22 de mayo de 2011

Entremeses literarios (CXXXI)

A MANO
Sara Gallardo
Argentina (1931-1988)

El más tranquilo de los hombres, en el bar me consultan. Soy juicioso por cierto. Acuclillado en el cajón de lustrador miro pasar la gente. O lustro. Conozco los zapatos de mis parroquianos. "Estoy a mano con la vida" digo. Ellos me admiran. Estoy a mano, es cierto. A mi hijo -único- puse un nombre pensado. El del abuelo, el mío, y el que decía la verdad en tercer sitio. Carlos Fidel Deseado. Apellido, González. Pude costearle los estudios, escuela, colegio, medicina. Se recibió a los veintidós. Lo celebramos con asado. No faltó ni un vecino. Aquella noche lo mató un tranvía. Veintidós, ya lo dije. Tardé treinta y seis años en vengarlo. Veneno. Uno por uno hasta llegar a veintidós. ¿Quién iba a sospechar? La nieta de mi hermana completó la cuenta. Estoy a mano con la vida, es cierto. En calma, miro pasar la gente. Los mozos me consultan. Soy juicioso. Doy consejos, el corazón frío.


GRIETAS
Paz Monserrat Revillo
España (1962)

Cuentan de una marquesa que -para solucionar el misterio- contrató sucesivamente a un mayordomo con dedicación exclusiva, a un sabueso de olfato prodigioso y a una agencia de detectives. Fracasó. La encontraron colgada de su pálido collar de perlas. No hay ama de casa -si alguna dice lo contrario miente- que conozca el insondable lugar a donde van a parar las parejas de los calcetines que cada semana, impares y resignados, acaban en el cesto. Allí esperan, desmayados, el regreso de sus mellizos que en un momento de descuido se deslizaron por alguna rendija del tiempo o del espacio a un mundo paralelo. En su desesperación -y conociendo el carácter universal del problema aunque nadie lo admita- a una ama de casa se le ha ocurrido la idea de patentar la venta de tríos de calcetines para erradicar la tristeza que cunde en el cesto y en los pies de su familia. Pero está demasiado ocupada buscando grietas en los cajones, la lavadora, la ropa de la plancha y su propia memoria. Una vez miró en la papelera de reciclaje del ordenador, también al otro lado del espejo. Cada noche espera inútilmente encontrarlos en sueños. Estaría dispuesta incluso a drogarse con setas. A veces piensa en el lado oculto de la luna. No pierde la esperanza, sabe que un día los encontrará. Acompañados de cinco generaciones de antepasados, un par de enanos de jardín, un continente sumergido, los veranos de su infancia, la zarina Anastasia y el osito de peluche.


LA UNICA OBLIGACION
Juan Carlos Botero
Colombia (1960)

Cuando ella lo lanzó al abismo diciéndole que la relación había terminado, y que lo único claro que tenía en su mente era que no lo quería volver a ver jamás, quedó como un planeta expulsado de su órbita, girando, pero sin rumbo ni centro de gravedad. No soportó el golpe. De noche lloraba mientras dormía, y lo despertaba el extraño ruido de sus propios sollozos. Duró meses distraído, pensando en ella, sólo en ella, arrastrándose por el fango de bares y burdeles, intentando olvidarla, precipitado por un despeñadero sin ni siquiera sospechar que estaba cayendo. Una noche de aguaceros torrenciales, tocó fondo. Afuera tronaba la lluvia y el agua hervía sobre el tejado, cuando de pronto, en el destello de un relámpago, pareció despertar de un sueño atroz: en el relámpago del fogonazo se vio reflejado en el espejo del baño con el rostro barbudo y demacrado, y con la temblorosa cuchilla posada sobre sus expectantes venas azules. Se miró a los ojos, dejó caer la cuchilla, y resquebrajó por completo la represa de su llanto. Lloró largo rato sin pausas, pero a diferencia de las veces anteriores ahora no lloraba por la falta que ella le hacía sino por su fracaso como persona incapaz de sortear un golpe devastador. En ese momento lo alcanzó como un rayo, pero no súbito y fulminante, sino más bien agotado, titubeante en las tinieblas, el oscuro entendimiento de la única obligación: reconstruir.
 
