19 de agosto de 2009

John Berger: "Un relato es un llamado a la Historia. Un poema, un llamado al Cielo"

Hacia fines de la primera década del siglo XX, un joven inglés proveniente de una familia judía entró en un seminario católico con la intención de convertirse en sacerdote. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial lo dejó todo para enrolarse en la infantería. La experiencia en las trincheras fue tan decisiva para él que, luego de finalizado el conflicto, sirvió dos años más en una comisión encargada de las tumbas de guerra en Flandes. A su regreso a Inglaterra conoció a una belicosa y suave sufragista vegetariana de Vauxhall y de esa unión nació en Londres, en 1926, el escritor John Berger. Anarquista a los quince años, desertor del preparatorio de Oxford a los dieciséis y alumno rebelde más tarde en la Escuela Central de Bellas Artes, después de la Segunda Guerra Mundial adoptó la fe marxista y estudió en la Escuela de Arte de Chelsea. Su primer oficio fue la escritura de una columna semanal de crítica de arte en el "Tribune", editado por George Orwell (1903-1950). Su obra, múltiple y variada, ha tocado casi todos los géneros: la novela, el ensayo, la poesía, el teatro y el guión cinematográfico y televisivo. La siguiente entrevista, realizada por Xoán Abeleira -su traductora al galego-, apareció en la edición gallega de "El País" el 16 de noviembre de 2007.Ochentidós años y sigue usted igual de activo.

¡Eso dicen! Acabo de terminar mi nuevo libro: "From A to X" (De A para X). Las cartas que una mujer -Aida- envía a su ex marido -Xavier-, que está en la cárcel acusado de terrorista.

Entrando ya en materia, sus relatos de "Pig earth" (Puerca tierra), ¿son tan verídicos como parecen?

Verídicos no es la palabra idónea. En ellos hay también mucha ficción. Son historias que oí, desde luego, pero conformadas de una manera distinta. De una manera esencial, digamos.

Ya. Más, ¿cuánto hay de ficción y cuanto de realidad en ellos?

Mire, para responder a esa pregunta debo aclarar antes la diferencia que yo veo entre un contador de historias y un novelista al uso, digamos. La novela moderna es un género que nace como tal a finales del siglo XVIII, principios del XIX. En Inglaterra, por ejemplo, con escritores como las Brönte, Austen, etcétera. Pero la tradición de los contadores de historias se remonta hasta a Homero...

Incluso hasta la Prehistoria...

Probablemente. El contador de historias está ligado al origen de la Humanidad. Es un viajero, un nómada nato. Parte de su experiencia vital con los otros, con unos seres concretos, en unos lugares y unas circunstancias concretas. Digamos que es alguien que "se roza" con el mundo y luego cuenta lo que le ocurrió. Mientras que el novelista no sólo no suele hallarse en la situación que describe sino que la inventa. Crea otra realidad: su propia obra.

Lo cual no tiene nada que ver con el género autobiográfico…

No, no. Muchos novelistas son claramente autobiográficos -como Proust, a quien, por otra parte admiro desde siempre, y me influyó mucho-. Pero el contador de historias no lo es en absoluto. El no cuenta sus propias historias sino que va por ahí con los oídos bien abiertos, escuchando y reinterpretando las historias de los demás, incluso anónimamente.

Para entendernos: Chatwin, Kerouac, ¿son contadores de historias?

Por supuesto. Pero también Chéjov. Los contadores de historias salvaguardan, atesoran ciertos momentos vividos por ellos o por otros, mientras que los novelistas intentan captar, aprehender, reproducir vidas ajenas. La propia Internet es un inmenso contador de historias. Un agujero negro repleto de infinidad de historias.

Como siempre lo fue el campo.

Eso es. La gente de por aquí suele decir que las historias son para contarlas al anochecer, alrededor de la mesa de la cocina, con la familia, los amigos. Bien, pues eso es lo que hace un contador de historias: recogerlas y recrearlas junto al lar. Las novelas son más bien para leer en soledad.

Entonces, los personajes de "Puerca tierra" son reales.

