8 de marzo de 2009

Cortázar, el amante de las letras, los puños y la trompeta

"La novela siempre gana por puntos, mientras que el cuento debe ganar por nocaut", dijo en su momento Julio Cortázar (1914-1984), un viejo amante del boxeo. "Como otros escritores, Julio Cortázar se inspiró en el boxeo -dice el periodista Roberto Parrottino en la reciente edición de marzo de 2009 de la revista "El Gráfico"-; de chiquito, en el patio de su casa de Banfield, vivió desde la naciente radio la naciente pelea del boxeo argentino entre Luis Angel Firpo, el Toro Salvaje de las Pampas, y Jack Dempsey, en el Polo Grounds de Nueva York, en 1923". El propio Cortázar catalogó aquel combate como "uno de los acontecimientos más extraordinarios de este siglo". Cortázar trasladó su admiración por este deporte a sus cuentos, tal como quedó plasmado en "La noche de Mantequilla", "El noble arte", "Lucas, su patrioterismo", "Segundo viaje" o "Torito". En 1951, estando ya radicado en Francia, alcanzó a relatar una pelea para Argentina y México como traductor del programa radial "Actualidades Francesas" que se transmitía para radios de América Latina. Fue su primera y última vez: fue despedido al término de la transmisión debido a sus dificultades de pronunciación. Cortázar podía pasarse horas y -días íntegros- escribiendo, no existían los horarios. "Le encantaba ir de compras a las ferreterías francesas -recuerda su íntimo amigo, el artista plástico Luis Tomasello (1915)-, pero más allá de contar con todas las herramientas, las manualidades nunca fueron lo suyo. Para ello acudía a los amigos. Tenía una biblioteca repleta de libros y discos. Le propuse armar otra. Preparé la madera y la hicimos juntos. El de la biblioteca fue un día de fiesta. Desconectó el teléfono y de vez en cuando me decía: 'Vamos a hacer una pausa húmeda', y nos tomábamos un poquito de whisky". Para Tomasello, que lo acompañó en sus últimos días en París, el boxeo fue una metáfora siempre presente en la vida de Cortázar: "En realidad yo lo llevaba al hospital y lo traía de vuelta. Lo interné dos veces y él me dijo: 'Si entro una tercera vez, Luis, ya no salgo'. Y asi fue. Desgraciadamente hubo que llevarlo una vez más; nunca olvidaré ese día. Fui a buscarlo, se levantó de su sillón, fue hasta la puerta, se puso su gorra, miró los libros y luego la habitación como si los viera por última vez. Un rato antes me había dicho: 'Si esta pelea fuera a siete rounds, la gano. Pero a doce no creo'...". El jazz, otra de sus grandes pasiones, apareció a menudo en las páginas de Cortázar. Allí están el artículo "La vuelta al piano de Thelonius Monk" y uno de sus cuentos más celebrados, "El perseguidor". En "Libro de Manuel" incluyó el poema: "Yo ya no tengo tiempo ni me importan las modas, / mezclo Jelly Roll Morton con Gardel y Stockhausen, / loado sea el Cordero", y en "Un tal Lucas" expresó que a la hora de su muerte sólo quería oír dos cosas: el último quinteto de Mozart y el solo de piano de Earl Hines en "I ain't got nobody". Saúl Yurkievich (1931-2005), gran amigo y uno de los albaceas de su obra, consideraba a Cortázar "un maestro de la improvisación. El amaba el jazz porque era una música que permitía todas las imaginaciones". En 1983, el periodista Antonio Trilla se lo encontró de casualidad en un café de Madrid mientras leía el periódico. Se le acercó tímidamente y le explicó que había estado buscándolo para hablar con él sobre dos de sus grandes pasiones, el boxeo y el jazz, cuando dispusiera de algunos minutos. Cortázar aceptó gustoso y allí mismo se originó la charla que sigue a continuación.En España, como tú sabes, el boxeo tiene un marcado rechazo en los ámbitos intelectuales -algo que no comparto desde luego, como buen aficionado al boxeo que soy- salvo quizás algunas importantes excepciones como los directo­res de cine José Luis Garci o Gonzalo Suárez. ¿Porqué y cómo te interesaste en el boxeo?