 
UN JUSTO ACUERDO
Bárbara Jacobs
México (1947)

Por diferentes delitos, la condenaron a cadena perpetua más noventa y seis años de estricta prisión. Como era joven, los primeros cincuenta los pasó viva. Al principio no faltó quien la visitara; en varias ocasiones concedió ser entrevistada, hasta que dejó de ser noticia. Su rutina sólo se vio interrumpida cuando, durante los últimos años y a pesar de que las autoridades la consideraron siempre una mujer sensata, fue confinada al pabellón de psiquiatría. Ahí aprendió cómo entretenerse sin necesidad de leer ni escribir; acaso ni de pensar. Para entonces ya había prescindido del habla, y no tardó en acostumbrarse a la inmovilidad. Al final parecía dominar el arte de no sentir. Cuando murió la llevaron, en un ataúd sencillo, a una celda iluminada y con bastante ventilación, donde cumplió buena parte de su condena: a lo largo de este período, el celador en turno rara vez olvidó de llevarle flores, aunque marchitas, obedeciendo la orden, transmitida de sexenio en sexenio, de mantenerla aislada, si bien no por completo. Hace poco, debido a razones de espacio, las autoridades decidieron enterrarla; pero, con el fin de no transgredir la ley y de no conceder a esa reo ningún privilegio, acordaron que el tiempo que le faltaba purgar fuera distribuido entre dos o tres presas desconocidas que todavía tenían muchos años por vivir.


TODO TIEMPO FUTURO FUE PEOR
Raúl Brasca
Argentina (1948)

Anoche se sobrepuso a las balas que lo acribillaron y huyó de la policía entre la multitud. Se escondió en la copa de un árbol, se le rompió la rama y terminó ensartado en una verja de hierro. Se desprendió del hierro, se durmió en un basural y lo aprisionó una pala mecánica. La pala lo liberó, cayó sobre una cinta transportadora y lo aplastaron toneladas de basura. La cinta lo enfrentó a un horno, él no quiso entrar y empezó a retroceder. Dejó la cinta y pasó a la pala, dejó la pala y fue al basural, dejó el basural y se ensartó en la verja, dejó la verja y se escondió en el árbol, dejó el árbol y buscó a la policía. Anoche puso el pecho a las balas que lo acribillaron y se derrumbó como cualquiera cuando lo llenan de plomo: completamente muerto.


ALMEZ
Hipólito G. Navarro
España (1961)

Luego, con el mismo bastón, dibujó insondables garabatos en la tierra...: persiguió el improvisado lápiz de su edad alguna hormiga, se demoró en un lento esbozo de paralelas, de círculos y elipses. Se imaginó entonces regresando hasta un otoño adolescente, casi de canicas, una vastedad de años atrás, cuando tantas tardes en aquel mismo jardín perdido más allá de la abierta curiosidad de las eras se tendía junto a Alina a la salida del colegio y aprendía en su boca el primer abismo de los besos, disimulado apenas en el juego de robarse de entre los dientes aquellas dulzonas bolitas del almez que ella, ya más alta, más mujer, le alcanzaba de unas ramas que él, recién estrenado en ecuaciones y caricias, confuso de polinomios y de piel, tardaría aún años en rozar.
 
