30 de diciembre de 2008

Leopoldo Marechal: "Los martinfierristas tratamos de restituirle al arte su frescura y su espontaneidad"

Leopoldo Marechal (1900-1970) fue maestro, profesor en la Facultad de Humanidades de La Plata, inspector general de escuelas, director general de Cultura y director de Enseñanza Superior y Estética. Durante los años '20 colaboró en las revistas literarias de vanguardia y fue uno de los principales miembros del grupo reunido en torno de la revista "Martín Fierro", que había sido fundada por el periodista y crítico de arte Evar Méndez (1885-1955). La revista tuvo una primera época con tres números entre marzo y abril de 1919, pero su etapa consagratoria fue la segunda época, con cuarenta y cinco números editados entre febrero de 1924 y diciembre de 1927. En la siguiente entrevista, reali­zada por el periodista Alfredo Andrés (1934) para su libro "Palabras con Marechal" y reproducida por la revista "La Maga" nº 178 del 14 de junio de 1995, el escritor recordó aquellos años de bohemia que lo tuvieron como principal animador. Marechal es autor de "Los aguiluchos", "Días como flechas", "Odas para el hombre y la mujer", "Laberinto de amor", "Cinco poemas australes", "El centauro", "Sonetos a Sofía y otros poemas", "Heptámeron" y "Poema de Robot" (poesía); "Descenso y ascenso del alma por la belleza", "Autopsia de Creso", "Historia de la Calle Corrientes" y "Vida de Santa Rosa de Lima" (ensayos); "Antígona Vélez" y "Las tres caras de Venus" (teatro); y "Adán Buenosayres", "El banquete de Severo Arcángelo" y "Megafón o la guerra" (novelas).¿"Martín Fierro" tuvo una etapa anterior?

Sí, una etapa lugoniana to­davía, y sólo preparatoria de los hechos que vendrían.

¿Qué factor desencadenan­te produjo ese cambio?

Uno muy significativo. Los pintores Emilio Pettoruti y Xul Solar, que acababan de llegar de Europa, expusieron sus cuadros en la galería Witcomb, con es­cándalo de la crítica local. En tren de burla, los plásticos de "retaguardia" realizaron en la galería Van Riel una exposición paródica que fue para nosotros un llamado al combate. Una noche, nos reunimos en casa de Evar Méndez los futuros combatien­tes: estaban Güiraldes, Girondo, Macedonio Fernández, Borges, el pintor urugua­yo Figari, Xul Solar, Francisco Luis Bernárdez y otros que no re­cuerdo bien. En aquella reunión decidimos iniciar la segunda época de "Martín Fierro", la única que tuvo signifi­cación histórica.

¿Los identi­ficaba una esté­tica común?

De ningún modo. Lo que nos identificaba era una voluntad renovadora, un imperativo de poner al día nuestras letras y nuestras artes. Oliverio Giron­do, autor del "Manifiesto" revolucionario, habló de una "nueva sensibilidad", ex­presión errónea que nos valdría luego a todos el calificativo de "neosensibles" aplicado a noso­tros por nuestros enemigos, a los que calificamos de "pasatistas" y "pompiers" en represalia. No se trataba de imponer una nueva sensibilidad artística, sino de res­tituirle al arte su frescura, su es­pontaneidad y su derecho eterno al cambio y a la manifestación de otras "posibilidades creadoras". Más que literario, el de "Martín Fierro" fue un movimiento "vi­tal".

¿Qué cafés frecuentaban en especial?

Por las tardes el Richmond de la calle Florida, y por las no­ches el sótano del Royal Keller en la esquina de Esmeralda y Co­rrientes donde Raúl Scalabrini Ortiz descubrió a su "hombre que está solo y espera". Conocí a Raúl en la librería de Gleizer, que le editó los cuentos de "La Manga", y lo hice incorporar a la falange de "Martín Fierro". Por otra parte, no todo se resolvía en literatura: rea­lizábamos también exploraciones de los barrios, y razias punitivas, en una de las cuales Carlos de la Púa, que llamábamos el Vate Mu­ñoz o el Malevo Muñoz, se dedicó una noche a arrancar en la calle Corrientes las chapas de los den­tistas y las parteras. Debo adver­tirle que el Buenos Aires de en­tonces aún conservaba ritmos de la "gran aldea" y no tenía el sem­blante impersonal y abstracto que tiene ahora. No era incómodo en aquellos días cantar en público el himno de "Martín Fierro" que com­puso Oliverio Girondo sobre la música de "La donna e' mobile" (La mujer es voluble), y que decía: "Un automóvil, dos automóviles/ tres automóviles, cuatro automóviles/ cinco auto­móviles, seis au­tomóviles/ siete automóviles/y un autobús".

