8 de agosto de 2008

Nicolás Guillén: "Los poetas jóvenes debieran demorarse a estudiar los clásicos"

Nicolás Guillén (1902-1989) es considerado el Poeta Nacional de Cuba. En 1982, el III Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), declaró: "Guillén significa el más alto ejemplo actual de vida y obra creadoras, que por su fidelidad inquebrantable a la tradición patriótica y revolucionaria de la cultura cubana, ha sido capaz de expresar, con vigoroso genio artístico, la sensibilidad, el carácter, el proceso histórico y el espíritu combativo de un pueblo, de un ámbito geográfico y de una época". Hacia mediados de 1974, el renombrado periodista y escritor cubano Ciro Bianchi Ross (1948) mantuvo en La Habana una larga charla con el poeta, algunos de cuyos pasajes se reprodujeron en la recordada revista "Crisis" (nº 15, Buenos Aires, julio de 1974).Háblenos sobre su formación litera­ria. Y sobre su infancia.

Mi padre era un hombre bien infor­mado de la política y las letras de su tiempo, y fue a él a quien yo sometí para su juicio, mis primeros conatos literarios; pero no tuve una formación sistemática ni estricta. Mi padre era además un diri­gente liberal de vida muy agitada, y un periodista profesional de gran prestigio. Recién llegado de la Guerra de Indepen­dencia, de donde vino con el grado de alférez, fundó con un correligionario suyo un pe­riódico al que ellos llamaron "La dos repúblicas". Cuando yo nací, pues, "Las dos repúbli­cas" era un periódico familiar en mi casa, y después, durante diez o doce años más fue el único periódico liberal importante que había en la ciudad. Cuando yo tenía seis u ocho años iba a los talleres y la redacción de aquel diario. No recuerdo si ya entonces había en la puerta de la casa en que "Las dos repúblicas" se edita­ba, la muestra que luego vi cuando la redacción y los talleres cambiaron de ubi­cación y era yo mayor. Esa muestra ofre­cía al centro el título del periódico, a un lado el escudo norteamericano y al otro el de Cuba. El escudo yanqui, por supues­to, con un águila que tenía las alas muy abiertas, el ojo muy duro, las garras muy fuertes y el pico muy curvo. De aquellos días guardo el recuerdo de cuando los liberales se alzaron contra el presidente conservador Estrada Palma. Yo, que había nacido en 1902, tenía entonces seis o siete años. Como es sabido, en las elecciones que celebraron los norteamericanos práctica­mente llamados por el gobierno conser­vador, los liberales resultaron triunfado­res, lo que determinó la elección de mi padre a Senador. A pesar de que mi padre se veía pre­cisado por razones de su cargo a perma­necer bastante tiempo en La Habana, na­die de nuestra familia vio la capital, y yo, que fui el primero en hacerlo, tuve que esperar hasta 1920. Estas largas ausencias de mi padre eran compensadas por la alegría de su regreso. Por aquellos días no eran frecuentes los automóviles en Camagüey, de manera que el público se valía de los coches de punto. En uno de ellos llegaba siempre mi padre rodea­do de paquetes y una gran maleta, con regalos para mi madre. Fue en uno de estos viajes cuando él trajo el fonógrafo, ya sin aquella bocina enorme que los pri­meros aparatos de esta clase tenían y que en los dibujos de propaganda apare­cía con un pequeño perro "oyendo la voz del amo". Con el fonógrafo mi padre trajo una serie de discos, cuyos nombres todavía recuerdo, pues hirieron profunda­mente mi imaginación infantil. Por cierto, que de tanto oírlos me los aprendí de memoria y los chiflaba con gran alegría de mi padre. No sé quien creyó descubrir en mí dis­posiciones para la música; pero lo cierto es que sin saber cómo ni cuándo me vi en las manos de un maestro de este arte, que todos llamaban el señor Pérez, el cual nunca logró bajarme del tejado de mi casa, donde yo lo esperaba.

¿Qué estudios hizo usted en Ca­magüey?