 
AYYYY
Angélica Gorodischer
Argentina (1928)

Sonó el timbre y ella fue a abrir la puerta. Era su marido.
- ¡Ayyyy! -gritó ella-. ¡Pero si vos estás muerto!
El sonrió, entró y cerró la puerta. Se la llevó al dormitorio mientras ella seguía gritando, la puso en la cama, le sacó la ropa e hicieron el amor. Una vez. Dos veces. Tres. Una semana entera, mañana, tarde y noche haciendo el amor divina, maravillosa, estupendamente. Sonó el timbre y ella fue a abrir la puerta. Era la vecina.
- ¡Ayyyyy! -gritó la vecina-. ¡Pero si vos estás muerta! -y se desmayó.
Ella se dio cuenta de que hacía una semana que no se levantaba de la cama para nada, ni para comer ni para ir al baño. Se dio vuelta y ahí estaba su marido, en la puerta del dormitorio:
- ¿Vamos yendo, querida? -dijo, y sonreía.


EL RETRATO
José Antonio Ramos Sucre
Venezuela (1890-1930)

Yo trazaba en la pared la figura de los animales decorativos y fabulosos, inspirándome en un libro de caballería y en las estampas de un artista samurai. Un biombo, originario del Extremo Oriente, ostentaba la imagen de la grulla posada sobre la tortuga. El biombo y un ramo de flores azules me habían sido regaladas en la casa de las cortesanas, alhajadas de muebles de laca. Mi favorita se colgaba afectuosamente de mi brazo, diciéndome palabras mimosas en su idioma infranqueable. Se había pintado, con un pincel diminuto, unas cejas delgadas y largas, por donde resaltaba la tersura de nieve de su epidermis. Me mostró en ese momento un estilete guardado entre su cabellera y destinado para su muerte voluntaria en la víspera de la vejez. Sus compañeras reposaban sobre unos tapices y se referían alternativamente consejas y presagios, diciéndose cautivas de la fatalidad. Fumaban en pipas de plata y de porcelana o pulsaban el laúd con ademán indiferente. Yo sigo pintando las fieras mitológicas y paso repentinamente a dibujar los rasgos de una máscara sollozante. La fisonomía de la cortesana inolvidable, tal como debió de ser el día de su sacrificio, aparece gradualmente por obra de mi pincel involuntario.


SOBRE EL DIABLO
Marco Denevi
Argentina (1922-1998)

La mayor astucia del Diablo ha sido soplar en el oído de los hombres que él es el ángel rebelde. Estaba seguro de que los hombres se pondrían secretamente de su parte. Pero la verdad es otra. Fue Dios quien, en el principio de los tiempos, se rebeló contra el Diablo y desde entonces guerrea incesantemente con él. Esto lo saben algunos pocos hombres, entre los que me incluyo. Ahora también lo saben ustedes. Pero no me hago ilusiones. El Diablo seguirá persuadiéndolos de que él es el rebelde y ustedes seguirán poniéndose secretamente de su parte.


SUBRAYE LAS PALABRAS ADECUADAS
Luis Britto García
Venezuela (1940)

Una mañana tarde noche el niño joven anciano que estaba moribundo enamorado prófugo confundido sintió las primeras punzadas notas detonaciones reminiscencias sacudidas precursoras seguidoras creadoras multiplicadoras formadoras extinguidoras de la helada la vacación la transfiguración la acción la inundación la cosecha. Pensó recordó imaginó inventó miró oyó talló cardó concluyó corrigió anudó pulió desnudó volteó rajó barnizó fundió la piedra la esclusa la falleba la red la antena la espita la mirilla la artesa la jarra la podadera la aguja la aceitera la máscara la lezna la ampolla la ganzúa la reja y con ellas atacó erigió consagró bautizó pulverizó unificó roció aplastó creó dispersó cimbró lustró repartió lijó el reloj el banco el submarino el arco el patíbulo el cinturón el yunque el velamen el remo el yelmo el torno el roble el caracol el gato el fusil el tiempo el naipe el torno el vino el bote el pulpo el labio el peplo el yunque, para luego antes ahora después nunca siempre a veces con el pie codo dedo cribarlos fecundarlos omitirlos encresparlos podarlos en el bosque río arenal ventisquero volcán dédalo sifón cueva coral luna mundo viaje día trompo jaula vuelta pez ojo malla turno flecha clavo seno brillo tumba ceja manto flor ruta aliento raya, y así se volvió tierra.