14 de agosto de 2008

Mao Zedong: "Transcurridos mil años, es posible que hasta Marx, Engels y Lenin resulten más bien ridí­culos"

El semanario "Saturday Evening Post" -que circuló en Estados Unidos desde 1821 hasta 1969- envió a comienzos de 1965 a su corresponsal Edgar Snow (1905-1972) a China. El periodista, un gran conocedor de la política de ese país desde 1930 en que viajó por primera vez, se entrevistó con el presidente Mao Zedong (1893-1976), aquel que, tras recorrer 12.000 kilómetros en un año, conquistó el apoyo de los campesinos y se puso al frente del Partido Comunista para fundar, en 1949, la República Popular China. En la charla, que se publicó en castellano en "El País" de España el 27 de febrero de 1965, Mao reflexionó sobre la guerra de Vietnam, las relaciones con los Es­tados Unidos y otros temas polémicos de entonces.Algunos comentaristas americanos des­tacados en Saigón han comparado la fortaleza del Vietcong con la del Ejército de Liberación del Pueblo en la China de 1947, cuando comenzó la aniquilación a gran escala de las fuerzas de los nacionalistas. ¿Son comparables ambas situa­ciones?

No. En 1947, el Ejército de Liberación del Pueblo conta­ba con más de un millón de hombres, frente a varios millones que integraban las tropas de Chiang Kai-shek. El ELP combatió a los nacionalistas a nivel de divisiones y brigadas, mientras que las fuerzas de liberación vietnamitas operan a nivel de batallón o, como mucho, de regimiento. Las fuerzas norteame­ricanas presentes en Vietnam son toda­vía escasas. Un incremento en la presen­cia de las mismas contribuiría, por su­puesto, a una escalada del levantamiento armado en su contra. Pero aún en el caso de que intentase explicárselo a los líde­res de Estados Unidos, no me escucha­rían. ¿Acaso escucharon a Diem? Pienso -como Ho Chi Minh- que Ngo Dinh Diem no era tan malo. Ambos esperábamos que el Gobierno de Es­tados Unidos lo mantuviese en el poder varios años más, pero los impacientes generales norteamericanos se hartaron de Diem y prescindieron de él. Al fin y al cabo, ¿podría decirse que están las cosas más tranquilas en el cielo y en la tierra tras su asesinato?

La intervención de Estados Unidos en Vietnam, el Congo y otros antiguos campos de batalla coloniales, plantea una cuestión de interés teórico desde la perspectiva marxista. La pregunta que surge es si la contradicción entre el neocolonialismo y las fuerzas revolu­cionarías en lo que Francia ha dado en llamar el Tercer Mundo -los llamados países subdesarrollados o ex colonias, y las colonias que aún perviven en Asia, Africa y América Latina- es hoy día la principal contradicción política a nivel mundial. ¿O cree usted, por el contra­rio, que la contradicción fundamental sigue siendo la existente entre los pro­pios países capitalistas?

Aún no me he formado una opinión al respec­to, pero recuerdo algo que dijo el presidente Kennedy. ¿No declaró Kennedy que, en lo concerniente a Estados Unidos, Canadá y Europa occidental, no existían grandes diferencias básicas? Kennedy dijo que el problema estaba localizado en el hemis­ferio sur. Y cuando defendía la creación de "fuerzas armadas especiales" entre­nadas para intervenir en "conflictos lo­cales", probablemente tenía en mente su pregunta. Por otro lado, las contra­dicciones entre los países imperialistas ya han dado lugar a dos guerras mun­diales, y la lucha contra las revoluciones coloniales no ha cambiado la natu­raleza de las mencionadas contradiccio­nes. En el caso de Francia existen dos razones que explican la política de De Gaulle: la voluntad de reafirmar su inde­pendencia ante la dominación norteamerica­na y el intento de adaptar la política francesa a los cambios que se vienen registrando en los países de Asia, Africa y América Latina. Se ha producido una agudización de las contradicciones entre las naciones capitalistas.

Pero, ¿for­ma parte Francia de lo que ella deno­mina el Tercer Mundo"?

Cuando se lo pregunté a algunos visitan­tes franceses, su respuesta fue negativa: Francia era un país desarrolla­do y no podía formar parte del grupo de países que componían el Tercer Mun­do.

¿Podría decirse tal vez que Fran­cia se encuentra en el Tercer Mundo, pero no forma parte de él?

