9 de julio de 2009

Philip Roth: "Estados Unidos no se hizo con salmos sino matando indios"

Nacido en el barrio judío de Newark, Philip Roth (1933) estudió literatura en Chicago y ejerció la docencia en las universidades de Iowa, Princeton y Pennsylvania. Después de su debut en 1959 con la novela "Goodbye, Columbus" (Adiós, Colón), escribió una co­rrosiva sátira sobre un joven bajo la mirada castradora de su madre sobreprotectora, "El lamento de Portnoy", su primera obra maestra. Luego de residir un tiempo en Europa Oriental e Inglaterra, siguió publicando novelas notables como "The professor of desire" (El profesor del deseo), "Deception" (Decepción) y "Operation Shylock" (Operación Shylock). Entre la ficción y la confesión, con su alter ego Nathan Zuckerman como protagonista, publicó "The ghost writer" (El escritor fantasma), "Zuckerman unbound" (Zuckerman desencadenado), "The anatomy lesson" (La lección de anatomía), "The Prague orgy" (La orgía de Praga), "The counterlife" (La contravida), "American pastoral" (Pastoral americana), "I married a communist" (Me casé con un comunista), "The human stain" (La mancha humana) y "Exit ghost" (Sale el espectro). Desde mediados de los '90 emprendió una vorágine creativa que incluyó las nove­las "Sabbath's theater" (El teatro de Sabbath), "Everyman" (Elegía), "The humbling" (La humillación), "Indignation" (Indignación), "The plot against America" (La conjura contra América) y "The dying animal" (El animal moribundo) entre otros trabajos. Con su prosa corrosiva y sarcástica, aún a costa de si mismo y de sus orígenes, Roth ha ganado los mayores premios literarios de su país y, además de contar con un masivo público lector, es un claro exponente del escri­tor leído por escritores. El novelista, que ya tiene previsto para 2010 la publicación de su 31º novela -"Nemesis"-, vive y escribe en una zona rural de Connecticut, pero la entrevista que sigue a continuación se la concedió a la periodista argentina Matilde Sánchez en su departamento de Manhattan. La misma fue publicada en la revista "Viva" que acompañó la edición dominical del diario "Clarín" del 21 de junio de 2009.Después del masturbador convencido de "El lamento de Portnoy" y la hazaña pornográfica del psicópata en "El teatro de Sabbath", usted volvió a quebrar el buen gus­to. Desde 2006, con "Elegía", impuso temas impensables: la enfermedad, la impotencia, los pañales para adultos.

Temas a los que llegué en vir­tud de la edad. Empecé a ver­me expuesto a incidentesy he­chos novedosos, como el adiós a los amigos y la parafernalia de la muerte, los velorios, las apologías ante el ataúd. Todo esto, que parece tan natural a los jóvenes cuando miran a los viejos, no lo es en absoluto. Esta fue la gran revelación: ¡lo natural es vivir! Desde luego, como todos los chicos de cin­co o seis años, ya había tenido esa revelación, a raíz de una tía enferma, un ser adorable, que vino a pasar sus últimos días a casa. Dormíamos en el mismo cuarto y esto tuvo gran impacto en mí. La revelación de la propia muerte es mis­teriosa, va y viene; a veces te llega en medio de la felicidad, por temor a perder lo bueno. Recuerdo que tenía cuarenta años y por entonces mi estudio que­daba retirado de la casa. Una noche volviendo esos metros por el parque miré el cielo -¡el cielo de noche siempre le pue­de pegar a uno un buen cagazo!- y recuerdo que pensé: "Phil, no te preocupes más por la muer­te hasta que cumplas los setenticinco". Y me pareció un pacto justo.

Pero el cumpleaños llegó más rápido de lo que esperaba. Y fue así como decidió, entre la adolescencia y la madurez, conjurarla con otra revelación: "El animal moribundo".

Qué manera elegante de de­cirlo, qué bien... La sorpresa escalofriante es verse de pron­to rodeado de muerte; un día ya no hay otra cosa... En un marco que consagra la juventud más allá de lo real y ra­zonable.

¿Siente que la vejez es una frontera, un tabú?

No creo que sea un tabú, cada quien la maneja según sus do­nes, como se maneja la vida. Lo que piense la sociedad en general a mí no me importa... La suerte fue que después de los setenta, dejé de pensar en ella como un problema y la tomé como tema para la literatura.

¿En qué libro? En "El teatro de Sabbath" hay citas de uno de sus libros favoritos, "As I lay dying" (Mientras yo agonizo) de William Faulkner.