Me gradué de bachiller en ciencias y letras. Pero no pude nunca asistir a las clases en el Instituto o Liceo a causa de mi trabajo. Yo tenía que trabajar de ti­pógrafo (junto con mi hermano Francisco, hoy abogado) en una imprenta de unos amigos de mi padre, ya entonces muerto. El horario no era como el de hoy. Se entraba a la siete de la mañana y se salía a las doce; se vol­vía a la una y se salía a las seis. A las ocho de la noche iba a dar mis clases hasta las diez. En aquella época los pro­fesores oficiales no sólo daban clases particulares, previo pago por supuesto, sino que las daban de acuerdo con un li­bro de texto publicado por ellos y que el alumno tenía que comprar: gramática, literatura, matemáticas. Cuando me gradué de bachiller ingresé en la Universidad de La Habana, la única que había entonces, como alumno de la Escuela de Derecho. Sólo estu­dié un año, que aprobé. Abandoné el es­tudio de la carrera, y al hacerlo publiqué un poema en tres sonetos, titulado "Al margen de mis libros de estudios" que se pu­blicó en el primer número de la revista universitaria "Alma Mater". Después regresé a Camagüey y allí permanecí varios años trabajando como periodista, hasta que en diciembre de 1927 volví a La Habana...

¿Y qué hizo en La Habana?

Era la tercera vez que venía, y fue la vencida, pues me quedé con un empleo en la Secretaría de Gobernación gestionado por amigos de mi padre. Cuatro años más tarde publiqué los "Motivos de son", que causaron un largo escándalo del cual fue un gran animador José Antonio Fernán­dez de Castro. Sin embargo, nunca colabo­ré en el famoso magazín dominical que él dirigía en el "Diario de la Marina". La con­fusión viene de que lo hice en otra pá­gina en el mismo periódico, la de "Idea­les de una raza", de Urrutia. Tampoco publiqué una línea en la "Revista de Avan­ce", a la que hay que reconocer el mérito de haber "aireado" no poco el ámbito cultural cubano.

¿Qué aportes válidos hicieron esos poemas al movimiento negrista? ¿Y qué cosas no resultaron válidas?

Yo creo que ellos hicieron volver los ojos de la crítica oficial hacia un fenó­meno no considerado hasta entonces im­portante, o mejor dicho, existente, el pa­pel del negro en la cultura nacional, de que eran prueba aquellos poemas cuyo ritmo indicaba la posibilidad de amulatar el romance español, esto es, cubanizarlo, volviéndolo a su ser prístino de los tiem­pos de la Ma Teodora. Mire... hay un hecho cierto, y es que al llegar a Cuba la moda de lo negro, no directamente de Africa, sino pasando por Montparnasse y el Barrio Latino, se convirtió en un modo determinado por la formación histórica de nuestro pueblo, hija de las culturas africanas venidas al país durante más de tres siglos, y la española. Porque todos conocemos los ejemplos de Góngora y de Lope; pero en un medio como el cu­bano, de raíces afrohispanas, no se tra­taba de una aventura, de un conato, como en aquellos ingenios, sino de fijar la apor­tación seria de una cultura a otra, en un intercambio incesante y vital. De la gui­tarra del pueblo, el "son" pasó a los sa­lones de la aristocracia, e influyó no sólo en la naturaleza de nuestra música, sino en la literatura...

¿Usted se considera un poeta de la negritud?

