20 de julio de 2012

Umberto Eco: "Se escribe para la eternidad, no para pasado mañana"


El piamontés Umberto Eco (1932) es un personaje fecundo y múltiple: ensayista, crítico literario, medievalista, profesor, bibliófilo, novelista, semiólogo, experto en medios masivos de comunicación... Después de obras como "Il nome della rosa" (El nombre de la rosa) e "Il pendolo di Foucault" (El péndulo de Foucault), que le granjearon gran notoriedad, su narrativa derivó hacia caminos más personales que parecieron satisfacer más los deseos del autor que los del lector. En ese sentido, su novela "Il cimitero di Praga" (El cementerio de Praga) -aparecida en 2010- es claramente representativa. Con formas narrativas más sencillas que en sus anteriores novelas, Eco recorre la última mitad del siglo XIX, un período repleto de intrigas, conspiraciones, escándalos y revueltas políticas: la revolución de Garibaldi, la Comuna de París, el caso Dreyfus, la guerra franco-prusiana, el ascenso de la burguesía, la aparición del proletariado, la influencia de las logias masónicas, las peripecias de la comunidad judía, los pogromos y la gestación de Los protocolos de los sabios de Sión, el panfleto que se publicó por primera vez en la Rusia zarista en 1903. Inmediatamente el libro levantó polvareda. En sus páginas puede leerse que los alemanes tienen "el más bajo nivel de humanidad concebible. Viven en un estado de perpetuo embarazo intestinal debido al exceso de cerveza y a esas salchichas de cerdo con las que se atiborran"; los franceses son "perezosos, estafadores, rencorosos, celosos, orgullosos más allá de todo límite, malos, matan por aburrimiento"; los italianos son "arteros y taimados"; los españoles "vanidosos"; los croatas "ignorantes"; los ingleses "sucios"; los curas "repiten que su reino no es de este mundo, pero ponen las manos encima de todo lo que pueden manipular"; los jesuitas son "masones vestidos de mujer"; y las mujeres son "meretrices que propagan la sífilis". Pero la peor parte la llevan los judíos, un pueblo deicida que "desprende un olor nauseabundo". Es la misma fetidez -dice el capitán Simonini, falsificador profesional de documentos, protagonista principal de la novela- que se aprecia en los pederastas y en pueblos salvajes que practican el canibalismo. Los judíos no enferman porque son los portadores de "una peste permanente que los defiende de la peste ordinaria". Jesús no era judío, "Jesús era de raza céltica, rubio y de ojos azules". Los judíos son cada vez más peligrosos, pues se han convertido en "los agentes de la subversión anarquista y comunista. Están a nuestro alrededor, a nuestras espaldas, controlan nuestros ahorros, dirigen nuestros ejércitos, influyen en la Iglesia y en los gobiernos". Naturalmente, llovieron las críticas. Eco se defendió: "Sentí que no sabía cómo el lector iba a acoger a este personaje y si podría confundir entre verdad y ficción. Así es que creé una historia folletinesca y decidí escribir una novela basada en una serie de documentos, tal vez los más odiados de la historia reciente, basados en los protocolos de los Sabios Ancianos de Sión, para reconstruir la historia del antisemitismo del siglo XIX hasta llegar a Hitler". Dos años después de tanto revuelo, cuando Eco se convirtió en octogenario, recordó estos episodios e hizo un breve balance de su carrera como novelista en dos entrevistas que concedió a Antonio Gnoli del diario italiano "La Repubblica" y a Stephen Moss del diario inglés "The Guardian".


Usted ha desarrollado una distinguida carrera de treinta años en el mundo académico, con actividades suplementarias haciendo programas culturales de televisión y trabajando como editor en Milán antes de "El nombre de la rosa". ¿Por qué sintió la necesidad de agregar ficción a un currículum de por sí sobrecargado?

En parte fue accidental. Una amiga me pidió que escribiera una novela de detectives corta para una nueva colección que estaba preparando. Le dije que si lo hacía, estaría ambientada en la Edad Media y que tendría quinientas páginas. Era demasiado grande para la colección propuesta, pero la idea se instaló en mi mente (o en mi estómago) y nació un fenómeno editorial. De todos modos, aun sin la intervención de mi amiga, habría terminado escribiendo novelas. La noción de envenenar a un monje me atraía y tenía ya una lista de nombres monjiles en mi cajón para usarlos en alguna eventualidad. Siempre tuve un impulso narrativo. Escribía cuentos e inicios de novelas a la edad de diez o doce años. Después satisfice mi gusto por la narrativa escribiendo ensayos. Todas mis investigaciones tienen la estructura de un policial. Uno de mis profesores señaló que hasta mi tesis doctoral sobre Tomás de Aquino tenía esa estructura dado que la conclusión llegaba provocativamente después de un largo proceso de adivinación. Reconocí que tenía razón, y que yo tenía razón, y que la investigación debe hacerse de esa manera. Cuando mis hijos eran chicos alimenté mi impulso narrativo contándoles historias, y después, cuando crecieron, sentí la necesidad de escribir ficción. Me pasó lo que le pasa a la gente cuando se enamora. ¿Por qué te enamoraste ese día, ese mes, de esa persona? ¿Estás loco? ¿Por qué? Uno no lo sabe. Sucede.

