21 de diciembre de 2009

Paul Bowles: "La soledad no tiene sorpresa, es un estado perfecto"

Paul Bowles (1910-1999) nació en Nueva York. Hijo único de un odontólogo, siendo muy joven publicó algunos poemas en la revista literaria internacional "Transition" antes de viajar a Francia donde se relacionó con diversos literatos e intelectuales. Luego decidió dedicarse a la música, por lo que regresó a su ciudad natal para tomar clases de composición con el compositor Aaron Copland (1900-1990) durante los años '30. Como músico experimental, durante los siguientes veinte años escribió partituras para numerosos ballets y compuso la música de muchas películas y obras de teatro. Simultáneamente recorrió diversos países como Marruecos, México, Colombia, Guatemala y Costa Rica junto con la conocida dramaturga y novelista Jane Auer (1917-1973), con la que se había casado en 1938. En 1947 el matrimonió se instaló en Tánger, ciudad que se convertiría en el escenario de gran parte de sus novelas y relatos. La primera novela de Bowles, "The sheltering sky" (El cielo protector), se convirtió en un éxito de ventas y fue llevada al cine en 1991 por Bernardo Bertolucci (1941). A ésta le siguieron "Let it come down" (Déjala que caiga), "The spider's house" (La casa de la araña), "Up above the world" (La tierra caliente) y "Too far from home" (Muy lejos de casa). Entre sus varios volúmenes de relatos se destacan "The delicate prey" (Delicada presa), "The time of friendship" (El tiempo de la amistad), "The hours after noon" (Antes del amanecer) y "A distant episode" (Un episodio distante). Además de libros de poemas y traducciones de cuentos populares africanos, también publicó crónicas de viajes, memorias y una autobiografía. La obra de Bowles se revalorizó en la década de los '80, traduciéndose y publicándose en todo el mundo y en numerosos idiomas. En la edición del 7 de marzo de 1999 del diario "Página/12" apareció la siguiente entrevista realizada por Marcos Rosenzvaig en la casa de Paul Bowles en Tánger. Por entonces, el escritor contaba con ochentiocho años de edad y vivía en un viejo edificio descuidado cerca del centro de la ciudad, acompañado por una doméstica y un chofer, rodeado de libros desparramados por los dos únicos ambientes y cientos de cartas que ya no podía leer debido a su parcial ceguera. Poco después, un mes antes de cumplir los ochentinueve años, falleció en el Hospital Duque de Tovar de la ciudad marroquí. Su cuerpo fue trasladado a Estados Unidos para ser incinerado y sus cenizas reposan junto a sus padres cerca de Nueva York.En la edad intermedia como la mía, la infancia suele ser tan lejana como brumosa, pero en la vejez el hombre suele vivir con mayor intensidad los primeros recuerdos. ¿Qué imagen conserva de su infancia?
Muchas imágenes. Siempre estaba solo, porque no había conocido a otro niño hasta los seis o siete años. Yo creía que sólo existían los adultos. Cuando ingresé a la escuela tenía que protegerme de sus ataques, de su salvajismo. Hasta hoy no comprendo a los niños, gritan, juegan, suelen ser feroces.

¿Nunca pensó tener un hijo?

Nunca. Bueno, sí... Recuerdo haber hablado con mi mujer. Jane dijo que era muy fácil hablar para un hombre. Mi madre sufrió mucho cuando yo nací, con los pies afuera y la cabeza adentro. Además hay millones de niños en el mundo, ¿para qué necesitamos más?

A Kafka lo castigaban encerrándolo en un balcón interno del edificio. ¿De qué forma lo castigaban a usted?

A mí no me castigaban porque yo me rebelase. Mi padre era un hombre severo, antipático. Yo no sabía querer. En cambio, sabía mucho acerca del temor. Las palabras de mi padre eran pausadas pero capaces de arrastrar ciudades. En cambio mi madre era dócil, tenía una gran ternura. De niño, más que leer a los escritores, me deleitaba leyendo mis propios cuentos. Los releía durante las noches para volver a escribirlos durante las mañanas.

¿Su primera rebelión fue a los dieciocho años, como está escrito?

Me fui sin decir nada, no hice daño a nadie. Bueno, a mi madre, según dijo mi padre. A esa edad comencé a viajar por el mundo. Así llegué un día a París.

¿A quiénes conoció en París?

