12 de febrero de 2008

La mujer es rara, dijo Jean Giraudoux

Jean Giraudoux, el dramaturgo, novelista y diplomático francés, autor de ingeniosas obras, nació en Bellac el 29 de octubre de 1882 y estudió en la École Normale Supérieure de París, así como en las universidades de Munich y Harvard.
En 1910 ingresó en el ministerio de Asuntos Exteriores francés. Llegó a ocupar el cargo de director del Servicio de Informaciones en 1929 y mantuvo un puesto similar durante el gobierno pronazi del mariscal Henri Philippe Pétain (1856-1951) en el denominado régimen de Vichy. Giraudoux ganó reconocimiento al final de la Primera Guerra Mundial, después de publicar algunas novelas como "Lectures pour une ombre" (Lecturas para un hombre, 1917) y "Simon le pathétique" (El patético Simón, 1918), a la que siguieron varias obras de teatro de gran éxito internacional, como "Siegfried" (Sigfrido, 1928), "La guerre de Troie n'aura pas lieu" (No habrá guerra de Troya, 1935) y "Electre" (Electra, 1937). Muchas de ellas eran adaptaciones contemporáneas de historias de la antigua Grecia. En 1943 terminó su última obra, la sátira "La folle de Chaillot" (La loca de Chaillot), que se representó póstumamente en 1945. En 1968 se descubrió una novela suya, "La menteuse" (La mentirosa), que fue publicada un año después. Falleció el 31 de enero de 1944.
En "Lecturas para un hombre" dice Giraudoux: "La mujer es rara. La mayoría de los hombres se casan con una mediocre falsificación de los hombres, un poco más retorcida, un poco más flexible; se casan con ellos mismos. Se ven a ellos mismos pasar por la calle con un poco más de garganta, un poco más de caderas, todo envuelto en un jersey de seda, y entonces se persiguen a sí mismos, se abrazan y se casan. Después de todo es algo menos frío que casarse con un espejo. La mujer es rara, salta las crecientes, derriba los tronos, detiene los años. Su piel es el mármol. Cuando se tiene una, es el atollade­ro del mundo. ¿Adonde van los ríos, las nubes, las aves aisladas? A arrojarse en la mu­jer. Pero ella es rara. Hay que huir cuan­do se la ve, pues si ama, si detesta, es impla­cable. Su compasión es implacable... Pero es rara". Grandes palabras, exactas, graves e insólitas.
Mucho se ha dicho y se ha escrito acerca de la mujer, sobre todo desde que las teorías feministas se han puesto de moda. En su libro "The dialectic of sex" (La dialéctica del sexo, 1970), la feminista radical Shulamith Firestone aplicó la ideología marxista clásica a las relaciones entre los géneros. Según esta ideología, la familia patriarcal fue la primera opresión y la causa de todas las demás opresiones. Esta ideología proponía entonces la elimininación de la propiedad privada (para debilitar la base económica de la familia encabezada por el padre), la legalización del divorcio, la aceptación de los hijos ilegítimos, la integración de toda mujer en la fuerza laboral, el establecimiento de guarderías infantiles gratis las 24 horas del día y la eliminación de la religión, para así destruir la familia y eliminar las clases y demás fuerzas opresoras (parece ser que en algunos aspectos el marxismo ha triunfado).
Pero, según Firestone, Marx no llegó lo suficientemente lejos en su argumento: "Si la familia es la causa de toda opresión, entonces es necesario atacarla directamente" decía. De acuerdo con su análisis, es en la familia donde los hijos quedan expuestos por primera vez al dualismo de clases. En la figura del padre los hijos ven la clase opresora, que se beneficia de la labor (reproducción) de la clase oprimida, la madre. Los hijos son la clase más oprimida. Por lo tanto, los hijos nacidos de familias tradicionales, según Firestone, están socialmente condicionados a aceptar la distinción de clases.



Firestone entendía claramente que su guerra era una guerra en contra de la naturaleza, y aunque reconocía que la familia está arraigada a realidades biológicas como el hecho de que sólo la mujer puede quedar embarazada, pensaba sin embargo que aún así la mujer podía lograr su liberación. Esto lo haría a través de la absoluta revolución sexual de clases, no sólo a través de la eliminación del privilegio masculino, sino también eliminando la distinción misma del sexo; el absoluto control de la reproducción de la mujer, incluyendo el aborto a petición y la total liberación sexual, que incluye el derecho absoluto del individuo a tener relaciones sexuales con otros individuos sin importar la edad, el número de personas, el estado civil, las relaciones familiares (incesto) o el género. Algunos estudiosos de esta teoría social y práctica política, estiman que el 40% de las mujeres que componen el movimiento feminista radical son lesbianas.
Para el escritor y periodista francés Louis Pauwels (1920-1997), un hombre polémico que dirigió la revista del diario "Le Figaro" y solía decir: "Soy un hombre de derecha. Lo digo sin complejos: no creo que la derecha moderna sea reaccionaria", la verdadera mujer, la que nos llega del fon­do de los siglos "pertenece por completo a un universo ajeno al del hombre. Resplandece en el otro extremo de la Creación. Conoce los secretos de las aguas, de las piedras, de las plantas y los animales. Mira fijamente al sol y ve claramente en la oscuridad. Posee las llaves de la salud, el descanso, las armonías de la materia. Es una hechicera, un hada de grandes senos húmedos, de ojos transparentes, que espera al hombre para reanudar el paraíso terrenal. Si se entrega a él, lo hace con un movimiento de pánico sagrado, abrién­dole, en la cálida oscuridad de su vientre, la puerta de otro mundo".
Pauwels -quien acusó a los apasionados revoltosos de mayo del 68 de tener los vicios de la prosperidad rápida- continúa analizando a la mujer: "Es la fuente de virtud; el deseo que inspira consume la excitación. Hundirse en ella devuelve la castidad. Es esté­ril, pues detiene la rueda del tiempo. O más bien es ella la que siembra al hombre: le vuelve a dar a luz, introduce de nuevo en él la infancia del mundo. Lo restituye a su tra­bajo de hombre, que consiste en subir a la mayor altura posible en sí mismo".
Ya en el colmo del paroxismo, concluye: "Se habla de un superhombre, no de una supermujer, pues la mujer, la verdadera, es la que hace del hombre más que lo que es. A ella le basta con existir para ser con plenitud. El hombre tiene que pasar por ella para pasar a serlo, a menos que elija otros accesos, en los que volve­rá a encontrarla en formas simbólicas". Parece una exageración.
Descubrir a la verdadera mujer, no una seca y sin alma, como muchas veces parecen serlo en verdad, es una gracia. No sentirse asustado por ella es otra. Unirse a ella -dice la Biblia- exige la benevolencia de Dios: "Cuando en la tierra -dice- veo que un amor se eleva por encima de los espectros, tiendo mis manos sobre él como ramas protectoras, pues yo soy el árbol eternamente verde".

Tal vez no haya que huir de ella cuando se la ve -como sostenía Giraudoux-, pero que es rara, no hay dudas: es rara.