20 de octubre de 2007

El humor y el horror en los cuentos de Saki

Hector Hugh Munro (1870-1916), que escribió con el seudónimo de Saki, es tal vez el mejor exponente inglés del humor y la sátira dentro de los límites estrictamente definidos del cuento corto. Sus notables relatos, en donde se entrelazan el horror, la ironía y lo grotesco, revelan un admirable sentido de la carac­terización cómica y del diálogo ingenioso, y un estilo conciso de una facili­dad y tersura engañosas, que deben haber sido el resultado de mucha re­flexión y trabajo. Los temas predilectos que ocupan los cuentos de Saki son el enfrentamiento de los niños con el mundo de los adultos, lo sobrenatural, la despiadada disección de la intolerancia y la torpeza, y una visión clara, penetrante y burlona de la frivola sociedad inglesa de principios del siglo XX.
Esa época de la historia inglesa -conocida como el período eduardiano- abarca la primera década del siglo XX, cuando Eduardo VII ascendió al trono luego de la muerte de la reina Victoria en 1901. Las cualidades esenciales preferidas por la sociedad eduardiana eran la elegancia y el ingenio. Buena parte de los ingleses de esa época dirigió sus miras estéti­cas a la búsqueda de esos ideales. Un eduardiano debía ser elegante; en su vestimenta, en sus maneras, en su conversación, en todos los incidentes de la vida diaria. Debía vivir en un barrio elegante, frecuentar la sociedad elegante y leer los libros elegantes. Toda esa inmensa trivialidad aparece reflejada en los cuentos de Saki, cuya sátira mordaz llega en ocasiones hasta el ensañamiento.
Aunque las historias literarias comparen a H.H. Munro con otros humoristas de la época, como William Wymark Jacobs (1863-1943) o Pelham Grenville Wodehouse (1881-1975), la originalidad artística y la fuerza narrativa de Saki lo sitúan, con mayor justicia, entre los grandes narradores eduardianos: Herbert George Wells (1866-1946), John Galsworthy (1867-1933), Algernon Blackwood (1869-1951) y Rudyard Kipling (1865-1936). Al igual que el autor de "El libro de las selvas vírgenes", Munro nació (el 18 de diciembre de 1870) en los confines más lejanos del Imperio Británico, en Akyab (Birmania). Su padre era oficial de la policía birmana, y al morir su madre el joven Munro fue enviado a Inglaterra. Los primeros años de su vida transcurrieron en Barnstaple, en el condado de Devonshire, donde sus tías -unas solteronas muy estrictas- se hicieron cargo de su educación. Después de completar sus estudios, Munro retornó a Birmania, donde su padre le había conseguido un puesto en la policía militar. Una en­fermedad -siete ataques de fiebre en trece meses- lo obligó sin embargo, a resignar el empleo y, de vuelta en Inglaterra, comenzó a ganarse la vida como periodista. Colaboró en el Westminster Graphic con sátiras políti­cas y más tarde viajó por Polonia, Rusia y Francia como corresponsal del Morning Post.
En 1900 apareció su primer libro: "The rise of the Russian Empire" (El surgimiento del Imperio Ruso), y comenzó a publicar sus primeros cuentos en la "Westminster Gazette". Esos relatos fueron reunidos en los volúmenes "Reginald" (1904); "Reginald in Russia" (Reginald en Rusia, 1910); "The chronides of Clovis" (Las crónicas de Clovis, 1912) y "Beasts and Super-Beasts" (Bestias y Superbestias, 1914), que contienen lo mejor de su obra y que le han dado una fama duradera como uno de los mejores cuentistas anglosajones. Su única novela, "The unbearable Bassington" (El insufrible Bassington, 1912), es una pequeña obra maestra en donde la sátira toma un acento despiadado y desconcertante, que muchos críticos consideran como una particularidad de la literatura posterior a la primera guerra mundial. En 1914 publicó "When William came" (Cuando apareció William), una curiosa fantasía de anticipación que describía una Inglaterra futura bajo la dominación alemana; fue la contribución de Munro a una moda literaria que, entre 1871 y 1914 era difícil no encontrar en la literatura europea: los relatos de anticipación bélica.
