12 de noviembre de 2009

El indianismo como proyecto emancipador. Un debate en la sociedad boliviana

En América Latina, la población indígena representa cerca del 8% del total, es decir, 40 millones de sus 500 millones de habitantes. El 91,8% de los indígenas se concentra en México, Ecuador, Perú, Bolivia y Guatemala. Pero, ¿qué es un indígena? Según el etnólogo y antropólogo mexicano Guillermo Bonfil Batalla (1935-1991), "la cultura, en el sentido globalizante que se da a ese término en antropología, ha sido el criterio más favorecido para basar en él la definición de indígena. Los indios, se dice, participan de culturas diferentes de la Europa occidental, que es la cultura dominante en las naciones americanas". "Son indígenas -afirmó el antropólogo español Juan Comas (1900-1979)- quienes poseen predominio de características de cultura material y espiritual peculiares y distintas de las que hemos dado en denominar cultura occidental o europea". Por su parte, para el antropólogo mexicano Manuel Gamio (1883-1960), "un indio es aquel que además de hablar exclusivamente su lengua nativa, conserva en su naturaleza, en su forma de vida y de pensar, numerosos rasgos culturales de sus antecesores precolombinos y muy pocos rasgos culturales occidentales".
Más recientemente, el investigador e indigenista mexicano Ricardo Pozas (1912-1994) señaló: "Se denomina indios o indígenas a los descendientes de los habitantes nativos de América -a quienes los descubridores españoles, por creer que habían llegado a las Indias, llamaron indios- que conservan algunas características de sus antepasados en virtud de las cuales se hallan situados económica y socialmente en un plano de inferioridad frente al resto de la población, y que, ordinariamente, se distinguen por hablar las lenguas de sus antepasados, hecho que determina el que éstas también sean llamadas lenguas indígenas". Más adelante agrega que "fundamentalmente, la calidad de indio la da el hecho de que el sujeto así denominado es el hombre de más fácil explotación económica dentro del sistema; lo demás, aunque también distintivo y retardador, es secundario", en concordancia con el pensamiento del sociólogo brasileño Darcy Ribeiro (1922-1997) quien consideraba la indianidad como una forma de desajuste frente a la sociedad nacional.
Como quiera que sea, desde el río Bravo hasta la Patagonia, los pueblos indígenas a través de sus movilizaciones han ido reconstruyendo su identidad colectiva, convocados por un discurso ideológico que critica al Estado nacional, a la vez que rechaza la civilización occidental y la globalización. Según explica el profesor del Instituto de Historia y Civilización Occidental de la Odense Universitet de Dinamarca, el chileno Hugo Cancino (1942), en su ensayo "Indianismo, modernidad y globalización", en "los países andinos como Bolivia, Perú y Ecuador, con una significativa población indígena, estos nuevos movimientos se han convertido en un actor político que cuestiona el poder estatal y lo enfrenta con sus movilizaciones. Al mismo tiempo ellos plantean una alternativa de recambio del orden establecido. Estas luchas de los pueblos indígenas encuentran sus antecedentes en una lejana experiencia histórica, que se inicia con la conquista y colonización hispana en el siglo XVI y que se ha continuado hasta nuestros días. La independencia de España en la segunda década del siglo XIX y el proceso de construcción de los Estados nacionales paradojalmente agravó aún la situación de opresión y explotación de estos pueblos. No obstante que la figura del indio aparece idealizada en el imaginario de las nuevas naciones como un referente de las identidades nacionales que se construyeron, en la práctica se les negó el derecho a sus lenguas, a sus culturas y sus tierras ancestrales. A través de los llamados procesos de colonización interior implementado por el Estado oligárquico, se despojó a los indígenas de sus tierras comunales por medio de la guerra o por medio de maniobras legales".


