14 de octubre de 2008

Jonathan Littell: "Tenía ganas de escribir, pero no sabía muy bien con qué fin"

Un mes y medio antes de que saliera su novela "Les Bienveillantes" (Las benévolas)", que rápidamente se convirtió en un fenómeno editorial y social, y con la que ganaría el premio Goncourt, el escritor norteamericano francófono Jonathan Littell (1967) concedió una entrevista al periodista suizo Bruno Krebs de la revista trimestral francesa "La Revue Littéraire" para su edición nº 28 del 1 de septiembre de 2006. En ella, evocó tanto su itinerario personal -desde sus pasiones de adolescente y el influjo de sus lecturas juveniles hasta su experiencia de asistente humanitario en zonas en conflicto- como la gestación y los aspectos políticos, filosóficos y metafísicos de un libro escrito bajo la égida del pensamiento griego. Por sobre todo, explicó la personalidad fascinante, torturada y emblemática de su protagonista: el oficial nazi Maximilien Aue.Muy a menudo, una primera novela no es tal; hay tres o cuatro detrás. Es la parte entreabierta del cajón. En su caso, se tiene la impresión contraria: "Las benévolas" es un libro tan monumental, tan extraño, que parece ser la obra de una vida. Es inimaginable que un hombre de su edad (si no me equivoco, usted tiene treinta y ocho años) pueda escribir semejante novela sin poner en ello toda su energía creadora.

No es el primer libro que publico. Cuando tenía diecinueve o veinte años, saqué una novela de ciencia ficción en Estados Unidos. Pero, en realidad, no cuenta. Me la pidieron para una pequeña serie bastante mala. Por la misma época, también por encargo, hice un guión cinematográfico. No tomaba esas cosas en serio. Hecha esta salvedad, técnicamente, no es una primera novela. Por eso me negué, cuando Gallimard quiso poner "primera novela" en la contratapa. Finalmente, llegamos a un acuerdo: la expresión "primera obra literaria" era más exacta.

Ya es un veterano en la técnica literaria o, en todo caso, narrativa.

En cierto sentido, sí. Luego, después de la universidad, entre los veintiuno y los veinticinco años, más o menos, practiqué la traducción literaria.

¿Qué estudió en la facultad?

En Estados Unidos no son especializadas, como aquí. Estudié de todo un poco, desde arte contemporáneo hasta física cuántica, pasando por la sociología y el jazz. Por cierto, también estudié literatura.

Antes de eso, residió en Francia.

Sí. Nací en Nueva York, pero vine a Francia cuando tenía tres años. Después regresé a Estados Unidos. Viví allí desde los trece hasta los dieciséis años.

Básicamente, recibió su formación inicial en Francia, en francés.

Sí, tanto más cuanto que desde los trece hasta los dieciséis años asistí al liceo francés de Nueva York. Luego, aprobé mi bachillerato en París. Y después fui a la universidad.

Por ese tiempo, ¿escribía algo, aparte de los encargos y las traducciones?

No. En verdad, ni siquiera tenía verdadera conciencia de esa posibilidad. Exagero un poco, pero no estaba muy al tanto del asunto. Sin embargo, el verano en que escribí ese librito de ciencia ficción, en Colorado, conocí a William Burroughs y eso me abrió hacia nuevas dimensiones. Lo quiero mucho. Me regaló "Naked lunch" (El festín desnudo). Leyó algunas páginas de mi libro. El adoraba la prosa barata. Empecé a leer y traducir a todos los escritores modernos. Traduje a Blanchot, Genet, Sade... Mis traducciones permanecen inéditas, salvo algunas cartas de Sade que salieron en una revista literaria. En realidad, quería publicarlas como libros y tenía editores. Después, eso capotó; nunca pudimos adquirir los derechos.

¿Qué tenía en la mente cuando hacía esas traducciones? ¿Una simple carrera de traductor? ¿O era consciente de que se estaba ejercitando para una eventual obra propia?

Tenía ganas de escribir, pero no sabía muy bien con qué fin. Escribía pequeñeces, un poco al azar.

¿En qué idioma?

Al principio, en inglés. Luego, en un momento dado y por diversas razones, pasé al francés. Pero, de todos modos, pronto abandoné. Eso fue hacia 1992.