"El teatro de Sabbath" está lleno de muerte pese a ser una farsa. Mickey busca el lugar donde será enterrado después de come­ter suicidio. Yo tenía sesenta años entonces, imagínese, era un bebé...; por eso allí la muerte está rodeada de aventuras. Mientras que en "Elegía" hay poco de qué reír.

En los libros desde mediados de los '90 en adelante, los des­enlaces suelen ser provisorios, incluso los que llegan al prome­diar el libro, mediante las diver­sas ambigüedades propias de la realidad: hay diálogos imagina­rios, conjeturas e hipótesis que se dan por buenas; sueños, fan­tasías, imposturas... Ficciones multiplicadas en espejo.

Pero eso es la invención. Yo nunca me trazo un argumen­to de principio a fin, me dejo llevar por el envión, me su­merjo. No podría decirle por dónde comienzo; si lo supiera no seguiría siendo tan difícil. ¡Cada vez empiezo de cero! Tengo una noción de cierto personaje en una situación complicada. Cada narración surge de un personaje en una situación inédita para la que no está preparado. La clave al escribir es encontrar, sin un plan, por puro instinto -y éste es el don- el personaje adecuado a cada predicamen­to. En "Pastoral americana", el sueco Levov debe enfrentarse con la noticia de que su dulce hijita se convirtió en una terro­rista urbana: él no está prepa­rado para lo que significaron los años '60 en los Estados Unidos. Ningún ser humano está preparado para lo que debe enfrentar en su vida.

Uno de los fragmentos sobresa­lientes es cuando la amiguita de la hija terrorista acosa a Levov. Y lo que prevalece es la vulgari­dad como violencia suprema.

Coquetear a un hombre mayor es la mejor manera de humillarlo. Y cuanto más vulgar, más violento, sí, injurioso. Esa joven es la encarnación del diablo de esos años pero no es una criatura de mi invención sino de esa época. Había cien­tos de chicas así. De hecho, era el primer momento en la his­toria de la humanidad en que las mujeres se involucraban en política y no con pancartas. Es la erupción volcánica que pre­cede el movimiento feminista. Y además, la sexualidad siem­pre entraba en juego.

Muchas de sus novelas transcu­rren en momentos singulares de la vida política de su país. En "Indignación" es la guerra de Co­rea; en "La mancha humana" es el caso Lewinsky. En ellas la gran Historia se articula con una bio­grafía. Pero usted fue criticado por simplificar estos movimien­tos de protesta.

Diga mejor, por no haberlos justificado ni haberlos hecho potables. Yo odiaba la guerra de Vietnam y no estaba preci­samente en la derecha. En la vida a menudo tengo opinio­nes estúpidas como cualquie­ra, pero mientras escribo no tomo posición: ataco la tarea, describo lo que veo. Aprendí que no hay que atender a cual­quier crítica porque, ya sabe, el lector toma una novela y la usa para sus fines personales. Hago lo mismo; tomo de la vida lo que me sirve para hacer una ficción de arte.

Sin duda, las críticas más acérri­mas las ha tenido de la comuni­dad judía por sus críticas al estado de Israel y su desacralización de la Tierra Santa. En "La contravida", Zuckerman visita a su hermano en Galilea, admite que el sitio da para afirmar que a Jehová le llevó una semana crearlo mientras que Londres debió de insumirle meses de retoques... El personaje no encuentra allí nada digno, hay un sarcasmo tras otro sobre los colonos.

Se trata de colonos de los asen­tamientos. Son los que sueñan con el Gran Israel, es la dere­cha expansionista. De hecho, mis amigos israelíes me ata­can porque soy demasiado condescendiente con esos co­lonos siniestros. Todo depen­de de dónde uno se para. Esos temas me saltan al cuello, tra­to de saber lo que hace palpitar a esos personajes...

Desde "El lamento de Portnoy" en adelante, en cada una de sus novelas apare­cen los temas de la identidad y la asimilación: están los rasgos comunes de la colectividad ju­día pero también el anhelo de herejía y quienes "celebran sus raíces", tal como usted los pre­senta, son patéticos.

Me gusta reflejar esto de que otro venga a decirle a uno: "deberías ser así, deberías ser como yo", en un libro así como en la vi­da. Mi trabajo es encender la luz en medio de un drama; y si explota todo, que explote, no lo voy a detener. Trato esos te­mas pero en mis propios términos.

Identidad...

Mire, cuando oigo esa palabra sacudo la ca­beza en señal de asentimiento, pero la verdad es que no sé lo que quiere decir. "Identidad", "celebrar las raíces"... no son palabras de mi vocabulario.

En sus libros desmiente la iden­tidad, aunque se teorice mucho sobre las narices...