La crueldad de algunos de los cuentos de Saki, especialmente los que tratan acerca de la niñez, tiene su indudable raíz en los años de la infancia de Munro, un período difícil y sin duda signado por la amargura. Su her­mana Ethel Munro -en el prefacio a "The short stories of Saki"-, nos describe a las mujeres que lo educaron: "la tía Augusta era una mujer de tem­peramento indominable, de gustos y disgustos feroces, imperiosa, moralmente cobarde, sin cerebro y de naturaleza primitiva; la tía Charlotte era insensible, carecía de escrúpulos y estaba orgullosa de su severa actitud hacia los niños". Las víctimas elegidas por Saki para esa clase de cuentos son versiones bastante aproximadas de esos desagradables parientes y las incómodas relaciones con sus protegidos.
Seria erróneo conjeturar, con cierta ligereza, que la crueldad de esos cuentos es el resultado de una actitud vengativa. La inteligencia y la capacidad artística de Saki capitalizan esos amargos recuerdos y los trans­forman en fábulas, en apariencia superficialmente terribles o cínicas, que contienen un elemento más esencial y significativo. Graham Greene (1904-1991), en su ensayo "The burden of childhood" (La carga de la infancia, 1950), señala esa cualidad de la obra de Saki, comparando la infancia del autor con la de su contemporáneo Rudyard Kipling y las distintas reacciones de ambos: "Kipling nació en la India, H.H. Munro en Birmania. Para estos niños la vida familiar siempre resulta quebrada: las miserias que registraron Kipling y Munro deben de haber sido compartidas por muchos niños nacidos de funcionarios u oficiales coloniales en Oriente: la llegada del coche de alqui­ler a la casa del pariente desconocido, abrir los baúles, el cuarto de niños improvisado e inhóspito, la terrible partida de los padres, una ausencia de afecto durante cuatro años, que en la niñez puede ser tan larga como el paso de una generación".


La desdicha ayuda maravillosamente a la memoria, y los mejores cuentos de Munro son todos sobre la infancia, tanto en el humor y la anarquía como en la crueldad e infelicidad. Muy a menudo sus cuentos son relatos de bromas; las victimas con sus nombres absurdos, son suficientemente tontas como para no despertar simpatías: son personas maduras, personas con poder, y es justo que sufran humilla­ciones temporarias porque el mundo, a la larga, siempre está de parte de ellos. Munro, como un caballero andante, solo roba a los ricos: detrás de todos estos cuentos hay un exacto sentido de la justicia. Debe distinguír­selos en este aspecto, de los cuentos del mismo género de Kipling, en quien el motivo parece ser la venganza más que la justicia.
Los cuentos de Saki, a pesar del horror y la comicidad grotesca, son lú­cidos en la comprensión de ciertos aspectos del comportamiento humano. Los niños, enfrentados con la insensibilidad y la torpeza, reaccionan con una lógica inocente y despiadada, que suele ser irrebatible.
Gran parte de los relatos de Saki se inserta en una tradición muy cara a las letras inglesas: lo sobrenatural y lo macabro. Sin olvidar los notables antecedentes que en este tipo de literatura aportaron los románticos y los victorianos, puede afirmarse que la mejor época del cuento fantástico inglés es la comprendida entre 1890 y 1914, aproximadamente. La simple enumeración de escritores como Henry James (1843-1916), Robert Louis Stevenson (1850-1894), Arthur Machen (1863-1947) o Montague Rhodes James (1862-1936) es suficiente para demostrar la riqueza y variedad alcanzadas por el género. Los cuentos fantásticos de Saki, aun junto a tan distinguida compañía, son únicos en su tratamiento de lo siniestro: ni Kipling con sus sombríos estudios ni Henry James con su irritante ambigüedad llegan a inquietar tan profundamente como lo hace Saki en algunos de sus cuentos.