"El nombre de la rosa" lo hizo famoso como novelista, pero también resultó difícil superarla.

A veces digo que odio "El nombre de la rosa" porque los libros siguientes probablemente fueron mejores. Pero les pasa a muchos escritores. Gabriel García Márquez podrá escribir cincuenta libros, pero siempre será recordado por "Cien años de soledad". Cada vez que publico una nueva novela, crecen las ventas de "El nombre de la rosa". ¿Cuál es la reacción? Ah, un nuevo libro de Eco. Pero nunca leí "El nombre de la rosa", que, por otra parte, es más barato porque está en rústica. ¡Ja, ja!

Dicen que en una ocasión calificó a la película "El nombre de la rosa" de travesti.

Lo que sucede es que un film no puede hacer todo lo que hace un libro. Un libro como éste es un sándwich con pavo, salame, tomate, queso, lechuga. Y la película está obligada a elegir solamente la lechuga o el queso, eliminando todo lo demás, el lado teológico, el lado político. Es una linda película. Me dijeron que una chica entró en una librería y al verlo dijo: "Ay, ya hicieron el libro". ¡Ja, ja!

¿Sus novelas están en deuda en alguna medida con el cine?

Mis novelas le deben mucho más al cine que a la literatura. Su gramática, el montaje, el juego de los primeros planos y los contracampos son indisociables de mi modo de construir la novela.

La risa es otro componente fundamental de su trabajo.

Le confieso que durante años soñé con escribir la gran obra filosófica sobre la risa. Porque todos los que lo intentaron -de Aristóteles a Freud y Bergson- explicaron una parte, nunca la totalidad. Después me di cuenta de que no era capaz de escribirla. Pero difundí el rumor de que estaba trabajando en el tema, para que al morir salieran muchas tesis de doctorado sobre mi obra incompleta dedicada a la risa. O sea que no resolví el problema, pero a los ojos del público ya no estoy obligado a escribir la obra fundamental.

Dijo que desearía recibir la muerte haciendo bromas sobre ella.

La risa es un modo de exorcizar la muerte. Mi modelo es Alfred Jarry, que en el momento de morirse pide un escarbadientes.

Siempre estuvo muy atento a la comunicación masiva, a los géneros llamados populares.

Fui el primero que escribió sobre la historieta seriamente. Pero nunca me había pasado por la mente que mis novelas tuvieran que convertirse en productos accesibles a las masas. A tal punto que cuando terminé "El nombre de la rosa" pensé en entregarlo a la Biblioteca Azul, una colección que imprimía tres mil ejemplares.

Y en cambio llegó a millones de ejemplares.

Para mí sigue siendo un misterio. Al que se sumó un enigma posterior. Todos dicen que mis novelas están llenas de erudición, que desbordan de referencias literarias. Hay una sola ambientada en la época contemporánea, escrita de un modo plano, sin referencias culturales que no sean las historietas: "La misteriosa llama de la reina Loana".

En realidad, es un escritor que supo satisfacer las expectativas.

También yo estoy convencido de eso. Como estoy convencido de que si hubiera escrito "El nombre de la rosa" diez años antes o diez años después nadie se habría percatado.

¿Le molesta que la media docena de novelas que produjo desde "El nombre de la rosa", que lo propulsó a la fama en la ficción a comienzos de los años ’80, hayan tenido una recepción ambigua?

Siempre es una sorpresa lo diferentes que son las opiniones de los críticos. Pienso que un libro debe ser juzgado diez años más tarde, después de leerlo y releerlo. Siempre me han definido como demasiado erudito y filosófico, demasiado difícil. Entonces escribí una novela que no es para nada erudita, que está escrita en lenguaje común, "La misteriosa llama de la reina Loana", y de todas mis novelas es la que menos se vendió. O sea que probablemente esté escribiendo para masoquistas. Sólo los editores y algunos periodistas creen que la gente quiere cosas simples. La gente está cansada de cosas simples. Quiere recibir desafíos.

Siempre me asombró su defensa de la vida académica. ¿No se ha sentido un pez fuera del agua?

Exactamente lo contrario. La buena universidad supo introducir los grandes temas -los estudios sobre la televisión, sobre la radio, sobre las historietas y sus efectos- que recién mucho más tarde fueron asumidos por la cultura militante, siempre atrasada por vocación, por elección, por oportunismo.

Usted tiene relaciones conflictivas con los medios. Colabora en ellos, pero lo hace con desconfianza, a veces con intolerancia.

Desarrollo mi crítica de los medios a través de los medios. Gracias al cielo, se puede hacer.