El porqué nunca me lo pregunté... A mí el boxeo me interesó desde muy niño. Sabes que en la Argentina, el boxeo es un deporte muy popular. Cuando yo era niño tuvimos un gran campeón de peso pesado, Luis Angel Firpo, que tuvo una carrera espectacular. El fue a pelear a los Estados Unidos, y disputó el título mundial de peso pesado con el norteamericano Jack Dempsey, en 1923. Dempsey era un gran campeón y terminó venciendo a Firpo, pero después de que Firpo lo hubiera noqueado y que el referee y el público ayudaran a Dempsey a levantarse. Técnicamente Firpo había ganado la pelea y Dempsey debió haber sido descalificado. Pero el combate siguió y finalmente, Dempsey le ganó a Firpo. Todo esto está contado en "La vuelta al día". Yo tenía en ese momento nueve años y aquello fue como una tragedia nacional, porque en la Argentina se consideró un robo al país aquella pelea. No faltaron los que pedían romper las relaciones diplomáticas con Estados Unidos. Aquella pelea creo que definió mi pasión por el boxeo, porque yo quedé muy impresionado por lo de Firpo y empecé a interesarme por ese deporte que, en esos años, ocupaba mucho espacio en los periódicos. Leía todo lo que se publicaba sobre boxeo y escuchaba por radio las peleas más importantes. Desde luego que, como vivía en una casa llena de mujeres no había nadie dispuesto a llevarme a ver una pelea.

"Torito", el boxeador, es un personaje que conecta con­tigo, que te es profundamente simpático y que, incluso, pareciera que te provoca ternura...

Sí, era Justo Suárez, un boxeador deslumbrante... Cuando yo era adolescente o quizás algo más adelante, la aparición en Argentina de Justo Suárez, el "Torito de Mataderos", fue otra conmoción. Era un boxeador extraordinario... Suárez era brillante, espectacular y de una gran simpatía. Conectaba muy fácil con la gente. Y curiosamente, también terminó perdiendo al final en los Estados Unidos, como está contado en "Torito". Justo Suárez terminó de un modo trágico, abandonado por todos después de la derrota y murió tuberculoso en un hospital de provincia en Córdoba. Para mí, su muerte -que fue una veradera tragedia del deporte- fue también un acontecimiento importante. No me perdía una sola pelea suya. Un día, estando yo en París, en la época en que vivía todavía en la ciudad universitaria, recordé todo aquello y de golpe me senté a la máquina. En dos horas escribí el cuento, con datos muy precisos sobre sus combates, porque lo había seguido a lo largo de toda su carrera. Durante dos horas me sentí Justo Suárez y escribí como un boxeador.

Tú has dicho muchas veces que, en esa época, eras un esteta, un hombre que vivía a espaldas de la realidad de América Latina y de la historia. Cuando ibas al estadio, a ver boxeo, ¿también ibas como un esteta?

Sí, yo he dicho alguna vez que iba a ver boxeo al Luna Park con un libro bajo el brazo y era así. Era el joven esteta para el que el boxeo también era un espectáculo estético. En esa época yo miraba todo con un criterio exclusivamente estético, y lo veía como un fenómeno estético.

¿Sigues siendo todavía un buen aficionado al "noble de­porte de los puños" como se dice en España?

Sí, desde luego. Sigo al día todo lo que se relaciona con el boxeo.

¿Qué te provoca el boxeo para que te intereses por un deporte al que critican como violento y cruel?

