26 de febrero de 2011

Conversaciones (XL). Marguerite Duras - Raymond Queneau. Sobre el oficio de escritor

"Un escritor es algo extraño -dice Marguerite Duras (1914-1996) en "Ecrire" (Escribir)-. Es una contradicción y también un sinsentido. Escribir también es no hablar. Es callarse. Es aullar sin ruido". Marguerite Donnadieu Legrand, quien a lo largo de su vida aullaría de esa manera con vehemencia, nació en Gia Dinh, cerca de Saigón, en la Vietnam que formaba parte de la colonia francesa de Indochina. El apellido Duras lo tomó de un pueblo del suroeste de Francia de donde procedía su familia paterna. Huérfana de padre desde pequeña, pasó su juventud en Camboya signada por el carácter dominante y severo de su madre y por las dificultades económicas. En 1932 fue repatriada a Francia y allí estudió Ciencias Políticas y Derecho en la Universidad de la Sorbona, donde se graduó en 1935. En 1942 publicó su primera novela, "Les impudents" (La impudicia) y, dos años después apareció "La vie tranquille" (La vida tranquila). Durante la ocupación nazi participó activamente en la Resistencia y se afilió al Partido Comunista, al que abandonaría años después desencantada con las políticas seguidas en la Unión Soviética. Diligente militante política, vendía 
clandestinamente "L'Humanité" -órgano oficial del PC- y fundó la editorial La Cité Universelle. Más adelante se opuso públicamente a la represión francesa en Argelia y participó en el movimiento de Mayo del '68. Es a partir de 1970 cuando se aparta de la política activa para refugiarse en la literatura y el cine. Su obra literaria, con notorios trazos autobiográficos, comprende alrededor de cuarenta novelas. Entre ellas se destacan "Un barrage contre le Pacifique" (Un dique contra el pacífico), "Le marin de Gilbaltar" (El marino de Gibraltar), "Moderato cantabile", "Le vice-cónsul" (El vicecónsul), "L'amant" (El amante), "Hiroshima mon amour" y "La douleur" (El dolor). Su carrera cinematográfica comenzó como guionista colaborando con René Clément (1913-1996) y Alain Resnais (1922). En 1967 dirigió su primera película, "La música", dando comienzo a una serie de films enrolados en el vanguardismo y la experimentación, entre ellos "Le camion" (El camión), "La femme du Gange" (La mujer del Ganges) y "Les enfants" (Los niños). "La soledad de la escritura es una soledad sin la cual el escribir no se produce -escribió Duras-, o se fragmenta exangüe de buscar qué seguir escribiendo. Alrededor de la persona que escribe libros siempre debe haber una separación de los demás. Es una soledad. Es la soledad del autor, la del escribir. Para empezar, uno se pregunta qué es ese silencio que lo rodea. Nunca hablaba de eso a nadie. En aquel período de mi primera soledad ya había descubierto que lo que tenía que hacer era escribir. Queneau me lo había confirmado. El único principio de Queneau era éste: 'Escribe, no hagas nada más'. Escribir: era lo único que llenaba mi vida y la hechizaba". Ciertamente, su primera novela también hechizó al escritor y matemático francés, al punto tal que fue él quien consiguió que su siguiente novela se publicase en Gallimard, la prestigiosa editorial que de allí en adelante editaría la mayor parte de su obra. A mediados de la década del '20, Raymond Queneau (1903-1976) conoció a André Breton (1896-1966) y a otros integrantes del Surrealismo, entre ellos Jacques Prévert (1900-1977) e Yves Tanguy (1900-1955), quienes estimularon su vocación literaria. Sus primeros textos, de hecho, aparecieron en "La Révolution Surréaliste", la revista del movimiento vanguardista que apareció entre 
1924 y 1929. En 1930, tras distanciarse de Breton, fue abandonando la rebelión y el inconformismo de aquellos e inició una evolución más personal que se caracterizó por la utilización del lenguaje como elemento de experimentación formal, cuya máxima expresión sería su obra "Exercices de style" (Ejercicios de estilo), en la que presentó noventinueve formas distintas de contar un insignificante episodio ocurrido en un autobús. Su pasión por las matemáticas y los enigmas se vio reflejada en obras como "Les temps mêlés" (El tiempo mezclado) o "Saint Glinglin" (San Glinglin) en las que construyó mundos imaginarios que denominó "patafísicos", en una clara alusión a la "ciencia de las excepciones" creada por el dramaturgo Alfred Jarry (1873-1907). Con grandes dosis de humor inteligente e ironía, Queneau escribió varias novelas entre las que sobresalen "Gueule de pierre" (Boca de piedra), "Les derniers jours" (Los últimos días), "On est toujours trop bon avec les femmes" 
(Siempre somos demasiado bueno con las mujeres) y "Le dimanche de la vie" (El domingo de la vida). Fundador del grupo literario Ovroir de Littérature Potentielle, también incursionó en la poesía con títulos como "L'instant fatal" (El momento inevitable), "Petite cosmogonie portative" (Pequeña cosmogonía portátil) o "Morale élémentaire" (Moral elemental). "Usted escriba, no haga otra cosa en la vida" le había dicho Queneau a una bisoña Marguerite Duras allá por 1943. "Lo he hecho. La escritura nunca me ha abandonado", le respondería ella medio siglo después, ya casi en el final de su vida. Hacia finales de la década del '50, mientras Queneau publicaba la novela "Zazie dans le métro" (Zazie en el metro) y Duras hacía lo propio con la obra teatral "Les viaducs de la Seine et Oise" (Los viaductos del Sena y el Oise), ambos escritores mantuvieron una conversación que fue reproducida por el semanario "L'Express" en su edición del 22 de enero de 1959. Algunos fragmentos de la misma se reproducen a renglón seguido.  