Con una sutil combinación de humor y de horror, Munro logra en sus relatos un aire de ligereza y descuido, una familiaridad desconcertan­te con el universo de lo desconocido. Lo sobrenatural, para Saki, no consti­tuye una ruptura perturbadora de la realidad, sino que se instala con toda comodidad en lo cotidiano.
Rudyard Kipling, por supuesto, puede lograr efectos similares y sus cuentos de terror son harto más complejos; pero la diferencia radica en que Kipling nos hace sentir que nos aventuramos en un mundo peligroso que debemos temer y rechazar. Saki, en cambio, se mueve en esas regiones con sospechosa facilidad y, como en las distorsiones de la pesadilla, no hay camino de retorno a la cordura. El critico Richard Ellis Roberts (1879-1953) conjeturó en cier­ta oportunidad, refiriéndose a estos cuentos, que "H.H. Munro era un escri­tor cuyas facultades estaban en dudoso equilibrio". Pocas veces se ha escrito un estudio de lo macabro tan notable y tan conciso como "El silencio de Lady Anne", donde Saki ejercita su feroz sentido de la sátira al poner de manifiesto actitudes sociales de su época: persona­jes prisioneros de su elegancia, de su excesivo sentido del "buen tono", de aquello que a fuerza de ser un ritual cotidiano se ha convertido en una peligrosa limitación. En este relato de la impotencia de un marido para comunicarse con su mujer, relato impregnado de una insidiosa atmósfera extraña, logra uno de sus mejores textos mediante un alarde de concisión y concentración. Otros cuentos tratan temas fantásticos más convenciona­les, pero sin perder jamás su originalidad; los hombres-lobos -por ejemplo- pueden pasearse a plena luz del día, son bien parecidos, corteses y completamente mortíferos.
La fantasía de Saki toma a veces un sesgo menos alarmante, y en algunos cuentos podemos escuchar los ecos de la voz de Lewis Carroll (1832-1898) o de Richard Barham (1788-1845). Es admirable la forma en que Munro intro­duce el disparate en un ambiente cotidiano, sin sacrificar la verosimilitud. La técnica de los cuentos fantásticos de Munro ha sido utilizada por muchos novelistas posteriores, pero sin llegar a la perfección lograda por el autor birmano-inglés.
El humor brillante de Munro nos recuerda a Oscar Wilde (1854-1900) pero, se­gún Graham Greene, "advertimos, detrás, una mente más áspera, menos bondadosa que la de Wilde". En efecto, difícilmente encontremos algún cuento en donde el humor encierre alguna leve sombra de simpatía. Las frases ingeniosas, la continua corriente de epigramas chispeantes, mues­tran a un hombre totalmente escéptico, sarcástico hasta el extremo de una malignidad casi gratuita que, más allá de la crueldad justificada de la que ya se ha hecho mención, resulta por momentos casi desagradable. Cuando Munro termina de deleitarnos, reconocemos inmediatamente que nos ha obligado a gozar con lo maligno, con situaciones de patetismo y desdicha, cuya grotesca comicidad no puede ocultar el veneno.


El ser humano -o por lo menos sus compatriotas- no merecen para Saki más que el dudoso honor de la burla despiadada. Las reuniones de té, las veladas en el teatro y la ópera, las partidas de caza, todo el soleado esplendor de la escena social eduardiana está vis­to a través del cristal de un espíritu cínico dotado de sensibilidad artística. "Sus relatos no pueden disfrazar del todo, a pesar del brillo y los destellos, la soledad de los años en Barnstaple" -señala Greene- "y sus personajes se apresuran a herir primero antes que los hieran. Las bromas y las burlas de sus textos más importantes, cuando no se deslizan hacia lo maca­bro, provocan una sonrisa carente de alegría".
A pesar de no tener edad que lo obligara a ello, H.H. Munro se alistó en el ejército al comenzar la Primera Guerra Mundial. Fue a Francia como sargento de los Fusileros Reales, y temprano en la mañana del 13 de noviembre de 1916, durante la batalla de Beaumont Hamel, desde una trinchera se le escuchó gritar: "Put that damned cigarette out!" (¡Apague ese maldito cigarrillo!). Fue su último cuento. El disparo de un francotirador acabó con su vida.