Usted me pregunta si yo me consi­dero un poeta de la negritud, y yo le con­testo que no. Con la negritud sucede como con el realismo socialista, del que todo el mundo da una explicación distinta, y tal vez, todos tienen razón. A veces, me recuerda la definición que de la me­tafísica hizo Voltaire: la búsqueda, en un cuarto oscuro, de un gato negro que no está en el cuarto. Ahora bien, yo creo que la negritud tiene su explicación en la lucha, en los negros oprimidos, alie­nados, negados, contra el imperialismo re­presentado por los norteamericanos, fran­ceses, ingleses, holandeses, es decir, por hombres blancos, que los oprimen, alie­nan y niegan. Por ejemplo, en Africa. En Cuba misma, antes de la Revolución, se explicaba la negritud o el negrismo, porque reivindicaba los va­lores artísticos, políticos, culturales, humanos, en fin, del negro ante la discrimi­nación o la esclavitud, y su figuración en la cultura nacional. Era una de las manifestaciones de la lucha de clases. Pero cuando una revolución borra esa lucha y da el poder a la clase obrera sin tener en cuenta el color de la piel, ese con­cepto de superioridad racial deja de exis­tir. Hay momentos -momentos históri­cos- en que la negritud está ligada a los movimientos de liberación nacional; pero es imposible mantenerla como una acti­tud a ultranza, porque entonces se con­vertiría en otro racismo.

¿Qué libros leía usted cuando escri­bía "Sóngoro Cosongo"?

Ríase, estaba leyendo un libro que no tenía nada que ver con mi posición en ese momento: nada menos que "La de­cadencia de Occidente" de Spengler, muy de moda entonces. También leía a Ortega.

Aunque en "Sóngoro Cosongo" no hay un enfrentaniiento directo con la realidad ya se advierte en él un despunte de preo­cupaciones sociales. ¿Cómo había obrado la realidad en usted?

Este libro fue escrito en el clima creado por "Ideales de una raza", y todo cuanto ella suscitó. Porque a pesar de no ser una publicación revolucionaria, sino más bien reformista, hay que reconocerle a la página un gran mérito como revulsi­vo social. Por otra parte tenía una gran amplitud en cuanto a la publicación y tra­tamiento en público de los problemas atañaderos a la convivencia negriblanca. Sería exagerado decir que el "Sóngoro Cosongo" expresaba una gran preocupación social, sin embargo no se hallaba ausente. Algunos de mis críticos de entonces, negros, no pudieron o no quisieron ver que había signos de afirmación estética negra -no racista- pero no exentos de lo que luego se ha llamado negritud. En el "Sóngoro Cosongo" hay que conside­rar el arranque de inconformidad que ha­bía en mí, frente a la discriminación ra­cista, sobre todo en mi provincia de ori­gen, profundamente reaccionaria.

De "Sóngoro Cosongo" a "West Indies Ltd." distan tres años. De un libro a otro hay una maduración de su poesía y de su pensamiento. De poesía negra se ha pa­sado a poesía cubana, de poesía de esbozos sociales se ha pasado a plena poesía social. ¿Podría trazarnos esa evolución?

La caída de Machado tuvo una gran influencia en el curso de mi poesía y de mi vida. Yo vivía al margen de la po­lítica cubana, a pesar de que muchos de mis artículos -como puede verse en la mayoría de los que publiqué a partir de 1928 en "Ideales de una raza", la página de Urrutia- tenían franco y hasta vio­lento contenido revolucionario. En reali­dad, yo era un joven inconforme, decepcionado de aquel tipo de actividades, que me recordaban negativamente la muerte de mi padre, la cual dejó una huella muy profunda en mí. Aparte el hecho de que él era un mentor para mi inteligencia, yo me sentí siempre amorosamente ligado a él. Después de su muerte, tuve una conciencia clara de haberlo perdido en una guerra estúpida, la guerra civil lla­mada "La Chambelona", en la que se en­frentaron conservadores y liberales, gru­pos que no se diferenciaban entre sí más que en el nombre, pues ambos eran ex­presión del juego y rejuego electorero en que la burguesía nacional, sometida al imperialismo yanqui, disfrutaba el poder mediante dos grandes núcleos partidarios que eran en realidad uno solo, al modo yanqui. En tal virtud, pues, mi actitud fue de repulsa a la política nacional hasta el punto de que nunca voté. Al caer Machado, el cuadro de la política cubana se mo­dificó profundamente. Surgieron distintas agrupaciones jóvenes, todas autotituladas revolucionarias y entre las cuales sobre­salía el ABC, de tendencia claramente fascista, desde su ideología hasta sus camisas verdes, su racismo, su desdén a las masas, etc. No me sentí en dispo­sición de unirme a ninguna de estas ban­das porque tenían un carácter marcadamente reaccionario. Desde 1934 me uní como "compañero de ruta", a las filas del Partido Comunista de Cuba, que aún no tenía diez años de fundado. Amigos de mi misma promoción y yo, fundamos la revista "Mediodía", que pronto cambió su carácter eminentemen­te literario para convertirse en un órga­no político, comunista, llamado a desempeñar un gran papel en la revolución. Mis actividades, aun con lo poco signi­ficativas que eran, me crearon una situa­ción incómoda en Cuba. Un gran acontecimiento en mi vida, éste de importancia fundamental, fue mi viaje a España. En Valencia ingresé en el Parti­do Comunista en 1938. Resumiendo, le diré que fueron esos dos acontecimien­tos, la caída de Machado y la lucha del pueblo español contra Franco, los que maduraron e impulsaron mi vocación re­volucionaria, política, a la que he servido durante cerca de cuarenta años con mi poesía y a la que seguiré sirviendo hasta el fin de mis días.

