15 de marzo de 2011

Crónicas de Marilyn (8). Evocaciones

"¿Has estado alguna vez en una casa con cuarenta habitaciones? Pues multiplica mi soledad por cuarenta. Así de sola me siento" le confesó Marilyn al que sería su tercer marido, el dramaturgo Arthur Miller (1915-2005). El autor de "All my sons" (Todos eran mis hijos) y "A view from the bridge" (Panorama desde el puente) lo evoca en "Timebends" (Vueltas al tiempo), su autobiografía publicada en 1987. "Eres la muchacha más triste que he conocido" recuerda Miller que fueron las primeras palabras que le brotaron al conocer a Marilyn. A lo que ella, entornando los ojos, le respondió: "Eso no me lo había dicho nunca nadie". El día en que supo que se había enamorado de ella estaban en Boston. Marilyn tenía veintinueve años y el aspecto de una estudiante. Pasearon y fueron al cine a ver "Marty", la película protagonizada por Ernest Borgnine (1917) y Betsy Blair (1923-2009) que cuenta el enternecedor encuentro de dos almas solitarias: un carnicero de buen corazón y una maestra de escuela. "Me esfuerzo por acostumbrarme a estar sin ti, pero es inútil", le dijo él. "¿Por qué tendrías que hacerlo?", respondió ella.
La vida de Miller cambió radicalmente cuando contrajo matrimonio con Marilyn en 1956. Ese mismo año había tenido que comparecer ante el Comité de Actividades Antinorteamericanas creado y presidido por el nefasto senador Joseph McCarthy (1908-1957), ante el que se negó a denunciar a sus colegas por supuestas actividades comunistas. Por esa actitud fue condenado a treinta días de prisión y al pago de 500 dólares, pero la sentencia fue apelada y Miller quedó absuelto. No corrieron la misma suerte decenas de artistas, escritores y directores cinematográficos que se vieron privados de la posibilidad de desarrollar su trabajo a causa de las condenas impuestas por ese comité que había desatado, en todo Estados Unidos, una verdadera caza de brujas. La Gran Depresión había llevado al joven Miller en sus años de estudiante a tomar conciencia de los acontecimientos que giraban en torno a la política estadounidense y a simpatizar con la experiencia soviética. Si bien el degeneramiento estalinista logró que renegara posteriormente de ella, siempre mantuvo una permanente actitud crítica sobre la realidad socioeconómica de su país: "Adam Smith gobierna el aparato estatal norteamericano -escribió- pero nadie avizora el universo de hambre y derroche en el que vivimos, con un proletariado menguante, una clase media que se aburguesa y una creciente masa de indigentes trastornados por el hambre que vagabundean por las ciudades del capitalismo".
Su relación con Marilyn hizo crecer vertiginosamente su popularidad pero frivolizó su figura de intelectual crítico de la sociedad estadounidense y comprometido con las causas justas. La prensa amarilla también fue dura con Marilyn, a quien nunca le perdonaron que hubiese abandonado a Joe DiMaggio (1914-1999), la estrella del béisbol que encarnaba el ideal norteamericano. Tras el rodaje de "Bus stop" (Parada de autobús), la actriz viajó a  
Inglaterra para cumplir su sueño de trabajar junto a Laurence Olivier (1907-1989) en  
"The prince and the showgirl" (El príncipe y la corista). "La experiencia resultó angustiosa -dice Miller-. El 'star system' no le perdonó que estuviese decidida a ser más que un hermoso florero. Parafraseando lo que dijo Churchill para caracterizar a los alemanes, la prensa, en relación con Marilyn, se echaba a sus pies o a su cuello". "Estuvimos juntos, pero nunca solos en una misma acera", recordó Miller resumiendo el acoso que sufrían por parte de la prensa.


