6 de agosto de 2008

Yves Montand: "El cine político es de gran utilidad"

Yves Montand (1921-1991) fue un cantante y actor francés de origen italiano que desde 1946, año en que empezó su carrera actoral, participó en alrededor de sesenta películas. Gran cantante desde su adolescencia, fue apadrinado por Edith Piaf (1915-1963), quien también le ofreció su primer papel en el cine. Fue dirigido por los realizadores más dispares, desde Henri Georges Clouzot a Jean Luc Godard, pasando por André Delvaux. Sin embargo, fueron sus films políticos "Z", "Etat de siége" (Estado de sitio) y "L'aveu" (La confesión)- los que le dieron el apoyo masivo de la crítica cinematográfica. Este reportaje, publicado por la revista francesa "Cine­ma 74" nº 185 (octubre de 1974), fue realizado por Rene Predal y revela claramente las razones que impulsaron a Montand a participar en la trilogía de Costa Gavras.¿La canción y el cine son para us­ted dos dominios totalmente diferentes, o su trabajo de actor está influido por su actividad de cantante?

Digamos que yo interpreto cancio­nes y películas, habiendo tomado esta última actividad supremacía sobre la pri­mera desde hace algunos años. Pero para mí, el mundo del espectáculo es solamente uno: el teatro, el music hall o el cine, me permiten expresarme de la misma manera, a partir del momento en que me comprometo totalmente con lo que hago. Ser actor es, de vez en cuan­do, una disciplina muy dura, desde luego sin compararla al trabajo en las minas o en el puerto. Es muy agotador para los nervios por­que es necesario poder reaccionar siem­pre instintivamente, estar permanente­mente dispuesto. Todo esto, es cierto, nos mantiene muy próximos al mundo de la infancia...

¿Trata usted de introducir muchas modificaciones al personaje que debe interpretar?

Depende, pero en general no. Acabo de leer el guión de la próxima película de Claude Sautel que haré inmediata­mente después de "Le hasard et la violence" (La ternura y la vio­lencia) de Labro y no veo la necesidad de modificarlo: hay varios personajes que se igualan en importancia; está muy bien así. Interpretar un "número personal" so­bre un mal guión no tiene para mí nin­gún interés. Es por ello que a veces descuido mis gustos personales para escoger un papel si lo considero supedi­tado al interés de las ideas -divertidas o serias- propugnadas por la película. Me complazco en lanzarme a desafíos para vencerlos, me gusta el riesgo, es por eso que no lamento haber pasado de "La folie des grandeurs" (Manía de grandezas) a "La confesión", aun­que a veces se me haya reprochado aquel film. Allí asumía muchos riesgos: efec­tivamente, si todo eso hubiera fracasado, me habrían criticado enormemente, pero ni De Funes ni Oury hubieran sido pues­tos en tela de juicio. Habiendo tenido éxito, se considera normal. Finalmente participar en "Tout va bien" (Todo va bien) es casi más seguro, puesto que me ha otorgado el derecho de ser estimado por mi partici­pación en dicha película, independiente­mente del resultado. Por supuesto, no hablo desde el punto de vista del valor artístico de las obras, pero sí al nivel de mi trabajo artesanal de actor.

¿Qué opinión le merece el cine político?

Cuando Costa Gavras realizó "Z", ha­cía más de diez años que se decía: en Francia nadie se atreve a producir pe­lículas políticas como en los Estados Unidos o en Italia... esto es una ver­güenza. Costa Gavras, Jorge Semprun y Alain Resnais durante un año trataron de realizar la película; todos los productores rehusa­ban, tanto los franceses, como los norteame­ricanos, que se jactan de ser liberales. Cuando Costa Gavras por fin pudo realizarlo -merced a la anuencia de va­rias "vedettes"- y lograr que fuera estre­nado, durante tres días no tuvo éxito de taquilla, pero la crítica fue entusiasta. Después la película tuvo un éxito extra­ordinario... y cierta crítica hizo un gesto de desagrado porque para ella el éxito es casi siempre sospechoso.

Usted protagonizó "Z" y otros films considerados políticos, ¿qué opina de ellos?

En general se reprochó la película y especialmente se le recriminó no reflejar al pueblo griego, ¡qué estupidez! Era un juicio malintencionado. Costa Gavras, de origen griego, quería demostrar cómo el ejercicio del poder llega -en su país o en otra parte- a hacer matar hombres políticos cuyas ideas son consideradas peligrosas. Creo que la película lo explica perfectamente, y eso es lo importante. "La confesión" no es tampoco toda la his­toria del socialismo, pero quería demos­trar precisamente cómo, en un contexto ideológico que nos es caro, aquél del socialismo, se ha llegado a intentar juicios semejantes. En cuanto a "Estado de sitio", no se trata íntegramente todo el problema de América Latina (se requeriría una pelícu­la de 24 horas), pero muestra el verda­dero papel desempeñado por la CIA en ciertos países. Díganme, distinguidísimos jueces, dónde y cuándo habíamos visto ésto antes. ¿En dónde...? ¿Cuándo...? He ahí lo que Costa Gavras que­ría decir. Pienso que lo ha hecho clara­mente y que estas películas son de una gran utilidad. Pero Costa Gavras no ha dicho jamás que ésa es la única manera de realizar películas políticas. En todo caso ha abierto el camino que muchos críticos ansiaban íntimamente, antes de deni­grarlo como hoy. Si los jóvenes realiza­dores piensan que no hemos ido bastante lejos, les toca a ellos ir más allá y hacerlo mejor. Desgraciadamente, la crítica dista mucho de la acción y cuando veo las películas que realizan hoy los anti­guos críticos de "Cahiers du Cinema" dudo que nos den algún día películas más justas y más eficaces que las de Costa Gavras.

¿El problema consiste en saber qué forma darle al cine político, cómo ha­cer entrar la política en el cine, cómo tratar los temas políticos en el cine?

En la Francia de hoy, la gente se embebe de política desde el desayuno hasta la hora de acostarse: radio, diarios, televisión, giran alrededor del tema. En­tonces ¿cómo quiere usted que deseen ir todavía al cine para oír de nuevo hablar de política? Pero si la película desarrolla el tema de manera espectacular y con el atractivo de algunos grandes actores, el público concurrirá y recibirá -casi a pesar suyo- el mensaje político si lo hubiere. Resumiendo, no tenemos dos alterna­tivas, solamente una: podemos elegir en­tre hacer una película militante, paralela, que nadie o pocos veremos y que por lo tanto no molestará en absoluto al sistema -o los sistemas-, o bien se acepta lo espectacular y las "vedet­tes" de esos famosos sistemas... en fin, puede ser que haciéndolo así se logre un impacto interesante, quizás...

¿Para usted el cine paralelo es inútil?

De ninguna manera. Es a menudo válido en numerosos planos pero creo que no tiene más que una relativa efi­cacia. Hay sin embargo, por lo menos un cineasta militante que yo admiro co­mo hombre y como director, cuyo tra­bajo es útil en extremo. Se trata de Chris Marker. Sabe efectivamente com­prometerse a fondo en las causas justas -o que le parecen justas- renunciando a la cámara cuando lo cree necesario para utilizar otros medios. Así, se convirtió hace algunos años en el único cineasta francés que participó en la campaña de la zafra en Cuba, mientras que otros -yo entre ellos- discutíamos confortablemente sobre Cuba quedándonos en París: eso es fácil; él participa en el combate, pre­sentando después, inteligentemente su testimonio. Desgraciadamente para mí, no soy cineasta.