¿Qué abandonó? ¿Todo, incluidas las traducciones?

Sí. Fue entonces cuando regresé a Europa. Unos seis meses después, estaba en Bosnia. Colaboré en la asistencia humanitaria durante siete años. Fueron siete años de trabajo de campo.

¿En qué asociación?

En "Action Contre la Faim" (Acción Contra el Hambre). Pero por pura casualidad. En realidad, había ido a Sarajevo por mi cuenta, sin saber qué haría allí. Recorrí Europa Oriental y, al llegar a Dubrovnik, encontré a una gente que me dijo que no era tan complicado ir a Sarajevo. Fui a ver qué pasaba y comprendí que no podía quedarme como turista. Por varios motivos, tampoco quería hacer periodismo, de modo que me enrolé en la acción humanitaria. Me reclutaron ahí mismo. Por entonces, a fines de 1993, los criterios de reclutamiento eran mucho más flexibles que ahora. Aceptaban a quienquiera que fuese lo bastante idiota como para ir a Sarajevo en plena guerra. Ahora se ha profesionalizado mucho; exigen capacitación previa, etcétera. Yo me formé sobre la marcha. Me quedé dos años en Bosnia, hasta que terminó la guerra. Luego cumplí otras misiones.

Ese alistamiento significó, pues, una larga interrupción de sus actividades literarias, fueran cuales fueren: textos personales o traducciones, novelas baratas o guiones...

Sí. Pero seguí leyendo mucho. Es lo más apropiado para las misiones de guerra: con los toques de queda y todo eso, uno dispone de tiempo, está siempre a cubierto, encerrado en su casa. Tenía pilas de libros, sobre todo de "La Pléiade". Son los mejores en esas circunstancias: la relación entre la cantidad de páginas y el peso es buena y duran más. Leí muchísimo.

Pero, ¿había renunciado a llegar a escribir algún día?

Oh, no... De hecho, ya tenía la idea de ese libro en el fondo de mi mente, desde 1989.

¿Cómo era esa idea inicial? ¿Cómo imaginaba el libro?

Tenía una foto que había encontrado por casualidad cuando iba a la universidad. Por entonces, ni siquiera sabía qué era. Más tarde, supe que era un icono de la propaganda soviética de guerra: el cadáver de una partisana rusa, muerta por los nazis frente a Moscú. Lo encontraron semidesnudo, devorado por los perros. En el libro, lo describo brevemente, sin poner demasiado énfasis, en homenaje a esa foto. Me había impresionado mucho el contraste entre la belleza de la muchacha y el horror de la escena, de ese cadáver sobre la nieve, destrozado por los perros. Es una foto atroz, pero hermosa. Mi idea inicial giraba en torno a eso, a la guerra en sí y, en particular, al frente oriental.

¿Qué pensaba hacer con ella?

Oh, cualquier cosa.

¿Todavía no era una idea definida?

No.

¿Pero persistió todos esos años?

Sí. Hubo casi doce o trece años de reflexión, antes de que comenzara a elaborarla de veras. Durante ese tiempo, se formaron capas, se acomodaron ciertos bloques. Necesitaba acumular la mayor cantidad posible de esas capas, que se descompusieran y fueran penetrando unas en otras para formar una especie de humus. En 1998, descubrí la estructura fundamental, inspirada en la "Orestea" (Orestíada) de Esquilo. Hasta ese momento, tuve apuntes vagos, pero ningún material sistemático. Me tomé seis meses de vacaciones con mi amiga. Hicimos un viaje estupendo por Asia Central. Fuimos a Paquistán, Tadjikistán... y pasamos tres semanas bloqueados en Bishkek, en condiciones un tanto molestas. Esperábamos una visa iraní que no nos querían entregar. No teníamos absolutamente nada que hacer. Paseamos mucho. Hubo tiempo para la reflexión. Allí concebí el montaje del libro.

¿Fue entonces cuando imaginó tomar como protagonista a un oficial nazi y darle la palabra?

No; lo pensé desde un principio. Lo que vino más tarde fue situarlo en el centro de los procesos de exterminio. Como ya dije, mi punto de partida fue una noción de la guerra. Pero después de haber trabajado por un tiempo en varias guerras, no sé por qué, el proyecto evolucionó hacia los aspectos burocráticos del exterminio.

