18 de noviembre de 2008

Entremeses literarios (XV)

LA PARED
Javier Villafañe
Argentina (1909-1996)
En una ciudad, en la costa del Pacífico, hay una pared que está por caerse. Son los restos de una muralla que hace siglos -piedra sobre piedra- levantaron los indios.
- Cuidado -decían los habitantes de la ciudad, cuando algún turista iba a pasar al lado de la pared-, cruce la calle. Esa pared puede caerse.
Era un peligro esa pared. Podía caerse de un momento a otro. Sobre la pared dormían la siesta los gatos en invierno. Había lagartijas al pie de la pared. Había una enredadera. Había hormigas que subían y bajaban por la pared. Había ratas debajo de la pared. En un hueco de la pared había un nido de pájaros. Había arañas.
Un día hubo un terremoto. Todo se derrumbó en la ciudad: la iglesia, el hotel, la cárcel, los árboles. Sólo quedó la pared de pie, inclinada, a punto de caerse.



3:30 P.M.
Alexander PorteroCuba (1975)

Me dejó allí, desnudo y se fue. No me dijo qué hacer. Maldita cigüeña.


LA CONSULTA
Alvaro Menén Desleal
El Salvador (1931–2000)

- Tengo razones fundadas, doctor -dijo el hombre de impoluto traje blanco, pacientemente recostado en el diván del psiquiatra-, para suponer que padezco de una personalidad dividida.
El psiquiatra anotó en su libretita que, tentativamente, desechaba la presencia de una esquizofrenia: en general, una persona afectada de tal dolencia evita la consulta con el médico. La consulta duró casi dos horas. Hubo preguntas cortas y respuestas largas.
Aparentemente más tranquilo, el hombre se despidió del psiquiatra, pagó a una secretaria el valor de la consulta, y ganó la puerta. En la calle, vestido de negro riguroso, le esperaba otro hombre.
- ¿Lo confirmaste? -preguntó el hombre de negro.

- No sé -fue la respuesta del hombre de blanco.
Luego se fundieron en un solo individuo, enfundado en un traje gris.



GUSTOS PARTICULARES
Juan Rodolfo Wilcock
Argentina (1919-1978)

Entre las extrañas prácticas a las que deben exponerse las prostitutas inglesas para satisfacer los gustos imprevisibles de ciertos clientes, se recuerda este caso: un señor -a quien poco antes se le había muerto la mujer- hacía llamar una muchacha atractiva, la vestía con un camisón, le daba un rosario, una Biblia y una palanca, y le ponía una corona de rosas en la cabeza; después la hacía tenderse en un ataúd, clavaba la tapa y salía de la habitación. La muchacha debía abrir el ataúd con ayuda de la palanca, y entonces podía volver a casa.


ESCAPAR
Gustavo Arango
Colombia (1964)

Han venido a decirme que debía marcharme. Que no había tiempo que perder. Que no había tiempo ni espacio para llevarme nada. Que una sombra que puede ser la misma muerte me acechaba. Han dicho que tendremos que ir muy lejos. Me han apurado para que me vista, para que no pierda segundos preciosos amarrándome el calzado. Al salir, he podido echarle un vistazo a mi lugar casi sin ver nada, sin fijar la mirada en lo que dejaba. Sólo luego, ya cuando el asedio parece distante, he tenido tiempo para hacer nítida la última visión. He visto las fotografías en el nochero, esperemos que la memoria no borre la imagen de los que quiero. He visto mi reloj, su segundero roto. El cenicero que me regaló la tía Carola. Los cuadros en la pared, sus rústicos marcos. Los cuadernos. Mis lápices. La jarra del agua. El calorcito que hacía en ese sitio, mi hogar. Y me he sentido triste, vacío en ese camino que desconozco y que ahora recorro, despojado por aquellos que pretendían salvarme del despojo. Y me he preguntado si, en la prisa por partir, no me habré dejado a mí también.


EXCESOS DE PASION
Ana María Shua
Argentina (1951)
Nos amamos frenéticamente fundiendo nuestros cuerpos en uno. Sólo nuestros documentos de identidad prueban ahora que alguna vez fuimos dos y aún así enfrentamos dificultades: la planilla de impuestos, los parientes, la incómoda circunstancia de que nuestros gustos no coinciden tanto como creíamos.


CREDITO
Michel Tournier
Francia (1924)

Había olvidado esa conversación cuando, dos semanas más tarde, recorría con mi séquito el mercado de Baaluk, famoso por la diversidad y el remoto origen de los productos que reúne. Siempre he sentido curiosidad por las cosas extrañas y por los seres raros que la naturaleza se complace en inventar. Siguiendo mis órdenes, se ha instalado en mis parques una especie de reserva zoológica donde se da alimento a notables representantes de la fauna africana. Tengo gorilas, cebras, orix, ibis sagrados, pitones de Seba, cercopitecos reidores. Prescindí, por demasiado comunes y de simbolismo vulgar, de los leones y las águilas, pero estoy esperando un unicornio, un ave fénix y un dragón que me prometieron unos viajeros de paso y que les pagué por anticipado para mayor seguridad.


TRIANGULO CRIMINAL
Raúl Brasca

Argentina (1948)

Vayamos por partes, comisario: de los tres que estábamos en el boliche, usted, yo y el "occiso", como gusta llamarlo -todos muy borrachos, para qué lo vamos a negar- yo no soy el que escapó con el cuchillo chorreando sangre. Mi puñal está limpito como puede apreciar; y además estoy aquí sin que nadie haya tenido que traerme, ya que nunca me fui. El que huyó fue el "occiso" que, por la forma como corría, de muerto tiene bien poco. Y como él está vivo, queda claro que yo no lo maté. Al revés, si me atengo al ardor que siento aquí abajo, fue él quien me mató. Ahora bien, puesto que usted me está interrogando y yo, muerto como estoy, puedo responderle, tendrá que reconocer que el "occiso" no sólo me mató a mí, también lo mató a usted.


DESPERTAR
Choan C. Gálvez
España (1976)


En episodios anteriores he despertado solo o acompañado, con y sin resaca, tiritando de frío o bañado en sudor. Pero esto de hoy es inaudito, no tiene nombre: me he despertado creyendo en Dios. Con fe firme. Sin resquicios.
Tomo un vasito de agua y regreso a la cama. Ruego a nuestro señor para despertar ateo y con ganas de hacer pis, según tengo por costumbre.


UN CUENTO MEMORABLE
Alejandra Pizarnik
Argentina (1936-1972)

- Esa de negro que sonríe desde la pequeña ventana del tranvía se asemeja a Mme. Lamort -dijo. 
- No es posible, pues en París no hay tranvías. Además, esa de negro del tranvía en nada se asemeja a Mme. Lamort. Todo lo contrario: es Mme. Lamort quien se asemeja a esa de negro. Resumiendo: no sólo no hay tranvías en París sino que nunca en mi vida he visto a Mme. Lamort, ni siquiera en retrato.
- Usted coincide conmigo -dijo-, porque tampoco yo conozco a Mme. Lamort.
- Quién es usted? Deberíamos presentarnos.
- Mme. Lamort -dijo-. ¿Y usted?
- Mme. Lamort.
- Su nombre no deja de recordarme algo -dijo.
- Trate de recordar antes de que llegue el tranvía.
- Pero si acaba de decir que no hay tranvías en París -dijo.
- No los había cuando lo dije, pero nunca se sabe que va a pasar.
- Entonces esperémoslo puesto que lo estamos esperando.