21 de noviembre de 2008

Entremeses literarios (XVII)

LA LEYENDA DE CARLOMAGNO
Italo Calvino

Italia (1923-1985)

El emperador Carlomagno se enamoró, siendo ya viejo, de una muchacha alemana. Los nobles de la corte estaban muy preocupados porque el soberano, poseído de ardor amoroso y olvidado de la dignidad real, descuidaba los asuntos del Imperio. Cuando la muchacha murió repentinamente, los dignatarios respiraron aliviados, pero por poco tiempo, porque el amor de Carlomagno no había muerto con ella. El Emperador, que había hecho llevar a su aposento el cadáver embalsamado, no quería separarse de él. El arzobispo Turpín, asustado de esta macabra pasión, sospechó un encantamiento y quiso examinar el cadáver. Escondido debajo de la lengua muerta encontró un anillo con una piedra preciosa. No bien el anillo estuvo en manos de Turpín, Carlomagno se apresuró a dar sepultura al cadáver y volcó su amor en la persona del arzobispo. Para escapar de la embarazosa situación, Turpín arrojó el anillo al lago de Constanza. Carlomagno se enamoró del lago Constanza y no quiso alejarse nunca más de sus orillas.


LAS VUELTAS DE LA VIDA
Ernesto Langer Moreno
Chile (1956)

Ana María Alejandra del Carmen Asunción Regina Erminda Violeta, una mujer más bien tímida, sin gracia y casi imperceptible, recibió una cuantiosa herencia de una tía solterona y distante. Se conmovió tanto con la noticia, que cuando dispuso de la plata cambió su nombre por el de su generosa benefactora: Olga Martina Dulcinea Ruperta Dolores Mercedes Anastasia Colette. Y desde entonces, además, exigió que le llamaran por todos sus nombres. Especialmente a sus ahora numerosos pretendientes.


UNA HABITACION PRIVADA
Suniti Namjoshi
India (1941)

La quinta vez, las cosas fueron distintas. Le dio sus instrucciones, le entregó las llaves (incluida la pequeña) y se marchó solo cabalgando. Volvió a aparecer exactamente cuatro semanas más tarde. La casa estaba limpia, los suelos encerados y la puerta de la habitación pequeña no había sido abierta. Barbazul estaba asombrado.
- Pero, ¿no sentías curiosidad? -le preguntó a su esposa.
- No -respondió ella.
- Pero, ¿no deseabas descubrir mis secretos más íntimos?
- ¿Por qué? -le replicó la mujer.
- Bueno -dijo Barbazul-, es lo normal. ¿No deseabas saber quién era yo en realidad?
- Sois Barbazul y mi esposo.
- Pero el contenido de la habitación. ¿No deseabas ver lo que hay en el interior de esa habitación? - No -dijo la criatura-, creo que tenéis derecho a poseer una habitación privada.
Aquello lo irritó de tal manera que la mató en aquel mismo instante. En el juicio alegó provocación.



HISTORIA DEL JOVEN CELOSO
Henri Pierre Cami

Francia (1884-1958)

Había una vez un joven que estaba muy celoso de una muchacha bastante voluble. Un día le dijo: "Tus ojos miran a todo el mundo". Entonces, le arrancó los ojos. Después le dijo: "Con tus manos puedes hacer gestos de invitación". Y le cortó las manos. "Todavía puede hablar con otros", pensó. Y le extirpó la lengua. Luego, para impedirle sonreír a los eventuales admiradores, le arrancó todos los dientes. Por último, le cortó las piernas. "De este modo -se dijo- estaré más tranquilo". Solamente entonces pudo dejar sin vigilancia a la joven muchacha que amaba. "Ella es fea -pensaba-, pero al menos será mía hasta la muerte". Un día volvió a la casa y no encontró a la muchacha: había desaparecido, raptada por un exhibidor de fenómenos.


MALOS CONSEJOS
Ana María Shua

Argentina (1951)

Por consejo del hechicero, talló una figura de madera con la forma exacta de su enemigo. La quemó en el campo, de noche, bajo la luna. Atraído por el resplandor de la hoguera, su enemigo lo descubrió y lo mató de un lanzazo.


UN LUGAR LIMPIO Y BIEN ILUMINADO
Ernest Hemingway

Estados Unidos (1899-1961)

