26 de agosto de 2008

Marco Denevi: "La cultura de hoy es sólo me­diática"

Dos concuersos literarios sirvieron para revelar a un genio escondido, Marco Denevi (1922-1998), y convertirlo en un escritor exitoso. Ganó el concurso Kraft en 1955 por su novela "Rosaura a las diez", y el premio Life en 1960 por "Ceremonia secreta". Otras obras de su autoría son las novelas: "Un pequeño café" (1966) y "Los asesinos de los días de fiesta" (1972), y los volúmenes de cuentos "El emperador de la China" (1960), "Fal­sificaciones" (1966), "Hierba del cie­lo" (1973) y "Salón de lectura" (1974). En septiembre de 1998, ya muy enfermo, recibió en su casa a la periodista Karina García, mientras trabajaba en su nueva novela que pensaba terminar a fin de año. En diciembre de ese año murió sin poder terminarla. Lo que sigue es un extracto del último reportaje a Marco Denevi que fuera publicado por la revista "Lea" nº 5 (Buenos Aires, agosto de 2000).¿Cuáles fueron sus primeras lecturas?

Yo empecé a leer muy joven las clásicas novelas de piratas, hasta llegar a la obra maestra: "La isla del teso­ro", de Stevenson. Luego pasé a las novelas de aventu­ras, como las de Alejandro Dumas. Recuerdo una en especial: "El conde de Montecristo", la más hermosa que se haya escrito jamás. A los doce años leí "El hombre que ríe", de Víctor Hugo, y por supuesto no me olvido del placer que me produjeron los textos de Juan Varela, Benito Pérez Galdós y Miguel de Cervantes.

Usted no escribió hasta los treinta y tres años. Durante ese tiempo, ¿pensó que iba a ser escritor y que su vida iba a estar dedicada a la literatura?

No, nunca se me había ocurrido se­mejante idea. Me acuerdo que un profesor de Literatura me decía que tenía condiciones y yo, con la petulancia de los jóvenes, le contesté que quería dedicarme a vivir y lo hice. A los treinta y tres años me enteré de que la Editorial Kraft convocaba a un concurso muy importan­te de novela y me decidí a escribir. No le dije nada a nadie, envié "Rosaura a las diez" y salí premiado.

¿Cómo concibió la idea de "Rosaura a las diez"?

Yo pensé en un hombre que intentaba hacernos creer que le ocurría algo fantástico, pero que en realidad tuvo un sueño, y todo lo narrado se convierte en una patraña. Impulsado por el concurso la escribí de corrido, sin co­rregirla, tanto que terminé de escribirla y la mandé el último día del plazo. La hice en dos meses y medio y a es­condidas. Nadie me creía capaz de hacerlo. Me acuerdo que escribía de noche hasta las dos o tres de la mañana.

"Ceremonia secreta" fue otra de sus obras premiadas, en 1960...

Ese fue el espaldarazo mayor, el premio Life de Estados Unidos. En Suipacha, frente a San Miguel, había una casa del siglo pasado que estaba siempre cerrada. Era una hermosa casa, y yo cada vez que la veía me decía que tenía que inventar la historia de esa casa. Pero me dejé estar hasta que apareció el concurso y entonces me decidí. Luego, cuando se hizo la adaptación para televi­sión, se filmaron algunas partes en esa casa y resultó ser más hermosa de lo que había imaginado. Después me enteré de que esa casa era de una gran familia que una vez al año abría el salón de baile para organizar una fiesta.

¿Cuáles son sus caminos para la creación?

Se sabe del mundo de la realidad por dos medios diferentes: por experiencias personales o por revelaciones ajenas. Si todo se supiera sólo por lo que le pasa a uno, los conocimientos serían muy pobres. Gracias a la literatura, que es la revelación ajena, sabemos mucho de la humanidad. El conocimiento que da la literatura de lo que es el mundo y de las posibilidades del ser humano es infinito.

¿Para qué escribe?

Yo tengo un solo propósito al escribir, el de ofrecer un momento de lectura feliz a quienes me lean, que la lectura sea agradable, que leer sea un placer. Hay tanto dolor en el mundo que dar una hora de lectura feliz es toda mi ambición como escritor.

¿Qué busca cuando escribe?

Poder comunicar lo que quiero decir. Lograr que mi mensaje le llegue al otro bien clarito, para que se apode­re de él y haga con él lo que quiera. Busco que entre el lector y yo no se interponga un texto muerto. Sería ideal que ese lector no se diera cuenta de que lo está leyendo.

¿Hubo diferencias en los procesos de escritura de "Rosaura a las diez" y de las obras que la siguieron?

"Rosaura a las diez" fue escrita en un estado casi de inconciencia, de absoluta espontaneidad, sin otro im­pulso que el de escribir. Después la labor literaria se hizo más consciente, hasta llegar a los libros de aho­ra, que dicen que son más complejos, como "Nuestra señora de la noche", en donde la complejidad radica en una mayor madurez personal. Así como hay gente que se encarga de acumular dólares yo acumulé co­nocimientos e ideas, y esta novela es mi propia evo­lución.

La ironía es una de las características de sus cuentos...

Así es. Porque yo soy muy irónico a cada momento y todos los días. En las reuniones soy divertido; además, la solemnidad me aburre. Un ejemplo de eso es la no­vela "Una familia argentina", donde cuento la historia desde la época co­lonial hasta nuestros días, pasando por Rosas y otros hechos. Creo que hasta se me va la mano con la ironía, al hacer una gran cachada de la his­toria argentina.

¿Cómo ve el mundo de estos días?

Creo que vamos hacia un mundo regido por la economía de manera implacable y sobre todo por un capitalismo anónimo y viaje­ro. Nadie sabe quiénes son los verdaderos capitalistas, los que aparecen son siem­pre los testaferros de algo terrible. Es decir, el sistema político quiere ser cada vez más democrático, pero el sistema económico es cada vez más antidemocrático. Entonces, ¿de qué sirven los derechos y garantías consti­tucionales si después resulta que la gente se muere de hambre? La cultura hoy es sólo me­diática, y las pantallas se convirtieron en el único ins­trumento de difusión, comu­nicación y expresión de nuestros días.