25 de agosto de 2012

Entremeses literarios (CLVII)

LA PRÁCTICA DE LA ALEGRÍA ANTE LA MUERTE
Georges Bataille
Francia (1897-1962)

Me entrego a la paz hasta la aniquilación. Los ruidos del combate se pierden en la muerte como se pierden los ríos en el mar, como el fulgor de las estrellas en la noche. El poder del combate se lleva a cabo en el silencio de toda acción. Entro en la paz como si entrara en un oscuro incógnito. Caigo en este oscuro incógnito; yo mismo me convierto en este oscuro incógnito. Yo soy la alegría ante la muerte. La alegría ante la muerte me lleva, la alegría ante la muerte me precipita, la alegría ante la muerte me aniquila. Habito en este aniquilamiento y, a partir de él concibo la naturaleza como un juego de fuerzas que se expresa en una agonía multiplicada, incesante. De este modo me pierdo lentamente en un espacio inin­teligible y sin fondo, llego hasta el fondo de los mundos. La muerte me carcome, la fiebre me roe, el oscuro espacio me absorbe, la alegría ante la muerte me aniquila. Yo soy la alegría ante la muerte. La profundidad del cielo, el espacio perdido es alegría ante la muerte: todo está resquebrajado. Concibo la tierra girando vertiginosamente en el cielo; concibo el mismo cielo deslizándose, girando y perdién­dose. El sol, comparable a un alcohol, girando y estallando hasta perder el aliento; la profundidad del cielo como un desenfreno de luz helada que se pierde. Todo lo que existe destruyéndose, consumiéndose y muñéndose, produciéndose sólo a cada instante con el aniqui­lamiento de quien le precedió y no existiendo él mismo sino herido mortalmente. Yo mismo destruyéndome y consumiéndome sin cesar en mí mismo, en una gran fiesta de sangre. Así es como concibo el instante helado de mi propia muerte.


ONCOLOGÍA
Marcos Silber
Argentina (1934)

El de blanco lo dice con tono blanco y dialecto negro, desde una boca de labios lejanos. Es un Titanic de fuego el que me da de lleno contra los arrecifes de mi pavura. No veo -me digo-, no alcanzo, no sé. Estrella de maldad en cielo enemigo se abre "terminal", se deja leer. Y brilla con luz de adiós la verduga. "Hicimos todo lo posible", agrega el de blanco. No veo, no alcanzo, no sé. La cabeza, la masa de la cabeza, se desprende, se aleja, rueda en la oscuridad; lo que trabaja de pensar se retira. No veo, no alcanzo, no sé. Los brazos no, los brazos como si nada. Los platos playos abajo, arriba los hondos, el trapo húmedo por los estantes, el papelerío, los borradores y los restos de la cena a la bolsa. Todo a la bolsa. Y a la bolsa el saludo del vecino: "Buenas noches, ¿cómo está usted?".


LOS ESPECTROS
D.H. Lawrence
Inglaterra (1885-1930)

Y así como el perro con sus fosas nasales, al rastrear los fragmentos de los miembros de los animales y el olor de sus patas que dejan sobre la suave hierba, encuentra un camino sin camino para los hombres, así también sigue el alma el rastro de los muertos a través de grandes espacios. Porque el viaje es para llegar lejos, para dormir y olvidar, y menudo los muertos vuelven los ojos y se rezagan, porque entonces advierten todo lo que se ha perdido. Entonces el alma viviente los alcanza y grande es el dolor de los saludos y mortal el volver a separarse. Porque, oh, los muertos están desconsolados, ya que ni la muerte puede compensar ciertos errores.


EL BLOQUEO
César Fernández Moreno
Argentina (1919-1985)

Entró en la habitación. Un león estaba echado en uno de los rincones, mirándolo con ojos atentos. Giró, sin poder devolverle la mirada, sin querer correr, y trató de salir. Pero la puerta se había cerrado por fuera, no la podía abrir. Endureció sus pasos. Caminó por un corredor lateral, sin volverse. Llegó a la otra habitación, la que tenía otra puerta hacia fuera. Una puerta de dos hojas, desvencijada, que dejaba entrar segmentos de luz. Ya estaba por abrirla, cuando la vio, algo inequívoco, penetrando entre las dos hojas: la empenachada cola de otro león. Venía del exterior, serpenteaba, golpeaba impaciente el suelo, levantaba partículas de polvo. Sólo podía evadirse hacia la vigilia. Despertó. La puerta de su jaula se abría en ese momento: entraba un domador provisto de una silla y un látigo. Desesperado, tiró un zarpazo contra la otra puerta: detrás de sus rejas, el dueño del circo le apuntaba con un revólver.


RATONES
Alfonso Reyes
México (1889-1959)

Tenía unas bodegas llenas de ratones. Se hizo traer una gata, que extinguió la plaga. Un día la gata se comió un merengue, y se desencantó y volvió a ser princesa. La princesa era muy agradable. Pero la casa se llenó de ratones.