Sí, pero no tal y como aparecen reflejados en el libro. Por ejemplo: Marcel, el protagonista de "The value of money" (El valor del dinero), es un hombre al que conozco, y que aún vive. Lo que yo cuento ahí le pasó básicamente a él en la realidad. Pero él no hizo lo que hace Marcel al final. Aunque podría hacerlo. ¿Entiende?

¿Y la "Cocadrille"? ¿La increíble Lucie Cabrol?

Existió, pero ya había muerto cuando nosotros llegamos aquí. Todo el mundo tenía algo que contar sobre ella. A mí el personaje me fascinaba, así que hablé con unos y con otros y cribé todas las historias que corrían sobre ella en esas tres vidas. O, mejor dicho, en dos, porque la tercera es pura ficción. De hecho, el narrador de ese relato -el hombre que emigra a Argentina, el hombre con el que ella quiere casarse- soy yo. El contador de historias.

Antes citó a Proust y a Chéjov, dos autores muy distintos. Ya sé que esta pregunta fastidia mucho a los escritores pero, ¿cuáles fueron sus referentes literarios cuando empezó a escribir? Lo digo por ahondar en el tema.

Chéjov sin duda. Chéjov siempre. El fue y sigue siendo un gran maestro para mí.

Como para Carver...

Sí, que es de mi misma generación, como usted sabe. También siento una enorme admiración por él. Como narrador y como poeta. Y por Dickens, Gorki, Joyce...

Lo de Joyce siempre me extrañó, la verdad.

Ya, porque en mi obra no se aprecia demasiado su influencia, y menos aún en "Puerca tierra". Pero Joyce -a pesar de no ser un contador de historias- me marcó profundamente en mis inicios, sobre todo porque expandió el horizonte de la literatura. Igual que Hemingway, que sí lo era. O Borges, que no.

Y en la actualidad, ¿quién le interesa?

¡Tanta gente! Entre los latinoamericanos, Galeano, por ejemplo. Y, entre los gallegos que conozco, Rivas, a quien considero sinceramente un magnífico escritor, dotado, además, con un gran sentido de la Historia… ¡y un gran olfato para las historias!

¿Alguna mujer?

Claro. Hay una escritora turca a la que admiro mucho. Se llama Latife Tekin. Otra contadora de historias, influida, en su caso, por el folclore y la tradición de Anatolia.

Uno de sus rasgos más característicos es que usted, en sus libros, suele casar, relacionándolos, varios géneros, varias artes. Pero, ¿hubo alguna razón especial para ir intercalando poemas entre las historias de "Puerca tierra"?

Son dos cosas distintas y para dos momentos distintos. Cuando cuentas una historia, le estás hablando a un lector que está sentado frente a ti en la noche, como dije antes. En cambio, un poema es un grito lanzado al cielo.

Y los cielos son, para usted, "una ventana al universo y, a la vez, un espejo de los acontecimientos terrestres".

Exacto. En "Puerca tierra", cada género tiene una función distinta y nace de una experiencia distinta. Por ejemplo: "La muerte de La Nan M." expresa mi dolor y mi respeto ante la muerte de una amiga. Un relato es un llamado a la Historia, digamos. Un poema, un llamado al Cielo.

Uno de mis poemas favoritos es "Escalera".

Pues mire: si después de hacerme esta entrevista aún le queda alguna duda respecto a ella o respecto a mí, le aconsejo que lo vuelva a leer. Sobre todo la última estrofa. ¡Tal vez encuentre ahí todas las respuestas a sus preguntas!

Algunos críticos se empeñan en definirlo como un "humanista marxista". ¿Está de acuerdo con esa definición? Y, si lo está, ¿cree que el marxismo sigue siendo una alternativa a este capitalismo desatado que padecemos?

