16 de noviembre de 2008

Mario Bunge: "Nuestros gobernantes no tienen la menor idea del valor de la ciencia para la cultura"

Mario Bunge (1919) es un físico, epistemólogo y filósofo argentino radicado desde 1966 en Montreal, Canadá. Posee quince doctorados honoris causa, fue galardonado con el premio Príncipe de Asturias de Humanidades, y ha escrito casi un centenar de libros. Tras realizar sus estudios secundarios en el Colegio Nacional de Buenos Aires, se doctoró en Física y Matemáticas en la Universidad de La Plata, y estudió Física Nuclear en el Observatorio Astronómico de Córdoba. Profesor de Física y Filosofía en la Universidad de Buenos Aires a mediados de la década del '50, se concentró luego en investigaciones nucleares, atómicas y de física cuántica. Para enfrentar los problemas que surgían de esos estudios, se dedicó a la epistemología (la ciencia que estudia los métodos del conocimiento), a la que finalmente se dedicó junto con la filosofía, materia sobre la que jamás tomó un curso regular. Sin embargo, este autodidacta que aprendió leyendo por su cuenta libros y revistas especializadas, da cursos regulares como titular de la Cátedra de Lógica y Metafísica de McGill University, en Montreal, desde hace décadas. Dejó el socialismo poco antes de emigrar y en los '90 abandonó también al Partido Liberal canadiense. Se declara partidario de una democracia integral cuyas reformas políticas, económicas y culturales sean diseñadas en base a los resultados de las investigaciones de las ciencias sociales. De su vastísima obra sobresalen "Economía y filosofía", "Lingüística y filosofía", "Seudociencia e ideología", "La ciencia, su método y su filosofía", "Las ciencias sociales en discusión", "La investigación científica. Su estrategia y su filosofía", "Crisis y reconstrucción de la filosofía", "Ser, saber, hacer", "Mitos, hechos y razones", "Intuición y razón", "Tratado de filosofía" y "A la caza de la realidad. La controversia sobre el realismo". En 1994, de visita en Buenos Aires, fue entrevistado por el periodista Oscar Raúl Cardozo (1948), columnista habitual del diario "Clarín", en cuya edición del 7 de abril de ese año apareció publicada la entrevista.Un lamento frecuente que se escucha en la comunidad científica está motivado por un supuesto desplazamiento de la investigación desde la universidad hacia los grandes conglomerados comerciales. ¿Cuánto hay de cierto en esto y cuánto ha perdido la investigación pura a manos de la aplicada?

Ese lamento de mis colegas de la izquierda no es cierto. La investigación en ciencia básica y la matemática -la investigación en esas ramas- está concentrada en todo el mundo en las universidades. Y no es financiada por las grandes empresas, sino principalmente por el estado. Es cierto que hay investigación en las grandes empresas, pero se concentra en tecnología y en ciencia aplicada y no roza la ciencia básica. En Exxon, en IBM o en Polaroid nadie va a encontrar matemáticos puros, biólogos evolutivos o astrónomos en la plantilla de sueldos. A las empresas sólo les interesa la investigación que tenga posible aplicación comercial y preferentemente en plazo cierto. La realidad es que la enorme mayoría de las investigaciones en las ciencias básicas se hace, como siempre, sin tener la menor idea de las posibles aplicaciones de sus resultados.

Desmiente una línea argumental que, en los Estados Unidos por ejemplo, se sustenta en la experiencia de los años '80 con el predominio de los grandes contratistas de la defensa en la investigación de programas como el de la "Guerra de las Galaxias" y en América Latina con instituciones como la Fundación Ford bendiciendo con fondos unas líneas de investigación en detrimento de otras...