LA PESADILLA DEL TEÓLOGO
Bertrand Russell
Gales (1872-1970)

El eminente teólogo doctor Thaddeus soñó que estaba muerto y se dirigía al cielo. Sus estudios le habían preparado y no tuvo ninguna dificultad para encontrar el camino. Llamó a la puerta del cielo y se encontró con un escrutinio más meticuloso de lo que esperaba.
- Solicito la admisión -explicó- porque he sido un hombre de bien y he dedicado mi vida a la gloria de Dios.
- ¿Hombre? -dijo el portero-. ¿Qué es eso? Y, ¿cómo es posible que una criatura tan ridícula como tú haga algo para promover la gloria de nadie?
El doctor Thaddeus se quedó perplejo.
- No es posible que desconozcas al hombre. Debes saber que el hombre es la obra suprema del Creador.
- Lamento herir tus sentimientos -dijo el portero-, pero lo que dices es nuevo para mí. Dudo que nadie de los que estamos aquí haya oído jamás hablar de esa cosa que llamas "hombre". Sin embargo, puesto que pareces afligido, tendrás la oportunidad de consultar a nuestro bibliotecario.
El bibliotecario, un ser globular con mil ojos y una boca, bajó algunos de sus ojos hacia el doctor Thaddeus.
- ¿Qué es eso? -le preguntó al portero.
- Eso dice ser miembro de una especie llamada "hombre" que vive en un lugar de nombre Tierra. Tiene la curiosa idea de que alguien se interesa especialmente por ese lugar y esta especie. Pensé que quizá podrías ilustrarle.
- Bueno -dijo amablemente el bibliotecario al teólogo-, tal vez puedas decirme dónde está ese sitio que llamas Tierra.
- Forma parte del Sistema Solar.
- ¿Y qué es el Sistema Solar? -preguntó el bibliotecario.
- Pues.. -replicó el teólogo- mi campo era el conocimiento sagrado y lo que preguntas pertenece al conocimiento profano. No obstante, he aprendido lo suficiente de mis amigos astrónomos para poder decirte que el Sistema Solar forma parte de la Vía Láctea.
- ¿Y qué es la Vía Láctea? -preguntó el bibliotecario.
- Es una de las galaxias, de las que, según me han dicho, existen unos cien millones.
- Bueno, bueno -dijo el bibliotecario-. No esperarás que recuerde una entre un número tan elevado. Pero sí recuerdo haber oído antes la palabra "galaxia". De hecho, creo que uno de nuestros bibliotecarios auxiliares está especializado en galaxias. Llamémosle y veamos si puede ayudarnos.
Poco después se presentó el bibliotecario auxiliar galáctico, que tenía la forma de un dodecaedro. Era evidente que en otro tiempo su superficie había sido brillante, pero el polvo de los estantes le había vuelto mortecino y opaco. El bibliotecario le dijo que el doctor Thaddeus, al esforzarse por explicar su origen, había mencionado las galaxias, y confiaban en que sería posible obtener información al respecto en la sección galáctica de la biblioteca.
- Bueno, -dijo el bibliotecario auxiliar-, supongo que sería posible con el tiempo, pero como hay cien millones galaxias y a cada una le corresponde un volumen determinado. ¿Cuál desea esta extraña molécula?
- Es la galaxia llamada Vía Láctea -dijo titubeante el doctor Thaddeus.
- De acuerdo -concluyó el bibliotecario auxiliar-. La encontraré, si es que puedo.
Unas tres semanas después regresó y dijo que el fichero extraordinariamente eficaz de la sección galáctica le había permitido localizar la galaxia como la número QX 321762.
- Hemos empleado a los cinco mil funcionarios de la sección galáctica en esta investigación. ¿Desea ver al funcionario encargado especialmente de la galaxia en cuestión?
Llamaron al funcionario, que resultó ser un octaedro con un ojo en cada superficie y una boca en una de ellas. Estaba sorprendido y deslumbrado al verse en una región tan brillante, lejos del umbrío limbo de sus estanterías. Se sobrepuso y preguntó con timidez:
- ¿Qué desean saber acerca de una galaxia?
El doctor Thaddeus se lo explicó:
- Quiero informarme sobre el Sistema Solar, una serie de cuerpos celestes que giran alrededor de una de las estrellas de su galaxia. La estrella en cuestión se llama Sol.
- Hum -dijo el bibliotecario de la Vía Láctea-. Ha sido bastante difícil encontrar la galaxia precisa, pero encontrar la estrella precisa en la galaxia es mucho más difícil. Sé que hay unos trescientos mil millones de estrellas en la galaxia, pero mis conocimientos no me permiten distinguir una de otra. Creo, sin embargo, que cierta vez la administración pidió la lista completa de los trescientos mil millones de estrellas y sigue guardada en el sótano. Si cree que merece la pena, emplearé a un grupo especial del Otro Lugar para que busquen esa estrella en particular.
Convinieron que, como la cuestión se había planteado y era evidente que el doctor Thaddeus estaba angustiado, siendo en principio interesante que un ser tan rudimentario se presentase de improviso, sería lo mejor que podían hacer. Varios años después, un tetraedro muy cansado y desalentado se presentó ante el bibliotecario auxiliar galáctico y le dijo:
- Por fin he localizado esa estrella particular sobre la que se han pedido informes, pero no entiendo por qué ha despertado el menor interés. Tiene un gran parecido con muchas otras estrellas de la misma galaxia. Es de tamaño y temperatura medios y está rodeada por otros cuerpos mucho más pequeños llamados "planetas". Tras una minuciosa y microscópica investigación, he descubierto que por lo menos algunos de esos planetas tienen parásitos, y creo que esta cosa que ha solicitado los informes debe de ser uno de ellos.
Al llegar a este punto, el doctor Thaddeus rompió en un apasionado e indignado llanto:
- ¿Por qué, decidme, por qué el Creador nos ocultó a los pobres habitantes de la Tierra que no fuimos nosotros quienes le incitaron a crear los Cielos? Durante mi larga vida le he servido con diligencia, creyendo que se fijaría en mis servicios y me recompensaría con dicha eterna. Y ahora parece que ni siquiera tenía conocimiento de mi existencia. Me decís que soy un animalículo infinitesimal en un pequeño cuerpo que gira alrededor de un miembro insignificante de un grupo formado por trescientos mil millones de estrellas, que sólo es uno entre muchos millones de tales grupos. ¡No puedo soportarlo, y ya no me es posible adorar a mi Creador!
- Muy bien -dijo el portero-. Porque no hay ningún Creador que adorar, ya que la ilimitada cavidad del Universo es eterna, nada la creó, y todo lo que ves no ha surgido más que de la combinación aleatoria entre los elementos primordiales. Aunque tú, triste homúnculo en el Gran Libro de la Naturaleza, debes de ser una insignificante errata con la que no deberíamos haber perdido ni un ápice de nuestra enorme duración temporal.
En aquel momento se despertó el teólogo.
- El poder de Satán sobre nuestra imaginación durante el sueño es aterrador -musitó.