¿Cómo reacciona a la crítica demoledora de un libro suyo?

Le busco una razón, entre otras cosas, porque es lógico que cada uno vea las cosas a su modo. A veces me enojo por reseñas positivas, porque lo son por motivos equivocados. La crítica demoledora, es evidente que puede disgustarme. Pero la pongo entre las cosas posibles. Es como cuando se juega al tenis, algún golpe va a parar a la red o fuera de línea. Además, se escribe para la eternidad, no para pasado mañana.

Su libro "El cementerio de Praga" fue atacado por algunos por regurgitar un texto antisemita…

Los Protocolos se encuentran fácilmente en Internet y los "lectores débiles" que no entienden mi propósito lo enfocarán hacia otra parte. Nadie es responsable de las lecturas perversas que se hagan de su libro. Los sacerdotes católicos dijeron que no había que darle "Madame Bovary" a una jovencita para leer porque podía verse seducida por el adulterio.

Para el "L'Osservatore Romano" y para el Vaticano, "El cementerio de Praga" es toda "una sinfonía maligna".

Esta critica solo ha conseguido que se vendan 100.000 copias más del libro. En Italia se han vendido en un solo mes 600.000 ejemplares. No lo entiendo, la verdad, como de una obra como esta, con este protagonista, se hayan vendido tantos ejemplares. Tal vez se hayan vuelto todos locos, y se entiende, claro, votan a Berlusconi.

¿Cómo es posible que una cultura tan intelectual y artística como la de Italia haya elegido en su momento a un bufón como Berlusconi?

Berlusconi era fuertemente anti-intelectual. Y se jactaba de no haber leído una novela en veinte años. Existía un miedo a lo intelectual como poder crítico, y en ese sentido hubo un choque entre Berlusconi y el mundo intelectual. Pero Italia no es un país intelectual. En el subte de Tokio todos leen. En Italia, no. No evalúe a Italia por el hecho de que dio a Rafael y a Miguel Angel.

¿Se siente atraído por las conspiraciones? Las conspiraciones en general, y los Protocolos en particular, han sido temas recurrentes en su obra, sobre todo en su segunda novela, "El péndulo de Foucault", donde como una broma, tres editores de libros mediocres pergeñan una conspiración grandiosa que llega para apoderarse de sus vidas.

Lo atractivo para mí no son las conspiraciones en sí, sino la paranoia que les permite florecer. Hay muchas conspiraciones pequeñas y en su mayoría son expuestas. Pero la paranoia de la conspiración universal es más poderosa porque es eterna. Nunca se puede descubrir porque no se sabe quién participa. Es una tentación psicológica de nuestra especie. Karl Popper escribió un excelente ensayo sobre eso, donde dijo que empezó con Homero. Todo lo que pasa en Troya fue planeado la víspera en la cima del Olimpo por los dioses. Es una forma de no sentirse responsable de algo. Por eso las dictaduras usan la noción de conspiración universal como arma. Durante los primeros diez años de mi vida fui educado por fascistas en la escuela, y usaban la conspiración universal -que los ingleses, los judíos y los capitalistas estaban complotando contra el pobre pueblo italiano, se decía entonces-. Con Hitler fue igual.

¿Por qué le preocupan los Protocolos?

Como estudioso, me interesa la filosofía del lenguaje, la semiótica, como quieran llamarla, y uno de los rasgos principales del lenguaje humano es la posibilidad de mentir. Un perro no miente. Cuando ladra, significa que hay alguien. Los animales no mienten, los seres humanos sí. De las mentiras a las falsificaciones hay poco trecho y he escrito ensayos técnicos acerca de la lógica de las falsificaciones y acerca de las influencias de las falsificaciones sobre la historia. La más terrible y famosa de estas falsificaciones son los Protocolos.

Usted ha reivindicado la idea de que se escribe sobre todo para los lectores y no para sí mismo.

Sí, pero para los lectores de los próximos dos mil años. Yo escribo para la época en que mi crítico demoledor ya es difunto.

¿Cómo vive el éxito?

Teniendo el celular siempre apagado y siendo independiente en la medida de lo posible.

¿Cómo cree que será recordado: como novelista, crítico o erudito?

Se lo dejo a usted. En general, un novelista tiene una vida más duradera que un académico, salvo que uno sea Immanuel Kant o John Locke. Pensadores ilustres de hace cincuenta años ya fueron olvidados.

¿Está resignado entonces a que lo recuerden por "El nombre de la rosa" antes que por su contribución a la semiótica?

Al principio, tenía la impresión de que mis novelas no tenían nada que ver con mis inquietudes académicas. Después descubrí que los críticos encontraban muchas conexiones y los editores de la Biblioteca de Filósofos Vivos decidieron que mis novelas debían ser tenidas en cuenta como un aporte filosófico. Entonces me rindo. Acepto la idea de que coinciden. No soy esquizofrénico.