22 de mayo de 2009

R.L. Stevenson, el perpetuo vagabundo (3). Según Marcel Schwob

La primera obra de ficción de gran extensión de Stevenson fue "Treasure island" (La isla del tesoro) de 1883, que le permitió alcanzar cierta fama. Esta se vería notoriamente incrementada cuando publicó "Strange case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde" (El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde). A éstas siguieron sus populares novelas "Catriona" (David Balfour), "Kidnapped" (Raptado), " The black arrow" (La flecha negra), "The wrong box" (La caja equivocada) y "The Master of Ballantrae" (El Señor de Ballantrae). Póstumamente aparecieron muchos otros libros, entre ellos, "Island nights' entertainments" (Noches en la isla), "In the south seas" (Cuentos de los mares del sur) y "The amateur emigrant" (El emigrante por gusto). También publicó varios volúmenes de poesía, los que fueron reunidos y editados en 1950 con el título "Collected poems" (Poemas completos).
Contemporáneo de Stevenson fue Marcel Schwob, un escritor clave del París de fin de siglo que, al igual que aquél, fue crítico a las corrientes artísticas de la época. Sus vidas e ideas coincidieron en muchos aspectos, preludiando en sus escritos las rupturas estéticas que se iban a consolidar a lo largo del siglo XX. Es muy difundida su imagen de hombre enfermizo, siempre rodeado de libros, pero existen dos hechos que sobresalen en su biografía: su "amor loco" por una prostituta que encontró una noche en las calles de París -a la que una vez muerta llamaría Monelle y se convertiría en el personaje central de una de sus principales obras-, y su amistad literaria con Stevenson, al que sólo llegó a conocer por correspondencia ya que mantuvo con él una intensa relación epistolar. Su admiración por Stevenson fue tal que, al final de su vida, ya enfermo, emprendió un largo viaje rumbo a Samoa con el objeto de ver su tumba y recorrer las lejanas tierras que tantas veces había soñado desde su biblioteca.

Marcel Schwob (1867-1905). Escritor francés culto y refinado, autor de una obra singular y personal que alternó la creación con la crítica y con la reconstrucción de leyendas medievales. Su escritura, lejos de los decadentistas y simbolistas que predominaban en su época, denotó un talento especial para conjugar la invención y la fábula. Algunos de sus títulos son "Vies imaginaires" (Vidas imaginarias), "Coeur double" (Doble corazón), "Le roi au masque d'or" (El rey de la máscara de oro), "Mimes"
(Mimos), "Le livre de Monelle" (El libro de Monelle), "La porte des réves" (La puerta de los sueños), "La lampe de Psyché" (La lámpara de Psique), "Le Parnasse satyrique du XVe siécle" (El Parnaso satírico del siglo XV) y "La croisade des enfants" (La cruzada de los niños). Escribió además una serie de estudios memorables sobre diversos temas como la risa, el arte, el amor, la biografía, la anarquía y la perversidad. La muerte de Robert Louis Stevenson le produjo un dolor insuperable. Además de una gran admiración por el autor de "La isla del tesoro" tenía una auténtica devoción, algo fraternal, una especie de identificación extraña. Fue así que escribió un lúcido ensayo, clave para entender los mecanismos de la magia de Stevenson. El mismo apareció en "Essais et profilage" (Ensayos y perfiles), una recopilación de sus ensayos más apreciados que se editó en 2008.

