11 de noviembre de 2007

El terror en la literatura, un placer sobrenatural

El horror es tan an­tiguo como la especie humana. Los relatos sobre­naturales abundan en el folklore de todas las culturas. Sin embargo, desde el punto de vista de la literatura, es en los orígenes de la modernidad cuando el género del cuento de terror alcanza su mejor definición. La hipótesis es la siguiente: deba­jo de este universo, en apariencia armónico y or­denado, palpita el infame caos donde habitan seres espantosos y existen misterios insondables que sería mejor no revelar.
A fines del siglo XVIII y principios del XIX, un grupo de escritores dio un vuelco definitivo a la creación literaria. En Inglaterra, Alemania, Fran­cia y los Estados Unidos comenzaron a publicarse numerosas historias acerca de muertos que regre­saban del más allá, de misteriosos pactos con el diablo, de vampiros que se alimentaban con san­gre humana, de seres abominables que sólo espe­raban el momento adecuado para aparecerse en cualquier lado, de sustancias extrañas capaces de transformar a los hombres en criaturas espantosas. La literatura de terror había nacido.
Resulta interesante que paralelo al Siglo de las Luces, en pleno nacimiento de la sociedad industrial, haya aparecido un género literario que durante mucho tiempo se había mantenido en los márgenes de la literatura, es decir, en las leyendas y los cuentos populares que se contaban por las noches a la luz de una vela, con el propósito de provocar en quien los escuchaba un profundo estremecimiento: eso que podríamos llamar el placer del horror. Durante si­glos este tipo de relato estuvo relegado a la cate­goría de mera fantasía, hasta que autores como Edgar Allan Poe (1809-1849), Jan Potocki (1761-1815), Ernest Theodor Amadeus Hoffmann (1776-1822), Théophile Gautier (1811-1872) y Guy de Maupassant (1850-1893), entre otros, se dieron a la tarea de inventar cuentos de minucioso y obsesivo terror capaces de convocar a los poderes de las sombras y de manifestarlos. El horror se convirtió en un arte cultivado por las mejores y, a menudo, más exquisitas plumas de su tiempo.
En estos relatos, los eventos sobrenaturales, a diferencia de las leyendas populares, no ocurrían en lugares ignotos o exóticos, mucho menos en un pasado mítico o lejano, sino que sucedían aquí y ahora, en el entorno cotidiano. Las diversas mani­festaciones de lo siniestro comenzaron a ocurrir en los lugares más comunes y corrientes: en habita­ciones y parques, en camas y roperos, en ciudades y sótanos. Sus elementos se hicieron típicamente modernos y paulatinamente se incorporaron múl­tiples rasgos de la vida urbana.
El cuento de terror competía con el gusto de los lectores junto a novelas realistas como las de Henri Beyle Stendhal (1783-1842), Honoré de Balzac (1799-1850), Gustave Flaubert (1821-1880) o León Tolstoi (1828-1910). Una rápida mirada por el panorama literario del siglo XIX nos permite constatar que mientras la novela abordaba temas realistas, el cuento era el género idóneo para la liberación de la fantasía más desbordada. De hecho, el cuen­to fantástico se convirtió en una especie de crítica de la litera­tura considerada como copia de la realidad y también del positivismo racionalista que preten­día, por todos los medios, negar que bajo nuestras certezas aparentes, palpitaban miedos, te­rrores y obsesiones como alimañas en los abismos acechando en la oscuridad. Posteriormente, ya en el siglo XX aparece una forma nueva de horror derivada del desarrollo tecnológico y científico: el horror cósmico. Abominaciones provenientes de otros mun­dos, energías malignas latentes en el interior de la materia, seres surgidos de otras dimensiones y universos, comenzaron a hacer su aparición para dar forma a la literatura de terror contemporánea.
Es muy fácil decir por qué gusta una novela de amor o un relato de aventuras; más di­fícil resulta descubrir la razón por la cual existe una atracción hacia los cuentos donde impera lo siniestro o lo grotesco. Esta belleza terrible sólo puede ser transmitida con los máximos recursos del lenguaje. Es por eso que muchos de los grandes autores de terror pueden considerarse también grandes poe­tas, ya que gracias a las sutilezas y estrategias de sus composiciones logran involucrar al lector en ám­bitos a los que de otra forma se negaría a entrar.
La característica fundamental del cuento fan­tástico reside en su esencial brevedad. Su estructura es por lo tanto cerrada y alcanza su climax narrativo hacia el final del texto. Su lenguaje, dada su concentración extrema, es una sabia combina­ción de poesía y narrativa, ya que transmite, por un lado, sentimientos y sensaciones, y por el otro cuenta una historia con un principio, un desarrollo y un final.
Existen, por otra parte, diversos tipos de te­rror que van desde el primitivo terror a los muertos, hasta el terror cósmico, pasando, por supuesto, por el te­rror religioso, con sus fuerzas diabólicas y el terror psicológico, con su cultivo de las obsesiones y las fobias. Esta variedad siempre está en continua transformación, ya que el horror es capaz de incorporar elementos de otras formas de creación literaria, des­de el texto típicamente romántico, hasta la nove­la de aventuras y la ciencia ficción.