21 de marzo de 2011

Entremeses literarios (CXXVII)

LA EJECUCION
Guillermo Velásquez Forero
Colombia (1954)

La tierra estaba dormida. Los del pelotón de fusilamiento fueron apareciendo en el patio, ligeros e intermitentes; el reo, hecho de palidez y de temblor, surgió con dificultad, pues tuvieron que traerlo a la fuerza y obligarlo a asumir su destino. Pero al fin se resignaron a ser visibles y palpables, sirviendo de precario estribo al jinete del tiempo. Aunque inconsistentes y fugaces, ahí estuvieron y cumplieron: los que hicieron de verdugos, maquinalmente levantaron sus armas y le despacharon la muerte; y el que sirvió de víctima, la abrazó en silencio. Luego, todos se desvanecieron entre las sombras, porque eran sólo una pesadilla de la tierra. Sin embargo, los agujeros de los tiros quedaron grabados en la memoria del muro.


SOBRE LOS MENSAJEROS, NUNCIOS Y HERALDOS
Marco Denevi
Argentina (1922-1998)

Os informo: en lugar de ir a una ciudad van a otra y esas equivocaciones, fortuitas o deliberadas, provocan enemistades, deshacen las alianzas y las coaliciones. Confunden las calles, las casas, las puertas, los números, los nombres: donde debieron anunciar la muerte anuncian los nacimientos, al destinatario de una carta de amor le entregan una carta orlada de luto, el secreto que tenían que conocer vuestros amigos lo vierten en la oreja voraz de vuestros enemigos. A menudo, pretextando cansancio pero en realidad rebeldes a las instrucciones que les impartisteis, se detienen al borde de los caminos, juegan a los naipes, dormitan, se embriagan, y entretanto el que vigila en lo alto de una torre languidece de hambre y de frío. No sólo confunden los lugares, también las fechas. A un niño le entregaron anticipadamente un mensaje y el niño murió de súbita vejez. Uno de vuestros heraldos anunció antes de tiempo las ejecuciones, y hubo que colgar de las prematuras horcas a inocentes. Difunden falsos júbilos, falsos duelos. ¿Qué esperáis para hablar vosotros mismos, por vuestra propia boca, a los que aguardan la noticia de su salud o de su enfermedad, de su dolor o de su ventura, de sus bodas o de su muerte?


EL CERCO AZUL
Juana de Ibarbourou
Uruguay (1892-1979)

Frente a mi casa hay un tupido cerco de enredaderas. Y todas las mañanas amanece azul, como si un trozo de cielo, durante la noche, se hubiera desmenuzado sobre él. Muy temprano, apenas me levanto, corro a abrir la ventana de mi cuarto para mirar el hermoso cerco azul. Debe ocultar muchos nidos porque son muchos los gorriones que entran, salen, y se agitan chillando entre el verde laberinto de sus tallos. A veces los chicos del barrio arrancan puñados de sus bellas flores y se las ponen en las gorras mugrientas. Es como si llevaran penachos de cielo sobre la sucia cabeza. Pero las tiran en seguida. Ayer vi que el lechero, al pasar, pegó al cerco con el látigo y la vereda quedó cubierta de campanillas mutiladas. Yo sentí una indignación profunda ante ese inconsciente y torpe acto de maldad. Creo que mirando ese cerco, ya tengo un diario motivo de alegría para todo el verano. No sé por qué, me serena verlo tan lleno de viva y sana belleza. Y creo que me da una constante lección de optimismo floreciendo sin tasa, cubriéndose mañana a mañana con sus campanillas azules, a pesar de la avidez inconstante de los muchachos del barrio y de la crueldad torpe del lechero que, al pasar, le pega con el látigo.


ABSTENCION
Edgar Borges
Venezuela (1966)

Vio a la mujer en la calle. Le habló. Comenzaron a enamorarse. Para continuar juntos, él dejó el cigarrillo, ella dejó al esposo.


HUGO
Adolfo Pérez Zelaschi
Argentina (1920-2005)

Yo conocía su monomanía y la corroboré no bien entré en su casa. Sentado junto al teléfono parecía muy cansado, casi enfermo.
- Ahí llama otra vez -me dijo, aunque el aparato no sonaba-; sé que es él: me llama de día y de noche, siempre... -levantó el tubo y gritó:
- ¿Hugo? -y siguió, cada vez más agitado-. ¿Hugo? ¿Hugo?... -hasta que lo dejó de nuevo y se cubrió la cara con las manos, llorando.
- Es él, siempre él... Todos los días, a toda hora...
Sabía que era inútil tratar de convencerlo de que nadie había llamado, de que en ningún momento sonó el teléfono, pero de todos modos lo hice. El opuso a mis razones una incredulidad tenaz. Finalmente le pregunté quién era Hugo y por qué lo llamaba.
- No lo sé, no lo sé... Pero ahí está otra vez. Por favor, habla tú.
Por fin, cansado yo también, lo dejé y me fui a mi casa.
- El teléfono está sonando... -dije a mi mujer- ¿Por qué no atiendes?
- ¿El teléfono? Pero si no llama...
Exasperado, lo atendí yo.
- Hola; ¿quién?
- Hugo. Llama Hugo... -me contestó una voz desconocida.
Desde ese momento Hugo me llama a mí también cada hora, de día y de noche, siempre.


