26 de febrero de 2008

Los avatares del matrimonio

Según se desprende de datos estadísticos inobjetables, los Estados Unidos tienen la tercera población más grande de católicos romanos en el mundo después de Brasil y México. Con un 26% de su población profesando la fe católica, son alrededor de 80.000.000 de personas las que adscriben a los principios impartidos por la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Esto incluye, naturalmente, el respeto por los Mandaminetos, los Sacramentos y los demás preceptos de la Iglesia.
Dice la Iglesia Católica que en la vida del varón y de la mujer se da un momento en que, normalmente, brota el amor. Llevados de ese amor deciden entrar en una comunión estable de vida y formar una familia. A esta decisión y compromiso se llama matrimonio.
En lo que respecta a ésto, la Iglesia es muy clara en sus conceptos al decir, por ejemplo, que Dios -que es amor y creó al hombre por amor- lo ha llamado a amar. Creando al hombre y a la mujer, los ha llamado en el Matrimonio a una íntima comunión de vida y amor entre ellos, "de manera que ya no son dos -dice la Biblia- sino una sola carne" (Mateo 19, 6). Al bendecirlos, Dios les dijo: "Creced y multiplicaos" (Génesis 1, 28). También dice la Iglesia que la alianza matrimonial del hombre y la mujer, fundada y estructurada con las leyes propias dadas por el Creador, está ordenada por su propia naturaleza a la comunión y al bien de los cónyuges, y a la procreación y educación de los hijos. Jesús enseña que, según el designio original divino, la unión matrimonial es indisoluble: "Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre" (Marcos 10, 9).
Según la Iglesia, a causa del primer pecado, que ha provocado también la ruptura de la comunión del hombre y de la mujer -donada por el Creador- la unión matrimonial está muy frecuentemente amenazada por la discordia y la infidelidad. Sin embargo, Dios, en su infinita misericordia, da al hombre y a la mujer su gracia para realizar la unión de sus vidas según el designio divino original. Dios ayuda a su pueblo a madurar progresivamente en la conciencia de la unidad e indisolubilidad del matrimonio, sobre todo mediante la pedagogía de la Ley. Jesucristo no sólo restablece el orden original del matrimonio querido por Dios, sino que otorga la gracia para vivirlo en su nueva dignidad de sacramento, que es el signo del amor esponsal hacia la Iglesia: "Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo ama a la Iglesia" (Efesios 5, 25).
Para la Iglesia Católica, el matrimonio no es una obligación para todos. En particular, Dios llama a algunos hombres y mujeres a seguir a Jesús por el camino de la virginidad o del celibato por el Reino de los cielos; éstos renuncian al gran bien del Matrimonio para ocupase de las cosas del Señor tratando de agradarle, y se convierten en signo de la primacía absoluta del amor de Cristo y de la ardiente esperanza de su vuelta gloriosa. Dado que el Matrimonio constituye a los cónyuges en un estado público de vida en la Iglesia, su celebración litúrgica es pública, en presencia del sacerdote y de otros testigos.
El consentimiento matrimonial es la voluntad, expresada por un hombre y una mujer, de entregarse mutua y definitivamente, con el fin de vivir una alianza de amor fiel y fecundo. Puesto que el consentimiento hace el matrimonio, resulta indispensable e insustituible. Para que el matrimonio sea válido el consentimiento debe tener como objeto el verdadero matrimonio, y ser un acto humano, consciente y libre, no determinado por la violencia o la coacción. Para ser lícitos, los matrimonios mixtos (entre católico y bautizado no católico) necesitan la licencia de la autoridad eclesiástica. Los matrimonios con disparidad de culto (entre un católico y un no bautizado), para ser válidos necesitan una dispensa. En todo caso, es esencial que los cónyuges no excluyan la aceptación de los fines y las propiedades esenciales del Matrimonio, y que el cónyuge católico confirme el compromiso, conocido también por el otro cónyuge, de conservar la fe y asegurar el Bautismo y la educación católica de los hijos. El sacramento del Matrimonio crea entre los cónyuges un vínculo perpetuo y exclusivo. Dios mismo ratifica el consentimiento de los esposos. Por tanto, el matrimonio consumado entre bautizados no podrá ser nunca disuelto. Por otra parte, este sacramento confiere a los esposos la gracia necesaria para alcanzar la santidad en la vida conyugal y acoger y educar responsablemente a los hijos.


