7 de enero de 2008

Humor, sátira e ironía en la literatura inglesa

¿Qué tenían en común Jerome K. Jerome (1859-1927), Rudyard Kipling (1865-1936), Herbert G. Wells (1866-1946), Hector "Saki" Munro (1870-1916), Gilbert K. Chesterton (1874-1936), Pelham G. Wodehouse (1881-1975), Katherine Mansfield (1888-1923) y Arthur Evelyn Waugh (1903-1966)? Por lo menos tres cosas: eran británicos, eran escritores y todos cultivaron el humor en sus obras, un género tan prolífico como polifacético dentro de la producción literaria en lengua inglesa del siglo XIX y principios del si­glo XX. Estos escritores y otros no tan difundidos -Stephen Leacock (1869-1944) y Richard Aldington (1892-1962), por ejemplo- sentaron las bases del muy popular humor inglés, basándose en la iro­nía como medio para lograr un propósito polémico, filosófico o satíricamente crítico.
El escritor cubano (nacionalizado británico tras su huída de la isla caribeña) Guillermo Cabrera Infante (1929-2005) decía en "¿Existe el humor inglés? (2003): "La frase 'english humour' no tiene traducción. Solamente la admite el Diccionario de la Lengua Española bajo el acápite de 'humourisme'. La palabra es de origen francés pero el concepto, además de los humores del cuerpo, en inglés viene del siglo XVIII. Lo que llamamos 'humor inglés' es una invención de la segunda mitad del siglo XVIII y del siglo siguiente". Según Cabrera Infante, sus creadores fueron Sydney Smith (1771-1845) y Douglas Jerrold (1803-1857), autores que, aunque poco conocidos, se encargaron de divulgar el género por Europa.
La Real Academia Española establece en su diccionario que un sentido es la facultad que tienen los animales (entre ellos, el hombre) para perci­bir las impresiones del ambiente externo por medio de determinados órganos corporales. Por su parte el humor, siempre de acuerdo con el diccionario, definía en la antigüedad a cualquiera de los liquidos del cuerpo humano (la sangre, la flema, la bilis amarilla y la bilis negra) que determinaban, gracias a su proporción, el temperamento de una persona, es decir, su inclinación o dis­posición más característica o habitual.
Por ejemplo, para los antiguos griegos el predominio de la bilis negra producía tristeza o melancolía ("mélanos" = negro, "kholé" = bilis); en cambio si predominaba la "phlegma" (flema), el individuo se caracterizaba por su excesiva calma. De allí lo de "flemático", un rasgo de la personalidad que suele atribuírsele a los ingleses. Si el promedio de los cuatro humores daba como resultado un carácter agradable, se decía que la persona estaba de buen humor, pero cuando de la mezcla resultante el carácter era hosco, se decía que estaba de mal humor.
Con el trans­curso del tiempo, el humor llegó a ser sinónimo de capricho (como cuando se habla de "los humores del tiempo") y también, por extensión, la frase "sentido del humor" pasó a definir esa facultad mental que per­mite descubrir, expresar o apreciar lo ridículo o lo incongruente, lo contradictorio, lo cómico y lo absurdo. Así, el humor, una forma de percepción de la reali­dad captada a través de la mente, se convirtió en un sentido condicionado por la capacidad de obser­vación, la inteligencia y el ingenio que, además de divertir, podía emplearse para satirizar o criticar las costumbres, los hábitos, las reac­ciones y las situaciones que caracterizan a la condición humana.
Así como se han vuelto proverbiales el refinamiento de los franceses, la disciplina de los alemanes y la pasión de los italianos, curiosamente, la mentalidad de ciertos pueblos parece más inclinada a ejercer el sentido del humor, como si el idioma favoreciera la capacidad de la ironía, la percepción satírica de la realidad y la posibilidad de burlarse de uno mismo. Eso es lo que ocurre en el caso de los ingleses, que con el correr de los siglos han dado testimonio de su sentido del humor desde los medievales "The Canterbury tales" (Cuentos de Canterbury, 1380) de Geoffrey Chaucer (1343-1400) hasta las historias disparatadas de "The great pursuit" (La gran persecución, 1977) o "Vintage stuff" (Una dama en apuros, 1983) de Tom Sharpe (1928).
Entre ambos extremos, existieron una enorme cantidad de auténticos maestros de la literatura de humor en todas sus variantes. Durante el siglo XVIII, el humor satírico tuvo en el bilioso y sombrío Jonathan Swift (1667-1745) su más grande exponente, mientral que el humor sentimental fue cabalmente representado por Oliver Goldsmith (1728-1774). Hubieron, por otra parte, novelistas que observaron sonrientes la realidad, como Henry Fielding (1707-1754), Tobías Smollet (1721-1771) y Laurence Sterne (1713-1768). También Samuel Johnson (1709-1784) cultivó la sátira.
Durante la época victoriana, el humor vivió encerrado en un ambiente de confort e indiferencia intelectual, con Richard Sheridan (1751-1816) en dramaturgia y Charles Dickens (1812-1870) en novela, dando como resultado un humor sin inquietud metafísica, suave y apacible. A ellos le siguieron el ironista y snob Oscar Wilde (1854-1900) y Noel Coward (1899-1973) un notable dramaturgo famoso por la sutileza de su ingenio y su sátira mordaz hacia la alta sociedad británica. Ya entrado el siglo XX, sin dudas el más destacado fue George Bernard Shaw (1856-1950) utilizando el humor comprometido.
Para el escritor alemán Jean Paul Richter (1763-1825), heredero directo de los autores ingleses, el concepto de humor aparece como una excentricidad en la que el humorismo se distingue de lo cómico como lo lírico de lo épico. En "Vorschule der Ästhetik" (Parvulario de estética, 1822) dice que "para el humor no existen los necios, sino la necedad en general y un mundo loco. El humor rebaja lo grande y eleva lo pequeño, pero no como la parodia o la ironía, sino para igualar las diferencias de este mundo y luego aniquilarlas al ponerlas en contraste con el infinito, ante el cual todo es igual y nada".
George W. Hegel (1770-1831), por su parte, retomó el concepto de humor como extravagancia e hizo la distinción entre el humor subjetivo y el humor objetivo. "El primero depende del talento del humorista, que busca todo lo que quiera hacerse objetivo, mientras que en el segundo, la ocurrencia no es casual y arbitraria, sino movimiento interno del espíritu, que se dedica por entero a su objeto y lo conserva en interés y contenido". Por su parte, Arthur Schopenhauer (1788-1860), veía el humorismo "carente de benevolencia, inspirado por el resentimiento y el rencor, y manifiesto en el cinismo, derivado de una actitud desdeñosa".
En los últimos tiempos se ha considerado al humor como un producto de las clases burguesas, propio de culturas avanzadas e incluso tardías. Según estas teorías, el humorista es un excéntrico y un inconformista, que con ironía se finge ingenuo e ignorante para poner en tela de juicio los postulados inconmovibles -ya deformados- de la sociedad, a la cual se esfuerza por demostrarle que no habla en serio, para que ella a su vez le crea capaz de restablecer el orden que ha puesto en crisis: es la misión tradicional del satírico.
Pero hoy, la mayoría de los satíricos prefieren el título de humoristas, por el mayor prestigio actual de esta palabra. La diferencia estriba en que el satírico ataca los vicios con acritud e indignación, mientras el humorista lo hace como jugando, mirando las flaquezas humanas con una visión más amplia, suavemente moralizadora y benévola.
Oscar Wilde supo decir: "La vida es demasiado importante para hablar en serio de ella".