Tal vez. Ese asunto des­pertó el interés del presidente Ken­nedy y, según he leído, lo llevó a estudiar mis ensayos sobre operaciones mili­tares. También tuve oca­sión de enterarme a través de mis amigos argelinos, durante la lucha de liberación de Argelia contra Francia, de que los franceses leían mis obras y utilizaban la información que contienen en contra de ellos. En esa ocasión le comenté al primer minis­tro argelino Abbas que mis libros se basan en la experiencia china y que su contenido no es aplicable en sen­tido contrario. Sólo pueden ser adap­tados para librar guerras populares de liberación, y son prácticamente inútiles en una guerra contra el pueblo. No han salvado a los france­ses de la derrota en Argelia. Dado que los norteamericanos no atienden a mis opiniones, mis consejos no pueden hacer daño a nadie.

En el Sureste asiático, lo mismo que en la India y ciertos países de Africa, e incluso de América Latina, existen unas condiciones sociales comparables a las que dieron lugar a la revolución china. Cada país tiene sus propios problemas, pero me pre­gunto si piensa que se producirán revoluciones sociales que tomarán prestados elementos de la revolu­ción china.

La combinación de sentimientos antifeudales y anticapitalistas, junto con la oposición al imperialismo y el neocolonialismo, nacen de la opresión y las injusticias del pasado. Donde se den estos factores pueden producirse revoluciones, aunque en la mayoría de los países que usted ha citado, el pueblo aspira simplemente a la independencia nacional, no al socia­lismo. Los países europeos también ha­n experimentado sus propias revolu­ciones antifeudales. Aunque Estados Unidos no atravesó una etapa feudal, sí ha librado una guerra para lograr la independencia frente al colo­nialismo británico, y posteriormente una guerra civil para implantar un mercado libre de trabajo.

¿Aún piensa usted que la bomba es un tigre de papel?

Eso fue una imagen literaria. Por supuesto que la bomba puede matar gen­te, pero al final el pueblo destruirá a la bomba. Será entonces cuando ésta se convertirá en un tigre de papel.

Se le atribuye a usted la declara­ción de que China teme menos a la bomba que otras naciones, merced a su gigantesca población. Otros pueblos podrían quedar aniquilados, pero Chi­na contaría aún con unos cuantos cien­tos de millones para comenzar de nuevo. ¿Hay algo de cierto en estas palabras?

No recuerdo haber di­cho nada parecido, pero podría ha­berlo hecho. Me acuerdo, eso sí, de una conversación que mantuve con Jawaharlal Nehru durante su visita a China en 1954. Dejé en claro que China no deseaba una guerra. Mi país no dispone de bombas atómicas, pero si otros países quieren luchar se producirá una catástrofe de alcance mundial, lo que supondrá la muerte de muchas personas. Nadie puede decir cuántas. No me referí sólo a China. No creo que una bomba atómica pueda destruir a toda la humanidad y que después no quede ningún gobierno para negociar la paz. Nehru me respondió que, como responsable de la Comisión de Energía Atómica de su país, conocía la capacidad destructiva de la energía atómica y que no lograría sobre­vivir nadie. Le contesté que probablemente desaparecerán los go­biernos existentes, pero surgirán otros. No hacía mucho que Kruschev había manifestado que disponía de un arma letal capaz de acabar con todos los seres vivos, pero acto seguido se retrac­tó de sus declaraciones. Y no una, sino varias veces. No reniego de nada de lo que pude haber dicho, ni deseo que usted desmienta en mi nombre el supuesto rumor acerca de la supervi­vencia de millones de personas en China en caso de guerra nuclear. También los norteamericanos han hablado mucho de la capacidad destructiva de la bomba ató­mica, provocando una enérgica reacción por parte de Kruschev. Hace poco he leído informes acerca de las inves­tigaciones de los norteamericanos en las islas Bikini, seis años después de haber reali­zado en ellas pruebas nucleares. Hay investigadores en Bikini desde 1959. A su llegada se vieron obligados a abrir sendas entre la maleza, encontrando ratones y peces. El agua de los pozos era potable, la vegetación flo­recía y los pájaros trinaban en los árbo­les. Probablemente han habido un par de años difíciles tras las pruebas, pero la naturaleza ha salido adelante. A los ojos de ésta, la bomba atómica es un tigre de papel. ¿Acaso tienen los hombres menos energía?

Aun así, ¿considera usted que la guerra nuclear es una buena cosa?

Por supuesto que no. Si uno se ve obligado a luchar debe recurrir exclusivamente al armamento conven­cional.

