26 de diciembre de 2009

Rep: "La historieta hoy está presa y se está mordiendo la cola"

Hijo de un campesino devenido taxista, el dibujante y humorista gráfico argentino Miguel Rep (1961) trabajó en un kiosco de revistas y como diagramador en una editorial. Es uno de los autores más reconocidos de la Argentina desde que, en 1980, apareció su historieta "El recepcionista de arriba" en la revista "Humor". Publica diariamente una tira en el matutino "Página/12" y todos sus suplementos desde el primer número y ha publicado historietas y dibujos en numerosas revistas, entre ellas "Fierro", "El Péndulo", "Ajo Blanco", así como también portadas de discos, libros y afiches. Ha creado unos sesenta personajes y series, realizado numerosas exposiciones individuales y es autor de una veintena de libros, entre ellos “Y Rep hizo los barrios”, “Bellas artes”, “Postales”, “La grandeza y la chiqueza”, “200 años de peronismo” y “El sexo después de la muerte (y otros placeres)”. En los últimos años ha pintado murales en España y en Argentina. En la revista "Fierro" nº 7 de mayo 2007 apareció la siguiente entrevista con el dibujante nacido en San Isidro. A ella se le agregan fragmentos de la entrevista aparecida en la revista “Colofón” en diciembre de 2014.


Miguel Rep reflexiona sobre su oficio.
 
La historieta la he sufrido mucho y, de sufrirla y de luchar con ella, puedo decir -sin llegar a tener la opinión cabrona del maravilloso viejo Breccia de considerarla un subgénero- que en este género existe una limitación. El cuadrito es un límite, la página es un límite. Eso de encerrar a gente y paisajes en un cuadro y encima tener ese globo asesino arriba, hace necesariamente que a veces se pierda la libertad. Sé bien que esos límites son necesarios porque la historieta no funcionaría como tal, pero qué tal si empezamos a romper…”.
 
¿Una ruptura formal tal como sucede en la plástica?
 
Tal vez. La plástica va hacia un camino que no sabemos cuál es, pero lo que importa es que demuestra por lo menos que está haciendo todo lo posible por romper los formatos, insiste en quebrar, en sacarse de encima siglos bajo un mismo esquema; en cambio la historieta no. Fijate que los plásticos hasta se animan a envolver montañas o ponen frasquitos en una habitación inmensa, buscan. La historieta todavía no vislumbró ese límite…
 
¿Creés que la salida la puede aportar la exploración digital?
 
Lo digital lo veo como una forma de potrero para los pibes, pero en realidad es un formato mucho más apresador. Yo miro la pantalla y no puedo entender que ahí mismo estén presos de igual manera un Matisse, un Muñoz y un Condorito. Ver la historieta en computadora todavía apresa más; encima hay que lidiar con la poca movilidad que tiene la pantalla, por lo menos el papel viaja con uno… Lo que quiero decir es que no han llegado un James Joyce o un Duchamps a la historieta. Sí un Picasso, pero no es lo mismo. Es mucho más posible un rupturista plástico como Breccia que uno literario, Joyce, o conceptual, Duchamps, en la historieta.
 
¿Y es necesario?
 
Claro, porque lo que trato de decir es que hay que dejar de tener miedo y la historieta lo tiene. Lo tenemos los que la hacemos. En este tiempo de crisis estamos buscando un lugarcito para que nos publiquen en los formatos que impone el mercado. Yo no tengo la llave, pero tal vez habría que correrse de ese lugar que impone formas de trabajo; tal vez la salida esté en ediciones de tirajes cortos, como sucede con los libros de poesía y en no tener tantas pretensiones de poder, ni buscar desesperado un éxito como "Asterix" o "El Loco Chávez".
 
Muñoz sería el faro…
 
Seguro, por eso lo admiro tanto. También, de una manera más tradicional, Chris Ware. Muñoz hace lo que quiere a pesar del formato. Sus narraciones no son clásicas, te deja en bolas, es un niño jugando, sobre todo cuando se junta con un guionista. Cuando hace el trabajo solo, ahí es más difícil su comunicación, se transforma casi en un autista que dibuja maravillosamente… Quiero decir que la historieta hoy está presa y se está mordiendo la cola.
 
Volvemos entonces al tema de siempre, sin historias para contar no hay historieta…
 
Claro, la historieta tiene que volver a darles importancia a las palabras, sin historia este género no existe, o ¡vamos a hacer como Andy Warhol: ocho horas de un tipo durmiendo! No. Los dibujantes que tienen buena cámara, buena luz, tienen que entender que contar una historia no es un pecado. Y aceptar que a veces no tienen nada que contar y que, quizás, el tesoro de la historia lo tiene otro, un tipo que escribe. Son pocos los casos, como Chichoni, en que un solo cuadro te cuenta una historia increíble o autores como Pratt o Roy Crane que hacen las dos cosas muy bien. Hay que recordar la humildad del viejo Breccia que siempre estaba rodeado de guionistas. Hay que juntarse y dejar de hacer guiones pajeros que sólo le interesan al club de amigos o decir "esto se lo estoy haciendo para el maestro que se murió" y que nunca lo verá. Las historias se las debemos a los lectores, siempre, así es como uno ama la historieta. Yo me enamoré de este género por historias humildes que nos fueron contadas como lo hace un abuelo. Por ahí se entra a la historieta, no por las experimentaciones de Gary Panter, simplemente porque Panter no te captura la infancia. Creo que tenemos que escribir pensando en los lectores, en el lado infantil de los lectores.
 