Era tarde y todos habían salido del café con excepción de un anciano que estaba sentado a la sombra que hacían las hojas del árbol, iluminado por la luz eléctrica. De día la calle estaba polvorienta, pero por la noche el rocío asentaba el polvo y al viejo le gustaba sentarse allí, tarde, porque aunque era sordo y por la noche reinaba la quietud, él notaba la diferencia. Los dos camareros del café notaban que el anciano estaba un poco ebrio; aunque era un buen cliente sabían que si tomaba demasiado se iría sin pagar, de modo que lo vigilaban.
- La semana pasada trató de suicidarse -dijo uno de ellos.
- ¿Por qué?
- Estaba desesperado.
- ¿Por qué?
- Por nada.
- ¿Cómo sabes que era por nada?
- Porque tiene muchísimo dinero.
Estaban sentados uno al lado del otro en una mesa próxima a la pared, cerca de la puerta del café, y miraban hacia la terraza donde las mesas estaban vacías, excepto la del viejo sentado a la sombra de las hojas, que el viento movía ligeramente. Una muchacha y un soldado pasaron por la calle. La luz del farol brilló sobre el número de cobre que llevaba el hombre en el cuello de la chaqueta. La muchacha iba descubierta y caminaba apresuradamente a su lado.
- Los guardias civiles lo recogerán -dijo uno de los camareros.
- ¿Y qué importa si consigue lo que busca?
- Sería mejor que se fuera ahora. Los guardias han pasado hace cinco minutos y volverán.
El viejo sentado a la sombra golpeó su platillo con el vaso. El camarero joven se le acercó.
- ¿Qué desea?
El viejo lo miró.
- Otro coñac -dijo.
- Se emborrachará usted -dijo el camarero. El viejo lo miró. El camarero se fue.
- Se quedará toda la noche -dijo a su colega-. Tengo sueño y nunca puedo irme a la cama antes de las tres de la mañana. Debería haberse suicidado la semana pasada.



APUNTES PARA SER LEIDOS POR LOS LOBOS
René Avilés Fabila

México (1940)

El lobo, aparte de su orgullosa altivez, es inteligente, un ser sensible y hermoso con mala fama... Trata de sobrevivir. Y observa al humano: le parece abominable, lleno de maldad, cruel; tanto así que suele utilizar proverbios tales como: "Está oscuro como boca de hombre", para señalar algún peligro nocturno, o "el lobo es el hombre del lobo", cuando este animal llega a ciertos excesos de fiereza semejante a la humana.


EL CUIDADOR
Armando Ayala Santos
Puerto Rico (1968)

Me encargaron cuidar a un muerto. Entretenlo, me dijeron. Lo toqué, estaba tan duro, tan tieso. Su boca sin aliento era una caverna de vacío. Se veía como esas larvas que dejan tras de sí las mariposas al nacer: un envoltorio de carne en putrefacción en donde hubo algo alguna vez -ni pensar que todos llegaremos a eso-. En un momento temblé, uno siempre teme cuando está cerca de un muerto: "¿y si se levanta?", piensa uno. Saqué mi libro de poemas que había estado leyendo y le leí uno. Pareció gustarle, se movió un poco, como si asintiera. Le leí otro, ya no lo miré, no quería romper ese lazo que, precariamente, comenzaba a tenderse entre nosotros. Seguí leyendo. La madrugada nos sorprendió con sus trinos y bostezos de luz. Abandoné la sala a la hora acordada, no sin antes prometerle: "No se vaya a ir usted. Mañana vengo", y movió un poco un dedo como si se estuviera despidiendo.


DESTINO DE LAS EXPLICACIONES
Julio Cortázar

Argentina (1914-1984)

En algún lugar debe haber un basural donde están amontonadas las explicaciones. Una sola cosa inquieta en este justo panorama: lo que pueda ocurrir el día en que alguien consiga explicar también el basural.


LA PAPELERA
Luis Mateo Diez Rodríguez

España (1942)

Por lo menos había visto a siete u ocho personas, ninguna de ellas con aspecto de mendigo, meter la mano en la papelera que estaba adosada a una farola cercana al aparcamiento donde todas las mañanas dejaba mi coche. Era un suceso trivial que me creaba cierta animadversión, porque es difícil sustraerse a la penosa imagen de ese vicio de urracas, sobre todo si se piensa en las sucias sorpresas que la papelera podía albergar. Que yo pudiera verme tentado de caer en esa indigna manía era algo inconcebible, pero aquella mañana, tras la tremenda discusión que por la noche había tenido con mi mujer, y que era la causa de no haber pegado ojo, aparqué como siempre el coche y al caminar hacia mi oficina la papelera me atrajo como un imán absurdo y, sin disimular apenas ante la posibilidad de algún observador inadvertido, metí en ella la mano, con la misma torpe decisión con que se lo había visto hacer a aquellos penosos rastreadores que me habían precedido. Decir que así cambió mi vida es probablemente una exageración, porque la vida es algo más que la materia que la sostiene y que las soluciones que hemos arbitrado para sobrellevarla. La vida es, antes que nada y en mi modesta opinión, el sentimiento de lo que somos más que la evaluación de lo que tenemos. Pero sí debo confesar que muchas cosas de mi existencia tomaron otro derrotero. Me convertí en un solvente empresario, me separé de mi mujer y contraje matrimonio con una jovencita encantadora, me compré una preciosa finca y hasta un yate, que era un capricho que siempre me había obsesionado y, sobre todo, me hice un transplante capilar en la mejor clínica suiza y eliminé de por vida mi horrible complejo de calvo, adquirido en la temprana juventud. El billete de lotería que extraje de la papelera estaba sucio y arrugado, como si alguien hubiese vomitado sobre él, pero supe contenerme y no hacer ascos a la fortuna que me aguardaba en el inmediato sorteo navideño.