Bonfil Batalla, en "Las nuevas organizaciones indígenas", sintetizó certeramente el carácter de la opresión a los pueblos indígenas: "Los indios, los colonizados acumulan ya casi cinco siglos de agresión, de acoso incesante que ha reducido y fragmentado todas las dimensiones de su espacio. El memorial de la ignominia sería interminable: despojo de tierras, esclavitud y servidumbre, represión intelectual, evangelización, censura, atentado permanente contra la memoria, contra la lengua, negación total, desprecio y discriminación. En la representación de los indios construida por las élites liberales, ellos constituían el universo de la 'barbarie' que debía erradicarse para promover la 'civilización occidental' en el Estado Nacional".
"A comienzos de los años '20 -continúa Cancino- surgió la corriente de ideas denominada indigenismo que fue el discurso que asumió por primera vez la defensa del indio, de sus derechos y de su cultura. El indigenismo fue un discurso de autores blancos o mestizos sobre los indios. Este posición se expresó en diferentes variantes, como fue el indigenismo literario, tendencia que ingresó a los indígenas como sujeto en la novela, en la poesía y en las artes plásticas". El escritor y periodista peruano José Carlos Mariátegui (1894-1930), mientras tanto, proponía un "indigenismo revolucionario", incorporando a los indígenas como un sujeto clave en la revolución obrera y campesina en América Latina.
Durante buena parte del siglo XX, el indigenismo se convirtió en política oficial de los diversos Estados latinoamericanos, asumiendo la tarea de protección de los indios a través de medidas como la asignación de tierras fiscales y la implementación de programas educativos, con la finalidad de integrar a los indígenas a la "sociedad moderna", aunque sin aceptar su condición de sujeto étnico. "Dentro de esta orientación -añade Cancino- los pueblos indios fueron obligados a aceptar las pautas culturales y la lengua de la sociedad blanca y mestiza y a negar las suyas". Estas políticas de Estado fueron criticadas por el sociólogo chileno Jorge Larraín (1942) en "Ideología e identidad cultural", al considerarlas como un discurso que propicia una política paternalista que niega a los pueblos indígenas su condición de sujeto de su propia liberación, a través de la implementación de una acción reformista o caritativa. En contraposición, rescataba al indianismo como el discurso filosófico, la ideología, la acción organizada y el proyecto histórico creados por los propios pueblos indígenas.
Juan Luis Hernández (1958), profesor de Historia Latinoamericana Contemporánea de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA), abordó esta problemática en su artículo "El indianismo. ¿Un nuevo proyecto emancipador?" aparecido en la "Revista del CEFyL" nº 1 de mayo de 2009. En el mismo, tras trazar una breve introducción histórica, analiza las diversas posturas de los intelectuales del movimiento indianista en Bolivia, el pionero Fausto Reinaga (1906-1994), y los actuales Félix Patzi Paco (1967) y Pablo Mamani Ramírez (1969).



Una de las polémicas más interesantes que se han desplegado en el pensamiento crítico latinoamericano es el debate sobre el indianismo. En la región andina es donde aparecen algunas de las formulaciones teóricas más ricas de las últimas décadas, en el contexto de las grandes luchas populares contra la ofensiva neoliberal, en las cuales los pueblos indígenas originarios tuvieron importante protagonismo. En estas discusiones es bastante habitual la utilización en forma indistinta de los términos indigenismo/indianismo para referirse a intelectuales y/o corrientes ideológicas que se reclaman o son consideradas referentes de estos pueblos.
Sin embargo ambos vocablos remiten a fenómenos históricos y políticos diferentes. Indigenismo es el nombre de una corriente del pensamiento critico latinoamericano, que arranca a fines del siglo XIX y culmina poco después de la mitad del siglo pasado, integrada por sectores sociales intermedios (básicamente mestizos), cuyas preocupaciones fundamentales fueron el indio y la nación. Esto es, las dificultades para la construcción de la nacionalidad en los países andinos, como consecuencia de la existencia de amplias mayorías indígenas excluidas de la vida política, social y económica.
Este movimiento se inició en Perú tras la desastrosa guerra del Pacífico. En 1888 el escritor Manuel González Prada pronunció un célebre discurso en un teatro limeño, señalando que Perú sólo podía constituirse como nación integrando las mayorías indígenas de la sierra. Al año siguiente apareció la primera novela indigenista andina, "Aves sin nido", escrita por Clorinda Matto de Turner. Quedaron definidas de esta manera las dos vertientes del movimiento, la ensayística y la literaria. En los años venideros aparecerán brillantes polemistas como José Carlos Mariátegui, Luis E. Valcárcel, Enrique López Albújar, Luis Alberto Sánchez; y talentosos literatos como José María Arguedas, Ciro Alegría y Manuel Scorza (Perú), Jorge Icaza (Ecuador), Jesús Lara (Bolivia). A este vasto movimiento intelectual se lo denominaba indigenismo porque, como decía Mariátegui, "Es todavía una literatura de mestizos. Por eso se le llama indigenismo y no indígena. Una literatura indígena, si debe venir, vendrá a su tiempo. Cuando los propios indios estén en grado de producirla". En la región andina ese tiempo ya llegó, y hoy existen intelectuales que se referencian en el pensamiento indígena-originario. En el caso de Bolivia, al decir de Alvaro García Linera, "...el indianismo se ha ido constituyendo en una narrativa de resistencia que en estos últimos tiempos se propuso como una auténtica opción de poder".