Esa impresión existe posiblemente en América Latina porque la Fundación Ford y alguna otra institución relacionada con los grandes negocios subvencionó, en otros tiempos, sobre todo en ciencias sociales. Pero eso no ocurre en el mundo desarrollado, que es donde se produce el 98% de la ciencia. Las principales, universidades del mundo, es decir aquellas que no son sólo fábricas de diplomas, son los lugares donde se hace investigación. Esas universidades -como Harvard o Yale, o las estatales como la de California o las universidades de París, Oxford y Berlín- son financiadas por una mezcla de fondos estatales, donaciones y aranceles. Allí los investigadores obtienen subvenciones de entidades que nada tienen que ver con los grandes negocios como la National Science Fundation y el Health Institute. En verdad no sé de donde sale la afirmación de que sólo se puede hacer investigación si se satisface a las grandes empresas. Los grandes descubrimientos hechos en astronomía, ¿a quién le interesan? Las matemáticas o la física de partículas, ¿a qué empresa le interesan? Hay interés comercial, sí, en biotecnología, pero esto es tecnología, no una ciencia básica. Aun en farmacología, hay investigación básica y aplicada, y aunque a los laboratorios sólo les interesa esta última se hace investigación en las dos ramas. En las ciencias sociales los que hacen investigación suelen ser rebeldes, esto es, no son precisamente amigos de gobiernos o empresas.

No parece ser éste el caso. Quizá -como nunca antes en la historia del desarrollo de la ciencia- existe hoy un predominio claro de una ideología hegemónica, hecha de mercado y democracia. ¿Es una voluntad de los investigadores por complacer al príncipe con su producción?

Esto es parcialmente válido para la economía, que de las tres ciencias sociales centrales -la sociología, la politología y la economía- es la más contaminada, como lo ha sido siempre, por intereses creados. Pero aún en la economía hay ramas neutrales. Una matriz insumo-producto, por ejemplo, no tiene contenido ideológico alguno. Un estudio de bioeconomía sobre población ictícola o sobre explotación forestal puede servir a cualquiera. En sociología y politología, en cambio hay, sí, una invasión del terreno teórico por parte de los así llamados modelos de elección racional que sostienen que toda interacción social es nada más que un intercambio y, por lo tanto, está sujeta a las leyes del mercado o de la microeconomía neoclásica. Pero, a pesar de esta invasión, ese pensamiento es minoritario en la comunidad científica. La revista académica más prestigiosa en esta línea -"Rationality and Society", que dirige James Colman- tiene apenas mil trescientos suscriptores, que no es mucho. En verdad, puede decirse que las ciencias sociales están muy atrasadas respecto de las naturales, pero esto no se debe sólo a la contaminación ideológica, aunque sea éste un factor importante.

¿Por qué es esto así?

Muchas veces los investigadores no tienen una formación adecuada. En algunos casos no tienen una formación matemática o bien en ciencias empíricas es nula. Trabajan con modelos que carecen de arraigo en la realidad.

Usted mencionó casi al pasar un desequilibrio clave. Dijo: "el 98% de la ciencia se produce hoy en el mundo desarrollado". ¿Cómo aprecia la evolución de esa asimetría mundo desarrollado-mundo en desarrollo en una etapa histórica en la que el conocimiento y su corolario, la información, se insinúan como las únicas materias primas auténticamente críticas?

Soy bastante pesimista. La brecha entre esos dos mundos tiene destino de ensanche. Esa materia prima de la que usted habla -es decir la ciencia básica- está siendo descuidada en el tercer mundo por dos motivos: primero por falta de recursos pero, sobre todo, porque nuestros gobernantes son ignorantes. No tienen la menor idea del valor de la ciencia para la cultura, para la tecnología y aún para el estado. En la Argentina se dan fondos a los que prometen, en forma mendaz, resultados prácticos. Se considera a la ciencia como parte de la infraestructura económica. Nuestros gobernantes -no solo los nuestros, Margaret Thatcher en Inglaterra, Ronald Reagan en los Estados Unidos- adoptaron una filosofía presuntamente pragmática que desprecia la investigación pura. No tienen idea y además siguen malgastando el tesoro público.

La polémica entre el poder y la comunidad científica acerca del destino de los recursos no es nueva. ¿Usted ve hoy un agravamiento de sus términos?

Sí, sin duda.

Pero los regímenes latinoamericanos de esta era hacen gala de un discurso modernizador que debería poner la mira estratégica en el desarrollo científico...

