6 de abril de 2011

Giuseppe Prestipino: "En Gramsci, la dialéctica tiene el objetivo de comprender el presente y de descubrir las estrategias idóneas para su posible transformación" (3)

En uno de sus primeros escritos, Leon Trotski (1877-1940) aseguraba que "el Estado no es un fin en sí mismo. Es apenas una máquina en manos de las fuerzas sociales dominantes, el más perfecto medio de organización, desorganización y reorganización de las relaciones sociales". Siguiendo esa línea de pensamiento, Gramsci, treinta años más tarde, decía que "el Estado es el conjunto de órganos por medio de los cuales se ejerce la hegemonía y la coerción de la clase dirigente sobre las clases subalternas, no con la mera intención de preservar, defender y consolidar sus intereses económicos políticos, sino también para elaborar una acción educativa de conformidad del conjunto del cuerpo social, de manera que los objetivos e intereses de las clases dominantes aparezcan como datos y valores universales". En "Zur kritik der politischen ökonomie" (Contribución a la crítica de la economía política), Karl Marx (1818-1883) precisaba: "En la producción social de su vida, los hombres entran en determinadas relaciones necesarias e independientes de sus voluntades, relaciones de producción que corresponden a una determinada fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, que tiene una base real sobre la cual se edifica una superestructura jurídica y política y a la cual corresponden determinadas formas sociales de conciencia. El modo de producción de la vida material, condiciona, por lo tanto, en general, el proceso de la vida social, política y espiritual". Para elaborar esta teoría, Marx invirtió el punto de vista de Georg W.F. Hegel (1770-1831) quien, en "Phänomenologie des geistes" (Fenomenología del espíritu), afirmaba que es la conciencia la que determina el ser social del hombre. Para Marx, en cambio, es el ser social del hombre el que determina su conciencia. Para la época en que Marx escribió este ensayo, la interacción entre sociedad civil y Estado era reducida. Había una separación funcional entre el mundo de la producción, regulado por el mercado, y el mundo político, que sólo garantizaba las condiciones externas para reproducir la relación de dominación entre el capital y el trabajo asalariado. La sociedad civil, entonces, como conjunto de la estructura económica y social, incluye según Marx, el complejo de las relaciones económicas y la formación de las clases sociales. La concepción gramsciana de la sociedad civil, en cambio, es sustancialmente diferente, ya que, al definirla como el "conjunto de los organismos vulgarmente llamados 'privados' y que corresponden a la función de hegemonía que el grupo dominante ejerce en toda la sociedad a través de la ideología, y las organizaciones e instrumentos técnicos de difusión de dicha ideología", la ubica en la esfera de la superestructura. En su artículo "Egemonia e democrazia tra Stato e società civile" (Hegemonía y democracia entre Estado y sociedad civil), Giuseppe Prestipino opina que Gramsci fue muy claro cuando, refiriéndose a la unidad/distinción entre Estado y sociedad civil, juzgó que "la sociedad civil no es la 'sociedad económica' pero es parte del 'Estado integral', y que este último no es reductible al gobierno ni al aparato coercitivo. Ambos, Estado y sociedad civil, emergen de la sociedad económica". Sin embargo, estima Prestipino, "menos claro es Gramsci cuando se refiere al orden futuro. ¿Será sin Estado? ¿Se debilitará el Estado? ¿Dará vida a otra forma de Estado? ¿Se producirá la completa fusión entre Estado y sociedad civil, con la eventual reabsorción de toda función estatal en la sociedad civil?". En sus análisis, el filósofo siciliano se propone "encontrar indicios que presupongan la permanencia y al mismo tiempo verificación del pluralismo que podemos considerar inseparable de la misma herencia clásica de la democracia". Pero, si revive y se robustece semejante democracia, "¿es posible continuar profetizando la desaparición del Estado -se pregunta Prestipino-, o que en un futuro lejano el Estado habrá de desaparecer hasta convertirse (como preveía Engels) en un fósil o un resto arqueológico?". Y concluye Prestipino en el artículo mencionado: "Encontrar la justa relación entre sociedad civil y Estado -en el significado más restringido- es una tarea crucial de los innovadores en nuestro tiempo". A renglón seguido, la tercera y última parte de la entrevista que Edgardo Logiudice le realizara al filósofo siciliano para la revista "Herramienta".