La segunda vez que estuve en París conocí a Tristan Tzara, era un hombre serio. Tenía esculturas africanas y un gato siamés enorme y maravilloso. El gato siempre en los tobillos del cocinero pidiendo comida. El cocinero solía darle patadas, hasta que un día dejó la puerta semiabierta de la cocina y el gato le saltó al cuello. Al día siguiente le dijo a Tristan Tzara y a su mujer, que era una hermosa sueca: "si el gato se queda yo me voy". Era un buen cocinero, pero se tuvo que ir. Conocí a Schöenberg y a B. Hause, que ahora está olvidado. Cuando la guerra terminó, los franceses lo metieron en la cárcel. Era del otro lado, amigo de un ministro de cultura que habían mandado los nazis a Francia. En general no conocí a mucha gente porque siempre estaba solo, siempre me ha gustado estar solo. En Berlín conocí a un arquitecto, Gropius, que era un hombre de negocios, no parecía un artista. En realidad nunca supe por qué fui a conocerlo. Tal vez porque en ese momento me pareció que era importante. Los alemanes que conocí eran todos judíos, el dueño de la tienda más grande de Alemania en el año '31, antes de la debacle. El no imaginaba nada de lo que iba a pasar, y yo menos, creo que yo vivía como en un teatro.

¿Recuerda alguna anécdota con Allen Ginsberg?

La primera vez que vino a Tánger, mi mujer estaba enferma, había tenido un derrame. Yo estaba de viaje y fue ella quien atendió el teléfono. "Quién es", preguntó, y desde el otro lado del teléfono respondió una voz diciendo: "¡Allen Ginsberg, joder!". "¿El qué?", dijo mi mujer. Y Ginsberg le dijo: "¿Usted cree en Dios?". Mi mujer le contestó: "No voy a discutir esas cosas con usted por teléfono". Ella consintió en encontrarnos al día siguiente de mi llegada. Ella tenía destruida la mitad de su vista a causa del derrame. Ginsberg dijo: "Bueno, si no puede verme tal vez pueda imaginarme". Mi mujer no le tenía ninguna simpatía, creo que lo odiaba.

¿Y a Krishnamurti?

Lo conocí en el año '31, él vivía en Holanda. Era una persona muy simpática, claro que yo era demasiado joven como para discutir temas filosóficos con él.

¿William Burroughs?

Era muy divertido. En el jardín de su casa había construido una casita de plomo. El estaba convencido de que esa casita lo colmaba de alegría. Después de una larga insistencia, un día accedí a encerrarme allí dentro, y pasé un frío insoportable. Salí congelado, era horrible. Su opinión fue que yo me apresuré, que necesitaba por lo menos una hora más de encierro. Tenía ocurrencias rarísimas, decía que tenía una aureola en la cabeza que lo hacía invisible. Salía a la calle y no veía a nadie y él decía que nadie lo podía ver.

¿Salvador Dalí?

Era un ridículo. El no hubiese sido tan ridículo si no fuese por Gala. Ella sabía hacer buena prensa. La publicidad era muy importante para él. En una oportunidad yo hacía la música de una obra y él era el realizador de la escenografía. Yo no había podido asistir a los ensayos, había dejado la música escrita y aparecí un día antes del estreno. Dalí estaba sentado sobre una butaca a dos filas delante. Al darse vuelta hizo un gesto de triunfo acerca de la realización de su escenografía. Para mí era horrorosa, no tenía nada que ver ni con la música ni con la obra. El estaba contento de su realización y yo quería desaparecer cuanto antes.

¿Por qué cosas le gustaría seguir viviendo y por qué cosas le gustaría no despertar jamás?

La razón por la que quiero seguir viviendo es porque soy un animal, y todos los animales quieren prolongar la vida a costa de lo que sea. Es una razón existencialista.

¿Sintió en algún momento miedo a la soledad?

No, la soledad es un estado perfecto. Tengo más miedo de la gente que de la soledad. La soledad no tiene sorpresa. Uno no puede fiarse de los seres humanos, nunca se sabe lo que esconden.

¿Qué lo llevó a ingresar al Partido Comunista?

Era una manera de contestar a mi padre, una forma de manifestar mi libertad. El era muy reaccionario, a tal punto que para él fue una tragedia. No fue serio, fue más bien una razón puramente personal.

¿En qué lugar comenzó a escribir "El cielo protector"?