Toda su obra es una lucha contra los prejuicios.

Desde muy niño me acostumbré a la lucha contra el prejuicio racial. En Camagüey, mi pueblo, dominó siempre una éli­te ganadera que era tan ignorante como vanidosa. Desde mi infancia, vi el es­pectáculo de la discriminación de los ne­gros por el color de la piel y de no pocos blancos por su extracción social. Esto me hizo rebelde contra una sociedad así, y de esa rebeldía surgió mi inconformidad no sólo respecto al prejuicio de razas, sino contra todos los demás; eso se ve en mi poesía. En cuanto a que mi obra haya contribuido a desbaratar ciertos pre­juicios, le digo que es posible, junto a la obra de otros escritores que se hallaban en mi mismo plano. Sin embargo, estoy convencido de que el derrumbe de esos prejuicios se produjo como consecuencia del triunfo de nuestra Revolución.

Ha escrito usted dos poemas teatra­les. En muchos de sus poemas el diálo­go juega un papel principal. ¿Nunca se ha planteado escribir una obra teatral de gran aliento?

Yo mismo me pregunto eso, es decir, por qué no he hecho yo teatro. A estas alturas ya es imposible, si es que me diera por eso.

¿Cómo fue concebida la Elegía a Je­sús Menéndez? ¿Cómo fue escrita?

Una tarde, en 1948, después de al­morzar, yo abandoné la casa en que vivía, que era la del famoso pintor Cándido Portinari, calle de Cosme Velho, en Río de Janeiro, para ir al centro de la ciudad. Re­gresé un poco tarde, y al llegar, Portinari me dijo: "Han matado a un líder obrero de tu país", y me tendió un periódico. Era el diario "O Globo", en cuya primera página se daba cuenta de la muerte de Jesús Menéndez, aunque sin muchos de­talles. La lectura de esa noticia me produjo un verdadero shock. Menéndez y yo éramos muy amigos, tanto que cuando él postuló un acta de representante por el Partido Socialista Popular, en la provin­cia de Las Villas, yo fui designado para acompañarlo en una gira por distintos lu­gares de aquella región. El pronunciaba charlas y discursos y yo decía poemas, componiendo entre los dos una especie de velada político-cultural en cada sitio que visitábamos. Estas actividades estre­charon aún más nuestra amistad, que tuvo muchas características fraternales. Aque­lla misma tarde en que me enteré de la muerte de Jesús, me puse a escribir un poema para él. Ahora bien, no alcancé a escribir más que algunos versos, pues partí de Brasil hacia Cuba, y fue aquí, en La Habana, donde el poema tomó cuerpo y se hizo al fin, lue­go de tres años de trabajo. Se publicó en plena dictadura. Es un poema muy com­plicado, como usted sabe, y me llevó mu­chas horas de labor cada día.

¿Qué opinión le merecen los traba­jos que los compositores han hecho so­bre sus poemas?

