10 de julio de 2010

Jorge Lafforgue: "Si mentamos la crítica literaria que se produce en las universidades o la que se genera en los medios periodísticos, estamos hablando de cosas distintas"

En los círculos intelectuales ligados al ámbito literario se postula -no sin ironía- que existen en el país tantos críticos literarios como lectores. La crítica literaria ejercida en la Argentina en los suplementos culturales de los diarios, revistas, sitios de internet y blogs de escritores, con una pobreza en las producciones textuales muchas veces inquietante, genera muchos interrogantes y dudas con respecto al papel que juegan los medios de comunicación en dicha actividad. Frente a esa existencia cuestionada y puesta en debate, el ensayista Jorge Lafforgue (1935) sostiene que la crítica literaria debe ser pensada como un espacio que no debe admitir estrecheces a la vez que descree de la clasificación de "crítico literario", lo que considera una carga molesta que nadie quiere asumir como propia. Lafforgue es profesor de Filosofía por la Universidad de Buenos Aires y se ha dedicado a la enseñanza de literatura latinoamericana y al periodismo cultural, pero su principal actividad se ha desarrollado en el ámbito editorial, donde ha sido director de colecciones, asesor literario y jefe de producción en varias editoriales. Ha publicado "Nueva novela latinoamericana", "Asesinos de papel. Ensayos sobre narrativa policial", "Proyecciones de la narrativa argentina contemporánea" e innumerables trabajos sobre Arguedas, Marechal, Monterroso, Neruda, Quiroga, Skármeta y Walsh, entre otros. En la siguiente entrevista, lograda por Germán Ferrari y publicada en el nº 10 de la revista "Nómada" de abril de 2008, Lafforgue se refiere a la tan polémica labor crítica.


¿El cuño de crítico literario puede conformar a un intelectual? ¿ Usted, en particular, cómo toma ese concepto?

A mí el sayo me cae mal, muy mal. Por dos razones. Primero, porque siempre he vacilado cuando se me pregunta por mi profesión; parejamente he desempeñado múltiples actividades: en editoriales, en la docencia, en el periodismo, entre otras. Segundo, porque siempre he desconfiado de las etiquetas, de los encasillamientos férreos. Más allá de estas desazones, confieso que varios de los trabajos que he realizado en aquellas actividades, pueden ser considerados dentro de esa categoría. Pero, al profundizar el tópico, cabría preguntarse por la entidad misma de la crítica literaria, y si alguien puede asumirse hoy plenamente como portavoz indubitable de la misma; decir "soy crítico literario". Tal vez sí, porque los tontos y los presumidos abundan.

¿O sea que su respuesta es negativa?

No quiero ser presumido por la mera negación. Si alguien me preguntase cómo definiría "El último lector" de Piglia, posiblemente respondería que es un muy sagaz ensayo de crítica literaria; si alguien me preguntase por los textos de Beatriz Sarlo, editados por Sylvia Saítta en "Escritos sobre literatura argentina", no dudaría en calificar a muchos de ellos como certeros disparos, como inteligentes notas de crítica literaria, pero claro que no denominaría de la misma forma a sus colaboraciones en la revista "Viva". Podría seguir largamente con los ejemplos nacionales, sin necesidad de citar a Harold Bloom.

Esas obras de crítica literaria a las que alude, ¿encajan dentro de una tradición nacional?

Con el precedente de Mariano Moreno y del oriental Bartolomé Hidalgo, no cabe duda de que la literatura nacional nace con la generación del '37: "Facundo" y "El matadero"; pero también los enjundiosos trabajos de Juan María Gutiérrez. Con él surgen nuestros primeros ensayos de crítica cultural. Luego, personajes tan diversos como Ricardo Rojas o Borges, los hermanos Lida o Jaime Rest, Anita Barrenechea o David Viñas han realizado incursiones de buen calado en ese mismo terreno. Se trata sin duda de una tradición heterogénea, que deja al descubierto distintas huellas; incluso a veces un mismo personaje dispara en varios sentidos. Y sí, contestando a su pregunta, se pueden establecer filiaciones y enlaces entre ancestros, contemporáneos y descendientes. ¿Acaso Borges no resuena en Piglia o en Pauls, Rojas en Viñas y éste en los carriles paralelos de Jorge B. Rivera, María Gabriela Mizraje y Martín Prieto? Por cierto los tiempos son otros. Y por cierto los hijos nunca resultan un calco de sus padres.

Por momentos pareciera que se desliza del ensayo a la crítica y viceversa.