¿Cómo ve el panorama actual de la filosofía?

No tengo presente el cuadro de toda la filosofía contemporánea. Sigo solamente algunas corrientes que proponen problemas no lejanos de mis intereses teóricos. Hasta hace poco tiempo, entendía necesario discutir con algunos ilustres exponentes del pensamiento crítico, neokantiano o neoiluminista, de la filosofía alemana o estadounidense (con Habermas o Rawls más que con los otros). El posmodernismo diferencialista de cierta filosofía francesa me era más extraño. Del pensamiento latinoamericano apreciaba y aprecio a Enrique Dussel. En el campo marxista, está vivo mi diálogo también con André Tosel, en particular por su crítica del capital global y, por sus estudios sobre Lukács, con Nicolas Tertulian; pero no descuido las investigaciones realizadas por Roberto Finelli sobre la relación Hegel-Marx, aunque no comparta del todo sus resultados. Son muchos los estudiosos de Gramsci en el mundo y les tengo en mucha estima, pero rara vez se combinan la reconstrucción filológica de aquel autor con una investigación teórica original.

La caída del muro tiene valor simbólico. ¿Cómo lo vio en aquel momento y cómo lo ve ahora, después de veinte años?

Que extraña suerte la del muro de Berlín. En 2009, el veintenario ha reencendido el interés periodístico por la celebrada caída, pero la glorificación del evento tiene ahora tonos menos enfáticos o triunfales. Conviene leer el libro de un historiador valeroso como Angelo d'Orsi: "1989. Del come la storia è cambiata, ma in peggio" (De cómo cambió la historia, pero para peor). El autor subraya que, entre otros fenómenos involutivos, las "guerras post-ochentainueve no finalizaron" y "no pueden finalizar" porque la fuerza de la única superpotencia victoriosa, que quedó en el campo después de la caída de aquel muro, es en realidad una debilidad, una debilidad económica, política y -en las guerras locales- también militar; una incapacidad que, no obstante, conserva su hegemonía ideológica y cultural, porque sabe llamar a silencio a los intelectuales, en otros tiempos mucho más locuaces en la denuncia y en la protesta. Los "formadores de opinión" nunca han sido tan silenciosos, si no complacientes, frente a los interminables estragos de poblaciones inermes y a la muerte por hambre en los países del "subdesarrollo". El autor recuerda también que en los países del Este europeo, aunque la gente no tiene deseos de recaer bajo los regímenes antidemocráticos del período soviético, el porcentaje de cuantos declaran en las encuestas que hace veinte años "se estaba mejor" ha pasado, en estos veinte años, de cerca de el 20% a una media de 50 o 60%.

La tradición marxista nació y vivió como parte e inspiración de "el movimiento real contra el actual estado de cosas". Tal relación se rompió o se debilitó en extremo. ¿Porqué aquéllas sólidas relaciones se rompieron o distendieron? ¿Con qué consecuencias? ¿Qué deberíamos intentar en este terreno?

