11 de junio de 2008

Olga Orozco. La desdicha antes que la dicha

La poetisa argentina Olga Noemí Gugliotta Orozco nació en Toay, La Pampa, el 17 de marzo de 1920. En 1936 se instaló en Buenos Aires, donde se recibió de maestra. Pronto trabó amistad con un grupo de poetas que cultivaban el surrealismo: Oliverio Girondo (1891-1967), Norah Lange (1906-1972), Enrique Molina (1910-1997) y Alberto Girri (1919-1991), y más tarde colaboró en la revista literaria "Canto". Perteneciente a la llamada "Generación del cuarenta", su obra se vincula con el neorromanticismo por su sensibilidad y el tono melancólico de sus versos, y con el surrealismo por el caudal de imágenes y metáforas oníricas. "Mi poesía -dijo la poetisa- es cavilosa y meditativa. He tenido una visión del mundo hecha de elementos que sueñan con sobrepasar este aquí con los límites de la causa y el efecto. He querido buscar en otras realidades que no son sólo las que nos comprimen".
La muerte, el destino, el tiempo, la ausencia, el consuelo a través de la palabra fueron los rasgos salientes de su poesía a partir desde su primer libro, "Desde lejos" (1946), y se confirmaron en los siguientes: "Las muertes" (1952), "Los juegos peligrosos" (1962), "La oscuridad es otro sol" (1967), "Museo salvaje" (1974), "Cantos a Berenice" (1977), "Mutaciones de la realidad" (1979), "La noche a la deriva" (1984), "En el revés del cielo" (1987), "Con esta boca, en este mundo" (1994), "También luz es un abismo" (1995), "Relámpagos de lo invisible" (1997) y Eclipses y fulgores" (1998). Muchos de sus poemas fueron publicados por el diario La Nación, como por ejemplo el que sigue, se julio de 1995:

CONVERSACION CON EL ANGEL
Contigo en aquel tiempo yo andaba siempre absorta,

siempre a tientas, a punto de caerme,
pero indemne y eterna, tomada de tu mano.

Ya casi te veía, lo mismo que al destello de un farol en la niebla,
una señal de auxilio en la tormenta.
Sí, tú, mi sombra blanca, transparencia guardiana,
mi esfinge azul hecha con el insomnio
y el íntimo temblor de cada instante,

igual que una respuesta que se adelanta siempre a la pregunta.
Sin duda en algún sitio aún estarán marcados
tus dos pies delante de mis pasos

porque te interponías de pronto entre mi noche y el abismo.
Sospecho que convertías en refugios dorados mis peores pesadillas,
que apartabas las setas venenosas y las piedras sangrientas
y venciste acechanzas y castigos.

Tal vez hasta me contagiaras la sonrisa y lloraras después
un larguísimo tiempo con mis lágrimas, vestido con mi duelo.

Después, mucho después, en esos años en que creí perderte
en algún laberinto o en una encrucijada;
fue cuando me dejaste a solas, tan mortal, en el destierro.
Quizá te convocaron de lo alto para un duro relevo,
y acudiste como un vigía alerta sin mirar hacia atrás,
aunque a veces descubrí tu perfume de nube y de jazmín
en una ráfaga y hasta palpé la suavidad

que deja la huida de una pluma debajo de la almohada.
Ahora, ya replegada toda lejanía con un golpe ritual,
como en un abanico que se cierra,
frente al fuego donde arde de una vez
el lujoso inventario de todo lo imposible,

contemplamos los dos el muro que no cesa,
no aquel contra el que lloraríamos
como estatuas de sal a la inocencia,

su mirada de huérfana perdida,
sino el otro, el incierto, el del principio y el final,
donde comienza tu oculto territorio impredecible,
donde tal vez se acabe tu pacto con el silencio y mi ceguera.

La poesía de Olga Orozco tomó las preocupaciones de su tiempo y su lugar con melancolía y -como ella misma lo definió- "con la desdicha antes que con la dicha, porque la pérdida te lleva a una cantidad de lugares invisibles que serán hallados en algún momento". Olga Orozco murió en Buenos Aires el 15 de agosto de 1999.