¿Otro re­cuerdo particu­lar de la misma época?

Sí, el fa­moso debate so­bre el meridia­no intelectual de Hispanoamérica. Lo provocó un flato imperia­lista que Guiller­mo de Torre sol­tó en la "Gaceta Literaria" de Ma­drid, y en el cual proponía que Madrid fuera el meridiano inte­lectual de la América española. Nuestra reacción fue un segundo 25 de Mayo: hubo réplicas indig­nadas, como la mía contra Ortega y Gasset y su tribu, réplicas humo­rísticas que enriquecieron al Par­naso Satírico, y réplicas furiosas como la de Nicolás Olivari que se titulaba "¡Estrangulemos al Me­ridiano!". Pero también se daban eventos felices, como la inaugu­ración de la sede de "Martín Fie­rro" en un segundo piso de Florida y Tucumán; aquella noche, y merced a copiosas libaciones, se produjeron algunas anomalías en la ciudad. Oliverio Girondo se puso a dirigir el tránsito en la esquina de Callao y Corrientes; Francisco Luis Bernárdez, en un editorial injurioso para los oyen­tes, disolvió la "Revista Oral" que Alberto Hidalgo dirigía en el Royal Keller todos los sábados y de la cual los martinfierristas éra­mos también redactores o locu­tores; Evar Méndez, otros y yo, llevando a Norah Lange en una silla confiscada a un café, des­cendimos al sótano del Tortoni, sede -a nuestro juicio- de todo el "pasatiempo" local, y disolvimos la reunión poético declamatoria que allí se celebraba. Supe más tarde que Raúl González Tuñón había despertado al día siguiente en una quinta de Adrogué que desconocía y entre almas buenas que lo asistieron en su naufragio. Cuando al revisar aquellos "ope­rativos" tratamos de darles una razón lógica, recordamos cierta mezcla alcohólica, preparada por el marqués de Mordini, a la cual el noble italiano habría añadido cierta droga "non sancta". El mar­qués de Mordini era nuestro hués­ped y había llegado al país con el propósito de cazar elefantes en el Chaco. Volviendo al Tortoni, justo es decir, en su reivindicación, que homenajeamos en él a Luigi Pirandello, durante su primer via­je; y que para darle una noción de nuestra música popular, Güiraldes trajo a Carlos Gardel que cantó en el sótano de la Avenida como un ángel. Me parece ver aún a Carlitos, descendiendo la escalera del sótano al frente de sus dos guitarras.

Marechal, se ha referido usted a la "Revista Oral". ¿ Cómo era?

La creó Alberto Hidalgo, poeta de Arequipa, quien se en­cargaba de reservar todos los sábados las mesas del Royal Keller en que "se decían" sus números. Era una revista oral "a sangre", anterior por supuesto, al perio­dismo oral que lanzó después la radiofonía. Llegada la hora, Hi­dalgo se ponía de pie y anuncia­ba: "Revista oral, año primero, número cinco". Luego leíamos los editoriales, hacíamos las críticas o recitábamos los poe­mas. Recuerdo que una noche Scalabrini Ortiz, en tren de críti­ca, transcribió en un pizarrón un fragmento de prosa de Gerchunoff -al que se consideraba un estilista-, y fue tachando las pala­bras que, a su entender eran ocio­sas: sólo quedaron en el pizarrón tres preposiciones y una conjun­ción copulativa. Otra vez recibi­mos en el sótano la visita de algu­nos jóvenes poetas peruanos. Uno de ellos, en fervor vanguardista, se dirigió a Macedonio Fernán­dez y le dijo: "¡Lucharemos! ¿Y qué nos importa que nos manden a la mierda?". "Claro -aprobó Mace­donio-, ¡y habiendo tantos tran­vías!".

¿Qué público tenía la "Revis­ta Oral"?

Nuestras amistades, los pa­rroquianos del sótano, almas noc­turnas que estaban solas y esperaban y los "calaveras" que hacían tiempo hasta que se iniciase el turno de la noche del Tabarís. Conversaciones sobre poesía se pueden lograr en cualquier sitio y con toda clase de gentes.

¡Buen testimonio y consejo para las nuevas generaciones!

Siempre creí que Oliverio Girondo debía escribir los recuer­dos de esa época y publicar su documentación gráfica; lo in­cité algunas veces a redactar las "Memorias de Oliverio", con su estilo natural, metafórico y tre­mendista. No lo hizo y creo que nuestra literatura perdió una obra clásica.