Esa comunicación que reclamás es la que ejercés en las tiras diarias de "Página/12", donde hay también momentos de pura experimentación.
 
Las tiras me han servido para mucho porque me las he tomado con mucha libertad, cuando tuve que matar un personaje lo maté, pero no es el lugar más feliz de mi vida. Es importante como vehículo, pero considero que son más importantes las ilustraciones de "El Quijote" o los murales o "El Niño Azul", si querés, como recorte y, claro, "Postales". La tira es simplemente un lugar donde tengo mucha sed de comunicarme con los lectores y donde, obviamente, se recortan libertades, aunque a veces hago trampa, experimento. Trato de encontrar el equilibrio, a veces el peso lo tiene la palabra y otras el dibujo.
 
¿Sentiste algún cambio desde el momento que empezaste a dibujar? ¿Se dio naturalmente, o fue un camino de liberarte y sincerarte con vos mismo para poder decir lo que quería decir?
 
El Miguel que fui hace ya varios Migueles, era muy distinto. Era el primer Miguel que publicaba, era tan distinto. Era un tipo que no tenía estilo, que no sabía sus obsesiones. Era chico, muy chico. Tenía 14 años. Después hubo varios Migueles, que soy yo, por supuesto. Pero que dibujaban distinto, iban afilando la puntería, afilando el lápiz. También dibujando cosas a pedido, y no por necesidad mía.
 
¿Pero sentís, entre tantos cambios, que hay una línea entre ese Miguel de los catorce, ideológica o de discurso?
 
Sí, creo que hubo muchos cambios. Quería ser un dibujante de humor más. Vivir de esto toda la vida, y no tenía ni idea de lo que se iba a venir. No tenía ni trazado el esquema de lo que iba a venir. Era un mundo muy tranquilo también. Era un mundo sin tanto avance tecnológico, veníamos de una historia de cien años de publicaciones y no tenía por qué ser modificado. Se podía vivir cien años, doscientos años más publicando, publicando dibujos y viviendo de eso. Era un mundo muy tranquilo, y ese mundo se fue a la mierda. Cayó en mil pedazos. Y también mi mundo, mi cosmogonía personal fue reventando en mil pedazos por las cosas que te pasan en la vida. No, es tan distinto. Esos Migueles eran lápiz, tinta china y papel y a entregar y que le den permiso para publicar.
 
¿Y el método para dibujar también cambió?
 
No, el método es más o menos el mismo. Se te ocurre una idea, le hacés el guión, y lo dibujás. Tinta china, lápiz, retoques: eso no se modificó. Lo que se modificó se da con el avance tecnológico, el uso del Photoshop, por ejemplo. O en el tema de los murales. Pueden ser en papel, madera, acrílico se ha modificado el arsenal técnico, porque yo nunca pensé que iba a usar acrílico, u óleos, o tanto marcador. Yo pensé que iba a ser un hombre de la tinta china. Tampoco pensé que iba a ser un tipo de la palabra. Recuerdo aquello que fui al principio, y era un tipo mudo. No hablaba, no podía enfrentar un auditorio, reportajes. Y a fuerza de tener que expresarlo de otra manera, y también a fuerza de dejar de hacer dibujos mudos y apropiarme de las palabras, dejé de ser mudo y eso es otra arma que tengo, la palabra. Y me interesa mucho. Yo antes tenía mala prensa de la palabra, y ahora me interesa cada vez más, la riqueza vocabularia y todo lo demás.
 
¿Antes no te gustaba?
 
No me interesaba. Pensaba que no. De hecho, la mayoría de los murales no necesitan palabras. Y yo soy un dibujante que puede vivir sin palabras. Porque sé expresar una idea muda. De hecho, el primer dibujito que publiqué, era mudo. Era un chiste mudo. Y siempre los dibujantes de humor tenemos una gran predilección por el humor mudo, porque ahí es donde pela el dibujante. Sin palabra, pela el dibujante. La verdad que fue pasando el tiempo, fui leyendo ensayos o literatura, y me di cuenta de que es muy linda la comunicación por palabras. La era de la imagen, en la que estamos ahora, es peligrosa, y está bueno reapoderarse de la palabra.
 
¿Qué sentís cuando ves un mural tuyo?
 
