4 de mayo de 2009

Un cuento de Antonio Dal Masetto (a propósito de las próximas elecciones)

Es común aceptar que las elecciones constituyen un hito histórico en la vida de una nación. Esta notabilidad del acto de votar está dada por la presunción de que votando, el ciudadano común decide quién lo va a gobernar y qué modelo van a aplicar los gobernantes por él elegido. Sin embargo, son muy pocos los acontecimientos que están realmente asociados a un cambio producido por el voto. De hecho, las elecciones deciden muchísimo menos de lo que supone la mayoría de la gente ya que, por más que produzcan un cambio en la composición de los gobiernos, en realidad lo único que ocurre es un recambio de personas pero no de orientaciones.
El filósofo alemán Jürgen Habermas (1929) sostiene que la opinión pública -aquella que, justamente, se manifiesta mediante el voto- se funda en el diálogo que sostienen los actores sociales en una suerte de deliberación constante, lo que sería, en definitiva, la esencia del sistema democrático. No ha tenido en cuenta, claro, a los enormes sectores que no opinan por estar, por ejemplo, excluidos del sistema, sobreviviendo en la pobreza, la indigencia y la ignorancia. Estos sectores son justamente los más tenidos en cuenta a la hora de buscar votos y a ellos se llega, retórica, demagógicamente, haciéndoles escuchar lo que quieren escuchar e intentando "organizar la ignorancia de la comunidad y elevarla a la dignidad de fuerza física", como decía Oscar Wilde en "The artist as critic" (El artista como crítico, 1891).
A pocas semanas de las nuevas elecciones en la Argentina, y demostrando que la inventiva de las clases dirigentes es inagotable, ha aparecido una nueva trampa para captar incautos: las candidaturas testimoniales. De esta manera, gobernadores e intendentes encabezarán las listas para después no asumir, dejando sus bancas a sus familiares y amigos. Una farsa. Una nueva, decadente e impresentable propuesta que reafirma la condición de democracia formal en la que vivimos. Naturalmente, la ciudadanía cumplirá una vez más con su pobre papel de "actor social": irá a votar, se ilusionará, verá pasar el tiempo, se desilusionará, se quejará, se enojará y, por supuesto, no reconocerá su error. Para entonces ya habrá nuevas elecciones y nuevas estrategias tramposas para que todo siga como siempre.
Al respecto, y con la intención de introducir una cuota de humor en medio de nuestra sempiterna tragedia, es sumamente amena la lectura de un cuento de Antonio Dal Masetto (1938), un escritor nacido en Italia y afincado en nuestro país desde 1950 que fue albañil, pintor, heladero, vendedor ambulante de artículos del hogar y empleado público antes de ser escritor. Es autor, entre otros, de "Fuego a discreción", "Siempre es difícil volver a casa", "Oscuramente fuerte es la vida", "La tierra incomparable", "Gente del bajo", "Demasiado cerca desaparece", "Hay unos tipos abajo", "El padre y otras historias" y "Tres genias en la magnolia". El cuento "Kraft" que sigue a continuación, apareció en "Crónicas argentinas", su libro publicado en 2003.

Estoy acodado en el mostrador del bar, haciendo cuentas en mi libreta: impuestos, facturas, servicios, la pesadilla de costumbre.
- Veo que está muy embalado con los números, ¿algún negocio en vista? -me dice el parroquiano Carmelo, que está a mi lado.
- Las cuentas de siempre, cada vez me cuesta más llegar a fin de mes.
- ¿No le queda alguna reserva?
- Me quedan unos manguitos guardados bajo el colchón, poca cosa, para casos de extrema necesidad. Hasta ahora logré no tocarlos, pero en cualquier momento voy a tener que echarles mano.
- Me parece que el destino nos juntó. Puedo ofrecerle un negocio redondo, rápido y con una utilidad extraordinaria. Seguro que le va a interesar.
- La verdad que me interesa cualquier cosa que me saque del apuro.
- Me está haciendo falta un socio ágil que tenga unos pesos.
- ¿Cuántos pesos?
- Es una inversión mínima.
- Disculpe la pregunta, pero si la inversión es poca y el negocio es tan redondo, ¿por qué no lo hace usted solo?
- Me quedé sin capital. Con los bancos ya no se puede contar, no quiero caer en manos de prestamistas porque me van a arrancar la cabeza.
- ¿Cuál sería el negocio?
- Bolsas de papel.
- ¿Para vendérselas a quién?
- Para que la gente se las meta por la cabeza y se tape la cara después de las próximas elecciones.
- ¿Los que pierdan?
- Todos. Pasada la expectativa, cuando la gente se dé cuenta de en qué estado está y dónde está parada, gane quien gane, el sentimiento general será de absoluta vergüenza por el voto que metieron en la urna. No va a quedar uno que no quiera su bolsa personal para ocultarse la cara antes de salir a la calle.
- ¿Cómo serían esas bolsas?
- Comunes, de papel madera. Con dos agujeros para los ojos y otro para la nariz. También uno para la boca, todos tienen que seguir fumando o tomando café o comiendo algo.
- ¿Y dónde las fabricaríamos?
- Tengo un tallercito en Lugano, con la guillotina, el sacabocados y lo que haga falta. El taller me está dando pérdida desde hace años, pero ahora llegó la reivindicación. Solamente se necesita dinero para la materia prima, o sea el papel Kraft, liviano, de 70 gramos, y la cola vinílica.
- ¿De qué tamaño serían las bolsas? ¿Una sóla medida o varias? ¿Diferentes para hombres y mujeres?
- Tamaño estándar, unisex.
- ¿Qué porcentaje calcula de gente que no quiera usarla?
- Cero. Todos van a estar avergonzados.
- ¿Y la distribución?
- Ya hablé con el Sindicato de Canillitas. La mañana siguiente a las elecciones los quioscos del país entero van a estar inundados de nuestras bolsas. Vendemos y cobramos. Todo contado. Plin caja.
- ¿Cómo dividimos las ganancias?
- Cincuenta y cincuenta.
- ¿Ya pensó en alguna partida de bolsas de reserva?
- Por supuesto. Algunos se van a llevar varias bolsas. Mi cálculo es que cada votante va a consumir como mínimo tres bolsas de manera inmediata. Además está la lluvia, las rupturas, el desgaste, etcétera. Después vienen las reposiciones a largo plazo. El bochorno puede durar mucho tiempo.
- Tenemos que estar preparados para que no haya demoras en las entregas.
- Eso déjelo por mi cuenta.
- Me convenció. Trato hecho.
- Lo espero mañana en el taller. Hay que meterle para pedir el papel, mandarlo a máquina, troquelar, pegar y empaquetar.
- Choque los cinco.
Me despido de mi socio. Esta vez parece que zafé.

Adoptando la buena idea de Dal Masetto, los argentinos podrán concurrir a las urnas sin preocupaciones ni complejos, para asegurar la continuidad del remedo de democracia en la que vive.