12 de diciembre de 2008

Louis Malle: "El cine es el medio de expresión colectivo más complejo"

El director cinematográfico francés Louis Malle (1932-1995) se graduó en Ciencias Políticas en la Sorbona y estudió en el Instituto de Estudios Cinematográficos Superiores de Francia antes de comenzar su carrera como ayudante de Jacques Cousteau (1910-1997) en el documental "Le monde du silence" (El mundo del silencio) en 1956, la primera película submarina comercializada, que ganó la Palma de Oro del Festival de Cannes en ese año. Al año siguiente filmó su primera película, "Ascenseur pour l'échafaud" (Ascensor para el cadalso), a la que siguió en 1958 "Les amants" (Los amantes), ambas con Jeanne Moreau (1928) como protagonista. Ya en la década del 60 rodó una de sus mejores obras: "Zazie dans le métro" (Zazie en el metro), seguida de "Vie privée" (Vida privada) y "Le feu follet" (Fuego fatuo), para filmar en los '70 "Le souffle au coeur" (Soplo al corazón) y "Lacombe Lucien", dos magníficas y controvertidas películas con las que fue cimentando su fama de director polémico. Tras el éxito en Europa se trasladó a Hollywood, donde realizó entre otras "Pretty baby" (La pequeña) y "Atlantic City", en las que dibujó con maestría el submundo de los marginados sociales, y "My dinner with André" (Mi cena con André), un éxito para la crítica en Estados Unidos pero un fracaso comercial en Francia. Los continuos condicionamientos a sus proyectos por parte de la industria hollywoodense lo llevaron a regresar a su país de origen donde, en 1987, dirigió "Au revoir, les enfants" (Adiós, muchachos) que recibió el León de Oro en el Festival de Venecia y el Premio de la Crítica en Francia, y en 1990 "Milou en mai" (Locura de una primavera). Para sus dos últimos films regresó al idioma inglés que había abandonado tras su retorno a Francia. Se trata de "Damage" (Una vez en la vida) y "Vanya on 42nd Street" (Vania en la calle 42), con las que completó una filmografía llena de sensibilidad, gracia y ligero humor mezclados con un indisimulado toque de amargura. Justamente de su penúltima película, "Una vez en la vida" -un drama que por su contenido erótico tuvo problemas con la censura norteamericana-, habló en la entrevista realizada en Los Angeles por el crítico cinematográfico Jean Paul Chaillet, publicada por "Le Monde" el 9 de febrero de 1993.La Motion Picture Association of America aplicó en diciembre de 1992 el equivalente de una calificación X a "Una vez en la vida". ¿Por qué motivos?

Debido al primer plano donde Juliette Binoche y Jeremy Irons están haciendo el amor desnudos, en el suelo, de manera muy violenta. Es una escena donde yo los había dejado bastante libres. Por otra parte, no se me reprocha tanto esa violencia erótica sino la desnudez, que es muy difícil de defender. No tiene nada que ver con la escena donde Michael Douglas viola a su ex en "Basic instinct" (Bajos instintos). Los criterios norteamericanos son diferentes; uno tiene ganas de protestar y de reírse de ellos porque son absurdos. Quizás esto también haya provenido del clima preelectoral. Lo que no nos ayuda para nada es que el distribuidor de "Body of evidence" (El cuerpo del delito) decidió realizar los cortes exigidos por la censura. En cuanto a mí, no corté nada. Es técnicamente imposible.

La intriga de "Una vez en la vida" está centrada alrededor de la atracción erótica entre ambos personajes... ¿Cuáles son las trampas que hay que evitar en este tipo de escenas?

Me llevó cualquier cantidad de tiempo terminar. Primero porque no había casi nada en el guión y, además, porque el público ya vio tantas que es difícil innovar en la materia. Después de haber discutido mucho el tema, Juliette y Jeremy encontraron ideas, sugirieron elementos eróticos e incluso violentos, sin que fueran gratuitamente estéticos o comerciales. Con el director de
fotografía, Peter Biziou, tratamos de dejarle a los actores un margen donde pudieran improvisar sin sentirse limitados por imperativos técnicos. Filmé con dos cámaras para evitar el tener que hacer demasiadas tomas. Pero fue algo muy tenso y difícil para los actores.

Concretamente, ¿cómo hicieron las escenas eróticas?

Realmente se trata de una colaboración. Los días en que filmábamos esas escenas permanecíamos juntos y discutíamos lo que íbamos a hacer. Ambos estaban muy preparados. Era algo muy angustiante. En efecto, yo sabía que dichas escenas eran indispensables, porque sin ellas la historia se hacía incomprensible y esta fascinación sexual que se transforma en pasión destructiva no tenía ningún sentido. Es la historia de una obsesión a la que no se puede escapar y que conduce a la autodestrucción.

¿Cómo llegó a filmar "Una vez en la vida"?

Después de "Locura de una primavera", realmente no sabía qué hacer. Por motivos personales, traté de volver a filmar una película en los Estados Unidos. Consideré varios proyectos, uno con Meryl Streep y otro con Danny De Vito. Películas de estudio. Me di cuenta de que era difícil para mí porque me es imposible trabajar en el marco de este sistema con sus incesantes presiones. Uno no tiene ni el control del propio trabajo ni la libertad artística. No tengo ganas de tener gente que me respire al oído. Me volví alguien muy difícil porque siempre me sentí muchísimo más cómodo siendo mi propio productor. En cuanto a "Una vez en la vida", la novelista Josephine Hart me había enviado su libro en 1991, cuando todavía era inédito. La novela dista mucho de ser perfecta desde el punto de vista literario, y la composición incluso puede parecer molesta. Entonces, empecé a escribir un guión aquí, en Los Angeles, y después sólo, en mi casa de Lot, antes de charlarlo con Jean Claude Carriére. Me di cuenta de que era un libro muy difícil de adaptar porque se presentaba como un monólogo ininterrumpido. El otoño pasado ya estaba desalentado y listo para abandonar todo. Luego David Haré, el dramaturgo inglés, me dijo que se podía hacer.

