26 de mayo de 2023

Los pueblos originarios de América como sostén del "Primer Mundo" (y los contemporáneos también)

En un congreso organizado por el Centro de Estudios Avanzados de América Latina (CALAS), llevado adelante en la Universidad de Guadalajara, México, en abril de 2018, la académica de la Universidad Nacional de La Plata, Argentina, y doctorada en Sociología por la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París Maristella Svampa (1961) explicó que, desde la llegada de los europeos y a lo largo de un proceso de colonización que se extendió por siglos hasta el momento presente, América Latina fue siempre vista por las grandes potencias como el reservorio de recursos naturales para ser explotados. Expoliación y extractivismo de sus recursos naturales, agregó, son dos de las constantes que como una aparente condena se han impuesto, mediante el imperio de la fuerza, sobre los territorios de América Latina.
El extractivismo, añadió luego, que durante la colonia se centró básicamente en la obtención de minerales como el oro y la plata, extendió sus fronteras bajo el modelo capitalista que hermanó a esa actividad con el concepto de desarrollo, apropiándose luego del caucho y del guano, hasta llegar al petróleo, al gas y al litio en nuestros días. Incluso destacó como paradójico, el hecho de que el avance de este modelo, no encontrara resistencias de parte de los gobiernos progresistas que gobernaron en la región en los años recientes. Para la doctora Svampa, el extractivismo extremo debe leerse relacionado con la emergencia de China como potencia económica por encima de los Estados Unidos, cuyas necesidades de crecimiento profundizan la reprimerización de la economía, esto es, un modelo de política económica que busca privilegiar el capital financiero.
En ese sentido, el sociólogo, catedrático y escritor argentino Atilio Borón (1943), doctorado en Ciencias Políticas por la Universidad de Harvard y profesor consulto de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, expresó en “Breve reflexión sobre la declinación estadounidense y sus probables consecuencias”, un artículo aparecido en la revista “Voces en el Fénix” en mayo de 2015, que “el centro de gravedad de la economía mundial se ha desplazado del Atlántico Norte hacia el Asia Pacífico, y junto con él se ha producido un desplazamiento, si bien menos marcado, del centro de gravedad del poder político y militar mundial. Se reconfiguran alianzas y coaliciones que reemplazan, en parte, a Estados Unidos como líder global. Washington debe vérselas con rivales más numerosos y poderosos con China y Rusia a la cabeza de un listado cada vez más extenso de rebeldes. Las devastadoras consecuencias de la actual crisis civilizatoria del capitalismo y sus impactos sobre el medioambiente, la integración social y la estabilidad del orden político, todo ha contribuido a debilitar la primacía estadounidense”.


Y en su ensayo “América Latina en la geopolítica del imperialismo”, se explayó sobre los debates y las investigaciones concretas sobre temas tan cruciales como las nuevas formas de acumulación por despojo o desposesión y su relación con la contraofensiva extractivista lanzada al calor de la nueva crisis general del capitalismo; la megaminería y sus desastrosos impactos ambientales y sociales; las guerras del agua; la reinstalación del monocultivo, en especial el caso de la soja y, por supuesto, de los hidrocarburos. Y agregó que Estados Unidos ya no tenía el poderío que tuvo después de la Segunda Guerra Mundial, y que el avance sostenido del desarrollo económico y la tecnología en países como Rusia y China, han generado que hoy se esté produciendo una guerra comercial por la tecnología de punta debido a las políticas a largo plazo y las buenas relaciones comerciales que tienen con países claves en producción alrededor del globo.
Por su parte, el profesor de Sociología en la Universidad de Oregón y editor de la revista “Monthly Review” John Bellamy Foster (1953) enfatizó en "Late imperialism and the expropriation of the earth” (El imperialismo tardío y la expropiación de la tierra), un artículo publicado a mediados de 2022 en la revista “Science for the People”, volúmen 25, nº. 2, que la explotación de clase, el imperialismo, la guerra y la devastación ecológica no son, cada una por separado, meros accidentes de la historia, sino características intrínsecas e interrelacionadas del desarrollo capitalista. En el caso específico de América Latina, la era de la industrialización por sustitución de importaciones de los primeros años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, que promovió la manufactura, “fue reemplazada por una nueva era de extracción acelerada de recursos y por una nueva dependencia de los productos primarios, incluidos tanto los agrícolas como combustibles y minerales”.
En el mismo artículo agregó: “La naturaleza del extractivismo se nos revela como un modo de dominación inscrito en la geografía, basado en la división jerárquica de unos territorios mineros al servicio de otros, concebidos como centros de destino y centros de realización. Por eso, el extractivismo no es sólo esa economía de rapiña que se practica en las zonas coloniales y neocoloniales, sino que es la práctica económico-política, cultural y militar, que une ambas zonas; el modo de relaciones que hace posible el crecimiento insustentable de una a costa de los subsidios ecológicos y la degradación biopolítica de la otra. En ese sentido, el extractivismo constituye una función geometabólica del capital: un efecto y una condición necesaria para la realización de la acumulación a escala global. El extractivismo, por lo tanto, es indisociable del capitalismo, así como este lo es de la organización neocolonial del mundo”.