En 1960, la última vez que estuve con usted, le pregunté si había escrito, o tenía inten­ción de escribir, su autobiografía. Me contestó que no. Una cuestión que preocupa a los eruditos es si usted escribió los ensayos filosóficos "Sobre las contradicciones" y "Sobre la práctica" en el verano de 1937 -tal como se afirma en sus obras completas- o si en realidad fueron redactados posteriormente.

Los escribí en el verano de 1937, cuando disponía del tiempo necesario para redactar algunas lecciones sobre filosofía básica para ser em­pleadas en la academia antijaponesa. Era preciso elaborar textos sencillos para que los jóvenes estudiantes dispusieran de una guía política de cara a los años por venir. Ante la insistencia del Partido, resumí en "Sobre las con­tradicciones" y "Sobre la práctica" las ex­periencias de la revolución china, me­diante una combinación de los princi­pios esenciales del marxismo con ejem­plos concretos del caso chino.

Como es natural, lamento a título personal que las fuerzas de la historia hayan dividido y distanciado a los pue­blos norteamericano y chino, privándoles prácticamente de todo contacto a lo largo de los últimos quince años. Hoy, el abismo que los separa parecer más pro­fundo que nunca, y sin embargo, dudo que conduzca a una guerra.

Las fuerzas de la historia también desembocarán, inevi­tablemente, en la unión de ambos pueblos. Posiblemente usted esté en lo cierto al pensar que no habrá guerra. Eso sólo ocurrirá si las tropas norteamerica­nas penetran en China, porque los chinos, desde luego, jamás atacarán a Estados Unidos.

¿Y qué posibilidades hay de que la guerra se desencadene a causa de Vietnam? He leído artículos de la prensa que indican que Estados Unidos está pensando en extender el conflicto a Vietnam del Norte.

No estoy de acuerdo. El Secretario de Estado Rusk ha dejado en claro que Estados Unidos jamás hará tal cosa, aunque luego se rectificó y afirmó que jamás había dicho nada semejante.

No creo que los artífices y adminis­tradores de la política estadounidense le comprendan a usted.

¿Por qué no? Los ejércitos chinos jamás traspasarán nuestras fronteras para combatir. Sólo responderán si Estados Unidos ataca a China. Buscar enfrentamientos fuera de las propias fronteras es un crimen. Los vietnamitas son perfectamente capaces de hacer frente a la situación por sus propios medios.

Rusk ha asegurado con frecuencia que si China renuncia a su política agresiva, Estados Unidos se retirará de Vietnam. ¿Qué quiere decir con eso?

No hay política agresiva alguna que abandonar. China no ha cometido ningún acto de agre­sión. China apoya a los movimientos revolucionarios pero no con el envío de tropas. Por supuesto, China hará decla­raciones públicas y convocará manifes­taciones en apoyo de los movimientos de liberación. Eso es precisamente lo que los imperialistas consideran una afren­ta. Algunos norteamericanos dicen que la revolución china ha sido dirigida por los agresores rusos, pero lo cierto es que ha sido armada por los norteamericanos. Del mismo modo, la revolu­ción vietnamita está obteniendo sus armas de Estados Unidos, no de China. En los últimos meses, las fuerzas de liberación no sólo han conseguido multiplicar su arsenal de armas norteamerica­nas, sino que también han aumentado en número merced al reclutamiento de soldados y oficiales pertenecientes al ejér­cito títere de Vietnam del Sur, entrenado por los estadounidenses. En su momento, las fuerzas de liberación chinas aumentaron en número y poderío atrayendo a sus filas a las tropas de Chiang Kai-shek, que ha­bían sido entrenadas y armadas por los norteamericanos. A este fenómeno se le daba el nombre de "cambio de sombre­ro". Cuando una multitud de soldados nacio­nalistas decidieron "cambiar de sombre­ro" porque sabían que los campesinos los matarían si llevaban el sombrero equivo­cado, el fin de la lucha estuvo más cerca. La práctica del "cambio de sombrero" tam­bién se popularizó entre los viet­namitas.

¿Significa eso que en Vietnam del Sur se dan las condiciones para una victoria del frente de liberación?

Pienso que las fuerzas norteamerica­nas aún no están dispuestas a mar­charse. La lucha continuará durante uno o dos años más. Después, las tropas estadounidenses se aburrirán y volve­rán a su casa o se dirigirán a algún otro lugar.

Su política actual, ¿consiste en exi­gir la salida de las fuerzas estadouni­denses, antes de participar en una con­ferencia en Ginebra para discutir la propuesta internacional de un Vietnam unificado?