Sobre esto no puedo opinar desde un punto de vista técnico, pues no distingo un sostenido de un bemol. Solamente he reparado en que algunos compositores se dejan llevar por el ritmo verbal del poe­ma y hacen una simple traslación del campo literario al musical. Otros, por el contrario, se apartan de ese camino y construyen su ritmo propio sin adherirse formalmente al del poema, aunque por su­puesto, teniéndolo en cuenta. Por lo de­más, aparte de las razones técnicas que le dije al comienzo, tampoco podría yo revisar todos los textos musicales escri­tos sobre mis poemas, pues los mismos, en Cuba y fuera de ella, pasan de cien.

Son muchas las ediciones extranje­ras que se han hecho de "El gran zoo". Me ha llamado la atención la española, mu­tilada por la censura.

Son varias. En ninguna me fue dado intervenir y por supuesto no sé lo que hay en ellas. Por eso me importa poco lo que hizo la censura española. Además, ¿no cree usted que históricamente es una edición curiosa y que es divertido com­pararla con las ediciones cubanas y de otros países? Fíjese que el censor llevó su celo hasta el punto de suprimir versos como por ejemplo: "los generales con su sable de cola", y también: "en su ca­ballo estatua el héroe mono". ¿A quién pensaría él con pensamiento más atrevi­do que el mío, que me estaba refiriendo yo? Además, la alusión a la calle de San Isidro, en La Habana, desapareció de mi poema "El chulo", supongo que por ser San Isidro el santo patrono de Madrid, y la calle que lleva su nombre en nuestra ciu­dad, centro de reunión de prostitutas du­rante un tiempo hoy desaparecido. Desde luego, el poema "Policía" fue dinamitado, y ni una astilla quedó de él para recuerdo. Menos mal que tengo copia...

¿Qué opinión le merece la poesía que actualmente están haciendo los jóvenes en Cuba?

En lo que se refiere a los poetas jóvenes creo que, a veces, tienen de­masiada prisa. Yo simpatizo con todos, a pesar de que ello no es un hecho fre­cuente, es decir, que no son muchos los poetas de mi edad que en su orgullo, o, peor, en su vanidad dan la "alternativa" -como se dice en el toreo- a los com­pañeros jóvenes. Tal vez no sean mu­chos los jóvenes que se sientan con de­seos de estar junto a los viejos o dejar­les a éstos participar con ellos en el mismo trabajo, es decir, el ejercicio de la poesía. Ahora bien, yo creo que los poetas jóvenes debieran demorarse a es­tudiar los buenos modelos —no me re­fiero a los "viejos", sino a los clásicos. A veces pienso que a algunos poetas de indudables condiciones les sería necesa­rio estudiar seriamente los medios de expresión, esto es, la gramática, las for­mas métricas, los géneros literarios, al­gún idioma y, desde luego, el español. No quiero decir que yo pida ahora, nada menos que a estas alturas, que los poetas jóvenes escriban como los poetas del siglo de oro; pero creo, eso sí, que estos son ejemplares para una buena for­mación literaria. Por lo pronto, suelo pre­guntar a los poetas jóvenes cuando me hacen el honor de someter a mi juicio algún poema, si han escrito aunque sea un soneto. No me siento cómodo cuando me doy cuenta de que ignoran las formas estróficas más elementales. A mi juicio, para revolucionar un arte, cualquiera que éste sea, es indispensable primero domi­narlo.

¿Qué ha sido el periodismo para usted?

He dicho muchas veces, y lo repito, que yo soy periodista y además poeta. Para mí el periodismo es un desahogo y mediante su ejercicio me libero de mu­chas cosas que no puedo expresar mediante el verso. Sin contar que hay mu­chos poemas míos cuyo estilo es franca­mente periodístico y familiar.

¿Cómo trabaja usted?