En este momento estamos en la Biblioteca Nacional y estoy viendo de refilón mi mural acerca del Bicentenario. Yo siento que ya no es más mío. Lo abandoné hace dos años, tres años, cuatro años ya, es del 2008. Y siento que ya no es más mío. Ya no tengo derecho a ir y modificarlo, entonces ya no es más mío, ya lo entregué. Siento eso, ¿no? Como que he dejado huellas. Huellas de distinta manera que en la gráfica: un papel que se tira, un libro que se guarda, algo portátil. El mural no es portátil, hay que ir a verlo. Es lindo. Es distinto. Por lo menos es distinto.
 
¿Y vos te paras a mirarlo, te acercas y decís “uh, me gustaría cambiar algo”, o ni lo mirás?
 
Trato de no juzgarlo. Trato de que cuando lo terminé, abandonarlo. Porque si no siempre vas a volver. Seguramente en diez años, en quince años, cuando tu dibujo se haya modificado mucho, diré “uy, cómo lo haría de otra manera, qué me gustaría retocar”. Me pasa eso, pero tiene que pasar un tiempo. Ese dibujo de alguna sigue representando mi hoy, en cuanto a mi línea y mi manera de ver la historia. Si ese todavía aguanta, pero seguramente si mi dibujo va hacia otro lado dentro de diez años, lo veré seguramente como algo arcaico, como pasado, y voy a querer modificarlo.
 
¿Y qué sentís cuando estás dibujando en público?
 
Siento… mucha soledad. Más soledad que cuando estoy solo en el tablero. Porque la gente va, disfruta, o te pregunta y después te deja solo. No hay alguien que se queda todo el tiempo. Soy yo el que se queda todo el tiempo. Entonces siento más que nunca lo que es la soledad, siento más que nunca el turismo del ojo del otro. El otro pasa, y me deja, entonces me quedo más solo que antes. Y en esa soledad estoy yo, están todos los momentos que voy dejando en el mural. Estoy en este lugar. Acá hay un montón de momentos, hay un montón de momentos en este minuto, fijados acá. Que sí fueron importantes ese día, y ese día me quedó fijado. Lo que pasa es que la mayoría del tiempo, uno no está reflexionando que si el día, ni si llueve, o qué. Pero todo lo que coloquialmente vamos caminando por la calle, minutos y minutos y minutos, y no se quedan fijados. Uno sigue caminando. Acá esos minutos y minutos y minutos, se quedan fijados en el mural. Y eso es lo que siento cuando lo veo. Y en esos minutos hay disfrute, hay mucha angustia, hay soledad y a veces alguna dulzura. No es todo bárbaro. Pero lo que sí queda es el trabajo.
 
¿Y por ejemplo, el romper la composición, de poner una cosa con color, otra cosa que va con el mismo estilo?
 
Y sí. Eso formó parte de esa insatisfacción por lo que son los canales fáciles de esta profesión, de éste laburo. Yo venía con la tira, once años tranquilos haciendo cada vez más personajes, situaciones muy fáciles, hasta que me agarró un clic, y dije: yo no puedo currar toda mi vida haciendo personajes. Y, empecé la tira más…, yo no había visto ejemplos en el mundo…
 
¿Postales?
 
Herencia de postales. La tira diaria, en el noventa y ocho se dinamitó y ya no tuvo más personajes. Es lo que es hoy. Un día hago una situación del hombre del futuro. Mañana una historia de abejas. Pasado mañana hago la historia de un Dios que se peleó con otros Dioses. Es decir, un espacio libre donde cada día la temática y el dibujo sea distinto. Eso yo no lo había visto nunca, y lo empecé a experimentar en el diario. Me gané muchos lectores que me dijeron: “Bueno, no te sigo, no te puedo seguir, no te entiendo siempre”. Pero bueno, pude sobrevivir y ya pasaron como catorce años, ¿no? Y ya soy eso. Soy más heredero de mis “Postales” que de “Mafalda”.
 
Claro, que de la historieta clásica.
 
Sí, la verdad que aprendí de mí mismo. Gracias a “Postales” tuve una experimentación en la revista “Fierro”, que no era un diario, que no era humor registrado. Si me pedía humor registrado me pedía un dibujo más popular. Y en “Fierro” cuando me dieron el espacio, y se me ocurrió también “Postales”, dije: “es esto, esto también soy yo”. Y quizá yo sea más “Postales” que otras cosas. Porque tengo varios registros. Registros de curiosidad, registros temáticos, de tono literario y de tono de dibujo también. Y eso es “Postales”. En cambio en la tira, si yo tengo que seguir todos los días a Lukas o al Culpo o Niño Azul, me aburro. Me aburro, es un río que conozco demasiado bien, ya tengo la canoa. Necesito meterme en otros terrenos, que son más de incertidumbre. Y por eso también me meto en libros, me meto en quilombos todo el tiempo, en murales extraños en distintos lugares. Si me dan una cueva, voy a la cueva y la hago. Porque quiero ver hasta dónde doy, hasta dónde son mis limitaciones. Y a veces me encuentro con límites. Y sí, hay límites.