Hay varias posibilidades. En primer lugar, podría celebrarse una conferencia que debería ir seguida de la salida de las tropas de Estados Unidos de Vietnam. En segundo lugar, podría postergarse dicha conferencia hasta después de la salida norteamericana. En tercer lugar, podría celebrarse la conferencia, pero las tropas estadounidenses podrían permanecer en torno a Saigón, como ocurrió en el caso de Corea del Sur. Por último, el frente survietnamita podría expulsar del país a los norteamericanos sin necesidad de conferencias ni acuer­dos internacionales. La conferencia de Ginebra de 1954 propició la salida de las tropas francesas de Indochi­na y prohibió toda intervención de tro­pas extranjeras. No obstante, Estados Unidos violó aquellos acuerdos y po­dría hacerlo de nuevo.

En las actuales circunstancias, ¿ve usted alguna esperanza de que mejoren las relaciones entre China y los Estados Unidos?

Sí, creo que existen esperanzas. Pero llevará tiempo. Quizá no se produ­zca mejora alguna en mi generación. De hecho, yo no tardaré en reunirme con Dios. Según las leyes de la dialéctica, todas las contradicciones quedarán finalmente resueltas, incluida la lu­cha personal de cada individuo.

A juzgar por lo visto esta noche, parece estar usted en buenas condicio­nes.

Tengo ciertas dudas al res­pecto. Estoy preparándome para reunirme con Dios muy pronto.

Me pregunto si quiere decir que no tardará en descubrir si Dios existe o no. ¿Cree que es así?

No, personalmente yo no lo creo, pero algunas personas que aseguran estar bien informadas dicen que Dios existe. Al parecer existen multitud de dioses diferentes, y en ocasiones, un mismo dios toma partido por todas las partes a la vez. En las guerras europeas, el dios de los cristianos estuvo de parte de los británicos, de los franceses, de los alemanes y así sucesivamente; incluso cuando estos pueblos luchaban entre sí. Cuando la crisis del canal de Suez, Dios apoyó a los franceses y los británicos, pero el otro bando contaba con el respaldo de Alá. Mis dos hermanos fueron asesinados. Mi esposa fue ejecutada durante la revolución y mi hijo murió en la guerra de Corea. Es extraño que hasta el momento la muerte no me haya rozado siquiera. Muchas veces me he prepa­rado para acogerla, pero la muerte pare­ce no querer saber nada de mí. He estado a punto de morir en varias ocasio­nes. Mi guardaespaldas ha sido asesi­nado mientras estaba de pie a mi lado. En otra ocasión me salpicó la sangre de otro soldado, pero yo salí indemne de un atentado con bomba. Como usted ya sabe, comencé mi vida como maestro de escuela. En aquella época no se me pasó siquiera por la cabeza la idea de librar guerras. Tampoco pensé en convertirme en comunista. Soy más o menos un demócrata, como puede serlo usted. Con el paso del tiempo, a veces he meditado acerca de la combinación fortuita de razones que me llevaron a fun­dar el Partido Comunista Chino. Sea como sea, los acontecimientos no se producen con arreglo a los deseos humanos. Lo que importaba era que China había estado oprimida antaño por el imperialismo, el feudalismo y el capita­lismo burocrático.

Citando sus propias palabras, "el hombre constituye su propia historia, pero lo hace en función de su entorno". Ustedes han cambiado radi­calmente el entorno en China. Muchos se preguntan qué harán las jóvenes ge­neraciones, que han crecido en circuns­tancias menos adversas.

No lo sé. Existen dos posibilidades. Una es avanzar en el desarrollo de la revolución hacia el comunismo. La otra es que los jóvenes renieguen de la revolución y den un lamentable espectáculo. Que pacten con el imperialismo y traigan de vuelta al lamentable espectáculo, que pacten con el imperialismo y traigan de vuelta al país los vestigios de la camarilla de Chiang Kai-shek y se pronuncien a favor del pequeño porcentaje de contra­rrevolucionarios que aún existe en el país. Por supuesto, confío en que no se produzca una contrarrevolución, pero los futuros acontecimientos tendrán que decidirlos las futuras generaciones en función de circunstancias que no nos es dado imaginar. Examinando la situa­ción a largo plazo, las generaciones ve­nideras deberán estar mejor formadas de lo que ha estado la nuestra. Los jóvenes de hoy, y los que vendrán detrás de ellos, juzgarán la labor realizada por la revolución con arreglo a sus propios valores. La condición del hombre sobre la tierra cambia cada vez con mayor rapidez. Transcurridos mil años, es posible que hasta Marx, Engels y Lenin resulten más bien ridí­culos.