos, parece que esos temas primeros son el tema del cuento, pero siempre detrás hay otro tema escondido que es mucho más importante y que es el tema verdadero. En parte es un recurso de ambientación, pero sobre todo era un recurso narrativo.

¿Hacia dónde cree que nos lleva el deseo? ¿Es una trampa, un mecanismo de defensa o un estigma sin el cual no podríamos vivir?

Los modernos psiquiatras dicen que lo que diferencia, en realidad, a los seres humanos de los animales no es la razón -puesto que hay animales que son capaces de establecer estructuras coherentes de pensamiento y acción- sino la voluntad, la capacidad de desear. Los seres humanos somos capaces de desear y de ejercer nuestra voluntad para modificar nuestro entorno en función de ese deseo. Este es un tema clásico en mi literatura. Yo he escrito mucho sobre esto. Me interesa mucho este tema y creo que el deseo es algo más incluso que eso; yo diría que es, no un estigma, pero, desde luego, sí una condición esencial del ser humano.

En este sentido .el sentido de perseguir las desviaciones y rutas secretas del deseo- diría que su literatura se encuentra cercana, en algún aspecto, a la de Yasmina Reza. ¿Qué opina de esta autora?

Bueno, yo considero que mi literatura tiene más puntos en común con la de Javier Marías o la de Rafael Chirbes que con la de Yasmina, pero… Si le tengo que responder, le diría que a mí me gustó mucho "Arte". Sé que ha escrito posteriormente novela, pero no he podido leerla. A mí me gusta mucho el teatro y cuando leí "Arte" sentí bastante envidia, porque, además, el teatro siempre ha sido mi gran frustración. Yo escribí una vez una obra de teatro y no me salió bien y, desde entonces, siento una especie de envidia por los dramaturgos.

¿Y Amelie Nothomb?

Leí su primera novela, "Higiene del asesino", y me pareció una mujer muy interesante e inteligente. Después he seguido leyendo libros de ella que me gustan bastante. Amelie Nothomb es muy fría, muy minimalista y tengo que decir que, aunque me gusta, lo cierto es que no se parece nada a mí.

¿Elfriede Jelinek?

Me gustó bastante "La pianista", pero ella no me cae demasiado bien, sobre todo a partir de la polémica que armó por la concesión del premio Nobel. No me gustó el número que formó con lo de recoger o no el premio.

En alguna ocasión ha mencionado la importancia que tiene un libro como la "Odisea" y un héroe como Ulises en su formación. Sin embargo, a pesar de que los protagonistas de sus libros sean casi todos mujeres, yo los encuentro muy quijotescos -lo cual, por otra parte, es lógico, teniendo en cuenta el país en el que estamos-, en el sentido de la imposibilidad de acomodar realidad y ficción, deseo y realidad.

La "Odisea" me dejó a mí muchas cosas. Fue el primer libro importante que leí porque mi abuelo me lo regaló cuando yo hice la primera comunión, y lo leí con una mirada de autor adulto. El libro de Homero ha dejado una influencia duradera en mi vida desde el punto de vista de la supervivencia. Yo, casi siempre, he escrito novelas de supervivientes -no necesariamente náufragos, pero sí personas que se las arreglan para sobrevivir- y este es el rastro que ha dejado la "Odisea" en mi vida. Poseo una debilidad innata por los supervivientes, ellos son mi tipo de personaje favorito frente a los héroes, los antihéroes y demás arquetipos. Y en cuanto a el "Quijote", claro que me ha influenciado. Es imposible en este país no ser influenciado por Cervantes. Pero yo señalaría que la influencia fundamental del libro de Cervantes en los míos es la tendencia a construir historias complejas, introducir pequeñas historias dentro de historias más extensas. En ese sentido -salvando todas las diferencias a favor de Don Miguel, naturalmente- sí que creo que la estructura de mis novelas es bastante cervantina.

Y esa permanente reivindicación de la figura y la obra de Pérez Galdós…

Nunca me cansaré de decir que Galdós es un escritor fundamental. Leo mucha novela del siglo XIX. Siempre he tenido la impresión de que ese fue el gran siglo de la novela. Hay que aprender de aquellos maestros, ellos tenían dos condiciones que los escritores del siglo XX, no digamos ya del XXI, hemos perdido. Me refiero a que eran al mismo tiempo salvajes e inocentes. Cuando me imagino a Galdós, a Balzac o a Dostoyevski veo una especie de paisaje africano, una inmensa llanura, con un sol abrasador, un árbol o, por ejemplo, una manada de elefantes, y frente a esto hay un hombrecito que está solo frente al mundo. Quiero decir con esto que aquel hombre, aquel hombrecito escritor está solo y lo puede contar todo porque nada le limita. Y cuando me imagino al escritor contemporáneo, percibo como pequeños personajes en una autopista de Los Angeles, llena de semáforos, de carteles indicadores, de direcciones prohibidas… Aquel estado de felicidad salvaje del XIX no lo recuperaremos, pero creo que es legítimo aspirar a ser tan ambiciosos como ellos. En ese sentido, Galdós me parece grande de verdad, no sólo grande entre los españoles, sino muy grande a nivel universal. Un narrador formidable capaz de crear un mundo paralelo, un mundo completo con genealogías absolutas que lograban modificar la idea y el mapa de una ciudad, como en su caso hizo con el Madrid paralelo que construyó. Esa capacidad de enlazarlo todo en una alternativa a la realidad me parece realmente fabulosa. Galdós era un genio.