DESTINITO FATAL
Andrés Caicedo
Colombia (1951-1977)

A un hombrecito le gusta el cine y llega y funda un cine club y lo primero que hace es programar un ciclo larguísimo de películas de vampiros, desde Murnau y Dreyer hasta Fisher y este film que vio hace poco de Dan Curtis. Al principio hay mucha acogida y todo, el teatro se llena. Pero semana tras semana va bajando la audiencia. Como se sabe, el público cineclubista está compuesto en su mayoría por gente despistada que acude a ver acá "el cine de calidad" que no puede ver en los teatros cuando éstos sólo exhiben vaqueros y espías; imbéciles que abuchean una película de John Ford con John Wayne "porque el ejército de 
Estados Unidos siempre mata muchos indios", que le dicen imbécil a Jerry Lewis. Esa gente cómo le va a coger la onda a los vampiros, no falta por allí uno que insulte al hombrecito del cine club por estar exhibiendo cosas de éstas cuando los estudiantes luchan en las calles, gentes que únicamente sueñan de noche y que siempre duermen bien y al otro día se despiertan y pueden hablar de amor, de papitas, de viajes, de política y cuando llegue la noche se ponen a soñar de lo mismo que han hablado durante todo el día. Pues bien, el hombrecito de nuestra historia comenzó a perder grandes cantidades de dinero, porque ya al final no iban más de diez personas a sus películas de vampiros, nueve, ocho, siete, seis, cinco, los últimos cuatro empezaron a conversar, a contarse recuerdos, pasó el tiempo y uno de ellos se mudó a otra ciudad, otro amaneció un día muerto, uno se graduó de arquitecto y nunca más se lo volvió a ver por estas tierras. El hecho es que el sábado 29 de septiembre de 1971 el hombrecito encontró, al ir a introducir el último film del ciclo, que no había más que un espectador en la sala, allá detrás, en un rincón, mitad luz y mitad sombra. El hombrecito iba a empezar a hablar de la película que amaba tanto, pero el Conde se paró de su butaca y le sonrió, y el hombrecito tuvo que bajar los ojos.


COCODRILOS Y DEMAGOGOS
Petronio Rafael Cevallos
Ecuador (1953)

Los talabarteros y fabricantes de calzado aprecian la piel, gruesa y resistente, de los cocodrilos. Pero debido a que estos se encuentran en peligro de extinción, en su lugar recomendamos la piel de los demagogos.


UN PERRO CALLEJERO
Edith Marks
Estados Unidos (1928-2010)

En uno de los momentos de desesperación que me sobrevinieron tras la muerte de mi marido, decidí ir al teatro con la esperanza de animarme un poco. Yo vivía en el East Village y el teatro estaba en la calle 34. Decidí ir andando. No habían pasado ni cinco minutos cuando un gozque callejero empezó a seguirme. Hacía todas las cosas que un perro suele hacer con su amo, se alejaba a explorar para luego regresar corriendo en busca de su compañero. Aquel animal atrajo mi atención y me incliné para acariciarlo, pero se alejó corriendo. Otros peatones también se fijaron en el perro y lo llamaban para que se acercase, pero él no les hacía ningún caso. Compré un helado y ofrecí al perro un poco, pero aquello tampoco sirvió para que se acercase. Cuando estaba llegando al teatro me pregunté qué pasaría con el perro. Justo cuando estaba a punto de entrar, se acercó por fin a mí y me miró directamente a la cara. Y me encontré mirando a los compasivos ojos de mi marido.


LA CANCION
Luis Britto García
Venezuela (1940)

Al borde del desierto en el ribazo y con la lanza clavada en la arena, mientras yo estaba sobre la muchacha, ella dijo una canción que pasó a mi boca y supe que venía desde la primera boca que había dicho una canción ante el rostro del tiempo para que llegara hasta mí y yo la clavara en otras bocas para que llegara hasta la última que diría una canción ante el rostro del tiempo.


CELOS
Paz Monserrat Revillo
España (1962)

Desde que sabe que por fin va a tener un hijo, no puede dormir por las noches. Un inesperado estado de alerta constante la tiene paralizada. En su duermevela imagina a una mujer provista de un gigantesco útero lleno de líquidos amarillos y placentas rosadas, de capilares de ida y vuelta y de movimientos primordiales. Puede ver a su hijo flotando en flujos turbulentos, moviéndose a cámara lenta como un pequeño astronauta ciego, germinando como un brote. Está furiosa. Y aún lo está más por no poder dejar de estarlo. Nadie le advirtió de que pudiera sentir algo tan venenoso. Teme que el embrión pueda percibir estos sentimientos tóxicos y trata de calmarse, pero le resulta muy difícil soportar la certeza de que ella nunca será capaz de transmitir esa ingrávida placidez a su querido hijo. Demasiado tiempo seca, demasiada ansiedad por conseguir lo que en otras es natural ha vuelto su sangre amarga, se justifica. Mientras tanto, no puede dejar de ver la imagen de esa mujer que le obsesiona en su insomnio como una pesadilla, gozando del inaudito privilegio de sentir a su hijo dentro, de cantarle nanas antes de nacer, de sentir la plenitud de lo esférico. No hace ni dos meses que tomó la decisión y ya se está arrepintiendo de haberse decantado por una maldita madre de alquiler para solucionar su problema de infertilidad.