Para Miller, Marilyn era la principal víctima de un mundo que él detestaba, el de Hollywood, y siempre se mostró implacable en su crítica a la superficialidad que lo rodeaba. En sus memorias relata algunos pormenores de una fiesta en casa del productor Charles K. Feldman (1904-1968): "En aquella estancia llena de actrices y esposas de próceres, todas deseosas de vestir y comportarse con la ostentosa discreción de una señora, Marilyn Monroe parecía ridículamente provocativa, un pájaro extraño en medio del gallinero, aunque sólo fuera porque el vestido se le ceñía de un modo descarado, afirmando más que sugiriendo que tenía un cuerpo debajo y que era el más apetitoso de la estancia. Y parecía más joven e infantil que cuando la había visto por vez primera. El resentimiento femenino que la rodeaba en casa de Feldman era casi tan sólido como un gas lacrimógeno. Una excepción fue la actriz Evelyn Keyes, ex mujer de Huston, que se la llevó al exterior y se sentó con ella en un banco y que, más tarde, mientras miraba cómo bailaba con no sé quién, me dijo en voz baja: 'La despellejarían viva'. En vano buscaba el ojo el menor defecto en la arquitectura de sus formas mientras bailaba con su pareja, ya que su perfección parecía inducir a buscar la lacra inevitable que la asemejara a los demás mortales. Era pues una perfección que suscitaba el deseo de protegerla, aunque al mismo tiempo imaginaba yo la dureza de que habría tenido que rodearse para haber sobrevivido allí tanto tiempo y con aquel éxito relativo. Aunque, según parecía, estaba sola en el mundo".
La última evocación de Miller llega hacia el final de su libro: "Hay personas tan vivas que no parecen extinguirse cuando se mueren y durante muchas semanas tuve que hacerme a la idea y esforzarme por afrontar el hecho de que Marilyn había fallecido. Me di cuenta de que incluso entonces esperaba haberla visto una vez más, cuando fuese, en cualquier parte, para hablar con sensatez de todo lo que habíamos pasado, y es probable que en tal caso me hubiese vuelto a enamorar de ella. Como era de esperar, la prensa se unió para entonar a coro sus lamentaciones, la misma prensa que se había burlado de ella durante tanto tiempo y cuyos elogios y condescendencia para con su faceta de actriz, cuando no su desprecio, se había tomado Marilyn demasiado en serio. Para sobrevivir habría tenido que ser más cínica o que haber estado más lejos de la realidad. Marilyn, por el contrario, fue una poetisa callejera que había querido recitar sus versos a una multitud ávida de arrancarle la ropa".
Las revistas "Life", "Squire" y "Vogue", entre otras, contaron con la colaboración del 
fotógrafo Bert Stern (1929), quien fuera el autor de la última sesión de fotos de Marilyn realizada en Los Angeles apenas seis semanas antes de su muerte. En 1982 publicó las más de dos mil fotografías en un libro titulado "The last sitting" (La última sesión), en el que cuenta algunos detalles sobre el estado de la actriz por entonces. Nerviosa, alcoholizada, en aquella sesión Marilyn mostró un cuerpo y un rostro que empezaba a estar castigado, y en su abdomen, la enorme cicatriz de su operación de vesícula. Esto le recordó a Stern una frase que le había dicho Diane Vreeland (1903-1989), la editora de "Vogue", cuando tiempo atrás le había solicitado asesoramiento para fotografiar auténticamente a una mujer: "Nunca lo olvides, una mujer no es bella por su piel, sino por sus cicatrices".
Esa belleza y esas cicatrices llevaron al poeta nicaragüense Ernesto Cardenal (1925) a escribir su "Oración por Marilyn Monroe", publicada tres años después de la muerte de la actriz. Autor de poemarios notables como "Epigramas", "El estrecho dudoso", "Salmos"  y "Homenaje a los indios americanos", Cardenal es un brillante cronista contestatario de toda la historia contemporánea latinoamericana. Su obra es un beligerante ataque a las dictaduras 
relacionadas con la injerencia estadounidense y sus abusos políticos y económicos en toda la región. El poeta utilizó la figura del "mito Marilyn" para, con un lenguaje coloquial, denunciar y desenmascarar a la sociedad consumista que aniquila sueños y anula espíritus. Para Cardenal, el anhelo de Marilyn de acceder a la 20th. Century Fox equivalía a llegar a la cumbre de los sueños, algo que la alejaría de la monotonía de la vida cotidiana pero que, en definitiva, la condujo a una existencia vacía, sin sentido.