Pero es necesario, para comprender esta situación, retrotraerse un par de siglos atrás cuando el economista y estadístico alemán Adolf Soetbeer (1814-1892) se dedicaba preferentemente al estudio de los problemas empíricos. Organizó un instituto de estadística en Hamburgo, cuyo boletín fue una de las primeras publicaciones periódicas dedicadas a las estadísticas, cotizaciones y mercados de Alemania. La reputación internacional de Soetbeer se debió a su profusa investigación estadística de la producción y utilización de metales preciosos después del descubrimiento de América, basada, en parte, en los datos que proporcionó Alexander von Humboldt (1769-1859). También Wilhelm Lexis (1837-1914), otro economista alemán que durante toda su vida mostró en sus trabajos una profunda desconfianza hacia la “economía pura” y la aplicación de modelos matemáticos supuestamente descriptivos sin relación con datos económicos reales, se ocupó del mismo tema.
Según constancias documentadas en Sevilla y Madrid, alrededor de 200 toneladas de oro y 17 mil toneladas de plata salieron desde tierras americanas hacia España entre 1530 y 1660. Según Soetbeer esto equivalió a 173 millones de ducados; según Lexis a unos 150 millones. Valuados a precios actuales, estas cifras rondarían los 28 mil millones de dólares. Otras estimaciones mensuran en unas 90 mil toneladas de plata fueron extraídas de las entrañas americanas en el lapso comprendido entre 1500 y 1800, y su valuación se elevaría a unos 120 mil millones de dólares actuales.


Para contar con una aproximación del formidable impacto que generó este envío de riquezas a territorio europeo, basta con tomar como referencia que la totalidad del oro existente para esa época en el “viejo mundo” se estimó en unos 1.000 millones de dólares y la plata en unos 1.500 millones de dólares actuales. Las cifras del saqueo, con seguridad, deberían elevarse notablemente si se considerasen la cantidad de navíos hundidos, que son numerosos, en las aguas del mar Caribe, en las costas chilenas y en la confluencia austral de los océanos Pacífico y Atlántico. Por otro lado, habría que considerar la carga secuestrada por piratas y corsarios que fueron a parar a otras potencias europeas.
El pillaje obtenido por el capitán Francis Drake (1543-1596), por ejemplo, puede ser considerado como la fuente y el origen de la inversión externa británica. Con él, la reina Isabel I de Inglaterra (Isabel Tudor, 1533-1603), pagó la totalidad de su deuda externa e invirtió una parte del remanente en la Compañía de Indias Orientales, cuyos beneficios representaron, durante los siglos XVII y XVIII, la base principal de la riqueza del imperio inglés. En España, por su parte, durante los reinados de Carlos I y Felipe II -Carlos de Habsburgo (1500-1558) y Felipe de Borbón (1527-1598) respectivamente-, se forjó un Imperio que no nació a raíz de las conquistas o del envío de soldados a otros territorios para ocuparlos, sino de la fuente continua de riquezas procedentes de las ricas minas de América. La mayor parte del oro y la plata que sustrajeron, sirvió para financiar las guerras de los monarcas, debidas a intereses dinásticos.
Vale la pena recordar un párrafo del “Diario de a bordo” que Cristóbal Colón (1451-1506) escribió durante su primer viaje a América realizado entre agosto de 1492 y marzo de 1493: “Yo estaba atento y trabajaba de saber si había oro, y vide que algunos dellos traían un pedazuelo colgando en un agujero que tenían a la nariz, y por señas pude entender que yendo al Sur o volviendo la isla por el Sur, que estaba allí un Rey que tenía grandes vasos dello, y tenía muy mucho… del oro se hace tesoro, y con él quien lo tiene hace cuanto quiere en el mundo y llega a que echa las ánimas al Paraíso”. Al respecto de estas andanzas, años después, más precisamente en 1776, el economista escocés Adam Smith (1723-1790) escribió en su ensayo “The wealth of nations” (La riqueza de las naciones) algunas opiniones.