Ha referido alguna vez que "Los hijos muertos" de Ana María Matute es un libro que le influenció mucho. Hábleme de este libro verdaderamente no muy conocido.

A mí "Los hijos muertos" me parece la mejor novela sobre la posguerra española que escribió la Generación del '50 y esto es muy notable porque sobre este tema esta generación insistió una y otra vez. Fue una obra deslumbrante para mí, ya que cuando yo la leí a los veinte años nunca me había encontrado con una voz tan valiente, con una voz que revelara aspectos tan ocultos y tan poco frecuentes para mí en aquella época sobre la historia del siglo XX español, el tema de los campos franceses, los destacamentos penitenciarios, etc. Además, fue un libro que me emocionó muchísimo. Me hizo tomar una conciencia muy precisa del país en el que yo vivía, de quién era yo y cómo me llamaba. Fue un libro que me habló de mí misma. Y "Malena es un nombre de tango" tiene algunos guiños que remiten a "Los hijos muertos", porque yo tenía presente la novela en todo momento a la hora de escribir mi obra. "Los hijos muertos" es una de las últimas novelas de la primera etapa de la escritura de Ana María Matute, una escritora descomunal. Ana se retiró del mundo durante décadas y prácticamente hasta los años '90 no participó en congresos ni hacía entrevistas ni publicaba libros y, de alguna manera, libros como "Los hijos muertos", que es de 1958, fueron languideciendo cuando eran de una calidad extrema. Y, más tarde, no sé bien por qué, con el éxito que consiguiera gracias a "Olvidado rey Gudú", se han rescatado libros como "Primera memoria" o "Pequeño teatro", pero no se ha rescatado este libro sensacional.

Sus personajes suelen ser de carácter fuerte. ¿Es así de forma premeditada o es una cuestión que surge de forma natural?

Esos axiomas tradicionales que señalan que solo se puede escribir de lo que se recuerda, que cada ficción tiene un componente autobiográfico, creo que tienen mucho de verdad. Escribir es mirar al mundo y contar lo que uno ve. La realidad está filtrada por la memoria de cada escritor y uno de los elementos clave de la identidad y de la fabricación de la memoria es la ideología. De un modo inevitable uno crea personajes afines. No podría hacer un personaje protagonista que me cayera mal o al que no comprendiera. Me suelo encarnar en personajes cercanos a mí.

¿El arte y la literatura son un refugio?

Por supuesto. Es un ingrediente básico en "El lector de Julio Verne", en el que ese niño encuentra en la literatura una vida mejor. Pero en mi propia infancia pasó algo parecido. Tuve una infancia pacífica y en lo material muy confortable, pero era una niña muy gorda y muy poco popular. Era la típica niña poco agraciada y peluda que no tenía amigas. Y leía porque era mucho más feliz leyendo que viviendo. Lo que encontraba en los libros eran vidas mucho mejores que la mía y la de quienes tenía alrededor. Leer me proporcionaba una felicidad desconocida si miraba hacia mí misma y mi realidad. A lo largo de la vida he encontrado un montón de excelentes lectores que de pequeños eran cojos, llevaban aparatos, habían tenido la polio o tenían otros problemas que les condicionaban. Por supuesto hay muchos estupendos lectores que han sido niños completamente normales, pero hay una categoría, en la que yo misma me inscribo, de lectores insaciables que en su momento fueron niños que pudiéramos llamar raros o infelices, aunque ya digo que yo no fui infeliz. La literatura tiene un poder tan grande de mejorar la vida que en algunos momentos puede resultar hasta peligrosa, porque si te descuidas puede llegar a suplantar tu realidad hasta descolocarte.

Como autora de novelas muy plásticas, ¿qué importancia tiene la imagen en su obra?

Agradezco esa pregunta porque me gusta señalar que a la hora de escribir parto siempre de imágenes. No escribo a partir de una idea o de una tesis. No me digo a mí misma: "voy a escribir una novela sobre…" o "voy a contar…"; no. Me encuentro con una imagen que me permite indagar sobre lo que esa imagen representa o quiere decir o contarnos. Le doy vueltas, la reconstruyo, intento saber hacia dónde me lleva y cuando lo descubro es cuando empiezo a construir lo que se irá convirtiendo en una obra. Elijo entre varias de las novelas que esa imagen puede sugerir y me pongo a ello. Ahora bien, dicho esto creo que la literatura está desde siempre muy basada en imágenes. Me llama la atención cuando me recuerdan que soy muy aficionada al cine porque en mis novelas hay muchas imágenes. Creo que es al revés, es decir, porque escribo novelas soy aficionada al cine.