"Señor/ recibe a esta muchacha conocida en toda la Tierra con el nombre de Marilyn Monroe,/ aunque ése no era su verdadero nombre/ (pero Tú conoces su verdadero nombre, el de la huerfanita violada a los nueve años/ y la empleadita de tienda que a los dieciséis se había querido matar)/ y que ahora se presenta ante Ti sin ningún maquillaje/ sin su Agente de Prensa/ sin fotógrafos y sin firmar autógrafos/ sola como un astronauta frente a la noche espacial./ Ella soñó cuando niña que estaba desnuda en una iglesia (según cuenta el Times)/ ante una multitud postrada, con las cabezas en el suelo/ y tenía que caminar en puntillas para no pisar las cabezas./ Tú conoces nuestros sueños mejor que los psiquiatras./ Iglesia, casa, cueva, son la seguridad del seno materno/ pero también algo más que eso.../ Las cabezas son los admiradores, es claro/ (la masa de cabezas en la oscuridad bajo el chorro de luz)./ Pero el templo no son los estudios de la 20th. Century-Fox./ El templo -de mármol y oro- es el templo de su cuerpo/ en el que está el hijo de Hombre con un látigo en la mano/ expulsando a los mercaderes de la 20th. Century-Fox/ que hicieron de Tu casa de oración una cueva de ladrones./ Señor/ en este mundo contaminado de pecados y de radiactividad,/ Tú no culparás tan sólo a una empleadita de tienda/ que como toda empleadita de tienda soñó con ser estrella de cine./ Y su sueño fue realidad (pero como la realidad del tecnicolor)./ Ella no hizo sino actuar según el script que le dimos,/ el de nuestras propias vidas, y era un script absurdo./ Perdónala, Señor, y perdónanos a nosotros/ por nuestra 20th. Century/ por esa Colosal Super-Producción en la que todos hemos trabajado./ Ella tenía hambre de amor y le ofrecimos tranquilizantes./ Para la tristeza de no ser santos/ se le recomendó el Psicoanálisis./ Recuerda Señor su creciente pavor a la cámara/ y el odio al maquillaje insistiendo en maquillarse en cada escena/ y cómo se fue haciendo mayor el horror/ y mayor la impuntualidad a los estudios./ Como toda empleadita de tienda/ soñó ser estrella de cine./ Y su vida fue irreal como un sueño que un psiquiatra interpreta y archiva./ Sus romances fueron un beso con los ojos cerrados/ que cuando se abren los ojos/ se descubre que fue bajo reflectores/ ¡y se apagan los reflectores!/ Y desmontan las dos paredes del aposento (era un set cinematográfico)/ mientras el Director se aleja con su libreta/ porque la escena ya fue tomada./ O como un viaje en yate, un beso en Singapur, un baile en Río/ la recepción en la mansión del Duque y la Duquesa de Windsor/ vistos en la salita del apartamento miserable./ La película terminó sin el beso final./ La hallaron muerta en su cama con la mano en el teléfono./ Y los detectives no supieron a quién iba a llamar./ Fue/ como alguien que ha marcado el número de la única voz amiga/ y oye tan solo la voz de un disco que le dice: wrong number/ o como alguien que herido por los gangsters/ alarga la mano a un teléfono desconectado./ Señor:/ quienquiera que haya sido el que ella iba a llamar/ y no llamó (y tal vez no era nadie/ o era Alguien cuyo número no está en el Directorio de los Angeles)/ ¡contesta Tú al teléfono!
El 8 de junio de 1963, el cantante folk estadounidense Pete Seeger (1919) estrenó, en un concierto dado en el Carnegie Hall de Nueva York, la canción "Who killed Norma Jean"
(¿Quién mató a Norma Jean?) cuya letra fue escrita por el poeta Norman Rosten (1913-1995) basándose en una vieja canción infantil inglesa del siglo XVIII. "¿Quién mató a Norma Jean?/ Yo, respondió la ciudad./ Como deber cívico, Yo maté a Norma Jean./ ¿Quién la vió morir?/ Yo, respondió la noche./ Yo y la luz de un dormitorio. Nosotras la vimos morir./ ¿Quién recogerá su sangre?/ Yo, respondió el admirador./ Con mi pequeño cuenco, Yo recogeré su sangre./ ¿Quién tejerá su mortaja?/ Yo, respondió la madre./ Para ocultar mi culpa, Yo tejeré su mortaja./ ¿Quién cavará su tumba?/ Nosotros la representábamos, y perdimos nuestro diez por ciento./ Nosotros seremos sus gimientes./ ¿Quién llevará el dosel?/ Yo, respondió la prensa, inquieta y apenada./ Yo llevaré el dosel./ ¿Quién tañerá las campanas?/ Yo, gritó la madre, encerrada en su torre./ Yo haré sonar las campanas./ ¿Quién no tardará en olvidarla?/ Yo, respondió la página, empezando a desvanecerse./ Yo seré la primera en olvidarla". El tiempo parece haber desmentido a Pete Seeger. La imagen y la memoria de Marilyn no han desaparecido, y probablemente pervivan por siempre en la oración de Ernesto Cardenal.