Ya tenía dispuesto lo esencial: el personaje, la estructura... ¿Empezó a escribir?

Todavía no. Por cierto, si bien hasta 1998 sólo tenía fragmentos, a partir de allí me dije: "Ahora tengo el libro y sé por dónde tomarlo". Simplemente, me ofrecieron un puesto en Rusia. Debía ocuparme de las cárceles y los orfanatos. Era un trabajo muy interesante, pero más bien tranquilo, que permitía llevar una vida normal. Eso duró seis meses. Luego, recomenzó la guerra en Chechenia y allá fui, a vivir quince meses de conflicto, un poco a regañadientes, forzado por los acontecimientos. Después, en 2001, tuve que dejar de trabajar. Comprendí que era el momento de meterme en el libro. Me dediqué por completo a él. Leí cientos de libros, visité los escenarios de la acción... Mis investigaciones duraron casi un año y medio.

Y entonces pudo escribirlo...

Sí.

Antes de esas investigaciones, ¿veía a su personaje? ¿Ya era algo concreto, preciso, o pudo dibujarlo a través de esa búsqueda?

Cuando concebí la estructura básica, él tenía... no diría que una existencia psicológica pero, en fin, una existencia como personaje. En cambio, necesitaba inscribirlo en una determinada realidad histórica. Conocía su estilo, su modo de ser. Me faltaba precisar su entorno, su trayectoria, si usted quiere, su "curriculum".

Eso es lo que sorprende desde el vamos: el personaje se impone de entrada, justamente por su estilo. Estamos frente a alguien. Está la documentación, que es considerable: esos detalles, esa reconstrucción de los hechos, pero su presencia se impone por encima de todo.

El peligro era ahogarme en un mar de datos. Debía hacer malabarismos con todos los elementos recogidos y, al mismo tiempo, mantener la unidad de la obra desde el comienzo hasta el fin. Por eso se impuso, como nota fundamental, el uso de la primera persona. Traté de mantener esta tónica.

Creo que lo ha logrado y que ahí radica la fuerza de la novela, su magnetismo. Por otra parte, da la impresión de haber sido escrita de un tirón, sin tomar aliento.

Sí, así fue. De hecho, escribí el primer borrador en cuatro meses. "Esto sale o se quiebra", me dije. Y marchó. Me salió de un tirón. Me había aislado por completo; no veía a nadie, salvo a mi amiga y mi hijo, y aun así... Después, pasé unos años puliéndolo, pero lo esencial estaba allí.

¿Qué diría usted hoy de su narrador? ¿Qué sentimientos le provoca?

Es difícil hablar bien de semejante canalla.

Sí, pero ha convivido con él por largo tiempo.

Podría decir que soy yo.

Y hay momentos en que resulta difícil hablar bien de uno mismo...

Sí, naturalmente. Digamos que podría haber sido yo si, en vez de nacer en Estados Unidos en 1967, hubiera nacido en Alemania en 1913. Así lo abordé. Las personas no eligen de un modo absoluto e inevitable. En ese tipo, hay mucho de mí mismo, junto a muchas otras cosas que me son ajenas. El pone en su nazismo tanta sinceridad como yo en mis actividades humanitarias. Hasta cierto punto, ése es el sentido del libro. Pero eso no significa que lo exculpe.

Desde ese punto de vista, el hecho de que usted no se exculpe a sí mismo, en cierto sentido lo exculpa a él, aunque sea parcialmente: el azar quiso que él naciera en 1913 y no en 1967.

Sí, pero al mismo tiempo... La influencia del pensamiento griego sobre el libro va mucho más allá de una estructura inspirada en Esquilo. Me encanta el modo en que los griegos concebían la moral. Es mucho más pertinente para este tipo de fenómenos que el enfoque judeocristiano. Este nos coloca en la falta, en el pecado, en el juego entre el mal pensamiento y la mala acción. La actitud griega es mucho más rotunda. Lo digo en el libro: cuando Edipo mata a Layo, no sabe que es su padre, pero eso no les importa a los dioses: "Has matado a tu padre". Se acuesta con Yocasta sin saber que es su madre, pero eso no altera el hecho en sí: "Eres culpable y basta". No se tiene en cuenta la intención. Así se hizo en los procesos de la posguerra; es el único modo de hacerlo. Fulano ha cometido tal acción. Poco importa por qué razón. Si lo hizo de buena o mala fe, por dinero o por convicción, es asunto suyo: cometió esta acción, será juzgado y condenado. Eso es todo. Después, unos fueron ejecutados; otros, encarcelados y otros, liberados. Hasta hubo quienes nunca fueron arrestados. Eso no es justo. Pero es así. Es el azar de los procesos. Nada tiene que ver con la culpabilidad.