En Fez, y la terminé allí. Durante ese período continué viajando por el Sahara, no paraba de escribir mientras viajaba, pero la mayor parte de la novela la escribí en un hotel llamado Belvedere, estaba al lado de la Medina, a un costado de la puerta. Era un lugar agradable, de buena comida. Cuando la comencé estaba solo, y cuando la terminé estaba con Jane. Terminé de escribir la novela en el '48 y ella murió en el '73. Era demasiado alcohólica, sufría de alta presión, era una mujer que desbordaba energía.

¿A qué persona le gustaría ver?

A ella, me gustaba estar con ella. Era una mujer que comprendía todo, algo así como una adelantada para la época. Su infancia fue desafortunada a causa de varias operaciones en una pierna. Era muy joven cuando nos casamos, no hicimos ni fiesta ni tampoco invitamos amigos. Sólo compré unos folios que llenamos y fuimos a firmar, después nos llegamos hasta una iglesia como para darle el gusto a mis padres. Ignoro por qué, dado que ellos eran ateos. A lo largo de mi vida no tuve ninguna relación con Dios, nunca fue un tema que me preocupó.

¿Cree usted estar identificado con el personaje de Porter en "El cielo protector"?

No, no estoy identificado con el personaje protagonista. Los personajes brotaban de mi imaginación. Creo que la novela debe ser así, un viaje a lo imaginario; no se trataba de un viaje realizado, tal vez una suma infinita de viajes hechos a lo largo de mi vida. Siempre escribí en la cama con una lapicera, ni máquinas de escribir ni computadoras. No me fío de las máquinas, tampoco de las personas. Las personas son como máquinas.

¿Para usted el hombre se parece a las águilas?

¿Por qué?

Porque las águilas vuelan solas.

Puede ser.

Cincuenta años antes, usted presagia en "El cielo protector" lo que sucede hoy en la era de la globalización económica y cultural: "La gente de cada país se va pareciendo cada vez más a la de los otros. Todo se vuelve gris y se volverá más gris todavía. Pero algunos resistirán la enfermedad más tiempo del que supones. Verás, en el Sahara". ¿Cómo imagina el nuevo milenio?

Algo electrónico, que no se puede imaginar. Creo que la vida va a ser menos normal, tal vez sea mejor.

¿Qué caminos volvería a ver, qué ciudades, pueblos o desiertos, si pudiera?

No quiero volver a ver lo que vi. Prefiero morir con las imágenes de las ciudades tal como las conocí. Imaginar que nada ha cambiado. Es mejor no volver. Entre tantos viajes que hice, recuerdo haber estado en Colombia y en Venezuela: allí la gente era rara.

¿Por qué?

Hacía calor, pero las mujeres usaban pieles de animales, porque era "chic". Otra de las cosas que me llamó la atención era que ellas tenían sus heladeras a la entrada de las casas. Una barbaridad, la heladera debe estar en la cocina. Pero ellos me contestaron que era bueno que la gente pudiera ver lo que había adentro. Era una forma ridícula de manifestar la riqueza.

¿Por qué eligió Marruecos?

No sabía nada sobre Marruecos. Estaba en la casa de Gertrude Stein y le pregunté: "¿adónde vas?". Ella me dijo: "vamos a Tánger". Yo no tenía ninguna idea. Sus argumentos eran de lo más graciosos, ella había elegido Tánger porque no llovía. Aquí uno puede pasarse cuatro meses sin una gota. Y sobre todo hay mucho sol. En 1931, cuando llegué aquí por primera vez, Tánger era una bonita ciudad para descansar, la vida era barata y había mucha libertad. Los franceses tenían su parte y los españoles su ciudad. La parte española era pobre. Los soldados carecían de botas, había miles de soldados sin calzado, en cambio la parte francesa era más rica. En Estados Unidos nosotros éramos pobres. En Tánger teníamos tres sirvientes, se hacían fiestas a lo grande. En fin, éramos ricos con sólo cruzar el mar.

¿Cuáles son sus escritores predilectos?

No sé, cada época de la vida tiene sus escritores. Pero si tengo que nombrar a dos elegiría a Kafka y a Jorge Luis Borges.

¿A qué escritor argentino le hubiera gustado conocer?

A Julio Cortázar, sin dudas.

Si la muerte entrara por esa puerta y fuese una mujer hermosa, ¿usted qué le diría?

La invitaría a que se siente, le convidaría un chocolate, trataría de ser lo que soy, un hombre cortés. Además, espero su llegada. Lo único seguro en la vida... es la muerte.