Trabajo mientras tengo ganas. Tan pronto me doy cuenta de que esas ganas, han desaparecido no doy un teclazo más. Esto del teclazo le dirá a usted que es­cribo a máquina, pues no soy capaz de hacer ni un pareado manuscrito. Por lo demás, busco infatigablemente la perfec­ción, siempre inalcanzable. Corrijo sin ce­sar lo que escribo y nunca estoy satis­fecho de lo que sale de mis manos. No sé si le dije que la "Elegía a Jesús Menéndez" me llevó tres años...

En tiempos difíciles para la creación y a veces para la vida, ¿cómo concilió las labores de creación con las de subsisten­cia?

Siempre viví bastante apretado por las circunstancias, tanto políticas como económicas. Sin embargo, no me faltó el tiempo para escribir. En verso por las no­ches o los días que tenía más o menos libres, y en prosa urgido por mi oficio periodístico. Cuando salgan mis obras en prosa, verá usted que se componen prin­cipalmente de artículos y crónicas.

¿Qué hechos históricos -nacionales o internacionales- ocurridos durante su existencia, han tenido una mayor reper­cusión en usted?

El hecho que más profundamente ha influido en mi vida ha sido nuestra Re­volución. Que me perdone el lector, y us­ted, esta pequeña inmodestia; pero el he­cho cierto es que la Revolución Cubana está prefigurada en mi libro "Cantos para soldados y sones para turistas" hace trein­ta y cinco años; y eso no lo digo yo sólo, sino alguien que tiene mayor autoridad que yo... Gran orgullo para mí.

¿Cuál es su opinión acerca de la política revolucionaria de enfrentarse a la colonización cultural?

Yo creo que si en Cuba todo ha cam­biado, si todo está cambiando bajo el im­perio de la Revolución, no puede conce­birse una literatura ni un arte en des­acuerdo con ese proceso, es decir, que lo niegue o contradiga para servir a nues­tros enemigos. Del mismo modo que so­mos libres política y económicamente, queremos serlo en el orden cultural. No es que ataquemos o rechacemos la cultu­ra universal; y estamos de acuerdo en que, como decía Lenin, la clase triunfante recibe de la vencida una herencia cultu­ral que critica y depura, incorporándola al acervo nacional, ajustándola a sus nece­sidades. Pero creemos que hay que ex­presar lo nuestro, y que no podemos in­ventar tipos ni conflictos que no perte­necen a nuestra idiosincrasia, a nuestro carácter, a nuestro genio. No hay un Proust cubano, ni un Joyce cubano, ni un Gíde cubano. En cambio, está presente por todas partes ese personaje nuestro tan múltiple y grandioso que es la Re­volución. El imperialismo se ha valido en Cuba de innumerables agentes para co­lonizarnos el espíritu, para transformar­nos en mimos de su modo de ser: ello ocurría con el cine, con la música y -lo que es más grave- con el idioma. El Con­greso de Educación y Cultura fijó la res­ponsabilidad de nuestros artistas y es­critores, llamándolos a luchar abiertamen­te contra toda colonización espiritual.

En su obra se encuentran muchas referencias al deporte...

Desde niño -como a todo cubano- me apasionó el béisbol, y más tarde jo­ven lo practiqué con los amigos de mi edad y de mi barrio. El boxeo no me gusta, y com­prendo muy bien la repugnancia que ins­piró a Martí. Sin embargo, no ignoro ni menosprecio el crédito que dieron a Cuba hombres como Kid Chocolate, o un Kid Charol. De éstos hablo en un poema. Por otra parte, estimo que el deporte es un instrumento maravilloso de conocimiento y cercanía entre los pueblos, de tal manera que a veces más hace en este sen­tido un buen club de béisbol, una buena cuadra de boxeadores, un buen equipo de tenis, y hasta de ping-pong, que un mi­nistro o un embajador. El auge del béisbol, el hecho de que en éste y en todos los demás deportes Cuba haya alcanzado marcas extraordinarias, se debe precisamente a que la Revolución Cubana dinamitó la barrera del color, lo que dio ocasión a que grandes atletas, antes discriminados, pusieran sus extraordinarias cualidades al servicio del de­porte que practicaban y por ende de Cuba...