OBRA FUNERAL
José Jaramillo Restrepo
Colombia (1944)

Ya había escogido la música que deseaba que interpretaran en su funeral. Era una obra reconocidamente clásica. Que fuera esa producción musical y no otra, comentaba y exigía. Soñaba verse sentado en una de las bancas de la catedral gótica de su ciudad, en el culto relativo a su funeral, en su definitiva ceremonia. Al pasar frente a una venta de música, cerca de la única iglesia gótica de su ciudad, oyó la sin igual, bella obra, y cayó fulminado por un infarto.


CRIMEN PERFECTO
Ednodio Quintero
Venezuela (1947)

De tanto leer novelas de crímenes aquel hombre terminó ideando el crimen perfecto. Se propuso poner en ejecución el infalible plan. Cuando todo estuvo listo se dio cuenta que le faltaba algo fundamental: la víctima. Obvió la dificultad girando el cañón de la pistola exactamente 180 grados. Apretó el gatillo. Sin embargo algo falló y el criminal fue castigado. Lo encerraron en un estrecho cajón y lo metieron tres metros bajo tierra. Que nosotros sepamos todavía no se ha escapado.


TAXIDERMISTA
Hugo Hiriart
México (1942)

Orgulloso, el maestro taxidermista nos enseña un amasijo de hilos y pegamento amarillo: esto es un ganso salvaje, nos dice, nada más le faltan el pico, las plumas, las alas, la cola, las patas y los ojos.


LA MUJER IDEAL
Henri Michaux
Francia (1899-1984)

Lo que le ha faltado a mi vida, sobre todo hasta el presente, ha sido simplicidad. Poco a poco comienzo a cambiar. Ahora, por ejemplo, siempre que salgo, llevo mi cama conmigo, y cuando una mujer me agrada, la tomo y me acuesto con ella al instante. Si sus orejas o su nariz son feas y grandes se las quito juntamente con la ropa y las pongo debajo de la cama. Allí las encontrará ella al partir. Sólo guardo lo que me agrada. Si su ropa interior mejorara al ser cambiada, la cambio en seguida. Ese será mi regalo. Si entre tanto veo otra mujer más agradable que pasa, me excuso ante la primera y la hago desaparecer inmediatamente. Personas que me conocen sostienen que no soy capaz de hacer eso que digo, que no tengo suficiente temperamento para ello. Yo también lo creía así, pero era porque no hacía todo como se me antojaba. Ahora paso siempre muy lindas tardes (por la mañana trabajo).