Así es. Y esto se debe centralmente a una cuestión ya aludida: la descategorización o la imposibilidad de establecer categorías rígidas; o, tal vez, al hecho de que aún pertenecemos a naciones en formación, a territorios sin una firme tradición manifiesta. Pero de manera más inmediata, elucubraciones al margen, se debe a que ciertos textos pueden colocarse en un casillero u otro, o en buena medida a que el deslizarse del ensayo a la crítica es una marca registrada, al menos en ambas orillas del Plata. Y si me pide un ejemplo, nada mejor que saltar a la Banda Oriental y recordar la obra de Angel Rama, notable crítico y ensayista. Y al mencionarlo he tocado un asunto colindante, pues Rama incursionó también, aunque con menor felicidad, en los terrenos de la dramaturgia y la narrativa. Entre nosotros abundan esos casos en abanico. El profesor platense Sergio Pastormerlo ha privilegiado, en un excelente libro, a Borges como crítico; pero sus convincentes argumentaciones no me impiden seguir pensando en ese cuentista excepcional llamado Borges, o en el poeta de igual nombre; ni tampoco dejo de conjeturar que la originalidad de su escritura proviene en gran medida de la estrecha contaminación genérica, del Aleph borgeano. Más cercanamente Ricardo Piglia, Elvio E. Gandolfo o Alan Pauls, por ejemplo, nos han deparado textos relevantes como narradores a la vez que como críticos. El puro poeta como Neruda o Juan L. Ortiz o Juana Bignozzi, o el puro narrador, como Di Benedetto o Puig, son más bien excepciones a la regla.

A pesar de todo, el crítico literario constituye una figura muy mentada. Y al respecto, ¿cuál es su posición entre la crítica académica y la de los medios? ¿Hablaría de un enfrentamiento o de una oposición?

De ninguna manera. Si mentamos la crítica literaria que se produce en las universidades o la que se genera en los medios periodísticos, especialmente en el periodismo cultural de diarios y revistas, estamos hablando de cosas distintas. Sin duda; pero no tanto. Todo depende de la inquietud del momento. Qué se busca, a qué apuntamos. En definitiva, la respuesta está ligada a las circunstancias. Malamente diría que el arco se mueve entre la simple información y el ahondamiento reflexivo. Si uno quiere una orientación sobre la oferta del mercado editorial, saber qué se está publicando y tener una primera aproximación valorativa de ese material, podrá incurrir en los comentarios de "ADN", "Radar" o "Ñ"; pero si uno necesita profundizar un tema, habrá de acudir a los sesudos trabajos académicos, sean tesis o libros. Tanto en un caso como en el otro, el buen hombre puede frustrarse, salir de esas lecturas -diversas, pero no contrapuestas- sin la respuesta que buscaba. Y que me perdone Juan Bautista Ritvo, obviamente no hablo de una crítica que quiere recuperar las resonancias kantianas del término. Lo sé: soy apenas convencional, posiblemente pedestre. Me gusta patear la calle; cosa que Kant rechazaba.

¿Podría ejemplificar con algunos nombres lo que está diciendo?

Una aclaración: la mención de Ritvo tiene que ver con su colaboración en el número especial de "La Biblioteca" (n° 4/5, verano 2006) sobre "La crítica literaria en Argentina". Se trata de un volumen apabullante, quinientas cincuentidós páginas en formato grande, con cantidad de contribuciones de figuras relevantes -y no tanto- que reflexionan sobre problemas generales y particulares de la propuesta editorial. Constituye el escenario nacional más amplio, variado e interesante con respecto al tema. En cuanto a respaldar con nombres lo dicho temo ser descortés e insuficiente. Pero desde mi limitada experiencia personal, a modo de ejemplos, apunto: 1) sólo parcialmente había podido acceder a la obra de Edgardo Rodríguez Juliá cuando integré el jurado de tesis de la doctoranda Carolina Sancholuz; gracias a ella tuve una visión más rica, cernida e integral de la obra de ese notable escritor puertorriqueño. 2) había leído el original de "Revolución en la lectura: el discurso periodistico-literario de las primeras revistas ilustradas rioplatenses", minucioso trabajo de Eduardo Romano que creí que agotaba el análisis de "Caras y Caretas", pero la tesis doctoral de Geraldine Rogers me mostró que estaba equivocado, que había otros niveles de lectura de esa revista que ella exploraba inteligentemente. 3) tengo entre manos la tesis de Laura Juárez sobre "Roberto Arlt en los años treinta"; si las novelas del escritor han sido objeto de muchas y agudas lecturas, no ocurría lo mismo con su obra post 1932 hasta este excelente trabajo. Son tres muchachas surgidas en estos años de las aulas de la Universidad Nacional de La Plata; podría agregar a sus nombres muchos otros de docentes platenses, porteños o rosarinos, los tres ámbitos universitarios en que me he movido últimamente. Es una defensa de cierta producción académica que, por lo menos, profundiza los surcos que habían abierto sus maestros. Y no pocas veces van más allá, expandiendo el horizonte crítico. ¿Quiénes son sus maestros posteriores a los contornistas? El recordado Nicolás Rosa, Jorge Panesi, Alberto Giordano, Susana Zanetti, Miguel Dalmaroni, José Luis de Diego, Martín Prieto, Sylvia Saítta, Daniel Link y Aníbal Jarkowsky. Para cerrar esta lista incompleta, precaria y que, sin duda, exige ser trabajada caso por caso y extendida al resto del país, menciono a las tres críticas literarias -seguramente ellas rechazarían hoy esta calificación- que han desplegado una obra más fecunda e incitante en las últimas décadas: Sylvia Molloy, Josefina Ludmer y Beatriz Sarlo. En los inicios de las tres hay aportes sustanciales a la crítica literaria, pero luego han derivado a terrenos colindantes y hasta opuestos. Sin embargo, tal como hemos ampliado los márgenes de la literatura en general, ¿no corresponde que entendamos la crítica literaria en un sentido más dilatado e inclusivo? Por mi parte no lo dudo. En absoluto.