Un primer hito en esta perspectiva lo constituyó la prédica de Fausto Reinaga, autor boliviano considerado por muchos el primer teórico del indianismo. Su obra principal, "La revolución india" (1970), tuvo varias reediciones posteriores. En los '6o Reinaga (quien se consideraba descendiente de Tupak Katari y adoptó el nombre de Rupaj Katari) fundó el Partido Indio de Bolivia (PIB). En el Perú, Guillermo Carnero Hoke impulsará también similar labor, fundando organizaciones políticas indígenas y publicando libros y folletos. Aunque los esfuerzos organizativos de ambos no se tradujeron en resultados políticos importantes, la obra del primero fue un estímulo para el movimiento político e ideológico posterior. Reinaga, quien expresamente renegaba del indigenismo, propuso desde el PIB la revolución india, que según él consistía en una revolución contra la civilización occidental para reestablecer el socialismo del Tawantinsuyu, al cual define como "un sistema social colectivista de propiedad socialista". Negaba la validez del análisis clasista del marxismo, impugnando la oposición burguesía-proletariado. Para Reinaga, en Bolivia estas clases sociales "no son más que una superestructura grosera y ridicula".
El avance decisivo del indianismo en Bolivia llegó años después, de la mano del katarismo. En los primeros años de la década del '70 comenzaron a aparecer agrupaciones y movimientos culturales y políticos aymarás de base urbana, que lentamente confluyeron con una nueva camada de dirigentes campesinos sobre la base de una plataforma de reivindicaciones económicas y sociales comunes, y, fundamentalmente, un reclamo de reconocimiento cultural de la diferencia étnica. En 1973 se publicó el "Manifiesto de Tiahuanaco", primer documento público del katarismo, que de ahí en más se proyectará como un amplio movimiento ideológico con múltiples manifestaciones institucionales, políticas, culturales y territoriales. En el centro del discurso katarista está la reivindicación de la cultura y el pasado indígena, criticando el proyecto de extensión de la ciudadanía al indígena emprendido por el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) en los '50, basado en el sufragio universal, la alfabetización y la reforma agraria. Los kataristas, que construyeron su propio panteón de héroes -Tupac Katari, (de quien derivan su nombre), su compañera Bartolina Sisa y Zárate Willka, dirigente asesinado en la insurrección de 1898/99- plantearon el agotamiento del ideario reformista de los '50, que no reconocía la identidad, la cultura, la cosmovisión, los valores de los pueblos originarios, los legítimos dueños de la tierra, "la semilla de donde ha nacido Bolivia". Repudiaron las dirigencias que concertaron el reaccionario Pacto Militar-Campesino, sostuvieron la necesidad de recuperar las organizaciones sindicales y plantearon la construcción de un movimiento autónomo campesino. Para García Linera, el aporte fundamental del katarismo es "la reinvención de la indianitud, pero ya no como estigma, sino como sujeto de emancipación, como designio histórico, como proyecto político".
A fines de los '70 el katarismo logró controlar la Confederación Sindical Unica de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), que se convirtió en la organización de masas más importante de Bolivia. En el ámbito político, los kataristas se dividieron en distintas facciones, que incursionaron en las contiendas electorales de los '8o aliados a diferentes experiencias políticas en un rol subalterno. Otros militantes formaron organizaciones armadas con resultados desfavorables. El katarismo funcionó como la ideología subyacente en todos estos proyectos, que decantarán hacia fines del siglo pasado con la formación de dos partidos políticos: el Movimiento Indígena Pachakuti (MIP) y el Movimiento al Socialismo (MAS), el actual partido gobernante. Acá es donde el indianismo, de "narrativa de la resistencia" pasa a ser una opción de poder, según las palabras de García Linera, en un proceso cuyo origen debemos buscarlo en la reforma intelectual y moral operada por el katarismo, cuyo resultado fue la etnificación de la política, concepto que remite a la transformación de las identidades originarias en capital político.