“No encontrando en los países descubiertos -expresó el considerado precursor del capitalismo y del libre mercado como el sistema económico ideal-, tanto entre animales como entre vegetales, cosa grande que pudiese justificar una pintura digna de tan admirable descubrimiento, dirigió Colón su mirada hacia la parte mineral, y en la riqueza de este tercer reino del mundo se lisonjeó de haber hallado una completa compensación… Los pedacitos de oro puro con que sus habitantes adornaban sus vestiduras fueron causa bastante para que se representara la isla de Santo Domingo como una tierra abundante en oro. A consecuencia pues de las representaciones de Colón, determinaron los Reyes de Castilla tomar posesión de aquellos países, no dudando que sus habitantes no dificultarían en reconocerles por dueños, cuando, por otra parte, se hallaban incapaces de defenderse”.
Ciertamente los colonizadores  de aquella época contribuyeron mucho en el campo de la agricultura al traer cultivos como el arroz, la caña de azúcar, la cebada, el olivo, tabaco, el trigo y la vid. También introdujeron una nueva forma de vestimenta y una nueva religión. La colonización de América Latina, sin embargo, afectó también a los sectores culturales: la memoria histórica fue objeto de manipulación, fuego, robo y censura. El proceso fue lento y sistemático, feroz e implacable: hoy se conoce que el 60% de toda la memoria escrita de la región desapareció. Más de 500 lenguas se extinguieron para siempre. Y no sólo eso. Los colonizadores navegaron el Atlántico llevando consigo epidemias como la gripe, la peste bubónica, el sarampión y la viruela, enfermedades todas ellas que ocasionaron consecuencias devastadoras para las poblaciones indígenas.
Hoy en día, resulta más que evidente que los imperios europeos encontraron en América importantes riquezas naturales, las cuales fueron saqueadas profusamente, primero por España, Francia, Portugal e Inglaterra, más tarde por Estados Unidos y, en la actualidad, por los grandes monopolios transnacionales cuyo principal objetivo es preservar la dominación imperialista sobre los recursos naturales de Latinoamérica, algo que hoy se da principalmente con el litio, un mineral del que la región, principalmente Argentina, Bolivia y Chile, posee el 61% de las reservas mundiales, por lo que algunos analistas ya pronostican futuras guerras entre los grandes oligopolios como en su momento ocurrió con el petróleo en varios países de la región. La extracción indiscriminada de estos recursos constituye, sin duda alguna, una puerta abierta a la colonización con el aval de los gobiernos de turno, ya sean progresistas, desarrollistas, populistas o abiertamente nepotistas.


A partir del siglo XVI, Latinoamérica, que subsidió a las grandes potencias por turnos con la complicidad de clases dirigentes dóciles y corrompidas, ha sido una vasta fábrica de pobreza y de hambre: entre 1600 y 1800 sólo un 2% de la población poseía la riqueza; en la actualidad hay 660 millones de habitantes, de los cuales 230 millones son pobres y 90 millones son indigentes. Cada año mueren algo más 130.000 niños de hambre y hay un 80% de pobreza en los sectores indígenas según datos proporcionados por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), un organismo dependiente de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Los pueblos de la América Latina habitan un territorio que guarda en sus entrañas, con respecto a las reservas mundiales, el 39% del cobre, el 32% del níquel, el 32% de la plata, el 27 % del carbón, el 25% del estaño, el 24% del petróleo, el 23% del zinc, el 18% de la bauxita, el 15% del hierro, el 15% del plomo, el 11% del oro, el 8% del gas y el 5% del uranio además del ya mencionado litio.
Todas estas riquezas constituyen un gran tesoro para los intereses de los grandes consorcios internacionales, el gran capital imperialista y sus aliados. Hoy por hoy, los regímenes democráticos no son más que una formalidad en los cuales la expresión “sálvese quien pueda” es moneda corriente y abre las puertas a toda clase de comportamientos aberrantes. Las luchas por una auténtica democracia en América Latina, es decir, la conquista de la igualdad, la libertad y la participación ciudadana, es estéril ante el despotismo del capital. Jamás hubo una oportunidad tan prolongada y tan rica para el hombre de negocios y el especulador. En todos estos años de conquista y saqueo, nació el capitalismo moderno. Por eso es bueno recordar aquella sentencia del dramaturgo y poeta alemán Berthold Brecht (1898-1956): “No aceptes lo habitual como cosa natural. Porque en tiempos de desorden, de confusión organizada, de humanidad deshumanizada, nada debe parecer natural. Nada debe parecer imposible de cambiar”.