M.D.: ¿Con qué criterio juzga usted que un manuscrito es bueno o malo?

R.Q.: No creo que se pueda juzgar la calidad absoluta de un original. Se valora desde un punto de vista particular, el del editor.

M.D.: ¿Publicable o no?

R.Q.: Así es. Se plantean unas preguntas respecto al autor: ¿Se trata de un escritor? ¿De un futuro escritor? ¿O de alguien que está fuera de órbita? No se juzga mucho si un manuscrito es bueno o malo, siempre es muy subjetivo. Pero se puede ver si el autor de una obra pertenece a la categoría de los escritores, de los futuros escritores o si es sencillamente un aficionado. Creo que se distingue en seguida si es profesional, futuro profesional o aficionado. El profesional, cuando manda un manuscrito, no es todavía un profesional, por supuesto. Pero se intuye al leerlo que ya tiene conciencia de lo que es la escritura, el oficio, el trabajo del escritor, y de que lo que escribe tiene el destino de ser publicado. Mientras que el aficionado, cuyo manuscrito puede ser muy bueno o muy malo, no se da cuenta en absoluto de lo que son la literatura y la escritura, es alguien que sólo piensa en sí mismo, que escribe por propio placer, que escribe para aliviarse. No está muy lejos, por ejemplo, del diario de la muchacha que lo redacta para contarse a sí misma sus propios sentimientos. Y desde el primer manuscrito de un autor, se puede adivinar si se trata irremediablemente de un aficionado o de alguien que puede llegar a ser un escritor, incluso si ha de ser un mal escritor.

M.D.: El acróbata, el carpintero, ¿es el buen escritor?

R.Q.: Sí. Hay gentes que son carpinteros o acróbatas. Son quizá malos acróbatas y mediocres carpinteros; pero, a pesar de todo, saben su oficio. No son los que con una varita mágica se imaginan que son carpinteros. Para darle un ejemplo, el escritor aficionado es el que toma la escritura como si hiciera bricolaje. Un escritor es quien se da cuenta de que no se escribe sólo por gusto propio, que tiene consciencia de no estar solo. El hombre, o la mujer, que está verdaderamente interesado por la escritura, sabe que pertenece a la comunidad de los demás escritores, que tiene contemporáneos que le juzgarán, que le criticarán, que escribirán paralelamente a él. El aficionado es alguien que se queda en sí mismo, que puede escribir cosas agradables, pero que no tiene la potencia suficiente para comunicar con los demás, con el público, ni siquiera con un público restringido. Lo que más me llamó la atención a lo largo de esos años de lectura de manuscritos, es que se ve con suma rapidez si un autor, incluso totalmente desconocido, pertenece ya, por vocación, para decirlo de alguna manera, al gremio de los escritores.

M.D.: ¿Ocurre muy poco?

R.Q.: Sí, muy poco. A veces, eso plantea problemas. Puede suceder que un manuscrito no sea bueno aunque el autor esté plenamente enterado de lo que es la escritura. Entonces da pena rechazarlo.

M.D.: ¿Hay algo que puede sustituir esta magia de la publicación, de la obra publicada?

R.Q.: No, nada. Entonces, a pesar de que su original no sea bueno, a veces nos da pena rechazarlo. Muchas veces podemos preguntarnos si no hubiese sido preferible publicar esa primera obra, transformarla en un libro impreso, incluso no muy bueno, incluso bastante malo, porque la vista de lo impreso, la vista de lo que uno escribe, impreso, transforma por completo al autor. Hay seguramente una reciprocidad que establece la impresión, la primera comunicación con... con los demás, en fin, con los lectores.

M.D.: Por una parte, es una fascinación, pero también una objetivación de la cosa. ¿Un libro impreso se ve mejor?

R.Q.: Sí. Pensemos: "He aquí un autor... lo que escribió no es muy bueno; pero, si lo ve editado, se dará cuenta de que no es muy bueno, sentirá las reacciones del público, de los lectores, aun en el caso de que estos lectores sean poco numerosos, incluso si nadie le escribe, si no tiene crítica". El mero hecho de saber que hay aquí y allá, en el mundo, gente que podrá leer su obra, tendrá una influencia en él, lo transformará, le ayudará a comprender lo que es la escritura.

M.D.: ¿Las vocaciones literarias pueden ser tardías? ¿Qué piensa usted del notario que, en el último pueblo del departamento de la Dordogne, un buen día, con más de cincuenta años, empieza a escribir una novela?

R.Q.: Esto ocurre, efectivamente. Hay ejemplos de escritores tardíos. Pero la mayoría de las veces es un signo patológico. Casi siempre, un escritor escribe temprano, escribe joven.

M.D.: ¿A qué edad?

R.Q.: A los siete años... Muy joven, en fin... Que yo sepa, la mayoría de los escritores escriben desde la infancia. Empezaron a los siete, ocho, diez años, casi todos.

M.D.: ¿Cuándo empezó a escribir usted?

R.Q.: Nunca he dejado de escribir.