Recuerdo claramente la especie de inquietud en la que me sumergió el primer libro que leí de Stevenson. Se trataba de "La isla del tesoro". Lo había llevado conmigo para un largo viaje en ferrocarril. Mi lectura comenzó bajo la luz vacilante de una lámpara y los cristales del vagón se teñían del rojo de la aurora meridional cuando desperté del sueño de mi libro. Entonces supe que había sentido el poder de un nuevo creador de literatura y que mi espíritu estaría obsesionado de ahora en adelante por imágenes de color desconocido y por sonidos nunca oídos. Todo está dicho, desde que hace seis mil años hay hombres que piensan. Pero esto fue dicho con un nuevo acento. ¿Por qué y cuál era la esencia de este poder mágico?
Hay una manera de relatar y de describir. La humanidad literaria sigue tan de buena gana los caminos trazados por los primeros descubridores que la comedia no ha cambiado demasiado después de la maqueta fabricada por Menandro, ni la novela de aventuras después del boceto que Petronio dibujó. El escritor que rompe con la ortografía tradicional prueba verdaderamente su fuerza creadora. Ahora bien, hay que resignarse: no se puede cambiar más que la ortografía de las frases y la dirección de las líneas. Las ideas y los hechos siguen siendo los mismos, como el papel y la tinta. Tomemos ahora el libro de Robert Louis Stevenson. ¿Qué es? Una isla, un tesoro, unos piratas. ¿Quién relata? Un niño al que le ocurrió la aventura. Pero aquí hay un entrecruzamiento de relatos, los mismos hechos son expuestos por dos narradores. Stevenson hace interpretar el drama al mismo tiempo por sus relatores, y en lugar de hacerse más pesado sobre los mismos detalles captados por otras personas, no nos presenta más que dos o tres puntos de vista diferentes. Después se hace la oscuridad en un segundo plano, para concedernos la incertidumbre del misterio. El arte, aquí, consiste en no decir casi nada.
Stevenson ha sabido utilizar estas especies de silencios del relato con una extraordinaria maestría. Lo que no nos dice nos atrae más que lo que nos dice. Sabe hacer surgir los personajes de las tinieblas que él ha creado alrededor de ellos. ¿Pero, por qué el mismo relato, fuera de la composición, y de los cortes de silencio que están bien aprovechados, tiene esa intensidad particular que no nos permite dejar un libro de Stevenson cuando lo hemos tomado en nuestras manos? Me imagino que el secreto de este poder es esencialmente la aplicación de los medios más sencillos y más reales a los temas más complicados y más inexistentes. La ilusión de realidad nace de que los objetos que nos son presentados son los que vemos todos los días, a los cuales estamos del todo acostumbrados; la fuerza de impresión, de que las relaciones entre esos objetos familiares se modifican repentinamente. Lo que esta facultad tiene de especial en Stevenson, es que es más sorprendente y más mágica que en todos los demás.
Me parece que la razón está en el romanticismo de su realismo. Así cabría decir que el realismo de Stevenson es perfectamente irreal, y es por ello que es todopoderoso. Stevenson no ha mirado nunca la realidad más que con los ojos de su imaginación y sus imágenes son más fuertes que las imágenes reales. Habíamos encontrado en un buen número de escritores el poder de elevar la realidad por el color de las palabras; no sé si encontraríamos en otro lugar las imágenes que, sin la ayuda de las palabras, son más violentas que las imágenes reales. Son imágenes románticas, ya que están destinadas a acrecentar el estallido de la acción por el decorado; son imágenes irreales ya que ningún ojo humano sabría verlas en el mundo que conocemos. Y no obstante son, hablando con propiedad, la quintaesencia de la realidad.He tratado de mostrar hasta aquí cómo la fuerza de Stevenson era el resultado del contraste entre lo ordinario de los medios y lo extraordinario de la cosa significada; cómo el realismo de los medios de Stevenson tiene una vivacidad especial; cómo esta vivacidad nace de la irrealidad del realismo de Stevenson. Me gustaría aún ir un poco más lejos. Estas imágenes irreales de Stevenson son la esencia de sus libros. Como el fundidor de cera perdida vierte el bronce alrededor del "hueso" de arcilla, Stevenson vierte su historia alrededor de la imagen que ha creado.Ahora el creador de tantas visiones descansa en la isla afortunada de los mares australes. Por desgracia, no veremos nada más con el ojo de su mente. Todas las bellas fantasmagorías que tenía aún en potencia dormitan en un estrecho sepulcro polinesio, no muy lejos de una franja relumbrante de espuma: última imaginación, quizás también irreal, de una vida dulce y trágica. Para mí permanece rodeado de una aureola de sueño. Y estas pocas palabras no son más que el intento de explicación que me he dado de los sueños que me inspiran las imágenes de "La isla del tesoro" en una radiante noche de verano.