Ese discurso no es auténtico. Sólo quieren imitar al primer mundo, en vez de elaborar un modelo propio de desarrollo adecuado a sus necesidades y recursos y a los anhelos de la gente. Se abren al mundo para importar, no ideas, sino productos elaborados para consumidor final.

¿Algo así como la compra de ciencia "llave en mano"?

Eso no existe. Usted no puede comprar matemática "llave en mano". Esa modernización no es tal cosa, esa actitud contribuye sólo al retraso. Aún la tecnología llega en la forma de máquinas que aquí se aprenden a usar sólo como cajas negras. Sería absurdo pretender imitar el desarrollo de un capitalismo de cinco siglos, comprimirlo en cincuenta años.

¿Cuál es la solución?

No estoy diciendo que no pueda haber un sistema de desarrollo adecuado, sólo que no es eficiente esta imitación capitalista. Tenemos recursos humanos que es lo principal, a pesar de que la Argentina sufre en esto un deterioro continuo desde 1966.

De uno de sus trabajos, "La investigación científica", recuerdo el énfasis que usted coloca sobre la búsqueda de la verdad. ¿Cómo afecta esa búsqueda esta nueva cultura global tan influida por las concepciones posmodernas, de realidad fragmentaria e inasible, de relativismo, casi de verdad imposible?

Es una ola oscurantista e irracionalista que afecta a algunos estudiantes que siguen el trayecto de las ciencias sociales, y que en particular invadió a los antropólogos -se habla ahora de etnometodología- y a los departamentos de literatura de las universidades. Pero no hizo mella en las ciencias naturales, que tienen una tradición establecida de búsqueda de la verdad. No creo que haya una adhesión masiva a todas estas corrientes de pensamiento destructoras de la cultura -la fenomenología, el existencialismo, el deconstructivismo-, creo que esto se corresponde más con los intelectuales del subdesarrollo. En los Estados Unidos estas corrientes no han tocado a los politólogos, a los economistas, a los matemáticos o a los que hacen ciencias naturales. El posmodernismo es un movimiento marginal cuyo impacto más negativo es que extravía a muchos jóvenes a los que impide llegar a las ciencias. El mensaje es no hay verdad, entonces no la busquen. No estudien, repitan a los charlatanes.

No sé si es justo en su evaluación. No se trata sólo del subdesarroilo. En Francia el impacto de este pensamiento es fuerte...

Es cierto. Pero también lo es que sigue habiendo ciencia en Francia. Aún allí este oscurantismo está confinado a los departamentos de letras, donde siempre se refugió la oscuridad. Todo esto no es nuevo, es una prolongación de las tendencias del romanticismo con Fichte, Schelling y Hegel, como reacción al iluminismo, como rebelión contra la razón. Siguió en la expansión de dos escuelas, la fenomenología que es anticientífica, y después con la filosofía lingüística de Wittgenstein, que se pierde en la frivolidad verbocéntrica del significado de las palabras. Esto marca una decadencia de la filosofía entre las dos grandes guerras, con excepción de la lógica, en la que los progresos fueron logrados por los matemáticos. Lo demás ha sido el reino de los que copian a los charlatanes.

La investigación ha estado tradicionalmente apegada a productos estandarizados hace muchas generaciones, como el libro. Las tecnologías de comunicación están modificando radicalmente esas pautas. ¿Qué supone, por ejemplo, la irrupción de elementos como internet, la red de transmisión de datos que usan veinte millones de personas todos los días, y que permite tener la Biblioteca de Alejandría a un golpe de tecla de distancia?

Como todo desarrollo en la historia, hace impacto en forma positiva y negativa a la vez. La primera es que hace del intercambio científico a distancia un recurso inmediato. Dos investigadores pueden escribir hoy un "paper" en forma conjunta sin importar cuántos kilómetros los separen. Pero también es cierto que los burócratas de la ciencia, los que distribuyen fondos, han decidido privilegiar a las investigaciones que emplean computadoras. Esto parece darles seriedad. Pero es un error, porque la computadora no es de por sí garantía de nada. Hace tres décadas que se habla del "gigo computeering" es decir "garbage in-garbage out" (entra basura-sale basura). Si una investigación se alimenta de basura su producto sólo puede ser basura.