La ruptura con la tradición puede ser observada en la declinación de la forma Partido. El partido, declaraba Lelio Basso interpretando a Rosa Luxemburgo, no debe ser una organización restringida de cuadros, separada de la clase y "portadora de conciencia" (como en la concepción de Lenin); el partido debe nacer del movimiento pero no identificarse con el movimiento o con su espontaneidad. Hoy, los movimientos están a veces vivos y activos, pero no quieren hacer nacer ningún partido de sus fermentos. Por otra parte, en los actuales pequeños partidos, hijos de grandes partidos de clase del siglo XX, los cuadros separados no "llevan" a las masas ninguna doctrina o concepción del mundo (como hubiera querido Lenin y, sin esa "separación", Gramsci). En los años '40/'50 del siglo pasado, los partidos de masa tenían voz y fuerza. Por ello la democracia estaba viva a pesar de las políticas represivas de los gobiernos. En Italia la policía de Mario Scelva no bromeaba. Yo mismo he sido denunciado por los carabineros por reunión sediciosa, después de un acto no autorizado. Pero, si las masas están hoy pulverizadas, ningún partido de masas puede revivir. Ni siquiera un régimen reaccionario de masas y su partido son repetibles a las maneras del siglo XX. Si también el trabajo está desarticulado, es difícil dar vida a un partido del trabajo. No obstante, las luchas obreras en Occidente y las que los subalternos conducen en las periferias del mundo pueden aún ser unificadas, no ya solamente por la condición salarial o de la explotación (no por la explotación de un trabajo hasta los años '60/'80 reunido en las fábricas y, por ese reunirse, capaz de luchar), sino por el ser todos, los operarios y los otros subalternos, en los centros y en las periferias del mundo, excluidos de todo poder decisorio, excluidos del conocimiento, devenido hoy el motor de la producción, y excluidos de compartir los fines propuestos del trabajo y de la vida. Y por estar todos, los nativos y todavía más los inmigrantes, en un mundo unificado por el capital y por su imparable trasmigrar libremente, excluidos de la "ciudadanía universal".

Transcurrida una década del nuevo siglo, ¿cuáles son los principales problemas que afronta la humanidad y qué perspectivas visualiza?

Hoy hay una polarización entre una minoría de ricos y una mayoría de miserables y hambrientos en escala mundial y no ya solamente en el Norte capitalista. Pero hay masas trabajadoras mucho más diferenciadas en sus calificaciones, en sus "mimetizaciones" (seudo trabajo autónomo), en sus proveniencias (trabajo inmigrante) y en el impacto que la crisis tiene sobre ellas. Hay un desplazamiento tendencial de los centros capitalistas hacia grandes países hasta ayer subdesarrollados (China y también Brasil, etcétera) que pueden hacer frente a las crisis con más destacados instrumentos de programación y/o de políticas sociales. Hay, en fin, la novedad de la incidencia gigantesca que la crisis ecológica tiene sobre la crisis económica. Por efecto de la crisis ecológica, esta crisis económica, en ello diferente de las otras, ahora no tiene salida. No puede resolverse, si por solución se entiende una nueva reestructuración del o en el sistema capitalista. Las crisis precedentes han sido resueltas mediante un salto tecnológico, capaz de bajar los costos de producción y, por lo tanto, los precios en la oferta de las mercancías, o mediante la intervención pública para sostener la demanda, o finalmente con la guerra, para relanzar la ocupación de mano de obra en la producción de artefactos no ofrecidos sobre el mercado interno, pero empleados para destruir la capacidad productiva de otros y, por lo tanto, abrir la vía hacia nuevos mercados externos. Si la crisis ecológica de este tercer milenio siguiera siendo ignorada o no adecuadamente afrontada por los países capitalistas, las causas de la sobreproducción y, por lo tanto, de la crisis económica, permanecerán y aun más, se agravarán. Giorgio Nebbia cita los ejemplos de la sequía en aumento, de las lluvias torrenciales, de las localidades costeras en riesgo de ser sumergidas. Son algunos ejemplos de los fenómenos que provocarían un alza en los precios agrícolas, la destrucción de bienes de uso necesarios especialmente a los más pobres y, por lo tanto, una ulterior contracción de la demanda mundial. La catástrofe climática y ambiental daría pasos agigantados y por ello la crisis económica, a pesar de pausas temporarias, no podría atenuarse totalmente. Si, en cambio, los países capitalistas se resignaran a disminuir las emisiones de anhídrido carbónico, reduciendo drásticamente los usos de carbón, petróleo, gas, etcétera, crecerían los precios de los vehículos, de los electrodomésticos y de todo lo que fuera alimentado por esos carburantes o su conversión en energía eléctrica. Si cesase la deforestación, los precios de la madera, papel, etcétera, devendrían prohibitivos para las masas. Si los productores fuesen gravados en razón de la contaminación imputable a ellos, otra vez, los precios en aumento de sus productos restringirían la solvencia de su demanda. Consecuentemente esta crisis económica debería, antes o después, traducirse en la crisis del dominio capitalista. O en la necesidad de dar vida a un orden socialista que intervenga, no ya sobre la demanda solamente o sobre la innovación tecnológica solamente (o sobre la producción de armas para la guerra), sino sobre el uso generalizado de las energías renovables considerado sin embargo inseparable de opciones vinculantes sobre bienes primarios y sobre servicios sociales a los que dirigir la intervención económica pública y privada, preferentemente o con exclusión de otros bienes y otros servicios. En tal caso, la intervención pública no dependería de la previsión de una ganancia sino que podría ofrecer sus productos o sus servicios al precio de costo. Y el estatus de bienes públicos, extendido a muchos recursos naturales y de la inteligencia humana, abatiría el anacronismo de la renta por los bienes naturales y aboliría los más modernos sobornos que exige el monopolio privado bajo la forma de patentes o de "propiedad intelectual", pretendiendo otorgar a la humanidad como si fueran bienes privados los nuevos saberes liberados en cambio, por la misma humanidad o por el uso del cerebro general, cooperante en la larga duración del tiempo histórico y en el ahora indivisible espacio global. He usado el condicional porque, por ahora, podría más fácilmente acaecer lo contrario: una barbarie global bajo un nuevo puño de hierro de los poderosos y una nueva y más destructiva guerra mundial que, con sus armas, lograría diezmar a la especie humana antes de que la diezmara la ecología.