Los judíos han sido grandes in­ventores; de hecho inventaron el mito de la nariz judía hasta creérselo, cuando está el mundo lleno de grandes narices italianas, griegas y egipcias. Ya lo ve; después de su calvario en el siglo XX los judíos siguen fabricando buenas narices... Yo tengo una nariz de gentil si la compara con las narices mayores de la estirpe. ¿Sería judío el que inventó la rinoplastia? Yo me hice hombre en la época de las rinoplastias pioneras, y aunque hoy se ven trabajos asombrosos, las nari­ces de quirófano brillan a los costados.

La actriz judia de "Me casé con un comunista" se odia a sí misma por serlo. Ese es el judío que ridi­culiza Larry David.

¡Ah, los judíos que se odian a sí mismos son los mejores! Es un chiste. No me gustan las etiquetas; puedo decirle que escribo para romper etique­tas. Un buen libro es una caja con estereotipos rotos. El este­reotipo es un corsé de metal, es ignorancia. Y le aclaro que no miro a ese tal Larry. Por TV sólo veo partidos de béisbol.

Newark, Nueva Jersey. Fui, pero su paisaje ya no existe.

Se críe uno dónde se críe, va a es­tar impregnado de su región. Mi región era una familia de Newark y éramos parte de una comunidad. Yo era amo­rosamente tiranizado por la cultura del barrio judío pero no sentía las cadenas de la res­tricción. Ser judío era formar parte de una red. Pero yo nací y vivo en los Estados Unidos, por lo tanto me pienso un norteame­ricano libre. Se debe tener en cuenta la importancia del regionalismo en la literatura estadounidense: John Updike es su Pensilvania central. Hay autores que intentaron esca­par a los límites de esos pequeños mundos y pasaron el resto de sus vidas evocándo­los. El mayor narrador de la literatura de mi país escribió toda su obra sobre Jefferson County, ¡un solo condado de Mississippi! Faulkner escribía sobre la aristocracia decaden­te, los negros de Mississippi o el idiota del pueblo. ¿Sabe qué dijo cuando lo invitaron al agasajo en la Casa Blanca en su honor? "Demasiado lejos sólo para una cena." Mucho más mundano y acaso tan grande, Bellow dice al ganar el Nobel, en 1976: "¿Me están viendo ahora cómo viajo a todas par­tes?". Pero él sólo escribe so­bre Chicago.

Sexo, sexo... Sus personajes son verdaderos maratonistas. Hay sexo para todos los gustos, vivido y fantaseado, novias, es­posas, amantes, guirnaldas de mujeres; hay obscenidad, co­munión emocional, porno cru­do. Usted es ateo pero el sexo funciona como creencia. Es el lugar del anhelo, el engaño, la verdad sobre sí mismo.

Fui testigo de una transfor­mación salvaje de los códigos sexuales. Si pienso en la ex­posición sexual en los años de mi iniciación, tras la Segunda Guerra, y los estímulos de los jóvenes hoy, bueno, es como comparar dos planetas. No puedo juzgar quién lo pasa mejor pero sí decir que el con­traste es exorbitante.

¿Cree que sigue siendo un país puritano? ¿Cómo conviven la pornografía con el caso Mónica Lewinsky, que por poco lleva a Clinton al juicio político?

Lewinsky fue un rebrote masivo de prensa amarilla. Se debió al uso que los medios dieron al escándalo. El puritanismo acabó en los Estados Unidos en el siglo XVIII, es un mito sobre este país donde el entretenimiento más extendido es la pornografía. Usted va a un hotel en Chicago y si quiere, ve veintisiete películas por­no en una noche. Si busca en Internet "asiáticas calentonas", se puede pasar el resto de su vida abriendo páginas. La mitad de los matrimonios termina en divorcio por adulterio. Lo que sí teníamos en los '50 era un poderoso convencionalismo de clase media. Y sin embargo, era un país de grandes bebe­dores. ¿Sabe cuál es el movi­miento social más importante de los Estados Unidos? Alcohólicos Anónimos. La corrupción ha sido grave históricamente; piense en el negocio de los esclavos y en la conquista del Oeste. Estados Unidos no se hizo con salmos sino matando indios. Entre la corrupción histórica, el capitalismo y las finanzas hay un hilo conductor. ¡Ahí tiene al financista Madoff! Un judío que no le hizo nada bien al pueblo judío...

Qué modo de celebrar sus raí­ces, estafar a su colectividad...

La libertad produce exceso, arte y corrupción. Así es la bestia norteamericana. Es un país que, por su dimensión misma, resulta diabólico.