Es en esta tradición donde hunden sus raíces diversos intelectuales, como Félix Patzi Paco o Pablo Mamani Ramírez. Félix Patzi Paco sostiene que en los países estructurados en forma colonial como Bolivia, las luchas étnicas eclipsan y subordinan la lucha de clases. En su visión, las clases no se definen por la ubicación ocupacional, sino que las ocupaciones están definidas por la pertenencia racial y/o étnica, "de ahí que en momentos históricos de convulsión social prevalece más lo étnico que la clase", tensión que para el autor constituye el "ordenador de los conflictos sociales". En esta perspectiva, la Guerra del Agua (2000) y la Guerra del Gas (2003), mostrarían dos proyectos irreconciliables: el de los "ayllus", centrado en la soberanía colectiva comunitaria; y el de la "burguesía criolla blancoide", centrado en el parlamento y "la enajenación de la soberanía en el voto secreto". Patzi Paco caracteriza dichas jornadas como insurrecciones aymarás, en cuyo transcurso se recuperó el ethos comunitario originario, imponiendo como estrategia de lucha una tecnología social proveniente de la comunidad, consistente en la combinación de obligación y rotación ("disciplina comunal") que hizo de los bloqueos un arma indoblegable. En otro trabajo Patzi cuestionó el orden político e ideológico del capitalismo liberal, proponiendo como alternativa el Sistema Comunal, cuyo núcleo estaría integrado por las empresas comunales -rurales y urbanas- y la democracia comunal, en la cual las instancias colectivas toman las decisiones y eligen un representante por turno como portavoz de la colectividad, eliminando la representación de los partidos políticos. El sistemo comunal se erige, según el autor, en una tercera posición: ni capitalismo ni socialismo, y su emergencia será el resultado de la democracia comunitaria.
Pablo Mamani Ramírez, sociólogo aymara, ha centrado sus investigaciones en la experiencia de los indígenas urbanos aymarás de El Alto. Sostiene que en esta ciudad aymara hay una construcción social de la vida cotidiana sobre la cual aparece un sentimiento de autoafirmación de su población indígena, el que se manifiesta en las acciones colectivas emprendidas en las jornadas de lucha. En sus obras, Mamani Ramírez combina dos perspectivas de análisis: el marco teórico de los movimientos sociales y el paradigma de la identidad. Siguiendo a los sociólogos norteamericanos Charles Tilly y Sidney Tarrow sostiene que los movimientos sociales son capaces de construir repertorios discursivos y de acción colectiva, desde los cuales se organiza la producción de significados y la estructura de la organización colectiva. En Bolivia, los movimientos sociales han producido y hecho circular un conjunto de símbolos indígenas: la "wiphala" (bandera) multicuadriculada, los ponchos rojos o verdes (autoridades originarias), el "pututu" (instrumento musical), la hoja de coca, los "awayus" (prendas de vestir femenina) multicolores. En su mirada, el centro superlativo de la movilización contra el gobierno de Sánchez de Losada fueron los pobladores alteños y sus organizaciones barriales, las juntas vecinales, que se constituyeron en microgobiernos territoriales, con un claro sentido de pertenencia territorial e identidad aymara. Haciendo foco en el microespacio local y regional estudia minuciosamente los mecanismos de la movilización social alteña, pero al precio de desligarla de la problemática estatal y nacional.




Como se puede apreciar, en las temáticas desplegadas por ambos autores vuelven a aparecer tópicos ya planteados por Reinaga, bien que depurados de la prosa confusa, desordenada y por momentos fuertemente mesiánica que caracterizaba a este último, cuestionado además por su notoria ambivalencia política, que lo llevó a oscilar desde posiciones nacionalistas anti-chilenas hasta invocaciones a algunos de los peores dictadores del siglo XX boliviano. También es notoria la voluntad de poder en las alternativas que ambos intentan esbozar, bien que los respectivos proyectos no tienen la misma densidad teórica y analítica: la utilización de un modelo proveniente de la sociología histórica excesivamente descriptivo quita profundidad al análisis de la realidad alteña ensayado por Mamani Ramírez, limitándolo a constataciones superficiales como enumeraciones simbológicas no problematizadas en sus contenidos y significados.En lo relativo a la cuestión de fondo, el enfoque de ambos autores privilegia la perspectiva étnica en relación a la lucha de clases. Esto conlleva varios problemas. Se soslaya la intervención de la clase obrera en las luchas sociales, y la importancia del "saber obrero", es decir, su capacidad para poner en marcha fábricas, minas y servicios públicos. Es cierto que el movimiento obrero, en tanto tal, tuvo una participación poco significativa en las grandes movilizaciones de principios del nuevo milenio, pero hoy hay una expansión del trabajo asalariado como nunca antes en el país: esta extensión de las relaciones capitalistas de producción implica nuevas posibilidades y oportunidades para una organización remozada de la clase obrera. Por otra parte se supone la existencia de una nacionalidad originaria aymara homogénea, sin estratificación social, ni relaciones de explotación y opresión al interior de las comunidades, lo cual es a todas luces falso. Por último, ambas propuestas, el sistema comunal de Patzi y los microgobiernos territoriales de Mamani Ramírez, no constituyen una síntesis de la compleja totalidad de la formación abigarrada boliviana, y adolecen de rasgos etnocentristas que limitan la posibilidad de construcción de un proyecto societal alternativo que involucre y abarque al conjunto de la población pobre y explotada. Como afirma García Linera, el indianismo se abrió paso en Bolivia en franca lucha ideológica con la izquierda marxista del período 1952-1985, a la que siempre le criticó su "visión obrerista", acusándola de subestimar la importancia del campesinado indígena como potencial sujeto revolucionario. Hoy cabría preguntarse si el indianismo no está transitando el mismo camino, sólo que en sentido inverso.