¿Qué significado tiene hoy la palabra revolución?

El significado etimológico hace pensar en la conservación, en un movimiento cíclico (como el de los cuerpos celestes) que hace retornar las cosas al punto de partida. Por lo demás, hoy se habla precisamente de revolución conservadora con un significado próximo al de la gramsciana "revolución pasiva". En una cierta tradición del pensamiento marxista (y anarquista) revolución debía significar liquidación total del orden existente. Hemos visto que también esta tentativa de liquidar todo se ha resuelto en la restauración del viejo orden y, aún más, de sus peores caracteres. No obstante, podemos y debemos todavía hablar de revolución, a condición de resignificar esta palabra releyendo, una vez más, a Gramsci. Gramsci sostenía que, en ciertos países o en algunas circunstancias, era todavía posible o necesaria la vieja "guerra de movimiento" y, por lo tanto, la destrucción violenta del adversario, aunque sin certeza de victoria duradera, pero que en los países de capitalismo maduro (y de tradiciones democráticas) podía tener eficacia durable y hasta definitiva la "guerra de posición". En otras palabras, excluyendo tanto el revolucionarismo aventurero como el reformismo acomodaticio y subalterno, se podría o se debería intentar lo que yo llamaría las reformas revolucionarias: esto es, caminos más largos pero más seguros, maniobras de cercamiento de la fortaleza enemiga y no de ataque frontal, ocupación de "fortalezas y casamatas" periféricas respecto al cuartel general (que la revolución cultural de Mao quería, en cambio, ocupar por asalto), periféricas pero vitales. Finalmente, pero no en importancia, se puede conquistar una hegemonía cultural y política como preludio a la más profunda y resolutiva "reforma intelectual y moral" que, para Gramsci no era la superficie superestructural de una más sólida, sustancial o estructural reforma económica sino, al
contrario, una esfera plena que incluía, como su necesario cuerpo "material" interno, también la "reforma económica".