Es que yo no lo veo violento y cruel. A mí me parece un enfrentamiento muy honesto, muy noble, como decías ahora. Me interesa el enfrentamiento de dos técnicas, de dos estilos, la habilidad de vencer siendo a veces, más débil. Te diré que casi siempre estuve del lado del más débil en el boxeo y muchas veces los vi vencer y es una maravilla. Por otra parte, lo que sucede es que a mí no me interesan los deportes colectivos. Esto pareciera que va en contra de mi ideología pero creo que no es así. El fútbol, por ejemplo, me es totalmente indiferente. Sé que decir esto, en boca de un argentino, es algo grave..., capaz de desatar muchas iras... Pero me es tan indiferente como el rugby o el béisbol. Me gustan los deportes donde se enfrentan dos individuos, como sucede en el tenis o en el boxeo. Son dos destinos que se juegan el uno contra el otro. En el fútbol son once contra once, gana o pierde un equipo. La responsabilidad individual se diluye, todo se diluye; alguien puede haber jugado muy bien o muy mal pero nunca tiene la plena responsabilidad del triunfo o de la derrota. En el boxeo eso no es posible. Allí un hombre vence a otro. Gana porque es mejor o porque hizo mejor las cosas.

¿Qué boxeador te ha provocado esa emoción digamos "estética" que puede dar una especial mezcla de armonía física, técnica, fuerza...

Estéticamente es muy hermoso ver enfrentarse a dos grandes boxeadores. Contemplar sobre un ring, verlo moverse a Sugar Ray Robinson, por ejemplo, era una maravilla. Por eso, nunca me gustaron los boxeadores sin talento.

Con frecuencia utilizas en tu literatura elementos del jazz o del boxeo, haces comparaciones...

Me parece interesante que me preguntes esto. En América Latina hay todavía una tendencia romántica a buscar metáforas que respondan a imágenes consideradas "nobles". Yo desde muy joven sentí que debía desacralizar, quitarle a la literatura esa imagen "noble"; siempre pensé que había en la vida coti­diana elementos llenos de belleza, que era necesario incorpo­rarlos a la literatura. Desde el comienzo hay en mis libros referencias del tipo que señalas. Un buen match de box -como decíamos antes- puede ser tan hermoso como la metáfora más "noble".

Aparte de los que ya mencionaste, ¿qué otros boxeadores has admirado?

Muchos, sobre todo, los de la época de oro. Y me gustaba mucho Cassius Clay. Su descaro, sus bravuconadas, ese estilo de desafío permanente. El decía que era "el más grande" y quizás lo haya sido. Lo que es seguro es que ha sido, sin duda, uno de los más grandes de la historia del boxeo. Y de la Argentina, admiré al "Intocable", Nicolino Locche.

¿No te gustaba Carlos Monzón?

Sí, sí, me gustaba mucho. Era un boxeador cerebral, que usaba la cabeza para pelear. Y era demoledor. De una finura cruel para boxear. La pelea con el italiano Benvenuti es inolvidable. Y también el combate con Bouttier, que yo vi por televisión. A propósito, ¿sabes que en los años veinte, Ho Chi Minh era cronista de boxeo en París? En una ocasión, comentando para una revista francesa, un combate entre dos boxeadores norteamericanos, uno negro y otro blanco, él escribió un extraordinario alegato contra el racismo, desde luego sin utilizar ni una sola vez esa palabra... Recordé ahora ese alegato, porque cuando vi la transmisión de la pelea Bouttier-Monzón me indignaron los comentarios racistas que hacía el relator.

Hablando de Monzón, hay otro cuento tuuyo, "La noche de Mantequilla", donde también el boxeo está presente...

Ah, sí, es la historia de la pelea de Carlos Monzón y "Mantequilla" Nápoles en París, una pelea que me dejó un recuerdo muy especial. Así que cuando se me ocurrió la idea del cuento, que es una historia que tiene que ver con la política, la situé en aquella noche en el estadio.

Si no te molesta, podemos pasar al jazzz, otra de tus pasiones... ¿Sigues tocando la trompeta?