Los pecados gravemente contrarios al sacramento del Matrimonio son los siguientes: el adulterio, la poligamia, en cuanto contradice la idéntica dignidad entre el hombre y la mujer y la unidad y exclusividad del amor conyugal; el rechazo de la fecundidad, que priva a la vida conyugal del don de los hijos; y el divorcio, que contradice la indisolubilidad. La Iglesia admite la separación física de los esposos cuando la cohabitación entre ellos se ha hecho, por diversas razones, prácticamente imposible, aunque procura su reconciliación. Pero éstos, mientras viva el otro cónyuge, no son libres para contraer una nueva unión, a menos que el matrimonio entre ellos sea nulo y, como tal, declarado por la autoridad eclesiástica.
Fiel al Señor, la Iglesia no puede reconocer como matrimonio la unión de divorciados vueltos a casar civilmente. "Quien repudie a su mujer y se case con otra -dice la Biblia- comete adulterio contra aquella; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio" (Marcos 10, 11-12). Hacia ellos la Iglesia muestra una atenta solicitud, invitándoles a una vida de fe, a la oración, a las obras de caridad y a la educación cristiana de los hijos; pero no pueden recibir la absolución sacramental, acercarse a la comunión eucarística ni ejercer ciertas responsabilidades eclesiales, mientras dure tal situación, que contrasta objetivamente con la ley de Dios. Todos estos conceptos enseña la Iglesia Católica, y es de suponer que, al menos 80.000.000 de norteamericanos los siguen fielmente. Pero, parece que la bo­nanza de la riqueza generada por una economía floreciente (para algunos), ha creado más y más millonarios y con ello mayores opor­tunidades para los buscadores de teso­ros matrimoniales de ambos sexos.
Alguien dijo -con gran sentido del humor, por cierto- que así como el patrimonio es la suma de todos los bienes, el matrimonio es la suma de todos los males. Esto parece no importarle a los estadounidenses acaudalados, para quienes casarse por dinero se ha vuelto un de­porte popular, buscando -tal vez- amalgamar ambas cosas. Hace unos meses hubo un gran revuelo en Estados Unidos cuando una veinteañera de Nueva York, que se describía a sí misma como "espectacularmente hermosa", colocó un anuncio en un sitio Web de avisos clasificados diciendo que buscaba un hombre que ga­nara al menos U$S 500.000 al año. La mujer, que no aclaró si era o no católica, dijo que trató de estar con hombres que ganaban U$S 250.000, pero que eso no bastaba para llevarla al Central Park West (uno de los barrios más acaudalados de Man­hattan). El anuncio provocó variadas respuestas; la más original -posiblemente- sea la de un banquero de inversión que le contestó que su dinero crece­ría con el tiempo pero que la belleza de la joven se marchitaría con el pasar de los años, por lo que la oferta no tenía sentido económico. Ella era -dijo el banquero- un activo en depreciación.
Según un sondeo de la consultora "Prince & Associates", el precio promedio que hoy en día exigen los hombres y las mujeres de Estados Unidos para casarse por dinero es de U$S 1.500.000. La firma encuestó a 1.134 per­sonas en todo Estados Unidos con ingresos que van desde los U$S 30.000 a los U$S 60.000 al año (que es, a grandes rasgos, el ingreso promedio de los estadouniden­ses). La pregunta era: ¿Cuán dispuesto está a casarse con una persona de apa­riencia promedio que a usted le gusta si ésta tiene mucho dinero? Un contundente 66% de las mujeres y el 50% de los hombres contestó que es­tarían "muy" o "extremadamente" dis­puestos a casarse por dinero. Las res­puestas variaron según la edad. Las mujeres de treinta años eran las más dispues­tas a casarse por dinero (74%) mientras que los hombres de veinte eran los me­nos dispuestos (41%). La misma encuesta asegura que el dinero anima a las per­sonas a decir que sí: "Es más probable que una pareja se case cuando tienen dinero y cuando el hombre es económi­camente estable", dice.


No sólo son las mujeres las que tie­nen el impulso de buscar hombres con dinero para casarse. Según el estudio de "Prince & Associates", el 61% de los hombres de cuarenta años dijeron que se casarían por di­nero. Se acota que, a medida que los hombres envejecen, aceptan más la idea de que las mujeres sean las proveedoras económicas. El precio matrimonial varía por edad y sexo. Al preguntarles a las mujeres de veinte que cuán grande debería ser el patrimonio del hombre para que estén dispuestas a casarse, el promedio fue de U$S 2.500.000. Esta cifra baja a U$S 1.100.000 para las mujeres de treinta y vuelve a subir a U$S 2.200.000 para las que están viviendo su cuarta década. En cuanto al patrimonio de la mujer buscada para esta modalidad de matrimonio, los hombres de veinte pidieron U$S 1.000.000 y los de cuarenta U$S 1.400.000. Según el "Wall Street Journal", -que publica los datos antes mencionados- las cifras para los hombres son más bajas porque se sentirían amenazados por mujeres que valen varios millones de dólares. "Los hombres no dicen que quieren U$S 10.000.000 porque no se sentirían cómodos con una mujer que vale tanto más que ellos", dice el diario norteamericano.
El escritor inglés Thomas Hardy (1840-1928) decía que "el matrimonio empìeza con amados fieles y termina con perplejidad". Si esto sucediese, es decir, que el matrimonio no funcione, existe -por supuesto y muy a pesar de la Iglesia Católica- la posibilidad del divorcio. Entre las mujeres de veinte años que dijeron que se casarían por dinero, el 71% afirmó que esperaban divorciarse más adelan­te, la tasa más alta en toda la encuesta. Sólo el 27% de los hombres de cuarenta años anticipaba un divorcio con una mujer con la cual se casarían por dinero. Lejanos parecen haber quedado los días en que el filósofo alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860) escribía: "Es evidente que, por naturaleza, la mujer está destinada a obedecer, y prueba de ello es que la que está colocada en ese estado de independencia abso­luta, contrario a su naturaleza, se enreda en seguida, no importa con qué hombre, por quien se deja diri­gir y dominar, porque necesita un amo. Si es joven, toma un amante; si es vieja, un confesor. El matrimonio es una celada que nos tiende la Naturaleza". Más allá de la condición económica de los cónyuges, lo más acertado parece seguir siendo lo expresado por el ensayista francés Michel Eyquem de Montaigne (1533-1592): "El mejor matrimonio sería aquel que reuniese una mujer ciega con un marido sordo".