O sea que su libro no versa sobre la culpabilidad o la inocencia. No es un libro sobre la justicia.

En efecto, no lo es. El narrador lo dice al comienzo: hizo lo que hizo, no está allí para justificarse, sino sólo para explicarnos cómo ocurren esas cosas. A mí me interesa precisamente eso: cómo suceden las cosas. En mi trabajo, a menudo me he visto obligado a tratar con gente parecida a él: asesinos serbios, ruandeses, chechenos, rusos, afganos... Les estrechaba la mano con una gran sonrisa. Es una cuestión profesional: estamos allí para obtener de ellos lo que queremos y punto. No los juzgamos.

Pero ¿qué quería obtener de su personaje?

Y bien, quería saber cómo pasaba eso. Frente a esa clase de tipos, no logro comprender cómo pueden hacer semejantes cosas. Son muy extraños y hasta completamente delirantes. Un día, en Sarajevo, dispararon unos cañonazos por encima de mi coche. Al día siguiente, fui a quejarme ante los serbios y encontré a un coronel, a quien conocía. "Usted no tiene derecho a tomar esa ruta; por consiguiente, lo tiene merecido. De todos modos, si yo hubiera querido liquidarlo, lo habría hecho", me dijo. Tuvimos una gran discusión y me explicó por qué hacía todo eso: "Antes, me dedicaba a pescar con caña y en mi casa, en Sarajevo, tenía cebos por valor de 20.000 marcos. Esa gentuza ruin saqueó mi departamento y se llevó todos mis cebos". Y ese tipo llevaba tres años bombardeando Sarajevo y matando gente como francotirador. Todo por unos cebos.

El narrador también queda atrapado en el proceso de extermino de una manera arbitraria y absurda. Su primera intención no es matar a la gente.

¡De ningún modo! Al comienzo, no es un canalla; más bien, es un tipo decente. En un momento, dice algo así: "¿Quién habría podido imaginar que se recurriría a juristas para asesinar personas sin proceso previo? Cuando me alisté, no pensaba en absoluto que era para eso". Después... hizo lo que le ordenaron. ¡Qué lástima! Pero así son las cosas. Es un muchacho obediente. Yo no; tal vez, yo habría tenido un reflejo de rechazo, no lo sé. Pero él actúa dentro de su propia lógica.

Ahora que ha terminado ese trabajo enorme y ha entrado en la vida de ese hombre, ¿cree comprenderlo mejor?

Sí y no. No lo comprendo intelectualmente, pero... En cierto modo, viví esas experiencias.

Pasó por el camino que él había recorrido.

Sí, pero en la ficción. Ese tipo se aparta de las normas en muchos aspectos. Los que estaban metidos en eso eran, en su mayoría, amorales absolutos que, a diferencia de él, no se planteaban interrogantes. Con su mirada lúcida, dentro de los engranajes, él me permitió observar a los otros, disecar a los verdugos de toda clase que lo rodeaban. Hecha esta salvedad, le diré que eso en nada cambia las cosas. Una mejor comprensión no impedirá que los norteamericanos hagan barbaridades que no podrán compararse con las que trato en el libro pero, aun así, son enormes. No sólo tienen la fuerza, el poderío; también tienen ejércitos de juristas, de gente que ha estudiado más que yo y cobra sueldos fabulosos por explicar que las torturas, los encarcelamientos arbitrarios y todo eso son lícitos. No tiene el mismo sentido que en la situación en que está mi narrador, pero está cerca.

¿De nada sirve la comprensión?

Sí, sirve, pero después está la política, lo social, y lo social es la masa. La masa no va forzosamente por el buen camino. En Estados Unidos, reelige a Bush porque lo ama y se reconoce en él, haga lo que haga. Cree en Dios, es devoto. Todo va bien. ¿Qué podemos hacer contra eso? Yo, simplemente, emigro.