Cada vez menos. En un tiempo la tocaba pésimamente, para tortura de mis vecinos, pero ahora estoy constantemente viajando, de un lado a otro, cuando no estoy en Nicaragua, estoy yendo a México o regresando a París... vivo en los aviones. Y la trompeta es un instrumento implacable que exige una preparación de los labios y eso sólo se consigue tocando seguido. Por otra parte, no estoy en las mejores condiciones físicas ahora para tocar la trompeta, pero me divertía mucho cuando podía hacerlo. En realidad, debo confesarte que yo soy un músico frustrado.

¿Tocabas algún instrumento de niño?

Sí, el piano. Me obligaron a tocarlo desde los ocho hasta los trece y un día cerré el piano y no quise tocarlo más. Una tía mía, fanática de Bach y de Chopin, fue la que hizo de mí un melómano.

¿Desde cuándo te interesó el jazz?

No lo sé exactamente, pero creo que no tengo casi recuerdos sin jazz. Yo nací en 1914 así que, cuando era chico, asistí al nacimiento de la radio... no había discos de jazz todavía. En esa época se escuchaba en la radio, en Argentina, tangos, música clásica o música popular hasta que un día -yo tendría diez años- escuché por primera vez un foxtrot y fue mágico para mí. Dos o tres años después, descubrí a Jelly Roll Morton y más tarde, a Louis Armstrong y a Duke Ellington. Durante mucho tiempo ellos fueron mis músicos de jazz preferidos.

¿Ya no lo son? ¿Qué discos salvarías del diluvio?

Sí, sí, lo siguen siendo. Es más, si tuviera que elegir algunos discos para salvar del diluvio, -como dices- me llevaría discos de los tres, sobre todo algunos del viejo Armstrong y del Duke Ellington de los años veinte al treinta. Como ves no he evolucionado mucho...

¿No te llevarías ningún disco de música clásica?

Bueno, quizás no me expliqué bien. El jazz es maravilloso pero la música clásica es como la gran literatura y mi amor por el jazz es algo que corre paralelo a mi amor por la música clásica... Si oyes la música medieval, la música de cámara de Mozart o los últimos cuartetos de Beethoven, sabes que es todo lo que se puede conseguir en música. Si tuviera que elegir discos para salvar del diluvio entre jazz y música clásica -cosa que no querría-, aún con mucho dolor escogería algunos de música clásica, entre los que te he dicho e incluiría también a Béla Bartók.

Tú escribiste "El perseguidor" como un cierto homenaje a Charlie Parker. ¿Cuándo descubriste su música?

Fue antes de irme de la Argentina. Cuatro o cinco años antes, un día compré "Lover man", sin conocerlo. Al principio mi reacción fue negativa hasta que un día la cabeza me hizo clic y desde entonces, muchas cosas que había oído hasta ese momento perdieron sentido. Su música fue muy importante para mí.

De los que vinieron después, ¿quiénes te impresionaron como Parker?

Dizzy Gillespie, Miles y después, Coltrane. Esos son discos que también me llevaría conmigo. Y sin duda, no podría olvidarme de Earl Hines, que es un pianista al que adoro. Toca como un dios. ¿Sabías que Dizzy y Charlie Parker tocaron en 1943, juntos, en la banda de Hines? Earl es un músico maravilloso, lleno de alegría y humor. Los movimientos de su mano derecha suenan como una transposición de la trompeta de Armstrong...

¿Escuchas jazz a diario? ¿Escuchas mientras trabajas?

Sí, escucho dos o tres discos de jazz por día y bastante más música clásica. Pero jamás pongo música mientras hago otra cosa. Los que compusieron esa música no lo hicieron para que fuera un "fondo musical" sino para que lo oyéramos con la misma atención con la que leemos un libro.

Una última pregunta: ¿crees que el jazz ha influido en tu obra?

Sí, mucho. Me enseñó cierto "swing" que está en mi estilo e intento escribir mis cuentos un poco como el músico de jazz enfrenta un "take", con la misma espontaneidad de la improvisación.