29 de julio de 2009

Anderson, Bloom, Borges, Pavese: cuatro textos breves sobre "Moby Dick"

Herman Melville nació en Nueva York en 1819. Se de­sempeñó como empleado de banco, marinero mercante y maestro. Entre 1841 y 1844 se embarcó a bordo de balleneros que partían hacia los mares del Sud y al regresar volcó sus experiencias en diversos libros. El primero fue "Typee" (1846); le siguieron "Omoo" (1847), "Mardi" (1849) y otros, hasta que en 1851 publicó "Moby Dick", su obra más impor­tante y consagratoria. "Pierre" (1852), "Israel Potter"
(1855) y "The Piazza tales" (Cuentos de Piazza, 1856) -que incluye "Bartleby" y "Benito Cereno", dos de sus relatos famosos-, son algunos de sus títulos posteriores, entre los que se cuentan algunos volúmenes de poesía. Murió en su ciudad natal en 1891.
En 1850 se había establecido en una granja en Pittsfield, Massachusetts, donde escribió "Moby Dick". En ese lugar entabló una estrecha amistad con Nathaniel Hawthorne (1804-1864), un autor que ejerció una gran influencia en Melville y a quien éste dedicó su libro. Sus primeras novelas habían alcanzado rápidamente una gran popularidad y le significaron fama y éxito económico. No ocurrió lo mismo con la que, a la postre, sería su obra más trascendente: cuando se publicó fue un rotundo fracaso comercial y hubo de pasar más de medio siglo para que fuese reconocida como una indiscutible obra maestra.
Si bien la novela contiene prolijas descripciones de la industria ballenera, el tema central abunda en perplejidades metafísicas producto del conflicto entre el capitán Ahab, patrón del ballenero Pequod, y una gran ballena blanca que le arrancó su pierna derecha a la altura de la rodilla. La lucha del capitán Ahab, su terrible obsesión y la mítica persecución de la enorme ballena, sobrepasa la simple aventura y se convierte en una alegoría sobre la ambigua naturaleza del mal. Por un lado, el mal incomprensible representado por la ballena que ataca y destruye todo lo que se pone en su camino, y por otro, la maldad absurda y obstinada representada por el marinero que lleva adelante su venganza personal y arrastra a la muerte inútil a muchos inocentes.
Como no podía ser de otra manera, son innumerables los artículos y ensayos que se escribieron sobre la inmortal novela de Melville (Bloom, Borges, Pavese, entre muchos otros). También se realizaron adaptaciones para el cine y el teatro, entre las que sobresalen la realizada en 1956 por John Huston (1906-1987) con guión de Ray Bradbury (1920), y la puesta en escena de una ópera que Laurie Anderson presentó en 1999 en varias ciudades de Europa y Estados Unidos.


Laurie Anderson (1947). Escritora, directora, artista visual, fotógrafa, cineasta, compositora, poetisa, vocalista e instrumentista estadounidense. Especialmente conocida por sus presentaciones multimedia y por su innovador uso de la tecnología, ha creado obras que trascienden las fronteras del arte, el teatro y la música experimental. Nació y pasó su infancia en Chicago, donde recibió clases de violín y estudió historia del arte. Se formó como escultora en la Universidad de Columbia, fue profesora de Historia del Arte en la Universidad de Nueva York y, hacia fines de los años sesenta, comenzó a presentar obras audiovisuales. Ha grabado once discos, entre ellos "Big science", "Mister heartbreak", "Strange angels", "Bright red", "Life on a string", "The ugly one with the jewels", "Homeland" y la banda sonora de su propia película "Home of the brave" (El hogar de los valientes). Además ha publicado siete libros y su obra visual se ha presentado en importantes museos de todo el mundo. Sus actuaciones combinan diversas artes, utilizando recitados, canciones y otras técnicas vocales, danza, proyección de películas e instrumentos poco comunes, con frecuentes improvisaciones. En 2000, tras el estreno de su monumental "Songs of Moby Dick" (Canciones de Moby Dick), Laurie Anderson escribió:

En uno de los primeros borradores que escribí cuando estaba preparando la ópera basada en "Moby Dick" que estrené a fines del año pasado, encontré la frase "Melville era budista". Primero me pareció desacertada, pero después me di cuenta de que tenía algo de cierto: sólo un budista puede contar las cosas prescindiendo de la vista, como lo hace Ahab. Esa es una de las razones por las que decidí hacer la ópera: por la relación íntima entre el espacio y el sonido, que hace pensar en esos perros que olfatean en un agujero para descubrir cuán grande es el ambiente del otro lado. Curiosamente, "Moby Dick" es un libro con muy pocas descripciones de cómo suenan las cosas. ¿No es algo raro en una novela en la que los personajes se gritan todo el tiempo? Sólo hay discusiones acerca de las caras de la gente. La musicalidad de una novela está dada por sus palabras leídas en voz alta. En ese sentido, el libro de Melville es una sinfonía, por su multiplicidad de sonidos en timbres y registros diferentes. En realidad, debería usar la palabra "voces" en lugar de "sonidos", pero es muy difícil identificar entre todas ellas a la del autor. ¿Quién está escribiendo todo eso? ¿Desde dónde está contando esto? Esas son las preguntas que todo lector debe responder, y aún más si quiere recrear la obra en otro medio. En este caso, no es fácil, porque el mayor engaño de "Moby Dick" está en el comienzo, en esas pocas palabras que marcan lo que seguirá: "Pueden llamarme Ismael". Pocas páginas después, el lector ya no sabe quién es el narrador, dónde está esa voz que se transforma alternativamente en historiador, contador, predicador, soñador, observador, naturalista, científico y muchas cosas más. Uno no puede ubicar de manera exacta la voz de Melville, precisamente porque está dentro y más allá, al mismo tiempo, de todas ellas. Moby Dick es un libro para trabajadores, con protagonistas que trabajan. Los marineros trabajan duro, navegan y mueren ahogados. Y no se trata sólo de la muerte, porque todo el mundo muere, sino de los que pierden la vida siguiendo a un demente al que no comprenden, pero que los convence mediante un carisma excepcional. Sólo Ahab sabe lo que está buscando al perseguir a Moby Dick. ¿Por qué lo siguen los otros? Creo que la manera de conducir a un grupo de gente a la batalla radica en conseguir una buena carnada y agitarla delante de sus ojos. Ahab no tenía un gran respeto por su tripulación; cree que sólo responden frente al dinero. Esa es la gran historia norteamericana para Melville, y yo estoy de acuerdo. La magia del libro, lo que atrae a todos los lectores de esta odisea, es que puede ser leída de múltiples maneras. Para Ahab todo se trata de la ballena, de por qué la ballena le arrancó la pierna. A Melville le llevó todo el libro hablar de eso, aunque bien puede estar resumido en el capítulo "The whiteness of the whale" (La blancura de la ballena). Pero en rigor, "Moby Dick" es un catálogo, una enciclopedia de todo lo que existe. La ballena es el todo, y por eso podemos encontrar un sinfín de explicaciones para querer destruirla, como esos largos pasajes acerca de la furia que provoca descubrir que no hay nadie allá arriba, haciéndose cargo de nosotros. Creo que la gran pregunta de Melville es: ¿qué sucede cuando un hombre sobrevive a su Dios? Es un interrogante que no hemos podido resolver. Porque una vez que uno descree de la existencia de Dios, debe preguntarse cómo llegamos aquí y para qué. Y este libro no saca conclusiones, lo que quizás es la conclusión más satisfactoria. Porque aunque la ballena es una fuerza de la naturaleza, es Ahab el que la convierte en la encarnación del mal. La pregunta es, entonces: ¿por qué creamos monstruos? Y cuando los encontramos, ¿qué hacemos con ellos? Esas preguntas no tienen respuestas. Sigo sin saber de qué se trata "Moby Dick". Y creo que, si tuviera más tiempo, reescribiría la ópera una y otra vez, como si fuera mi propia ballena blanca.

Harold Bloom (1930). Escritor y crítico literario estadounidense nacido en Nueva York. Se graduó en la Universidad de Yale donde es profesor de la cátedra de Humanidades desde 1955. Es autor de ensayos que renovaron los estudios literarios, entre ellos "Shelley's mythmaking" (Construyendo el mito de Shelley), "The anxiety of influence" (La ansiedad de la influencia), "The future of the imagination" (El futuro de la imaginación), "Poetry and repression" (Poesía y represión), "The american religion" (La religión norteamericana), "The western canon" (El canon occidental), "Omens of millennium" (Presagios del milenio), "How to read and why" (Cómo leer y porqué), "Where shall wisdom be found?" (¿Dónde se encuentra la sabiduría?), "Stories and poems for extremely intelligent children of all ages" (Relatos y poemas para niños extremadamente inteligentes de todas las edades) y "Genius" (Genios). Ya en su ensayo "Shakespeare. The invention of the human" (Shakespeare. La invención de lo humano) de 1999, Bloom había dedicado unos párrafos a "Moby Dick". En junio de 2004, prologó una reedición de la obra de Melville diciendo así:

Leer bien "Moby Dick" es una empresa vasta, según corresponde a uno de los pocos aspirantes auténticos a convertirse en épica nacional estadounidense. Pero como el protagonista de la novela el capitán Ahab, me limitaré a repasar ciertos problemas de lectura que presenta él. Figura nítidamente shakesperiana, con tantas afinidades con el rey Lear como con Macbeth, en el sentido técnico Ahab es (como Macbeth) un malvado-héroe. Tras sesenta años de relecturas de la novela, no me he desviado de la experiencia que tuve al leerla a los nueve: para mí Ahab es antes que nada un héroe, como los personajes literarios Walt Whitman y Huckleberry Finn son los héroes estadounidenses rivales. Sí, Ahab es responsable de la muerte de su tripulación, incluido él, con la sola excepción del narrador, un superviviente a la manera de Job que nos pide que lo llamemos Ismael. Y, no obstante, cuando les pidió a sus marineros que se unieran a él para dar caza a Moby Dick, el Leviatán, la ballena blanca evidentemente imposible de matar, ni uno solo de ellos se niega, ni siquiera Starbuck, el reticente primer oficial. Cualquiera que sea la culpabilidad de Ahab (la decisión de los marineros fue libre, aunque al capitán sólo lo habría detenido un rechazo total por parte del grupo), parece mejor pensar en el capitán del Pequod como un protagonista trágico, muy cercano a Macbeth y al Satán de Milton. Dentro de su monomanía visionaria, Ahab tiene un toque quijotesco, si bien su dureza nada tiene en común con el espíritu lúdico de don Quijote. William Faulkner dijo que "Moby Dick" era el libro que le hubiera gustado escribir; lo más parecido que escribió fue "Absalón, Absalón!", cuyo obsesionado protagonista, Thomas Sutpen, puede considerarse el Ahab de Faulkner. Rizando el rizo de su retorcida retórica, éste observó que el final de Ahab era "una especie de Gólgota del corazón que en la sonoridad de su ruinoso hundimiento, se vuelve inmutable". La palabra "ruinoso" no es peyorativa, ya que Faulkner añadió: "Bien, ésta es una muerte digna de un hombre". Moby Dick es el paradigma novelístico de lo sublime para los estadounidenses: un logro fuera de lo común, no importa que sea en la cumbre o en el abismo. Pese a la considerable deuda que tiene con Shakespeare, es una obra inusualmente original, mezcla nacional estadounidense del "Libro de Jonás" y el "Libro de Job". Ambos textos bíblicos son citados por Melville; el padre Mapple cita párrafos de Jonás en su maravilloso sermón, mientras que el "Epílogo" de Ismael toma como epígrafe la fórmula usada por los cuatro mensajeros que informan a Job de la destrucción de su familia y sus bienes terrenos: "Y sólo yo escapé para contártelo".

Jorge Luis Borges (1899-1986). Es uno de los autores más eruditos y originales que haya conocido la lengua castellana. Antes de que la ceguera le nublara la vista, tuvo tiempo de leer toda la Enciclopedia Británica y alumbrar ensayos, narraciones y poemas que despertaron admiración en todo el mundo. Borges, un verdadero alquimista de la palabra, ha escrito obras tan enigmáticas e impactantes como "El Aleph", "La muerte y la brújula", "El informe de Brodie", "El libro de arena", "Historia de la eternidad", "La rosa profunda", "La moneda de hierro" o "El tamaño de mi esperanza". Convertido en uno de los escritores fundamentales del siglo XX, su obra -en algún sentido hermética y de difícil acceso al gran público- ha generado el término "borgeano" para designar aquella forma de concebir la existencia como un interminable laberinto sin salida. En 1943, cuando se publicó en Argentina su traducción de "Bartleby the scrivener" (Bartleby el escribiente), el relato que Melville había publicado de forma anónima en los ejemplares de noviembre y diciembre de 1853 de la revista "Putnam's Magazine", Borges escribió en el prólogo:

En el invierno de 1851 Melville publicó "Moby Dick", la novela infinita que ha determinado su gloria. Página por página, el relato se agranda hasta usurpar el tamaño del cosmos: al prin­cipio el lector puede suponer que su tema es la vida miserable de los arponeros de ballenas; luego, que el tema es la locura del capitán Ahab, ávido de acosar y destruir la Ballena Blanca; luego, que la Ballena y Ahab y la persecución que fatiga los océanos del planeta son símbolos y espejos del Universo. Para insinuar que el libro es simbólico, Melville declara que no lo es, enfáticamente: "Que nadie considere a Moby Dick una historia monstruosa o, lo que sería peor, una atroz alegoría intolerable". La connotación habitual de la palabra alegoría parece haber ofuscado a los críticos; todos prefieren limitarse a una interpretación moral de la obra. Así, E.M. Forster en "Aspects of the novel" (Aspectos de la novela): "Angostado y concretado en pa­labras, el tema espiritual de "Moby Dick" es, más o menos, éste: una batalla contra el Mal, prolongada excesivamente o de un modo erróneo". De acuerdo, pero el símbolo de la Ballena es menos apto para sugerir que el cosmos es malvado que para sugerir su vastedad, su inhumanidad, su bestial o enigmática estupidez. Chesterton, en alguno de sus relatos, compara el universo de los ateos con un laberinto sin centro. Tal es el universo de "Moby Dick": un cosmos (un caos) no sólo percep­tiblemente maligno, como el que intuyeron los gnósticos, sino también irracional, como el de los hexámetros de Lucrecio. "Moby Dick" está redactado en un dialecto romántico del inglés, un dialecto vehemente que alterna o conjuga procedimientos de Shakespeare y de Thomas de Quincey, de Browne y de Carlyle; "Bartleby", en un idioma tranquilo y hasta jocoso cuya deliberada aplicación a una materia atroz parece prefigurar a Franz Kafka. Hay, sin embargo, entre ambas ficciones una afinidad secreta y central. En la primera, la monomanía de Ahab perturba y finalmente aniquila a todos los hombres del barco; en la segunda, el cándido nihilismo de Bartleby contamina a sus compañeros y aún al estólido señor que refiere su historia y que le abona sus imaginarias tareas. Es como si Melville hubiera escrito: "Basta que sea irracional un sólo hombre para que otros lo sean y para que lo sea el universo". La historia universal abunda, en con­firmaciones de ese tenor. He declarado las afinidades de Melville con otros escritores. No lo subordino a estos últimos; obro bajo una de las leyes de toda descripción o definición: referir lo desconocido a lo conocido. La grandeza de Melville es sustantiva, pero su gloria es nueva. Melville murió en 1891; a los veinte años de su muerte la undécima edición de la Encyclopaedia Britannica lo considera un mero cronista de la vida marítima; Lang y George Saintsbury, en 1912 y en 1914, plenamente lo ignoran en sus historias de la literatura inglesa. Después, lo vindicaron Lawrence de Arabia y D.H. Lawrence, Waldo Frank y Lewis Mumford. Raymowd Weaver, en 1921, publicó la primera monografía americana: "Herman Melville, mariner and mystic" (Herman Melville, marinero y místico); John Freeman, en 1926, la biografía crítica "Herman Melville". La vasta población, las altas ciudades, la errónea y clamorosa publicidad, han conspirado para que el gran hombre secreto sea una de las tradiciones de Norteamérica. Edgar Allan Poe fue uno de ellos; Melville, también.

Cesare Pavese (1908-1950). Poeta y novelista italiano. Estudió Filología inglesa en la Universidad de Turín y, tras su licenciatura, se dedicó a traducir a numerosos escritores norteamericanos, como Gertrude Stein (1874-1946), Sherwood Anderson (1876-1941), John Dos Passos (1896-1970), Ernest Hemingway (1899-1961) y John Steinbeck (1902-1968), al tiempo que escribía crítica literaria. A raíz de sus escritos antifascistas, publicados en la revista "La Cultura", pasó en 1935 una temporada en la cárcel y durante la Segunda Guerra Mundial formó parte de la Resistencia. Comprometido con los conflictos de la vida contemporánea y la búsqueda de su propia identidad, escribió las novelas "Il compagno" (El camarada), "La spiaggia" (La playa), "La luna e i faló" (La luna y la fogata) y "La bella estate" (El bello verano). Entre sus poemarios destacan "Verrá la morte e avrá i tuoi occhi" (Vendrá la muerte y tendrá tus ojos) y "Lavorare stanca" (Trabajar cansa). Algunas de las más conmovedoras páginas de Pavese se encuentran en su diario, que fue publicado póstumamente en 1952, bajo el título "Il mestiere di vivere" (El oficio de vivir). En 1930 tradujo al italiano "Moby Dick" a cambio de 1.000 liras. En el prólogo del libro escribió lo siguiente:

La importancia actual de este escritor del ochocientos que sólo hoy renace a la fama, puede ser condensada completamente en una contraposición: nosotros, hijos del ochocientos, llevamos en la sangre el gusto por las aventuras, por lo primitivo, por la vida real, que siguen y suceden a la cultura y nos libran de las complicaciones, obrando como revigorizantes de un alma decadente, enferma de civilización: nuestros héroes se llaman todavía Rimbaud, Gauguin y Stevenson; mientras que Herman Melville ha vivido antes las aventuras reales, lo primitivo. Ha sido primero bárbaro y luego ha entrado en el mundo del pensamiento y de la cultura, llevándoles la salud y el equilibrio adquiridos en su vida anterior. Ahora bien, es claro que desde hace un tiempo nosotros sentimos una gran necesidad de volver a lo primitivo. Lo demuestran el renovado gusto por los viajes y los deportes, el cine, el jazz, el interés por los negros y todo lo demás que no vale la pena mencionar y que, con una palabra sintética, llamamos antiliteratura. Y esto es, sin duda, muy lindo; pero la manera en que se lo manifiesta, ofende. Ya que, me parece, en el fervor antiliterario se tiende a un primitivismo tal, que casi es imbecilidad, debilidad. Quiero decir que es cobarde huir de las complicaciones a un paraíso simplista que, después de todo, como se sabe, no es más que otro refinamiento de la civilización. Antes me equivoqué: nuestros héroes no son Rimbaud, Gauguin y Stevenson, sino la resaca de la humanidad. Mientras que el ideal de Melville culmina en Ismael, un marinero que puede remar con los compañeros iletrados durante medio día detrás de un cachalote y que luego se retira a meditar sobre Platón, bajo el palo mayor. Herman Melville llegó a la vida enfermizo y alienado. Parece que cuando tenía alrededor de diecinueve años ya emborronaba cuartillas. Luego, de pronto, el mar; cuatro años de peripecias y de compañerismo, la pesca ballenera, las islas Marquesas, una mujer, Tahití, Japón, los cachalotes, algunas lecturas, muchas fantasías, El Callao, el cabo de Hornos, y en octubre de 1844 baja a tierra en Boston un hombre cuadrado, quemado por el sol, conocedor de los vicios humanos y del valor. "Un hombre bien desarrollado es siempre sano y robusto", dirá más tarde Melville, en medio de una vida de estrecheces, melancolía y hasta de desgracias, puesto que esta gente tan práctica no es en absoluto superficial y dada a lo fácil como se podría sospechar. Y ni siquiera Melville, en su larga vida literaria, que comienza con el desembarco en Boston, será el escritor fecundo, un poco fácil y exterior, que se puede esperar de quien ha viajado y visto muchas cosas exóticas. Muchos de sus libros fracasarán, en medio de heroicos esfuerzos, aún tratándose, como en el caso de "Mardi", de magníficos defectos de crecimiento; y otros, como "Moby Dick", serán reelaborados o atormentados hasta hacerle perder la salud, hermanándolo, en esto, con muchos otros connacionales "bárbaros" que se contaron, en cambio, entre los más insatisfechos y refinados cinceladores del siglo. Melville es evidentemente un griego. Uno lee las evasiones europeas de la literatura y se siente más literato que nunca, se siente pequeño, afeminado, cerebral; lee Melville, que no se avergüenza de empezar "Moby Dick", el poema de la vida bárbara, con ocho páginas de citas, y de seguir discutiendo, continuando con las citas, dándoselas de literato, y uno siente que respira mejor, se siente más vivo y más hombre. Por lo tanto, Herman Melville es, sobre todo, un hombre de letras y de pensamiento que comenzó como ballenero, como "robinson" y vagabundo. Sin ir más lejos, tenemos un ejemplo de su modo de ser primitivo, leyendo los fragmentos de ese elogio de la vida marinera que hace al autor un lobo de mar conocido y respetado por todos como es el Noble Jack, que en los momentos de ocio acostumbra recitar, a sus compañeros más dignos de ello, fragmentos de "Los lusíadas". Y es el bárbaro, el descubridor en literatura de los Mares del Sur, el que escribe: "Está Shelley que era todo un marinero. Shelley -¡pobre joven!- se ahogó en el Mediterráneo, cerca de Livorno... Trelawny asistía a la cremación, y también él era un infatigable navegante. Sí, y Byron ayudó a poner un pedazo de quilla en la hoguera... y ¿no era Byron un marinero? Un marinero diletante... Oigame, Chaqueta Blanca, no ha existido nunca un gran hombre que haya pasado toda su vida en tierra... Juraría que Shakespeare fue guardián del castillo de proa de algún barco. ¿Recuerda la primera escena de "La tempestad"? La inspiración, muchacho, es toda una ráfaga de aire marino... porque, vea usted, no hay obstáculos para el océano, el océano arranca enseguida la falsa proa de un inservible, se lo dice y le hace sentir que lo es...".