Hay diversas maneras de responder a su pregunta... Pero no, no puedo estar de acuerdo con esa definición, porque "humanismo" es un concepto muy manoseado, incluso desacreditado. Y "marxismo" no digamos: ¡un ideal traicionado en tantas ocasiones! Ahora mismo vengo de ver una obra en París sobre el Gulag, y en ella había personajes muy semejantes a los campesinos que conozco y de los que hablo en "Puerca tierra". Pero eso no implica que el marxismo esté superado. Al contrario: creo que, en efecto, aún puede aportar muchas y muy buenas soluciones a los problemas actuales. Y, desde luego, sigo teniendo a Karl Marx por uno de los grandes pensadores de la Historia.

Pasados ya treinta años desde que apareció este primer volumen de su trilogía, ¿cómo ve usted ahora la situación del campesinado? ¿Cree que las predicciones que hizo en el "Epílogo histórico" se cumplieron?

Voy a responderle con un ejemplo muy sintomático. En esta zona rural en la que vivimos, los campesinos, al llegar la primavera, llevaban sus caballos a la Iglesia para que el cura los bendijese. Cuando llegamos aquí, en los años sesenta, ese día solía haber unos treinta caballos. Bien, pues, ahora, esa fiesta tradicional desapareció. Muchas de las personas que conocíamos se marcharon o murieron. Y lo cierto es que la comarca está cada vez más vacía.

Lo mismo ocurre en Galicia. Hasta ahora, nadie hizo nada por mejorar la vida de los labradores: ni la derecha ni la izquierda. Más bien se empeñaron en acabar con el tipo de sociedad rural que existía en nuestro país, porque lo veían como una plaga. El "maldito" minifundismo, ya sabe. Y ahora, cuando por fin parece que se empiezan a tomar algunas medidas, resulta que la mitad de las aldeas están casi muertas. Y con ellas, nuestra historia, nuestra cultura, nuestra lengua, corriendo el riesgo de desaparecer...

Entiendo. Pues sería una tremenda pérdida para todos, ya que las culturas campesinas, en su conjunto, conforman una de las mayores riquezas de la Humanidad. Un "corpus" extraordinario de conocimiento que fue germinando a lo largo de los siglos, y que no podemos rechazar así como así. El capital financiero que nos maneja está imponiendo un orden económico cada vez más inhumano. Todo lo referente al pasado se ve como un supuesto lastre que hay que dejar atrás en nombre de un supuesto futuro lleno de promesas. Pero ningún futuro verdadero puede crearse despreciando las enseñanzas que nos legó el pasado. Lo cual no tiene nada que ver con el "conservadurismo". Y, en ese sentido, estoy completamente de acuerdo con Pasolini, para quien "la Revolución es la guardiana del pasado".

Ya sé que es usted reacio a proponer la solución a este problema tan dramático, pero ¿alguna tiene que haber, no?

¡Muchas, espero! Cada país, cada pueblo, cada sociedad campesina ha de encontrar la suya, porque, a pesar de las semejanzas esenciales, existen diferencias entre unas y otras -como entre el minifundismo y el latifundismo-. Ya empiezan a verse algunos signos esperanzadores, como en Latinoamérica, donde las poblaciones indígenas o los movimientos como el zapatista no sólo luchan por sus tierras y por sus derechos, sino que intentan dar una respuesta a este capitalismo brutal que nos absorbe. Hay mucha gente trabajando por el cambio, dando ejemplo con sus propias vidas. Ya dije en alguna ocasión que, cuando miro al cielo, ese cielo al que los poetas lanzan sus gritos, veo algo semejante a un movimiento alternativo al poder actual. Un espacio que entraña en sí a todas esas personas que luchan y trabajan por dar sentido a su existencia. En ellas, pienso, reside la esperanza.

Entonces, ¿"resistir lo es todo", como aseveró Rilke?

Resistir y despertar. Nuestra conciencia y la de los demás. Tal vez el arte, la cultura, no puedan transformar directamente la sociedad, pero sí a las personas que la conforman. Y, en ese sentido, los creadores tenemos una enorme responsabilidad: resistir frente a esta suerte de uniformidad mental que nos están imponiendo, transformarnos nosotros al tiempo que transformamos el mundo. Por eso, si tuviera que definirme, diría simplemente que soy un resistente más. Un contador de historias que resiste.