Y el peso de la infancia…

Sí, claro. La infancia me interesa muchísimo, pero me interesa contarla desde la infancia. Cuando construyo un personaje adulto necesito saber qué clase de niño ha sido. Estoy convencida de que los adultos somos la consecuencia de los niños que hemos sido. Siempre conozco la infancia de mis personajes. A veces la cuento y a veces no, pero siempre la tengo en cuenta porque tengo que preguntarme qué clase de niño hay ahí detrás. Soy consciente de que mis novelas alternan las infancias contadas por adultos que las recuerdan y que tienen un componente de trampa, porque los adultos hacemos trampa cuando recordamos, con otro tipo de personajes a los que me gusta llamar niños auténticos. Niños al principio y al final del libro. Es distinto un niño auténtico a un niño recordado. Me gustan especialmente estos últimos porque los niños-niños son los únicos que no trampean y asumen la realidad tal como es. Son veraces.

Por cierto, ¿le interesa Buñuel? ¿Qué me puede decir de Buñuel?

Yo soy una gran "fan" de Buñuel. De hecho, Buñuel tiene una influencia secreta en mi obra. Es difícil de detectar, pero para quien desee rastrear… Le diría que el final de "Los aires difíciles" está influenciado por el final de "Viridiana". Cuando yo pensé cómo iba a terminar esa historia en que Sara decide no entregar a Juan y le tranquiliza diciéndole que no se preocupe, que no le cuente su vida, que no quiere saber nada y va a intentar que cenen juntos por Navidad me estoy refiriendo al clásico "ya sabía yo que mi prima Viridiana iba a acabar con nosotros jugando al tute". Lo que, por otra parte, es fantástico, porque ese diálogo es fruto de la censura, pues Buñuel tuvo que improvisar sobre la marcha, la censura le quitó la frase que él había pensado. Sí. Me interesa mucho Buñuel, lo quiero mucho.

Hablando de cine. Aunque ya hace mucho tiempo de esto, ¿qué le pareció "Tierra y libertad"?

Muy mal. Como película -en cuanto a estructura fílmica- está bien, pero como investigación sobre el tema de la Guerra Civil me parece una película mentirosa. A mí me hubiera gustado preguntarle a Ken Loach que si admiraba tanto a aquellos milicianos y le parecía que los comunistas eran tan malos por qué no los sacó corriendo en Madrid… Porque la columna Tierra y Libertad vino a salvar Madrid y se dedicó a correr tres días mientras el Quinto Regimiento aguantaba. Hay muchas maneras de contar las cosas y a mí esa aproximación a la guerra no me pareció buena. Me parece que es una película mucho más anti-comunista que republicana y, desde luego, el film de Loach entra en conflicto no sólo con mi punto de vista, sino con la verdad a secas de la historia. No es, en absoluto, una película objetiva sobre la Guerra Civil española.

¿Insiste usted en la necesidad de no darlo todo por sabido en relación con la Guerra Civil?

Creo que a pesar de lo que algunos sostienen, ni se ha escrito ni se ha filmado todo lo que se debería sobre un tema de tantísima trascendencia para entender nuestro pasado, nuestro presente y, probablemente, nuestro futuro.

¿En qué medida cree que la sociedad de consumo actual despierta y juega con instintos sadomasoquistas en los individuos? Por ejemplo, en dus libros casi siempre aparece algún conato de este tipo de tendencia o expresión sexual.

Yo creo que la violencia consumista se manifiesta en la sociedad y en mis libros de muchas maneras, pero yo no veo una relación concreta con ese impulso. Es verdad que es un tema que yo he tratado en mis primeros libros como "Te llamaré Viernes", aunque en "Las edades de Lulú" no es una relación sadomasoquista sino una relación incestuosa. Eso sí que me gusta que quede claro. La relación entre Pablo y Lulú no es una relación sadomasoquista. Se trata de un incesto imaginario. Lo cual, obviamente, no es ni más ni menos perverso. Yo creo que las relaciones sadomasoquistas tienen más que ver con las relaciones de dominio, posesión o celos. Es una forma más o menos intensa y más o menos equivocada de amar a los demás, de enamorarse de alguien. Pero yo no veo muy claro que el consumismo tenga que ver algo ahí.

Por último, y cómo persona atenta a la actualidad, ¿cómo observa todo lo que está sucediendo?

Económicamente estamos mal, pero lo peor no es la economía. Creo que estamos viviendo un cambio de ciclo y la crisis económica es la excusa para que el verdadero poder, que no es el político porque el poder político está intervenido por el económico, actúe como lo está haciendo. El poder financiero está esgrimiendo la crisis económica para desmantelar un modo de vida. Como en este momento en el mundo los mercados no están regulados y la economía productiva no es negocio, porque la economía financiera sostiene un porcentaje mucho más alto de la riqueza que la productiva, si no se toman las medidas adecuadas al respecto, vamos a pasarlo muy mal. Es muy complicada la pasividad de la gente, pero es mucho más compleja, complicada y peligrosa la ausencia de un poder político real. A veces pienso que esto va a explotar porque hay una cosa que no ha cambiado desde el principio de los tiempos y es que la tolerancia de los seres humanos tiene un límite y cuando se supera ese límite se produce una fractura. A menudo, muy traumática.