¿Usted ya había pensado en los actores?

Desde el principio hablé de la película a Jeremy, a quien conozco desde hace mucho tiempo. Hace diez años que nos pusimos de acuerdo para trabajar juntos un día. El inmediatamente se entusiasmó con el libro. Es un poco joven para el papel, pero yo no podía imaginarme a otro en su lugar. Durante este período de transición pensé en varias actrices. Y después volví a ver "The unbearable lightness of being" (La insoportable levedad del ser) con la idea de contratar a Lena Olin. Pero tuve una segunda revelación al ver a Juliette, quien ya me había impresionado mucho en "Rendez vous" (Apasionados) de André Téchiné. Luego, Juliette eligió cosas raras durante su carrera, pero posee algo único.

"Una vez en la vida" es, sin duda, su película más depurada...

Sí, yo también lo creo. Al ver el primer montaje, René Bonell de Canal Plus me dijo: "Es tu película más jansenista". Yo tenía eso en mente desde el principio porque era fácil, con semejante tema, pasarse al melodrama muy sentimental, hiperdramático, donde los actores hacen demasiado. Todo el mundo sabía que se trataba de un film muy temerario. Y yo en primer lugar. Por otra parte, tanto yo como Juliette y Jeremy tuvimos momentos de duda. Al principio, el guión tenía muchos más diálogos. Trabajando las escenas, ensayándolas y luego filmándolas -incluso en el montaje- terminé eliminando muchas cosas. Me di cuenta de que no era tanto una historia de palabras sino una terrible atracción sexual con la cual este hombre trata de arreglárselas. De golpe, corté el 30% del diálogo...

¿Cómo trabajó con Juliette Binoche y Jeremy Irons, que son dos actores tan diferentes entre si?

Trabajar con ellos resultó ser algo muy curioso. Primero, porque Juliette tiene algo único, que es hacer muy poco, pero siempre emana de ella en la pantalla una presencia y una mirada extraordinarias.

¿Ella es consciente de eso?

Lo sabe, pero su interpretación es más bien minimalista, cosa que me convenía para el personaje. La incentivé mucho en ese sentido. Mientras que con Jeremy tuve que pelearme, porque el veía a su personaje mucho más cerca de la novela que del guión, es decir como un ser torturado que se da la cabeza contra las paredes. Tuvimos algunos desacuerdos y yo le repetía, porque estaba seguro de tener razón, que la situación en sí misma ya era tan fuerte que no se podía agregar más. Hicimos pruebas donde él iba más lejos, pero era obvio que eso no funcionaba.

¿Qué tipo de actor es Jeremy Irons?

Tiene muchísimas ideas y también es muy nervioso. Hay que tranquilizarlo siempre, convencerlo, y a veces es difícil. Había días en que la cosa no funcionaba. Jeremy tiene momentos de duda, discute mucho. Es su temperamento. Un día me dijo: "Me gusta mucho participar y poner mi granito de arena". A mí me encantó, porque me gusta trabajar así. El problema es que participa demasiado. En realidad, Jeremy simplemente es muy inquieto. Como decía ya no sé quién, los actores que no beben y no se drogan son los más peligrosos. Admiro muchísimo lo que hacen los actores de cine. Contrariamente a lo que la gente cree, actuar sobre un escenario es más fácil. Llegar a meterse en la tonalidad del personaje y dar el máximo de emoción en un pedacito de escena que dura diez segundos es muy difícil.

Con "Los amantes", usted fue considerado un pionero al mostrar escenas de amor en la pantalla grande. ¿Cómo las ve hoy?

Hoy, "Los amantes" podría ser una película de anticipación. En esa época me defendí explicando que las escenas incriminadas eran indispensables para comprender el personaje de Jeanne Moreau. "Los amantes" era una historia provocativa y tabú porque en ella se veía a una mujer que dejaba a su marido, sus hijos, su amante. En "Una vez en la vida" también está ese "algo" provocativo: ciertas personas reaccionan de modo muy violento y son muy trastornadas.

¿Qué le llama la atención del cine contemporáneo?

El cine resueltamente comercial se hace cada vez menos interesante debido a una uniformación que nivela hacia abajo. En los Estados Unidos prevalece el sistema de las fórmulas y la taquilla. Como las películas están dirigidas a un público muy joven, el lenguaje común es, obviamente, la violencia. A pesar de todo, hay lugar para realizadores independientes como Gus Van Sant, a quien admiro mucho. A uno le dan ganas de decirles que no sucumban al encanto de los estudios, porque, generalmente, eso marca el fin de su independencia

¿Siente el mismo placer al filmar que cuando comenzó?

Me temo que sí..., si no, pararía. Es el mismo placer y sobre todo la misma angustia. Yo creía que el nerviosismo del inicio, el miedo al fracaso desaparecerían con las películas; que la experiencia, el tiempo harían que me sintiera más relajado. Pero no es el caso. Como no filmo muy seguido, tengo la sensación de que con cada película tengo que empezar de cero y volver a hacer mi primer film cada vez. En cierto sentido, es bueno porque me impide caer en la rutina. ¡Pero es malo para los nervios! La ventaja es que, antes, cuando tenía un problema con un actor mal elegido o una escena que no funcionaba, estaba perdido. Ahora, logro arreglármelas mejor. El cine es un medio de expresión colectivo muy complejo, en el que muchos elementos entran en juego.